Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

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viernes, 24 de febrero de 2017

La India Juliana, la guerrera guarani que lucho por los Derechos de la Mujer


Para las mujeres indígenas que nos dieron la vida, la cultura, la lengua y en ella el reconocimiento a todas las mujeres del Paraguay. En homenaje a nuestras hermanas, madres y abuelas guerreras guaraní olvidadas, les comparto la historia de una de las primeras mujeres que dio la vida por defender los derechos de las mujeres. 

El fuego que nuestros ancestros nos encomendaron para que lo mantengamos siempre encendido, nos convoca ahora, pues son nuestras palabras las leñas que la avivan. Sentadas alrededor de esta fogata, compartamos esta mi historia, esta nuestra historia...

Siempre recordaré aquella noche de 1542 en que ya no soporté a mi “amo-marido” español Nuño Cabrera, que abusaba de mí y de mis hermanas, durante el día en la chacra y durante las noches en los excesos más sucios y repugnantes sobre nuestro cuerpo, sobre nuestra dignidad. Ya no lo soporté y tomé su espada. Lo maté, sí, lo maté y volví a ser feliz. Imagina cuan libre me sentí aquella noche, después de tanto abuso me liberé; corrí y grité desde lo más hondo de mis palabras, desde ese grito enraizado en mi idioma, a mis hermanas que vivían y sufrían la misma opresión que hiciesen lo mismo que yo.

Alvar Núñez Cabeza de Vaca, un español que había venido a Asunción a enseñarnos la palabra odio, una que no conocíamos, ordenó mi detención y también mi muerte, porque estos españoles solo sabían ordenar, sus palabras eran golpes, como truenos que asustan a nuestros hijos e iluminan nuestros montes. Él pensaba que de esa manera detendría la ola de rabia que se impuso por años y años a lo largo y ancho de este territorio que dieron a llamar Paraguay, que para nosotros, los portadores de las bellas palabras, es el camino hacia la tierra sin mal.

Cuando todo era diferente, éramos libres...
Conocí esta tierra cuando era libre al igual que mi pueblo. Todavía recuerdo el aire perfumado de monte y de hierbas, de tierra húmeda, el agua cristalina de los ríos y las hermosas sonrisas de nuestros niños y ancianos sentados bajo la sabiduría de las palabras.

Nuestros niños jugaban y aprendían a respetar a la naturaleza, porque ella es parte de nuestra cultura: de ella venimos y a ella volvemos. Con el Arandu Ka’aty, sabiduría que nos da la naturaleza para comprender el mundo, aprendimos a relacionar los cambios de nuestro cuerpo con los cambios del clima y a partir de ello conjugamos la agricultura con nuestra forma primigenia de relacionarnos con la naturaleza. No existía mal que la naturaleza no supiera curar, ni necesidad que no satisficiera.

En nuestra cultura no existía relación de poder, no era necesario ponerle cercos y alambres a la tierra, ni ponerle rejas y muros al ser humano, no era necesario que el hombre y la mujer sean explotados para generar riquezas, ni que la mujer tenga propietarios para generar vida, nosotras las mujeres sembrábamos la tierra y los hombres la cosechaban, todos los seres humanos éramos hermanos y hermanas; toda mi comunidad era mi familia, todo el planeta era mi familia.

No existía la marginación ni el desprecio hacia ninguno de los dos sexos, pues la diversidad enriquecía profundamente nuestra cosmovisión. Nosotras, con nuestra misteriosa capacidad de reproducción, más que temidas o satanizadas, éramos admiradas y respetadas. Proveíamos al mundo de habitantes, y como creadoras de vida, al igual que la tierra, nos merecimos protagonismo en las creencias místicas como protectoras de la fecundidad y en nuestra comunidad como transmisoras de la lengua y la cultura.

En nuestros rituales los sabios invocaban a Ñamandu Ru Ete Tenondegua y mediante él Yvága se relacionaba con Yvy y la hacía germinar. Todos nuestros dioses, en los cuales creemos y depositamos nuestras vidas son buenos, pues francamente, no creemos que sea necesario que un dios nos envíe castigos o nos condene al fuego eterno.

No puedo negar que en nuestra cotidianeidad teníamos problemas, pero creíamos muy fuertemente en el diálogo que éramos capaces de establecer entre nosotros, sin necesidad de armas ni violencia. Prueba de ello es que nuestro jefe civil era elegido por los fundamentos que exponía para merecer la responsabilidad y el honor de conducirnos durante la guerra, en caso de que haya necesidad, o como mediador ante un problema; pues prescindimos de jerarquías militares y de todo aquello que se imponga como superior, por ello una vez terminada la guerra o el problema, nuestro Mburuvicha volvía a dedicarse a la caza, a la pesca y a ayudarnos en la agricultura.


No consigo creer lo que pasó; poco a poco mi pueblo se convirtió en un grito perdido, en un lamento.

Todo eso lo vivíamos en perfecta armonía, hasta que desgraciadamente llegaron los colonizadores, quienes guiados por la mano de su dios y de todos sus santos, con sus espejos, caballos y armas sometieron a mi pueblo. A nosotras, las mujeres, nos impusieron un sistema vil de explotación: durante el día los trabajos del campo para producir para ellos y la corona, y durante las noches soportábamos en el cuerpo y en la dignidad los más salvajes atropellos, pues la lujuria "civilizadora" no paró hasta ver humillada a toda una nación. De ser madres, de ser hermanas y de ser esposas pasamos a convertirnos en un triste reflejo de la perversidad de los invasores, en máquinas de parir críos fruto de violaciones, que también serían esclavos del mismo amo que los marginaría y despreciaría.

Fuimos obligadas a ver como mataban a nuestros hermanos, a dejar nuestros Táva y vivir en la ciudad, a creer en su dios, capaz de enfadarse y humillarnos, pues era cruel y castigador a imagen y semejanza de quienes a fuerza de sangre y espada lo instalaron en nuestra tierra.
Ellos, abusaron de nuestro cuerpo, devastaron nuestro pueblo, mataron nuestros dioses, ignoraron la sabiduría de nuestros ancianos y ancianas, nos despojaron de todo y nos dejaron a cambio desolación, enfermedades y miseria.

Tanto odio, saqueo, rapiña, violación y despotismo de una raza sobre otra nos empujó a luchar por mantener nuestra identidad, forjada desde el respeto a la vida y a nosotros mismos, como un sistema de valores que el poder de la brutalidad santa quiso extinguir, pero no pudo.

Aquel río embravecido lleno de sabiduría no desapareció, aun corre silencioso entre los recovecos de esta tierra y resurge cada vez que hombres y mujeres levantan el puño y la voz ante una injusticia, se unen y construyen la familia-comunidad-planeta sobre el cimiento de una cultura que se resiste a desaparecer, que se niega a desaparecer.

India Juliana.

Fuente
Breve Historia del Paraguay por el Profesor Miguel Verón

Compartido por Marcos Ybanez


viernes, 20 de marzo de 2015

Heroínas americanas


Por Diana Ramos

Historias que no se cuentan

¿Qué hay de esas mujeres perdidas de la historia? ¿Dónde quedaron sus hazañas y sus luchas? Perdidas en la historia oficial pero recordada en la memoria popular de los pueblos latinoamericanos, las heroicas mujeres de la conquista americana se hacen presentes.

Las mujeres representan la mitad mas uno de la población mundial; fueron y son las actrices invisibles de los acontecimientos más importantes a lo largo de la historia humana. Como pequeñas hormigas ha colaborado en la gesta de grandes suceso históricos, a la sombra de grandes referentes históricos, en la mayoría de los casos masculinos.
¿Pero qué hay de esas mujeres que mas que invisibles han sido borradas de la historia? Hablo de las mujeres que han participado de la historia más allá de los márgenes conocidos, de las mujeres que pertenecen al bando de los vencidos, de las mujeres de la tierra, de las mujeres no occidentales, que la historia oficial ha sabido borrarlas del mapa y que sus hazañas solo se conservan en la memoria popular de los pueblos sometidos.

Es el turno de darle voz a esas mujeres, las mujeres perdidas de la historia, que se conozcan sus conquistas y sus convicciones.


Yawanawá. Fotografía: Agência de Notícias do Acre
Vamos a hablar de la mujer americana, de la “india”, de la esclava, de la mujer que defendió su tierra durante la conquista española de América.

Hablar del “descubrimiento de América”, en pleno siglo XXI, al referirse a la invasión europea al continente americano, iniciada en octubre de 1492, nos delata un concepto eurocéntrico según el cual las cosas y los seres comienzan a existir cuando entran en contacto con los representantes del “viejo continente”; más bien hablaré de la conquista americana y las consecuencias que trajo aparejadas para las mujeres originarias del continente americano.

La conquista americana del siglo XV ya es bien conocida. Europa se mediaba entre el feudalismo y el naciente capitalismo empujado por la incipiente burguesía, que por esa época estaba surgiendo. El toparse con América no fue una mera casualidad de unos marineros aventureros que se lanzaron a la mar, más bien fue la consecuencia de la búsqueda de nuevos mercados en ultramar. Este hecho fue un triunfo para la burguesía comercial española en la instauración de nuevas rutas comerciales, así mismo, para las instituciones monárquicas y eclesiásticas.

Este “encuentro entre dos culturas” fue violento: la combinación de la propaganda de la fe cristiana y el sometimiento y apropiación de sus riquezas supuso una intervención coercitiva por parte de los conquistadores en los sistemas económico- sociales de los nativos, que tuvo como consecuencia la destrucción total o parcial de sus sistemas culturales.

La visión predominante de los conquistadores se centro en deshumanizar a los conquistados y, como no podía ser de otra forma a las conquistadas. Sobre ellas cayeron todas las descalificaciones impregnadas de la tradición misógina que estaba en pleno apogeo en aquellos años de inquisiciones, brujas y hogueras.

Esta “misoginia de exportación”, reflejó también que las mujeres eran muy poco tenidas en cuenta en España, así mismo, como se verá reflejado en la ausencia de las mismas en la mayoría de las crónicas de la conquista.

El discurso dominante y recurrente de la época fue deshumanizar a la conquistada para dar por válido el “justo castigo” disfrazado de civilización y naturalizar los atropellos, las masacres y las incoherencias hasta convertirlas en algo “lógico”, método que ha dado y sigue dando buenos resultados al discurso del poder.

Es muy frecuente encontrar en las crónicas de la época comparaciones exhaustivas entre nativas y occidentales, obviamente en detrimento de las originarias y dando una imagen bastante alejada de la vida cotidiana de sus congéneres europeas.

Para poder entender cuáles fueron los cambios sociales que sufrieron las mujeres americanas es preciso que hablemos de su cotidianidad dando ejemplos de algunas de sus formas de vidas. Para entender esto hay que desligarse del prejuicio de que América comparte una cultura común y homogénea, como se vio reflejado continuamente en las crónicas de los conquistadores, cargadas de su mirada europea y su constante marco comparativo etnocéntrico; más bien América constituyo un mosaico cultural con una variedad de formas culturales bien distintas entre sí. Reveamos algunos casos.

Reina Anacona
En las sociedades del mundo andino la estructura básica comunitaria, denominada ayllu (forma de comunidad familiar extensa con una descendencia común que trabaja en forma colectiva en un territorio de propiedad común), muestra que no había una marcada división sexual del trabajo. En general se compartían las tareas y era indistinto que un hombre o una mujer se dedicaran a la cría de ganado. La elección de la pareja se hacía en un marco de cierta libertad aunque seguramente en los ayllus más destacados las uniones estaban condicionadas por cuestiones estratégicas y vínculos entre linajes. Se conoció también la poligamia dentro de un sistema estrictamente patriarcal, en el cual la hermana y esposa legítima del Inca gozaba de más privilegios que las concubinas.

Otro ejemplo lo constituyen los tallanes, mochicas y huancavelicas (etnias costeras de Perú), quienes practicaba la poliandria. Estas “kapullanas” (cacicas), dueñas de señoríos, que incluían tanto tierras como “yanaconas” (servidores), contaban con el privilegio de contar con varios concubinos procedentes de rangos superiores al suyo y gobernaban sobre hombres y mujeres. Ellas se ocupaban de labraban los campos y explotar las tierras, entretanto sus maridos permanecían en casa, tejiendo, hilando, fabricando armas y ropas.

En las costas venezolanas la mujer cultivaba los campos y se ocupaba de la tareas domesticas, mientras que el hombre se dedicaba a la caza. En Nicaragua eran los hombres los que se ocupaban de la agricultura, de la pesca y del hogar; las mujeres se consagraban al comercio.

La cultura maya tenía una organización patriarcal donde la mujer no ejercía cargos religiosos, militares o administrativos, pero ellas vendían el producto de su trabajo en los mercados y se ocupaban de la economía doméstica, puesto que sobre ellas recaía la responsabilidad del pago de impuestos. Se sabe que organizaban bailes para ellas y que los hombres no participaban.

Los conquistadores dan cuenta de que en el “Nuevo Mundo” existían comunidades matriarcales y matrilineales como en el Cuzco y las costas del Pacífico, enfrente de Panamá, donde el heredero de un señor era su mujer legítima y luego el hijo de la hermana. En algunas etnias, las cacicas accedían al poder por la línea de descendencia materna. Es decir, heredaban los cargos que dejaban sus madres, así como lo hacían los hombres por vía paterna.

Otro rasgo común que caracterizó a las civilizaciones precolombinas era la mujer guerrera. Los cronistas de la época, deslumbrados por el caso, aseveraban haberse enfrentado a mujeres que peleaban con bravura. El conquistador Francisco de Orellana, quien fue el primero en explorar el río de la América meridional en 1540, encontró en las márgenes del río a mujeres que recordaban a las amazonas de Capadocia. Antes de la conquista, sin embargo, algunas mujeres, al igual que los hombres, podían ejercer funciones de gobierno y liderazgo político en sus comunidades, que la administración española desconoció y alteró, dando paso a un nuevo ordenamiento, donde los cargos de autoridad quedaron reservados a los conquistadores y a los miembros varones de la jerarquía nativa, convirtiéndose de este modo en intermediarios entre la Corona española y las culturas precolombinas.

Los cambios abruptos que supuso la conquista provoco la pérdida de las posiciones ancestrales que las habitantes americanas desarrollaron durante los siglos anteriores. Esta situación empeoro aun más la esfera de las mujeres nativas que perdieron todos los privilegios con los que gozaban dentro de cada cultura particular y se convirtieron en un objeto de venta, dominación, abuso y abandono.

La invasión española en el siglo XV, sin duda, modificó la situación de las mujeres indígenas, las costumbres, las creencias y el régimen comunitario de la tierra. De hecho, la administración colonial reservó para las mujeres un lugar secundario y subordinado.

El golpe más duro fue el sistema de “encomiendas”. Este sistema fue una institución socio-económica mediante la cual un grupo de individuos debía retribuir a otro en trabajo. Así fue que se entregó a pocos propietarios grandes extensiones de tierra junto con los indígenas que vivían en ellas, estos debían de prestar su trabajo en los campos viviendo en condiciones infrahumanas. Peor aún, todos debían pagar tributo, consistente en la entrega de productos agrícolas, telas o animales, a los administradores de la colonia.

Si bien al inicio de la colonia, las mujeres estaban libres de pagar tributo, en los hechos esta exigencia recaía también indirectamente sobre ellas. Por ejemplo, en la cultura andina, hombres y mujeres participaran por igual en la economía del hogar y era menester que las esposas ayudaran a sus esposos y familiares a cumplir con la carga económica que aquel tipo de explotación suponía.

A medida que la obligación del tributo se hacía más pesada y los varones de la comunidad no alcanzaban a cubrir los montos requeridos, debido a la disminución de la población y a las migraciones de los varones, a las mujeres les tocó compensar esta situación pagando tributo en telas y tejidos para satisfacer las cuotas que la comunidad debía entregar a la administración colonial. Las condiciones en que muchos españoles se aseguraban el tributo femenino no fueron precisamente las más cristianas, pues incluyeron varias formas de brutal explotación. Muchos procedieron a encerrar a las mujeres para lograr que tejieran e hilaran para ellos, convirtiéndolas en sus virtuales prisioneras o esclavas.

El régimen tributario para las mujeres no sólo significó la explotación de su fuerza de trabajo, sino también provocó que quedaran privadas del acceso a la propiedad de la tierra. Muchos varones indígenas se vieron obligados a disputar las tierras que sus esposas habían heredado de sus madres, para que este modo poder pagar el tributo. De esa manera, gracias al sistema colonial imperante, los indígenas varones contribuyeron a romper una tradición andina que daba a las mujeres un derecho autónomo sobre la tierra, desarrollando así una nueva situación social coherente y vinculada con los valores y costumbres traídas de Occidente.

Yanequeo. Por: Pilar Ríos
A pesar de que las crónicas no den voz a estas mujeres nativas, ellas no quedaron apacibles ni sumisas ante estos eventos. Muchas mujeres americanas se alzaron ante semejantes injusticias y desafiaron a los colonos. Existen relatos e historias en la memoria mas intima de los países americanos que recuerdan a estas heroínas que lucharon por su pueblo y sus seres queridos.

Anacona
Tal es el caso de Anacona (1474-1504), una nativa taína de la isla La Española (actual Santo Domingo). Esta mujer acompaño a su esposo Caonabó en el primer levantamiento de los pueblos originarios en 1493, apenas iniciada la conquista, y que se prolongo por una década. Tras el apresamiento de su esposo, ella continuo la resistencia por varios meses, hasta que fue capturada. Fue ahorcada en 1504 por orden del gobernador Nicolás de Ovando.

Otra fue la Gaitana, cacica de Timaná en los Andes colombianos, quien lideró la resistencia de los Yalcón. Según cuenta la historia, Pedro de Añazco en 1538 fue designado para que fundara una villa en Timaná con el fin de facilitar las comunicaciones entre Popayán y el río Magdalena. Este quiso congregar a los habitantes de la región para comenzar a imponer el tributo y demás obligaciones relacionadas con la encomienda. Los Yalcón se abstuvieron a su llamado, esto causo un gran enojo al español, que ordeno ejecutar al líder de la tribu como escarmiento por tal desobediencia. Esto provoco gran indignación en los nativos, quienes organizaron un gran alzamiento en toda la región comandado por Gaitana.

Gaitana consiguió derrotar a Añazco y continuo la resistencia haciendo frente a demás españoles que fueron en su búsqueda. Logró reunir una confederación de todos los pueblos indígenas de la región, más de diez mil guerreros, para hacer la última tentativa con el fin de arrojar a los españoles de Timaná. Luego de varios encuentros desafortunados los españoles abandonaron la región.

Más al sur de Colombia, más precisamente en la región central de Chile, nos topamos con la Yanequeo, quien fue una mujer lonco (jefa) de origen mapuche. Tras la muerte de su compañero en mano de los españoles, se puso al frente de sus guerreros y tuvo a raya a los invasores desde 1586. Su preparación militar y cualidades de líder, hicieron que se ganara el apoyo de los estrategas militares de su pueblo. Después de varias batallas durante el año 1587, derrotó las tropas invasoras, con la participación de grupos mapuche-puelches. Fatigada de la guerra se retiró hacia el sur a sus tierras cerca de Villarrica donde desapareció sin dejar rastro.

En la actual Venezuela, en Barquisimeto, Ana Soto de la etnia Guayón era cocinera de una hacienda. Cansada de los malos tratos huyó al monte y organizó a su gente para luchar contra los invasores. Desde 1618, Ana combatió contra los españoles para defender sus tierras y rescatar a sus pares de la esclavitud. Fue la pesadilla de gobernadores y capitanes durante 50 años, hasta que en 1668 dieron con ella y fue condenada al suplicio del empalamiento.

Los guaraníes también tuvieron una heroína, Juliana, esclava cristiananizada luego de que su pueblo sea sometido. Después de ver como los españoles pasaron a cuchillo a gran parte de sus parientes masculinos, las indias guaraníes procedieron a hacer lo mismo con sus “amos”. Juliana fue la iniciadora de esta rebelión, cansada de ser abusada junto con sus hermanas por Nuño Cabrera decidió cortarle la cabeza en 1539. El ejemplo cundió entre las demás muchachas.

En 1524 en la zona actual de Nicaragua, los invasores comenzaron a traficar indígenas con destino a la zona minera del Perú. Esto provocó una despoblación que llevo a varios caciques de la región a rebelarse. Estos fueron derrotados y condenados a muerte. Así fue como entonces sus mujeres comenzaron una “huelga de amores”, se reusaron a mantener relaciones sexuales con los españoles para no traer hijos esclavos.

Estas son algunas de las historias que no fueron contadas, estas fueron algunas de las mujeres que cargaron con la resistencia en vía de defender su tierra, su pueblo y su libertad. En lo más profundo de la memoria colectiva de los países latinoamericanos se las recuerda, pero nada de ellas se dicen los libros de historia oficial.

Monumento a La Gaitana. Fotografía: Guillermo Vazquez
La otra historia de la conquista no es conocida ni contada. No solo existió el saqueo de recursos, ni los miles de indígenas y esclavos muertos como consecuencia de la explotación,  sino que fue destruida la estructura económica y moral de las culturas precolombinas, sobre cuyas bases se levantaron los cimientos de la sociedad colonial, un régimen brutal que legitimó la violación de las mujeres indígenas ante las miradas absortas de sus maridos, hermanos e hijos. No en vano se cantan elogios a la bella Anacaona, reina de la región más grande de La Española, quien por un largo tiempo supo poner en un equilibrio de fuerzas a los ocupantes o se recuerda la  resistencia que encontraron las huestes de Pedro de Valdivia ante la heroica Yanequeo.

Aun así, y luego de tantas idas y vueltas de la historia, las condiciones de los pueblos indígenas no han cambiado demasiado y es por eso que siguen existiendo mujeres que defienden sus derechos como nativas. No es muy difícil encontrar nuevas resistencias y luchas entre las mujeres originarias, tales son los casos de Rigoberta Menchú Tum, indígena guatemalteca y ganadora de un premio Nobel de la Paz; Martha Sanchez Nestor, Verónica Huilipan, Tarcila Rivera Zea, la joven María del Carmen Cruz Ramírez, la Comandanta Ramona, entre otras.

Hace más de dos siglos, Charles Fourier aseguraba que “los progresos sociales y cambios de época se operan en proporción al progreso de las mujeres hacia la libertad”. Cuando en el siglo XIX, Charles, exponía estas ideas para nada estaba equivocado con esta premisa. La historia le ha dado la razón a medida que el tiempo avanzo y las conquistas femeninas fueron en alza. Aunque aún queda un largo trecho por andar y nuevas conquistas que conseguir, es evidente que “el grado de emancipación de la mujer en una sociedad es el barómetro general por el que se mide la emancipación general“.

La historia americana, desde la conquista española hasta la actualidad, corrobora a diario la afirmación del socialista utópico francés. Las mujeres americanas, como protagonistas en todos los aspectos, construyeron su identidad a través del trabajo, la cultura, los debates, las luchas políticas y sociales, la vida familiar, barrial y colectiva. Un papel que, por lo general, suele negarse o limitarse a la mención de unas pocas figuras destacadas a la hora de escribir nuestra historia. No hay que perder de vista su participación en los procesos históricos, políticos y económicos que fue siempre mucho más destacada de los que suele enseñársenos.

Bibliografía:
Biagini, Hugo: Identidad Argentina y compromiso Latinoamericano, Ed. Reun, Argentina, 2009.
Ellefsen, Bernardo: Matrimonio y sexo en el incario, Ed. Los Amigos del Libro, Cochabamba, 1989.
Galeano, Eduardo: Memoria del fuego I, Ed. Catalogos, Argentina, 2007.
Pigna, Felipe: Mujeres tenían que ser , Ed. Planeta, Argentina, 2012.
Séjourné, Laurette: América Latina, Ed. Siglo XXI, España, 1976.
Diana Ramos es Licenciada en Antropología (UNLP, Argentina) con estancia académica en la Universidad de Jaén. Arqueóloga. Participación en campañas arqueológicas, proyectos de extensión universitaria y docencia en actividades complementarias de grado.

Fuente: Mito Revista Cultural

miércoles, 6 de agosto de 2014

La India Juliana, valiente defensora de las Mujeres Guaraníes.


Juliana, célebre mujer guaraní, la primera mujer del mundo que emprendió una revolución de género (feminista) Encabezó "La rebelión de Juliana", una de las más grandes revoluciones contra los conquistadores españoles del Paraguay.

Su consigna más famosa, que quedó a través de los siglos en la memoria popular, fue "Jajuka ñande ménape"  (Matemos a nuestros esposos) dado que uno de los métodos de conquista de los españoles, fue tomar como consortes a la indias Guaraníes, que se ocupaban de la agricultura y la economía doméstica.

La explotación de la mujer guaraní llegó a tal punto, que Juliana decidió organizar la lucha armada. La India Juliana, hija de un cacique, como otras tantas hijas de caciques que se ven sometidas a la explotación servil por parte de los españoles, no tolera más la subordinación de su pueblo ni las afrentas. Al decidirse el Jueves Santo de 1539, tras un conflicto de consciencia del que participaron, invisibles, sus ancestros, sus dioses y su orgullo guaraní, se levanta contra su agresor, el marido español, Nuño de Cabrera , el de las múltiples formas de ensañamiento, el de la cruz y la lengua extraña, el del látigo y la infamia, y lo liquida cortándole la cabeza.
En una de las primeras sublevaciones indígenas al régimen colonial, la India Juliana espera que su pueblo tome partido en esta lucha de sobrevivencia.


Otros alzamientos seguirían al suyo: el liderado por Lambaré, el que dirigiera Guarambaré y Tabaré, etc. Todos reprimidos a muerte por las tropas reales. Pero a esa pequeña guerrera sin nombre, a esa primera mujer que pegó el grito de libertad e intuyó la barbarie que traerían esos huraños hombres de espalda blanca y barbas largas, a esa nadie la iguala. Porque entiende que es necesario apoderarse del arma y virarla en contra del agresor, torciendo el destino impuesto.

Porque entiende que, de no hacerlo, no habrá alternativa para los suyos. La India Juliana entiende, pero Alvar Núñez Cabeza de Vaca pone término a su rebeldía con la tortura y, finalmente, con la decapitación.


Fuente: Guaraní Reko