Pinturas rupestres en un alero de la serranía de Cerro Colorado, Córdoba (foto de www.turismoencordoba.net). |
La casa-museo del recordado
cantautor y antiguas pinturas rupestres son los mayores atractivos de Cerro
Colorado, en el norte de la provincia de Córdoba.
Cuando se sale de la ruta
9, a 150 kilómetros de la ciudad de Córdoba, se entra en la zona mítica de
Atahualpa Yupanqui, que refirió pueblos, describió paisajes e inauguró una
región imaginaria conocida como Cerro Colorado.
Ese límite impreciso lo
marca Santa Elena, donde la llanura seca y chata empieza a despertar a los cerros.
Al oeste corre la cadena montañosa de Ambargasta. A 11 kilómetros de la ruta,
bordeado por las tortuosas ramas del mato y otros arbolitos empecinados, el
camino se va acomodando a los caprichos de un río. Al final asoma Cerro
Colorado, la localidad, y más adentro el propio cerro.
El cerro no sorprende por
su color ni por su altura. Es un montículo cónico tapizado de piedras, arbustos
y pastizales, que, cuando uno se va acercando, deja ver unos socavones. Allí
asoman sus entrañas coloradas. Esos huecos cavados por el tiempo, las escasas
lluvias y una brisa gozosa conforman los famosos aleros que atesoran las señales
vitales de los pueblos originarios que habitaron la región.
Cerro Colorado atrae por
las pictografías que asombran y emocionan y una de las casas que habitó el gran
trovador Atahualpa Yupanqui, ubicada en la espalda del cerro, si se mira desde
el pueblo. Más allá de los hitos, el visitante descubre un pueblo encantador,
desparramado en medio de las serranías y marcado por la omnipresencia del
arroyo de Los Molles y, sobre todo, del río Los Tártagos, un curso de agua
transparente y manso que siembra verde a su paso y construye el ideal de los
tomadores de mate y los hacedores de asado. Las parrillas públicas, bajo las
sombras de talas y molles, son una tentación.
Este lugar, donde el sabor
de la tradición toma perfiles casi bucólicos, está encajonado en la Reserva
Cultural Natural Cerro Colorado. Con una superficie de 3 mil hectáreas, es
considerado uno los yacimientos arqueológicos y pictográficos más importantes y
bellos del continente. Los aleros y las cuevas, que utilizaron los pueblos
nativos para dejar testimonio de su arte y su forma de vida, son una
particularidad de estos cerros, accesibles para casi todo el mundo. A través de
sólidas pasarelas de madera, el visitante se adentra en ese mundo natural, a
veces agreste, otras de una belleza delicada y serena.
El frente de la casa donde vivió Atahualpa Yupanqui, en Cerro Colorado, Córdoba (foto de Claudio Elías). |
La localidad toma su nombre
del cerro, bautizado así por el ligero tono rojizo de las areniscas. Piedra,
verde, cuevas y agua en movimiento dibujan un escenario que invita a permanecer
sin levantar la voz. El monte, cerrado a veces, espinudo en ocasiones, conserva
las palmas, el manzano de campo y los piquillines, característica del bosque
chaqueño serrano.
Los originarios
comechingones y sanavirones habitaron alternativamente estas tierras. Los
primeros son reconocidos por haber ocupado zonas montañosas, mientras los
sanavirones tenían su conglomerado más importantes cerca de la laguna de
Ansenuza (Mar Chiquita), que asoma a unos 100 kilómetros hacia el este.
Unos y otros dejaron marcas
en los aleros color ladrillo, donde son notorios las pictografías, dibujos
realizados en tres colores, como en otras culturas originarias de
Latinoamérica: blanco, negro y rojo, aunque es difícil encontrar inscripciones
realizadas con este color. Las pictografías fueron consumadas en diferentes
períodos. Unos cien aleros naturales cobijan más de 3 mil pictografías
rupestres, que datan de hace unos 1500 años. Las más recientes fueron hechas
hace unos 400 años.
Llama la atención que
muchas pictografías son muy accesibles a los visitantes. Si bien están
protegidas y no se permite ingresar sin un guía, solo se requiere el esfuerzo
mínimo de subir unas pequeñas cuestas para llegar. De gran valor arqueológico,
la zona fue declarada Monumento Histórico Nacional en 1961. Para acceder al
recorrido gratuito hay que registrarse en el Museo Antropológico, a metros del
camino Yupanqui.
Los dibujos representan la
fauna del lugar, como llamas, guanacos, búhos, yaguaretés y víboras. El sol,
los pájaros y las “reuniones” dejan lugar a historias y suposiciones que rondan
lo fantástico. En algunos casos, por su orientación en las cuevas es posible
arriesgar que las figuras respetan una “jerarquía mágica”. Por ejemplo, el
cóndor es interpretado por algunos como un tótem. Los turistas agitan su
imaginación y descifran contenidos sobrenaturales en las imágenes del sol, aves
o danzas, en las que todos parecen abrazados.
Las pictografías también
registran las batallas, en las que sobresale el “flechero”, un guerrero con un
tocado de plumas. Los conquistadores montan sus caballos, excesivamente largos
si se los compara con las vicuñas. Da cuenta, quizás, de la sorpresa que generó
ese animal entre los pueblos originarios.
Si bien es una
reconstrucción, en una esquina del pueblo, un artesano instalado hace casi 20
años diseñó una Casa “pozo”, que reproduce el tipo de vivienda subterránea de
los grupos étnicos de la zona. La dimensión dependía del tamaño de la familia.
En algunas hasta se guardaban los animales. El pozo estaba cubierto por un
techo de palos tipo rancho, impermeabilizado con paja y barro. Por una contribución
voluntaria, los visitantes pueden informarse sobre estas costumbres y recorrer
el lugar, decorado con cueros, calabazas, utensilios de barro y las “cocinas”,
perforaciones en las paredes para preparar los alimentos.
De noche, el cerro se torna
lechoso. Don Gigena, aquerenciado en ese paisaje, dice: “Mire la energía que
tiene”. Se refiere a cómo, aun en una noche cerrada y con un cielo encapotado,
el cerro muestra su perfil blancuzco recortado sobre la oscuridad. Es curioso
cómo esas piedras, que de día no llaman la atención, de noche se aclaran y
delimitan el perfil del cerro.
Detrás, por un camino que
bordea su falda, se accede a la casa del cantor. Hay que caminar un kilómetro
por un sendero perfumado. En auto son 2 km por un camino con menos sorpresas.
Se divisa una tranquera y, detrás y debajo, una gran casa. No se ve el río, por
lo cual el lugar se denomina Agua Escondida. Sin embargo, no bien se baja unos
metros se descubre el caprichoso curso del rio Los Tártagos, que parece
acomodar su cauce -un rumor cristalino bordeado de piedras verdes- a la casa y
sus terrazas escalonadas.
El cerro y el pequeño poblado están ubicados a 150 kilómetros de la ciudad de Córdoba. |
Atahualpa Yupanqui llegó a
Cerro Colorado en 1938 y quedó hechizado por sus encantos. Fue su residencia
alternativa durante muchos años, hasta que la dictadura lo obligó a mudarse a
París, donde murió en 1992, añorando quizás ese paisaje rojizo con sonido de
pájaros y los perfumes de las florcitas amarillas del espinillo.
La casa es ahora un museo,
el gran imán de Cerro Colorado. Bajo un cedro europeo que plantó cuando nació
su último hijo fueron esparcidas las cenizas del cantor: una pirca señala el
lugar y una placa que mira hacia el río lo nombra. Al igual que a su amigo
entrañable, Santiago Ayala, El Chúcaro, que descansa junto a él.
El Centro Cultural Agua
Escondida acoge una guitarra de Yupanqui, su bombo, algunos de sus libros,
fotos dedicadas por los más grandes artistas del siglo y un sinnúmero de
objetos que guardaba con devoción. Y el piano de Nenette, su esposa
franco-canadiense Antonieta Paula Pepin Fitzpatrick, a la que había conocido en
1942 en Tucumán y que compuso con él decenas de canciones con el seudónimo
Pablo del Cerro. En ese piano sonó por primera vez “Luna tucumana” y decenas de
composiciones inolvidables.
Sentarse en los patios
permite recuperar algo de ese mundo de ondulantes serranías, trinos de pájaros
y relinchos lejanos que vienen de otro mundo. Cruzando el río, la imponente
falda del cerro muestra sus entrañas ferrosas y su orgulloso pasado: la memoria
del poblador originario. Como dice Atahualpa, “que muy mucho ha caminado / y
ahora vive tranquilo / y en el Cerro Colorado.”
Fuente: Clarin (Buenos
Aires) – 21 de Septiembre de 2.017
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