La falta de registro
de derechos de autor de bordados de artesanas permite que grandes marcas
plagien sus diseños. ¿Nos importa quien hizo nuestra ropa? ¿Tenemos conciencia
sobre qué es el ‘comercio ético’ y el respeto al patrimonio cultural?
Está claro que en
este llamado mundo global y neoliberal pareciera que todo es de todos, o según
la mirada de las grandes empresas, lo mío y lo tuyo es mío. Lamentablemente
bajo este discurso los pueblos indígenas y su patrimonio cultural quedan a
merced de quienes quieren sacar provecho sin compensar ni dar ningún
reconocimiento a la tradición textil de siglos.
El estudio “El
Acervo Mexicano: Legado de la cultura” de los investigadores Erika Galicia,
Isasmendi Fernando, Quiles García y Zara Ruiz Romero, demuestra que existe un
precario reconocimiento de los estados y una nula protección a los artesanos.
“Gente como Mara Hoffman, con una mano en la cintura, vende hermosos bañadores
hechos de telas estampadas con diseños originales de los tenangos de Doria,
México; Stella Rittwagen triunfa añadiendo cadenas a los bolsos wayuu de
Colombia; Madonna, en su rebel heart tour 2015, viste a sus bailarinas como
sofisticadas tehuanas bajo la marca Gucci, o la firma argentina Rapsodia
reproduce una blusa de San Antonino Castillo Velasco, Oaxaca, para su última
colección de invierno 2016. Todo ello, sin que los otomíes, los wayuu, los
zapotecos del istmo y los zapotecos del Valle sean consultados”, establece el
documento.
De la misma manera
señalan que, “tenemos a la londinense Kokon To Zai copiando el estampado de una
parca de piel de caribú con diseños sagrados (inuit) de protección de un
chamán, impresos en una simpática sudadera; la marca Zara -que tiene varias
denuncias de plagios- sacó al mercado una blusa con bordados de Ahuacatenango,
Chiapas; o lo visto recientemente en pantalla grande en los primeros minutos de
la multinominada película “La La Land”, donde aparece, una cortina de baño
con diseños de Tenango de Doria, de Pottery Barn, NYC. Una vez más, ninguna
consulta, ni una mención a los pueblos inuit, tseltales u otomíes que
sirvieron de inspiración”.
Alrededor del mundo
se suman las casas de diseñadores como Hérmes, Pineda Covalin, Louboutin,
Nike, Toms, la gran mayoría haciendo uso de diseños y patrones textiles que
forman parte del patrimonio biocultural y saberes ancestrales de pueblos
indígenas, desprovistos de un marco legal que proteja la propiedad intelectual
colectiva.
Cabe mencionar que
recién en 2015 se generó un debate tras el plagio de la diseñadora Isabel
Marant, que copió la blusa Tlahui originaria de Tlahuitotepec de Oxaca. La
denuncia la realizó la cantante mexicana Susana Harp, produciendo que el valor
comercial de esta prenda aumentara un 300% lo que terminó por beneficiar a las
artesanas.
Sin embargo, no es el
único caso y no todos han terminado bien. En octubre de 2017 la reconocida
marca española Mango, puso a la venta un suéter con el tradicional bordado de
Tenango. No era la primera vez que se plagiaba este colorido bordado, pero tras
una denuncia que se viralizó rápidamente, la prenda fue retirada de las tiendas
aunque nunca se reconoció la evidente copia.
La réplica de la
marca Lowe al textil andino originario de Ecuador, es una prueba de que las
marcas de lujo también se “roban” los diseños tradicionales.
Una de las empresas
de fast fashion más cuestionada por las evidentes copias es Zara. En el año
2016 fue demandada por plagiar la blusa icónica de Chiapas y el famoso chaleco
de Aguacatenango, sin pedir autorización a los creadores.
Pero las demandas o
las críticas no han detenido a Zara. En febrero de 2017 la comunidad Chinanteca
denunció a través de su Facebook el plagio de su blusa y huipil tradicional.
Este grupo de artesanos solicitó el apoyo de las autoridades para proteger su
patrimonio cultural porque la empresa de ropa la vendía en pesos chilenos a
unos 100.000 pesos y las artesanas, debido a la necesidad, las comercializaban
a tan sólo 13.000 pesos chilenos.
La marca argentina
Rapsodia se supera a sí misma. Sus costosas prendas se inspiran en múltiples
culturas y sin ningún pudor cobran desde los 150.000 pesos chilenos, hasta los
650.000 por un vestido o una chaqueta, sin jamás emitir un comunicado sobre los
plagios.
Rapsodia también
copió la blusa de San Antonino Castillo Velasco, y Madewell el huipil de San
Andrés Larrainzar. El “huipil” es un traje típico de los triquis, usado como un
vestido que empieza en el cuello y cubre todo el cuerpo hasta llegar a los
tobillos. Se constituye principalmente del color rojo en distintas tonalidades,
los demás colores que lo acompañan son vivos y llamativos. El huipil triqui es
tejido en telar de cintura. Anteriormente era elaborado sólo por mujeres, pero
actualmente hay hombres y niños que se empiezan a interesar por aprender a
realizar estas bellas prendas. El huipil es un símbolo de identidad, por lo que
las mujeres lo portan con orgullo diariamente.
Comercio ético: Un
proceso de aprendizaje
La organización
Impacto en México ha logrado convertirse en un gran apoyo para las artesanas ya
que busca incidir en varias formas en las comunidades indígenas. Primero, busca
visibilizar y reconocer la labor de las trabajadoras textiles; segundo, acercar
a diseñadores o pequeñas empresarias que buscan comercializar los productos,
pero pagando un precio justo, bajo el principio básico de respetar su trabajo.
Es por esto que se
encuentran con la mirada atenta y no temen enfrentar a las grandes marcas de la
industria de la moda para exigir que se detenga el plagio o se le otorguen los
derechos de autor a los diseños de los trajes típicos de las indígenas. Sin
embargo, Impacto señala también que el debate atraviesa por un hecho clave:
ninguno de los diseños de las comunidades está registrado bajo el derecho de
autor.
Kathia Loyzaga,
directora de comunicación de Impacto explica que esto no tiene razón de ser.
“El conocimiento sobre los brocados y los diseños se pasa de una generación a
otra entre las comunidades y es una muestra de distinción entre cada poblado.
Para ellos, no existe la idea occidental de la propiedad intelectual porque el
conocimiento es de la comunidad”.
Además, otro
problema sería cómo determinar de quién es propiedad un diseño tradicional.
“Para determinar la
titularidad del derecho de autor habría que ver el origen. Una opción podría
ser la propiedad colectiva, pero al no encontrar el origen, se rompe el derecho
y (complica) a quién le damos la titularidad del derecho”, explica Carlos
Blanco, especialista en derecho del Tecnológico de Monterrey.
La historia de Rosa
Impacto se toma en
serio su lucha para combatir la desigualdad y extrema pobreza en las
comunidades indígenas. Por eso relatan la historia de Rosa, una de los 2.100
adultos que solo estudió la primaria y no pudo avanzar a la secundaria para
completar su educación. Aun así, tuvo más suerte que el 28 por ciento de la
población del lugar -unos 689 habitantes- que no saben leer ni escribir. Ella
es de las pocas que sabe español y lo habla bien, aunque con menos fluidez que
el tzotzil, su lengua materna.
La idea de la
capacitación se está entregando con un enfoque práctico, por eso Rosa y una
decena de mujeres, acudieron a una reunión con una diseñadora de modas y una
pequeña empresaria que vende ropa para niños con bordados tradicionales en la
zona turística. Desde hace cinco años, las mujeres tzotziles hacen artesanías
que se comercializan en otras regiones del país, a través de un modelo de
trabajo llamado “comercio ético”.
Esta actividad
formativa es un puente entre las artesanas y los interesados en comprar y
vender los productos artesanales, con la condición de respetar los
conocimientos de las mujeres e involucrarlas en el proceso de diseño de cada
pieza, y de pagar su trabajo por hora.
Así, por ejemplo,
mientras las artesanas vendían un cojín de 50 centímetros con brocados hechos
en telar de cintura a 10.000 pesos chilenos, en la zona turística de San
Cristóbal de las Casas, ahora lo cotizan en 60.000 pesos chilenos. Es un modelo
laboral que, refieren, valora y respeta su trabajo.
¿Estamos haciendo
algo?
¿Nos importa que nos
ponemos? ¿Cuestionamos a estas marcas por estos abusos? Claro que no. En Chile
aún no hay conciencia social sobre la moda, si me gusta cómo me veo, no quiero
saber quiénes elaboraron mis prendas y menos conocer el impacto social que su
fabricación nos genera.
Pero, no todo es
oscuridad en las pasarelas. Existe un movimiento en Chile y el mundo llamado
“Fashion Revolution” que busca reconstruir los vínculos rotos en la cadena de
suministros de la industria de la moda. Creen en una industria de la moda que
valore a la gente, el medioambiente, la creatividad y la ganancia en la misma
medida. Para ellos, es responsabilidad de todos asegurar que esto suceda.
En Chile, por
ejemplo, quieren enfocarse en la producción local de materias primas y
manufactura. Visibilizar la creatividad de los y las diseñadoras locales que
trabajan e innovan por una moda más sustentable; rescatar el patrimonio
creativo y técnico de los pueblos originarios y otras tradiciones; e invitar a
los consumidores, marcas y tiendas a cuestionarse, descubrir y actuar, frente a
los costos de una industria que pierde la perspectiva de quienes están detrás
de la producción de cada prenda de ropa.
Hace un tiempo,
algunos ciudadanos del mundo generaron una campaña en twitter bajo el hashtag
#elorigensicuenta que pretende denunciar a las marcas que abusan de la falta de
protección legal y que generan estas prácticas en la moda, buscan llegar a la
conciencia de los compradores para llevarlos a ser responsables en el consumo.
Fashion Revolution
Chile bajo la consigna #Yohiceturopa, se han reunido con trabajadores textiles
para conocer la dura y precaria realidad que viven las más de 650.000 personas
de este rubro. Pablo Galaz,coordinador nacional, de Fashions Revolution
afirma a El Desconcierto que “El convenio 169 de la OIT consagra el patrimonio
cultural de los pueblos originarios como derechos inalienables, y la moda debe
respetar sus formas de comunicación y relación con la naturaleza”.
Añade que Chile está
en deuda, ya que “hay una legislación que duerme en el congreso sobre la
protección del maqui y esta propuesta no considera resguardar el patrimonio
cultural de los pueblos ancestrales”. En este sentido “nosotros como
organización entendemos que el diseño tiene un espacio específico en los
pueblos originarios y es una forma de comunicación hereditaria y se conectan
con la naturaleza y la cosmovisión, por tanto, las marcas no puedes apropiarse,
usurpar y desfigurar esas imágenes” reafirma Galaz y nos invita a revisar el
manifiesto de fashion revolution.
Por Ingrid Garces para El Desconcierto el 28 de Julio de 2.018.