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Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

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domingo, 18 de febrero de 2018

El alto precio que los guaraníes pagan por volver a sus tierras



Escrito por Pablo Albarenga en Mato Grosso do Sul (Brasil)

Los monocultivos, principalmente de soja y maíz, constituyen un desafío para la supervivencia de los indígenas Guaraní Kaiowá de Brasil.

Sentado en un pequeño banco de madera, Simón mira a un costado evitando la cámara por un instante. Entre dientes sostiene un llanto que obliga a pausar la entrevista en la que, minutos antes, hablaba de su familia; de cómo habían sido despojados de sus tierras ancestrales y cómo el deseo de retornar a ellas se transmitió de generación en generación. “Mi abuela nos contaba de cuando caminaba por estas tierras con 12 años. Después que se publicó el estudio (antropológico) de nuestro territorio, con la comunidad decidimos retomar lo que nos pertenece”, comenta. Cansado de “esperar por la buena voluntad de la justicia” decidió intentarlo junto a sus pares y, finalmente, lo consiguió.

Bajo el templo indígena de Tey’i Jusu solo se escucha el crujir del techo de hojas de palma que, secas por el devastador sol, se resquebrajan con cada ventarrón. La falta de vegetación en kilómetros a la redonda abre camino al viento, que acelera por los descampados que hasta hace poco más de un año solo sabían de cosechadoras y agrotóxicos. Aquellos extensos bosques que cubrían el suroeste de Brasil son ahora pequeños oasis en interminables monocultivos que se pierden en el horizonte, principalmente de soja y maíz, lo que constituye un desafío para la supervivencia de los Guaraní Kaiowá.

Pero en el conflicto por tierras, los indígenas pagan dos veces: a la salida y a la entrada. Para Simón y sus compañeros, la odisea de volver a pisar sus suelos les costó varios heridos de bala y la vida de Clodiodi Aquileu, que se suma al promedio estatal de casi tres indígenas asesinados por mes durante los últimos tres años.

Como recuerdo imborrable de aquel ataque perpetrado por estancieros y pistoleros tras ocupar parte de su territorio ancestral, Simón lleva una bala en el pecho a menos de dos centímetros del corazón que lo acompañará durante toda su vida. Esta historia, o alguna parecida, se repite a lo largo y ancho de Mato Grosso do Sul, el estado de Brasil en el que más violencia se registra contra los pueblos indígenas.

Estado violento
Luego de la guerra de la triple alianza, que culminó en 1870, Paraguay perdió más de un millón de habitantes y grandes superficies fueron absorbidas por Argentina y el Imperio del Brasil. El plan de este último era hacer productivas las nuevas tierras. Para esto era necesario blanquearlas y poblarlas con colonos brasileños, pero sus primeros ocupantes —los Guaraní Kaiowá— no fueron tomados en cuenta ni consultados al respecto. Por el contrario, fueron realojados en ocho reservas de escaso tamaño y sus tekoha (lugar donde se lleva a cabo el modo de ser guaraní, en su lengua nativa) fueron cedidas en calidad de arrendamiento a la compañía Matte Laranjeira. Allí, esta empresa explotaría la yerba mate, instaurando un modelo latifundista que explotaba la mano de obra indígena.

Cuando nosotros retomamos [ocupamos] tierras, no estamos solamente recuperando lo que nos fue robado, sino también recuperando nuestra cultura, nuestra religión, nuestra forma de vida.

Con una superficie de 357.125 kilómetros cuadrados —más de dos tercios de la superficie española­— Mato Grosso do Sul es uno de los estados con mayor índice de concentración de tierras en todo el país. El informe Terrenos de la desigualdad: tierra, agricultura y desigualdad en el Brasil rural, publicado por Oxfam Brasil en 2016, expone una realidad alarmante y casi constante en América Latina. Para ilustrar la situación de la tierra y su distribución, el informe se vale del índice de Gini, una medida que sirve para calcular la desigualdad. Si tiende a 1, significa que es mayor el acaparamiento y por lo tanto, también la disparidad. En el caso de Brasil es de 0,872 mientras que en este estado alcanza a 0,856. Dicho de otro modo, menos del 1% de los establecimientos rurales controla casi la mitad de la tierra disponible para fines agropecuarios en todo el país.

Los indígenas guaraníes tienen presencia en cinco países: Argentina, Paraguay, Bolivia, Brasil y Uruguay. Según el Consejo Indigenista Misionero, basado en los datos de la Fundación Nacional de Salud, en Brasil viven aproximadamente unos 60.000. La mayor concentración —un 80%— se encuentra en este estado, ocupando menos de un 0,5% del territorio. La población restante se distribuye entre Rio Grande do Sul, Santa Catarina, Paraná, San Pablo, Río de Janeiro y en una reserva en el estado de Pará.

Con el cambio de paradigma en la producción agrícola, la brújula apunta firme en dirección al agro-negocio. En la zafra 2016-2017, Mato Grosso do Sul batió el récord nacional de producción de soja con un inimaginable volumen de 8,5 millones de toneladas. El estado –que si fuese un país sería el séptimo productor mundial de este grano– es considerado un referente en el país por su capacidad de producción y su extraordinario crecimiento. Así lo destaca el Gobierno estatal en una reciente publicación en su sitio web, donde anuncia que alcanzarían este año el tercer puesto en el ranquin de los estados con mayor crecimiento del PIB de todo Brasil. Por encima de la media, se estima que alcanzaría un incremento del 2,4% a fin de año, donde el sector agropecuario se destaca con un crecimiento del 8,3% anual. “Este equilibrio está muy en línea con lo que queremos para Mato Grosso do Sul, que es el desarrollo sustentable y esta proyección señala que el Gobierno está consiguiendo hacer lo que se propone, que es el crecimiento de todas las actividades dentro del estado”, destaca en la publicación Jaime Verruck, Secretario de Medio Ambiente, Desarrollo Económico Producción y Agricultura Familiar (Semagro).




Los monocultivos, principalmente de soja y maíz, constituyen un desafío para la supervivencia de los indígenas guaraní kaiowá de Brasil. Habitantes de la retomada (como llaman a las tierras reocupadas) Guapoy esperan frente a una estancia custodiada por la Policía Militar en Caarapó (Mato Grosso do Sul, Brasi).
Pero la opresión que viven los pueblos originarios no forma parte de las ecuaciones cuando se habla de PIB. Mato Grosso do Sul también lidera otros listados. Según el último informe anual de violencia contra los pueblos indígenas, publicado por el Consejo Indigenista Misionero (CIMI), esta región fue la segunda con más asesinatos registrados en 2016, con 15 casos. En los últimos 13 años, de los 1.009 homicidios perpetuados en el país, casi la mitad ocurrieron allí. Además, también encabeza el ranquin de suicidios, con 30 muertes por lesiones auto-provocadas en 2016 y 782 casos desde el año 2000, de los cuales la quinta parte corresponde a niños de entre cinco y 14 años de edad.

Tierras Indígenas
Otro de los difíciles capítulos en la lucha que libran los Kaiowá por recuperar sus Tekoha radica en la demarcación de sus tierras. El proceso consta de varias etapas y puede extenderse de media por un lapso de 10 años. Durante este periodo el conflicto se intensifica y los indígenas son constantemente perseguidos y atacados por los estancieros y pistoleros.

Además, Simón relata que quienes ocupan tierras cuya demarcación aún no fue homologada tienen dificultades para acceder a los servicios básicos como la salud y la educación ya que, si bien la legislación les garantiza el acceso de forma diferenciada, muchos funcionarios de los órganos responsables se niegan a atenderlos en las zonas no regularizadas.

La ocupación de Tey’i Jusu, donde viven Simón y su familia, forma parte de un conjunto de retomadas (nombre que dan los guaraníes a la ocupación de sus tierras ancestrales) que se localizan en la Tierra Indígena Dourados Amambai Peguá I. El área fue reconocida por la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), en un estudio publicado en mayo del 2016, pero hasta la fecha la demarcación no ha sido homologada por el Gobierno.

A pesar de las condiciones hostiles en las que viven, los Guaraní Kaiowá no se dan por vencidos. El coraje es la respuesta a la milicia armada, contratada por los estancieros, que dispara contra adultos, niñas y niños
Además de la violencia que enfrentan en sus territorios, también deben resistir los constantes embates que descienden desde el Parlamento. Según el último levantamientorealizado por el CIMI, hay 33 propuestas antiindígenas en vías de aprobación, de las cuales 17 intentan alterar los procesos demarcatorios otorgando el poder al Congreso Nacional, dejando así a la FUNAI en una posición vegetativa.

La constitución brasileña del 5 de octubre de 1988 garantiza a los pueblos indígenas una estructura política y jurídica propias, permitiéndoles hablar en su lengua materna y manteniendo un estrecho vínculo con su cultura y sus costumbres. También les garantiza el derecho a las tierras que tradicionalmente ocupan, definiéndolas no solo como el espacio físicamente ocupado, sino como todo el necesario para sobrevivir y para mantener la permanencia de su cultura.

Sin embargo, ni la constitución ni sus más de 2.000 años habitando lo que hoy es Latinoamérica parecen ser suficientes para garantizar a los guaraníes estos derechos. Una reciente jugada por parte de la bancada ruralista pone en riesgo la devolución de sus tierras al plantear la tesis del Marco Temporal, una interpretación que limita estos derechos a partir de la fecha de promulgación de la Constitución, negando todo lo acontecido anteriormente. Según esta interpretación, cerca del 80% de las demarcaciones iniciadas podría quedar sin efecto. “Nuestra historia no comienza en 1988”, repiten los Kaiowá en cada manifestación.

“Cuando nosotros retomamos [ocupamos] tierras, no estamos solamente recuperando lo que nos fue robado, sino también recuperando nuestra cultura, nuestra religión, nuestra forma de vida. Cuando me preguntan cómo imagino el futuro de nuestra comunidad, respondo que nuestro futuro quedó atrás. Nosotros anhelamos nuestro pasado, cuando vivíamos en nuestras tierras ancestrales”, sentencia Elson Canteiro Gomes, líder indígena de la retomada de Kunimy Verá Poty, donde fue asesinado Clodiodi.

A pesar de las condiciones hostiles en las que viven, los Guaraní Kaiowá no se dan por vencidos. El coraje es la respuesta a la milicia armada, contratada por los estancieros, que dispara contra adultos, niñas y niños. La oración los mantiene fuertes y unidos contra un enemigo de poder inmensurable, pero confían en las palabras con que Marçal de Souza Tupai, líder indígena asesinado a los 32 años, se refirió a los estancieros: “Ellos creen que la solución es enterrarnos, pero no se dieron cuenta de que somos semillas”.

EL PROCESO DE DEMARCACIÓN DE TIERRAS INDÍGENAS
1) Se realizan estudios antropológicos, históricos, cartográficos y ambientales que fundamenten la delimitación de la tierra indígena por parte de la FUNAI.
2) Se publica la conclusión de los estudios en el Diario Oficial de la Unión, mientras son analizados por el Ministerio de Justicia para expedir la resolución de Declaración de Posesión Tradicional Indígena.
3) El Ministerio de Justicia declara las tierras de uso exclusivamente indígena y estas quedan listas para ser demarcadas.
4) El instituto de Colonización y Reforma Agraria (INCRA) hace un relevamiento de las mejoras realizadas por los expropietarios de la tierra que ahora pertenece a los indígenas. Los anteriores dueños de la posesión la pierden, pero reciben una indemnización por las mejoras realizadas sobre ella.
5) Homologación de la demarcación de la tierra por parte del Presidente de la República.
6) Son retirados los ocupantes no indígenas del área junto al pago de la indemnización.
7) Registro de las tierras indígenas en la Secretaría de Património de la Unión, a cargo de la FUNAI.
8) Por último, la FUNAI se encarga de garantizar protección a los indígenas que ahora habitan sus tierras.

Fuente
El País (España) – 15 de Febrero de 2.018

sábado, 6 de enero de 2018

Brasil: los guaraníes y una década de promesas rota



Los guaraníes siguen luchando por sus derechos territoriales a pesar de los continuos ataques.
Fiona Watson/Survival
Escrito Fiona Watson/Survival

Los guaraníes siguen luchando por sus derechos territoriales a pesar de los continuos ataques.

Hace diez años el Gobierno de Brasil firmó un acuerdo histórico con el pueblo indígena guaraní, por el que se comprometía a identificar todas sus tierras ancestrales.

El principal objetivo del acuerdo, elaborado por el Ministerio Público Federal de Brasil (Fiscalía) era acelerar el reconocimiento de los derechos territoriales de los guaraníes en el estado de Mato Grosso do Sul.

Sin embargo, una década después, la mayoría de las mediciones de tierra ni siquiera se han llevado a cabo y el fracaso de las autoridades en reconocer los derechos territoriales de los guaraníes sigue teniendo un impacto terrible sobre su salud y bienestar.

Sin esperanza inmediata de recuperar sus tierras y reconstruir sus medios de subsistencia, miles de guaraníes permanecen atrapados en reservas masificadas donde los procuradores dicen que la tierra es tan escasa que “es imposible la reproducción de la vida social, económica y cultural”.

Otras comunidades guaraníes viven a los lados de concurridas carreteras o en pequeñas parcelas de la que fuera su tierra ancestral, rodeados de inmensas plantaciones de caña de azúcar y soja. No pueden cultivar, pescar ni cazar, y no tienen siquiera acceso a agua potable.

Una pareja guaraní-kaiowá sentada en la parte trasera de su alojamiento rodante, en la comunidad de Apy Ka’y, cerca de Dourados, mato Grosso do Sul, Brasil.
© Paul Patrick Borhaug/Survival

El personal sanitario reporta que estas comunidades sufren graves efectos colaterales por los pesticidas que utiliza el agronegocio. Algunas comunidades dicen que sus fuentes de agua y sus hogares están siendo deliberadamente rociados con pesticidas por los terratenientes agroganderos.

Un estudio reciente estimó que el 3% de la población indígena en el estado podría estar siendo envenenada con pesticidas, algunos de los cuales están prohibidos en la Unión Europea.

La malnutrición es habitual, especialmente entre bebés y niños pequeños. Según explica Gilmar Guaraní: “Los niños lloran y no aguantan más. Es el mismísimo sufrimiento. La mismísima debilidad. Prácticamente están comiendo tierra. La situación es desesperada, no van a aguantar”.

Mato Grosso do Sul alberga la segunda mayor población indígena de Brasil, con 70.000 indígenas pertenecientes a siete tribus.

Terratenientes ganaderos y el agronegocio les han robado gran parte de sus tierras ancestrales, y ahora apenas ocupan un 0,2% del estado.

John Nara Gomes, declaró: “Actualmente la vida de una vaca vale más que la de un niño indígena (…) Las vacas están bien alimentadas, mientras que los niños pasan hambre. Antes éramos libres para cazar, pescar y recolectar frutos. Ahora los pistoleros nos disparan”.

La desesperanza entre los guaraníes por la pérdida de sus tierras y de su vida autosuficiente se refleja en las tasas extremadamente altas de suicidio. En el período comprendido entre los años 2000 y 2015 se produjeron 752 suicidios. Desde 1996, las estadísticas revelan niveles de suicidios 21 veces superiores a la media nacional entre los guaraníes. Y posiblemente las estimaciones no reflejen todos los casos reales, dado que buena parte de los suicidios no se registran.

Damiana Cavanha, lideresa de la comunidad Apy Ka’y, ha presenciado la muerte de tres de sus hijos y de su marido. Ella está planificando decididamente la reocupación de su tierra ancestral donde todos ellos se encuentran enterrados.
© Paul Patrick Borhaug/Survival

Los guaraníes también hacen frente a altos niveles de violencia y son constantemente atacados por los pistoleros de los terratenientes agroganderos cuando intentan recuperar partes de su tierra ancestral. Datos recientes muestran que el 60% de todos los asesinatos de pueblos indígenas en Brasil ocurrieron en el estado de Mato Grosso do Sul.

Con un Gobierno y un parlamento dominados por el poderoso sector del agronegocio, los terratenientes en Mato Grosso do Sul no cederan ni un centímetro. Muchos han recurrido a los tribunales como táctica dilatoria para desafiar la identificación de los territorios guaraníes. Un territorio guaraní clave lleva acumuladas 57 respuestas legales.

Pero a pesar de este escenario sombrío, muchos guaraníes siguen decididos a luchar: “Brasil siempre fue nuestra tierra. La esperanza que alimento y voy a alimentar es la demarcación, porque sin ella no podemos cuidar de la naturaleza ni alimentarnos, y por ella vamos a luchar y a morir”, dice Geniana Barbosa, una joven mujer guaraní.

Survival - 29 de Diciembre de 2017


martes, 11 de julio de 2017

Brasil: Indígenas guaraníes kaiowá exigen el reconocimiento y demarcación de sus tierras ancestrales. “¿Por qué tenemos que morir por una tierra que es nuestra?



En el Brasil de los escándalos y los políticos corruptos, la oligarquía terrateniente se ha hecho del poder y está desmantelando el aparato jurídico que había reconocido los derechos de los pueblos indígenas, empezando por el derecho a la tierra. Los incidentes en que se ven implicados los guaraníes kaiowá del estado de Mato Grosso do Sul, en el suroccidente del país, son sólo algunos de muchos ejemplos posibles.

Entre 1915 y 1928 se crearon en Mato Grosso do Sul ocho reservas indígenas que abarcaban un total de 17,975 Ha. La principal —y más problemática— de estas reservas es Dourados, establecida en 1917. Dourados abarca 3,600 Ha, ahora ocupadas por una población de dos etnias (guaraní y terena) con más de 15,000 habitantes.

El área total de estas ocho reservas es mínima en comparación a la de cualquiera de las decenas de haciendas actualmente en venta en dicho estado. Por ejemplo, en una búsqueda rápida por internet se pueden escoger tres al azar y encontramos que sus extensiones son de 22,410, 28,000 y 41,000 Ha, que incluyen las enormes casas de los propietarios, corrales con vacas y caballos, inmensos pastizales o grandes extensiones con monocultivos, caminos y cursos de agua o lagunas.

Según el Programa Pueblos Indígenas de Brasil, del no gubernamental Instituto Socioambiental (ISA), “a partir de 1920, y más intensamente desde 1960, comenzó una colonización sistemática y efectiva de los territorios guaraníes, desatándose un proceso de expropiación metódica de su tierra por parte de los colonos blancos”. Con la creación de reservas indígenas por parte del entonces Servicio de Protección del Indígena (SPI) en Mato Grosso do Sul se extendió la convicción de que las haciendas ocupadas por colonos y reclamadas por los indígenas nunca habían pertenecido a estos últimos, pues la idea era que las tierras de los indígenas eran las reservas.

Mato Grosso do Sul es un ejemplo evidente del proyecto de criminalización de los pueblos indígenas y sus aliados, puesto en marcha en los últimos años por los propietarios, el poder político dominante y los grandes medios de comunicación. Datos de agosto del 2016 del Consejo Indigenista Misionero (CIMI), perteneciente a la Iglesia Católica, indican que además de las reservas, en Mato Grosso do Sul hay 96 tierras indígenas, pero la realidad es que los indígenas viven confinados en las reservas o en pequeñas parcelas de tierra, cuando no al costado de las carreteras. Cansados de esperar a ver realizados sus derechos, muchos grupos han tomado la iniciativa por su cuenta con la denominada “retoma”, la recuperación o reconquista de sus tierras.


Asesinatos y suicidios
Frente a la resistencia y las iniciativas indígenas, han aumentado la violencia y el odio contra ellos. Suman decenas los ataques cometidos por escuadrones paramilitares a sueldo de los latifundistas, con la complicidad de las autoridades. Según el CIMI, en Mato Grosso do Sul fueron asesinados 426 indígenas entre el 2003 y el 2015, 36 sólo en el 2015. Y donde no ha llegado la violencia directa han llegado los suicidios: 752 entre el 2000 y el 2015, 45 tan sólo el 2015.

El CIMI ha experimentado en carne propia lo que significa luchar por los derechos indígenas y contra el sistema que los niega. La Asamblea Legislativa de Mato Grosso del Sul creó en el 2015 una Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) para armar acusaciones contra el CIMI, incluyendo sus principales representantes, el presidente Mons. Roque Paloschi y el secretario ejecutivo Cleber César Buzatto.

En las 222 páginas del informe final de la CPI sobre el CIMI, presentado en mayo del 2016, las palabras son fuertes: “Causa indignación, perplejidad y repulsión el hecho de que una entidad ligada a la Iglesia Católica haya causado tanto daño” y que hay indicios muy fuertes de la “participación de CIMI en la incitación a la violencia y la invasión de la propiedad privada” por parte de los indígenas.

Los latifundistas y los políticos no se han detenido allí, sino que han replicado la estrategia en la Cámara de Diputados federal creando una comisión de investigación sobre dos entidades gubernamentales, la Fundación Nacional del Indio (FUNAI) y el Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria (INCRA), pidiendo el procesamiento judicial de decenas de líderes indígenas y antropólogos que defienden la demarcación de las tierras indígenas.

La ofensiva contra los indígenas por parte del gobierno del presidente Michel Temer parece imparable. El 9 de mayo fue nombrado titular de la FUNAI, el general del Ejército, Franklimberg Ribeiro de Freitas. La Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (APIB), que reúne a organizaciones defensoras de los derechos de los pueblos indígenas, ha denunciado una inaceptable militarización del organismo gubernamental con miras a la expansión de las fronteras agrícolas y proyectos empresariales en tierras indígenas. Estas últimas corren el riesgo de ser redimensionadas o eliminadas si se aprueba la Propuesta de Enmienda de la Constitución Nº 215, presentada en el 2012, que prevé transferir al Congreso Nacional la prerrogativa de demarcar las tierras indígenas, transformando un derecho originario en un mero objeto de negociación.

Demarcación sólo en el papel
El maestro de escuela de 50 años de edad Ládio Veron (Ava Taperendi en lengua indígena) es cacique de la comunidad guaraní kaiowá de la tierra indígena Takuara, en el municipio de Juti, que tiene una superficie de 9,700 Ha. Se superpone en parte con algunas fincas agrícolas, en particular con la hacienda Brasília do Sul dedicada principalmente al monocultivo de soja.


Entre el 11 y el 13 de enero del 2003, el hacendado Jacinto Honório da Silva y sus empleados asaltaron Takuara. Al final llegó también un grupo de sicarios que atacaron la comunidad. En la lucha que siguió se vio involucrado el cacique Marcos Veron, de 72 años, quien murió en el hospital a consecuencia de sus heridas. Marcos era el padre de Ládio, quien en la lucha por el derecho a la tierra también ha perdido hermanos y parientes. “¿Por qué tenemos que morir por una tierra que es nuestra?”, se pregunta.

Tras años de reclamos y ocupaciones, hoy Takuara ha superado el largo y complejo proceso de reconocimiento jurídico y es, para todos los efectos, una tierra de propiedad indígena. Sin embargo, aún no ha sido restituida. Por el contrario, los jueces de Mato Grosso do Sul emiten continuamente órdenes de desalojo. “La FUNAI —explica Veron— no tiene la fuerza para proceder con la demarcación de nuestras tierras. Pedimos un cambio. Pedimos tener en ella algunos de nuestros representantes. Tenemos indígenas preparados para esto”.

“En Takuara somos unas 70 familias que ocupan no más de 90 Ha de territorio”, asegura. “Pero tenemos que soportar que cientos de camiones cargados de soja pasen por nuestra aldea”.

El sentimiento prevaleciente hacia los pueblos indígenas es recordado por el misionero Egon Heck: “Es reveladora la afirmación del exgobernador [de Mato Grosso do Sul] André Puccinelli (2007-2014) que ‘es un crimen dar un palmo de tierra productiva a los indígenas’”.

La poderosa Federación de Agricultura y Ganadería del Estado de Mato Grosso do Sul (FAMASUL) es acusada de promover el uso de milicias armadas en contra de comunidades indígenas en el estado. 

La opinión dominante entre los grandes productores rurales y los políticos que los representan es que el agronegocio y el desarrollo no pueden detenerse ante las reivindicaciones territoriales de los pueblos indígenas y, menos aún, ante la cosmovisión indígena, considerada un conjunto de conceptos abstractos si no inverosímiles. No importa si los derechos están consagrados en la Constitución de 1988 y si el agronegocio enriquece a una exigua minoría y destruye un bien común como es el medio ambiente natural.

En la presentación del informe anual “Violencia contra los pueblos indígenas en Brasil-Datos del 2015”, publicado el año pasado, Mons. Paloschi escribió: “Denunciamos al Poder Judicial que ha priorizado, en sus fallos, la defensa de la propiedad —no siempre legal, no siempre legítima— en detrimento de los derechos originarios de los pueblos indígenas”.

Fuentes: Noticias Aliadas – Blog del Proyecto Lemu – 4 de Julio de 2.017

viernes, 27 de enero de 2017

Brasil > Guaraní, el pueblo que muere sin sus tierras


Escrito > Yasmina Jiménez en Dourados (Brasil)

Los indígenas guaraníes llevan años encarando el desplazamiento forzado, la marginación y los ataques de terratenientes

Ocurrió una noche de Navidad cuando un líder del pueblo guaraní-kaiowá quiso regresar a las tierras de las que habían sido expulsados hacía unos días. Quería recoger algo de su huerto para dar de comer a su familia y así se lo explicó al pistolero que custodiaba la entrada de la hacienda y que no dudó en matarlo a tiros en el momento que atravesó la linde. Al líder indígena lo acompañaba su hijo, que no pudo volver a dormir aterrorizado por el recuerdo. Aguantó 15 días antes de colgarse de un árbol. Solo tenía 12 años.

La historia la cuenta el portavoz guaraní Tonico Benítez después de visitar el último campamento indígena improvisado en los márgenes de la carretera que va de Dourados a Campo Grande, en el Estado brasileño de Mato Grosso do Sul. En cuatro barracas construidas con plásticos negros se han instalado los miembros de una familia que fue expulsada de sus tierras, ubicadas justo enfrente, hace unos meses. Su cacique, Damiana Cavanha, recibe al que llega cantando y danzando su ritual de bienvenida ignorando el ensordecedor ruido del tráfico. La miseria del asentamiento evoca sin duda los suicidios de todo su pueblo.

La organización defensora de los derechos indígenas Survival International resume así este sufrimiento en el libro Somos Uno: “De los guaraníes brasileños que se han suicidado, el más joven tenía solo nueve años. Durante los últimos cien años, su pueblo, uno de los primeros en entrar en contacto con los europeos, ha perdido prácticamente la totalidad de su tierra. En la actualidad, viven hacinados en territorios diminutos rodeados de enormes plantaciones de caña de azúcar, mientras que otros acampan bajo lonas junto a polvorientas cunetas”.

El despojo de sus tierras es lo que ha hundido en la desesperación al pueblo indígena más numeroso de Brasil, con alrededor de 50.000 guaraníes, cargando además con el triste récord de ser uno de los grupos con la tasa más alta de suicidios. Los datos extraoficiales —los que han ido recogiendo los afectados— aseguran que han sido más de 1.000 los guaraníes hombres, mujeres y niños que se quitaron la vida en los últimos 20 años, casi siempre de la misma forma: ahorcados en la rama de un árbol. Podrían ser más, porque los registros oficiales más recientes de la Fundación Nacional de la Salud —que datan del 2000 al 2008—, hablan de 410 suicidios solo durante esos ocho años, siendo muchos de los fallecidos adolescentes.

En el asentamiento de Damiana, una gallina medio desplumada —la única que pudieron cargar cuando la policía los desalojó de sus terrenos—  va de un lado para otro entre el poco espacio que queda entre chabola y chabola. Mientras, los niños intentan divertirse, subidos a un columpio amarrado a un árbol, y sofocados por esa amargura que lo impregna todo. “Nuestros cultivos, nuestras casas, nuestros animales están allí", asegura la cacique señalando con el dedo el otro lado de la carretera. "Y sobre todo, nuestro cementerio. No podemos abandonar a nuestros muertos”, lamenta llorando mientras sujeta su escuálido tocado sin plumas. Ya no quedan bosques, tampoco los pájaros que habitaban en ellos y que abastecían con sus colores la artesanía indígena. Ahora, apenas sirven las plumas que se les caen a sus gallinas o un poco de lana descolorida.

De los guaraníes brasileños que se han suicidado, el más joven tenía solo nueve años, según Survival International.

Los guaraníes no suelen irse muy lejos cuando son expulsados de sus tierras: se instalan en los bordes de la carretera más cercana, como es el caso de comunidad Apika’i de Damiana. Según Tonico Benítez, hay familias que llevan más de 30 años viviendo en las orillas de las calzadas. “Esperaremos aquí hasta que nos dejen regresar a nuestras tierras, nosotros no queremos vivir de las ayudas de la Funai (Fundação Nacional do Indio)”, afirma Damiana con rabia pero casi resignada ante una situación que su pueblo ya ha vivido demasiadas veces. La tarde va cayendo en la comunidad y Damiana y su hijo mayor muestran cada vez más signos de embriaguez pese a que no se ve ninguna botella de alcohol fuera de las barracas. El alcoholismo que sufren muchos guaraníes se trata de ocultar en vano como se intenta, también en vano, esconder la desesperación y la tristeza que acarrean los desalojos, la marginación de su pueblo o los ataques y los asesinatos que sufren sus líderes.

Survival International lleva años denunciando la situación de los guaraníes ante la ONU. “La mayoría de las veces, la separación de sus tierras ancestrales resulta catastrófica. Cuando se pierde el control sobre la tierra, o cuando se impide que la utilicen de acuerdo con sus tradiciones, a largo plazo la salud física y mental sufre mucho”, ha recordado en varias ocasiones la ONG.

Una historia marcada por la resistencia

Pese a su situación actual, la historia de los guaraníes es una historia marcada hasta el día de hoy por la resistencia. Habitan desde hace más de 2.000 años en la zona fronteriza de Brasil, Paraguay y Argentina. Los guaraníes brasileños se dividen en tres grupos: los kaiowá, los ñandeva y los m’bya. Y ha sido en el estado de Mato Grosso do Sul donde se han concentrado los problemas, porque allí llegaron a vivir en “una extensión de 350.000 kilómetros cuadrados de bosques y llanuras”, según explica Survival.

“Después de la guerra con Paraguay en 1890, el Gobierno brasileño ignoró la presencia indígena en la zona y comenzó a vender la tierra como si allí no viviera nadie”, asegura el portavoz Tonico Benítez. Desde entonces, los guaraníes han sido reducidos a la mitad.

Casi un siglo después de esa guerra, entre 1960 y 1990, fue cuanto la selva del sur del estado brasileño fue destruida para crear extensos cultivos de soja y caña de azúcar o haciendas de ganado. Los indígenas fueron desalojados rápidamente, muchas veces con violencia, de sus poblados. Fueron obligados a vivir en reservas, también conocidas como campos de desplazados y a las que, hasta el día de hoy, los guaraníes siguen llamando "chiqueros, pocilgas".

El informe Guaraní Retã, que estudia a esta etnia, explica que para ellos “esto significo la destrucción de su mundo. Ellos eran habitantes de la selva, vivían en la selva y de la selva. Todos sus conocimientos, desde niveles muy prácticos sobre plantas y animales hasta su cosmovisión y espiritualidad, estaban vinculados al bosque”.

Estos cambios causaron entre los guaraníes, según la misma investigación, “desequilibrio y desesperación que se ha manifestado a través del alcoholismo, un aumento de la violencia interna en las reservas y el aumento de los suicidios, especialmente a partir de los años noventa”.

Las familias se instalan indefinidamente en los márgenes de las carreteras cuando son expulsados de sus tierras.

Los guaraníes se han resistido desde el principio a vivir hacinados en reservas y pese a esta oposición, un 65% de la población indígena en Mato Grosso do Sul vive confinado. Para Benítez, que nació en una de ellas, el problema de mantenerlos en estas pequeñas áreas es que los líderes "pierden el liderazgo, quedan reducidos a nada, y con ellos sus rituales. Entonces surgen enfrentamientos entre las familias precisamente por esta falta de papeles de mando”.

Por esta razón, regresan una y otra vez a sus campos. El mayor obstáculo sigue siendo la demarcación de las tierras ancestrales que continúa generando conflicto entre el Gobierno, los terratenientes y las comunidades indígenas. Una vez demarcada la tierra, los moradores actuales —si no son indígenas— deben salir de las tierras previo pago de una indemnización estatal. Sin embargo, el conflicto ha llevado esa demarcación hasta el Supremo, que debería decidir, pero mientras se retrasa la decisión judicial los indígenas son expulsados de sus tierras una y otra vez, condenados a vivir en las carreteras.

Hay familias que ocupan y resisten todo lo que pueden en los territorios demarcados y considerados guaraníes, pero siempre bajo la amenaza de los propietarios de los monocultivos o el ganado que los rodea más allá de ese pequeño espacio del que hacen uso. La comunidad Tey Kuê, localizada en el municipio de Caarapó, fue atacada este verano después de que los indígenas ocuparan una hacienda ubicada en sus tierras ancestrales. Según el Ministerio Público Federal de Mato Grosso do Sul, unas doscientas personas en 40 camionetas y coches cercaron la comunidad guaraní y comenzaron a disparar contra un grupo de 40 a 50 indígenas. La escaramuza dejó un muerto y varios heridos, entre ellos un niño de 12 años. Un mes después se produjo un nuevo ataque que costó otros tres heridos.


Un niño guaraní se columpia de un árbol ubicado cerca de una carretera de Dourados, en el Estado brasileño de Mato Grosso do Sul. HUGO PALOTTO

A la entrada de la hacienda donde resiste este grupo de indígenas, la tumba del joven asesinado recibe a los visitantes marcada con una bandera de Brasil manchada con su sangre y que ondea dada la vuelta en lo alto del mástil. Antes de contar su tragedia, los guaraníes —sin rendirse al sol inclemente— cumplen primero con sus rituales de bienvenida cantando y danzando a los que se une Tonico Benítez entrando en el círculo que forman agarrados de la mano. “La noche del ataque recibí más de 500 llamadas de los guaraníes que viven en estas aldeas y que constituyen un grupo de casi 7.000 personas”, explica el portavoz indígena, que en los últimos años ha potenciado el uso de móviles como herramienta para las denuncias.

Benítez rememora el dolor de aquella noche sentado bajo la sombra de un árbol después de compartir el almuerzo con esa comunidad que confía en él para liderar su lucha. “Cuando los guaraníes entendieron que estaban siendo atacados, dejaron todo lo que estaban haciendo y se dirigieron con los arcos tensados y la flecha lista hacia la zona del ataque. La policía estaba allí y no hacía nada por ayudarlos, entonces los indígenas quemaron uno de sus coches y ataron a dos agentes; después, cercaron todas las tierras para impedir la entrada de más pistoleros”, recuerda. Nada se pudo hacer esa noche, pero la investigación ha continuado desde entonces, según el Ministerio Publico Federal del Estado. Una gran esperanza para el pueblo guaraní que lleva muchos años sufriendo con la impunidad con la que actúan sus agresores.

El pueblo guaraní habita desde hace más de 2.000 años en la frontera de Brasil, Paraguay y Argentina.

Este y otros ataques contras ellos también han sido condenados por la relatora especial sobre los derechos de los pueblos indígenas de la ONU, Victoria Tauli-Corpuz, que visitó Brasil en marzo de 2016 para evaluar la situación de los indígenas brasileños. Pese a su informe con denuncias y recomendaciones posteriores, pocos pasos se han dado desde el Gobierno central.

Si las tierras siempre son valiosas, en Mato Grosso do Sul, uno de los Estados más productivos de Brasil, ese valor se multiplica. Precisamente por esos intereses económicos los guaraníes se enfrentan a un fuerte rechazo social y son tachados de violentos, salvajes, invasores, ladrones o animales, entre otras muchas descalificaciones. Tonico Benítez asegura que aún hoy tiene que explicarle a mucha gente que ellos son seres humanos. “Ustedes necesitan comer, necesitan dormir, ir al baño… Nosotros también”, le dijo una vez a un juez, que a su vez le preguntó por las diferencias y él respondió: “Ustedes tienen los recursos y nosotros no tenemos nada. Ustedes están financiados por el Gobierno, pese a que nosotros ya estábamos aquí cuando llegaron y nos lo robaron todo”. Le gusta, pese a todo, dejar bien claro que quizás son diferentes en algunas cosas, pero con los mismos vicios y virtudes que el resto de los seres humanos. Ni más ni menos.

En las aldeas, con el paso de los días se observa algo muy distinto: su visión espiritual del mundo y de su entorno; y algo particularmente igual: el sufrimiento, el resentimiento y la desesperación para enfrentarse al despojo. Su forma de interpretar el mundo se puede resumir en esta declaración que hizo una joven guaraní a Survival: “Nosotros, los indígenas, somos como las plantas. ¿Cómo vamos a vivir sin nuestro suelo, sin nuestra tierra?” Su dolor está en la respuesta, que para Tonico Benítez siempre ha sido la misma: vivir y luchar, aunque sea a la desesperada. 

Fuente>Diario El País (España) – 26 de Enero de 2.017