Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

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sábado, 20 de noviembre de 2021

Los indígenas en las Invasiones Inglesas y las Malvinas



Pampas, Ranqueles y Tehuelches dispuestos a defender la patria.

Cuando se acerca el 180 aniversario de la ocupación de las Islas Malvinas por Inglaterra y cumpliéndose algo más de los dos siglos de las Invasiones Inglesas al Río de la Plata, cabe recordar unos episodios acaecidos inmediatamente después de la Reconquista, que injustamente no figuran en los textos escolares de Historia Argentina.

Dichos episodios fueron rescatados en 1934 por el doctor Wellington F. Zerda, en un libro de 93 páginas con el título de “Los indios y las invasiones inglesas” que para este breve artículo he modificado ligeramente para incorporar la cuestión de las Malvinas y para utilizar el término indígena (el que tiene los genes del lugar), más apropiado que el de indio que tiene que ver con la India. En el libro de Zerda se sintetiza y comenta lo siguiente.

Hubo algo más, aparte del batallón “Naturales”, compuesto por cuatro compañías de 60 hombres cada una, sumando un total de 240 soldados aborígenes, cantidad de relevancia si tenemos en cuenta que por ejemplo los “Montañeses” contaban con 200 efectivos y los “Húsares de Pueyrredón” con 204, lo cual es ampliamente conocido.

Felipe y Catetmilla y la representación aborigen:

Lo que es ampliamente ignorado es que el 17 de agosto de 1806, a los escasos cinco días de la Reconquista, se presentó en el Cabildo de Buenos Aires un indígena pampa llamado Felipe, en compañía de Manuel Martín de la Calleja, quien ofició de intérprete. El aborigen expuso que venía en representación de 16 caciques pampas y tehuelches, manifestando: “…que estaban prontos a franquear gente, caballos y cuantos auxilios dependiesen de su arbitrio para que ese I.C. (insigne cabildo) echase mano de ellos contra los colorados (ingleses), cuyo nombre dio a los ingleses…” y “…que tendrían mucho gusto que se les ocupase contra hombres tan malos como los colorados…”.
El 15 de septiembre de 1806, el Cacique Catetmilla junto con el ya nombrado intérprete o lenguaraz, y con Felipe a su lado, ratificó el ofrecimiento de gente y caballos en nombre de 16 caciques pampas para proteger a los cristianos contra los ”colorados” y que habían hecho la paz con los ranqueles para enfrentar juntos a los “colorados”…

A fines de diciembre de 1806 se insistió en ofrecer al Cabildo un total de 20.000 guerreros y 100.000 caballos (acta del 22 de diciembre) ocasión en la que ingresaron en la Sala Capitular 10 caciques pampas, insatisfechos de que no se les hubiera utilizado, informando que cada uno de sus guerreros contaba con cinco caballos y manifestando: “…queremos ser los primeros en embestir a esos colorados que parece que aún os quieren incomodar…”.

El turno de Epugner, Errepuento y Turruñamquii:

El 29 de diciembre se apersonaron los caciques pampas: Epugner; Errepuento y Turruñamquii representando a los caciques capitanes pampas Chuli Laguini; Paylaguan; Catetmilla; Negro; Marciuus; Lorenzo; Guaycolam; Peñascal; Luna, y Quintuy.
El cacique Epugner ofreció 2862 lanzas”…gente de guerra bien armada de chuza, espada, bolas y honda…”. Los otros, Errepuento y Turruñamquii tenían dispuestos 7000 hombres, que estaban apostados en Tapalquen, bien armados como los anteriores. Justo es de señalar que ninguno de estos ofrecimientos fue hecho a cambio de algún tipo de demanda o pedido de retribución.

Estos gestos aliviaron a las autoridades que esperaban una segunda invasión, La que se concretó con éxito en la Banda Oriental, como primer paso, y que después fracasó en Buenos Aires, ciudad que le impuso al invasor como condición de rendición, que abandonasen Montevideo y el resto la Banda Oriental que tenían bajo su dominio. Pero antes de ello, las autoridades (ya en semi rebeldía puesto que habían defenestrado a su Virrey), no sabían por dónde podrían llegar a desembarcar los “colorados” y la extensas costas Atlánticas del Virreinato estaban totalmente desprotegidas, a excepción de Carmen de Patagones. La oferta de colaboración de los pueblos originarios cuidaba las espaldas de la Ciudad, no sólo por la vigilancia que efectuarían en todo el litoral oceánico, sino que también por su disposición de enfrentar a los “colorados”, contando con fuerzas suficientes para ello, y con la ventaja de ser conocedores del territorio patagónico.

Es tiempo de un homenaje:

Cabe algún homenaje oficial, aunque tardío, a estos hombres corajudos, en sus descendiente, hoy mayoritariamente en mestizaje, de reconocimiento por la gesta de sus antecesores, quienes quisieron luchar en contra de los “colorados” en 1806, y que mestizados criollos, cruzaron Los Andes libertando medio Continente; que después de cruentas guerras civiles, organizaron la Nación y abrieron sus puertas a la inmigración que llegaba paupérrima, no produciéndose los rechazos con la magnitud que se manifestó en otras latitudes, (aparentemente más civilizadas) rechazo que hoy sufren ellos por parte de muchos nietos de los que “vinieron de los barcos”, quienes si vivieran en Europa serían hoy “sudacas”.

Hoy sufren nuestros aborígenes de un insano racismo a pesar de ser la base histórico social y fundadora del país, presentes mayoritariamente dentro de las clases más pobres de nuestra sociedad, y que hacen más viable la Integración americana (a la que entre otros, aspiraban Simón Bolívar, José Gervasio de Artigas y José Francisco de San Martín) ya que constituyen socialmente un puente natural con el resto de nuestra la América mestiza y morena, blanca y negra, a la que pertenecemos.

A pesar de la frívola afirmación de algunos “periodistas” quienes pontifican que "los argentinos venimos de los barcos” ya que los argentinos también venimos de la tierra, de la “Pacha Mama”, y de los que sí vinieron de los barcos como esclavos, y de los criollos, de los “cabecitas negras”, quienes juntos y en gran mezcla social, con la descendencia inmigratoria, unidos, debiéramos decidirnos de una buena vez a ser Americanos del Sur, asumiendo nuestra real identidad.

Debiéramos aceptar que transcurridos los tiempos desde la sanción del Día de la Raza, el 12 de Octubre, (día que siguen conmemorando algunos de nuestros países hermanos siguiendo la inspiración de don Hipólito Yrigoyen), que en la Argentina se ha revertido en “Día de la Diversidad”, que se tendría que revisar el tema en toda América actualizando la intención que compartimos, ya que se ha tornado indiscutible el hecho que raza hay una sola, que es la humana, y que no caben festejos, aunque sí conmemoraciones, ya que somos la resultante de todo lo bueno y de todo lo malo de nuestra historia, y como afirmaba un Santo: “…lo que no se asume, no se redime…”.

Por lo cual, somos lo que somos y “a mucha honra”, proponemos una idea que consideramos superadora: que el 12 de Octubre se transforme en el Día de la Patria Grande, ya que ella también es fuente integradora de la diversidad, y proclamemos un justo reconocimiento a “…nuestros paisanos los indios…”, según la conocida proclama del general San Martín. Y en este 180 aniversario de la usurpación de las Malvinas no podemos olvidar que del total de los ocho hombres, incluido su líder, “el gaucho” Antonio Rivero, más de la mitad, cinco, fueron aborígenes.

Juan Carlos Espeche Gil

Fuente: Revisionismo Històrico Argentino 

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jueves, 2 de febrero de 2017

Quien gobierna el Universo - Sabiduria Pampa


miércoles, 24 de diciembre de 2014

La lección de Calfucurá


Por Alejandro Fontela (*)

Los archivos del cacicazgo de Salinas Grandes, el agrupamiento aborigen más importante de la región central del actual territorio argentino, fueron encontrados en forma casual por Estanislao Zeballos en 1879. Recorriendo los montes y médanos ya sin vestigios de las abandonadas tolderías de Calfucurá, Zeballos divisa una hoja de papel que sobresale de la arena. Excavando, encuentra allí un verdadero manantial de revelaciones históricas, políticas y etnográficas. Dicho en síntesis, la documentación completa, desde el punto de vista aborigen, del período histórico que va de 1830 a 1875; sin duda, el espejo que le falta a la historia oficial. Las cartas de Juan Calfucurá permitieron conocer, además de sus reclamos políticos, aspectos valiosos de su idiosincrasia: su conocimiento detallado de todas las tribus de un vasto territorio a ambos lados de la cordillera, su sentido de los vínculos familiares, sus concepciones religiosas y mágicas, y en general su cosmogonía. AL MAESTRO Espigando ese material y parte de la bibliografía que generó, me conmovió en particular un episodio.

En 1856 el maestro Francisco Larguía, que tenía a su cargo en Buenos Aires la educación de unos de los hijos del cacique, se encuentra en Salinas Grandes tratando de suscribir, subrepticiamente, las bases para un tratado de paz, según las instrucciones recibidas en la capital. La respuesta de Calfucurá, citada aquí en la versión del escritor Omar Lobos, es impresionante: “Maestro-responde el cacique-, explíqueme usted qué es la famosa Civilización que nos tiene que barrer de estas pampas por la angurria de unos pocos hombres que se van repartiendo en tajadas grandotas lo que nos van quitando a nosotros. Pero explíqueme también todas las muertes y todos los atropellos y piense que les están dejando a sus hijos una patria equivocada, empantanada en la injusticia y la mentira. Todos nosotros somos parientes, y vivimos en amistad sobre la misma ancha tierra, pero el huinca tiene la idea errada de que sólo él tiene derecho a vivir en ella. Por ignorancia o por pura mezquindad, está tratando de matar el alma de esta tierra, plantando aquí un mundo ajeno donde caben pocos. Quien sabe algún día vendrán las lluvias y nuestras desgracias retoñarán en algo que sea bueno para nuestros hijos”. El maestro Larguía, que dictaba sus clases en la escuela de Catedral al Norte, la más prestigiosa de Buenos Aires, fundada por Sarmiento y la primera de América del Sur destinada a la educación común, en la que luego estudiarían Ambrosetti, Ingenieros, Sáenz Peña y el poeta Almafuerte, debió escuchar en silencio las opiniones del cacique. Y sin muchos argumentos para oponer. Los salineros, como los ranqueles, los pampas, y en general todos los pueblos originarios, se sentían parte de la tierra. Desde que dejaron de ser cazadores y recolectores nómades y se apaisanaron, aprendiendo a sembrar, teniendo sus casas y sus corrales en un mismo lugar, mezclándose con esos médanos y esos montes, la vida para ellos “se hacía dulce y buena, se hacía sagrada. Nos ha tocado nacer dentro de esto que somos”, afirmaban en cada negociación.


LO QUE PUDO SER
Ahora bien, entre las actuales investigaciones sobre la documentación aborigen, se destaca la recopilación de Carlos Martínez Sarasola, “La argentina de los caciques”, publicada en 2012. El trabajo propone la visión del país que hubiera sido en caso de prevalecer las propuestas de integración, tanto de los aborígenes como de los “blancos” dispuestos a convivir con ellos. Por supuesto la historia fue otra. Pero plantear la hipótesis del “país que pudo ser” implica una mirada crítica hacia lo que en realidad ocurrió. Sin embargo el texto de Martínez Sarasola tiene un colofón polémico. Subraya la importancia de rescatar la palabra indígena, “máxime teniendo en cuenta el actual punto en que nos encontramos los argentinos como sociedad y como cultura, y en el cual, trabajosamente, todos nos encaminamos a vivir en un país más cercano a aquel por el cual lucharon no sólo los patriotas en la alborada de la Argentina, sino muchos de los caciques, quienes lo vislumbraron y percibieron en sus sueños”. Esta suposición me parece una expresión de deseos, pero no sé si se ajusta a la realidad. En mis oídos sigue resonando la advertencia del cacique al maestro Larguía: “dejarán a sus hijos una patria equivocada, empantanada en la injusticia y la mentira”. Es cierto que hay sectores del mundo académico y de la militancia social que promueven el reconocimiento cultural y la restitución de derechos de los pueblos originarios. Pero esa justa voluntad vindicativa encuentra poco eco en las autoridades públicas. El punto en que nos encontramos “todos los argentinos, como sociedad y cultura”, está atravesado también por la indiferencia y la mera retórica del discurso político respecto a estos temas, producto de la vacuidad de valores y la frivolidad de la dirigencia, que privilegia otros intereses, muchas veces contrapuestos a los reclamos de los pueblos autóctonos.

RECLAMO VIVO
Pese a un contexto cultural dominado por la banalidad y la desmemoria, los pueblos originarios del actual territorio argentino no se extinguieron con la “conquista del desierto”. Tras un siglo y medio de desarraigo y penurias, sus sobrevivientes existen, y pugnan por hacer cada vez más visibles reclamos. No sé si nos encaminamos a ese país por el que lucharon “los caciques y los patriotas en la alborada de la Argentina”, como afirma Martínez Sarasola. Si pienso en los valores que aquellos sostenían en cuanto al respeto a los congéneres, la comunión con la naturaleza y la sacralidad de la vida, creo que nos alejamos cada vez más. En 1873 moría Calfucurá, el venerado y temido Piedra Azul, a los 104 años, después de dominar durante más de tres décadas el mundo pampa y de haber agrupado en torno suyo la confederación aborigen más poderosa en defensa de sus tierras. Un año atrás, en marzo de l872, había tenido lugar la batalla de San Carlos, en las afueras de la actual Bolívar, el combate en que la moderna artillería y los rémington sellaron el fin de la resistencia indígena. Presintiendo una derrota irrevocable, Calfucurá dejaba una nación de veinte mil almas, tres mil guerreros y tres hijos dispuestos a sucederle. Desde entonces el despojo y el éxodo fueron el destino de esa progenie, de esos pueblos. Y el ruego del viejo cacique, pidiendo un tiempo de bonanza para sus hijos, hasta ahora ninguna lluvia lo pudo traer.

(*) Escritor. Profesor en Letras (UNLP) 
Leer más en http://www.eldia.com.ar/edis/20141213/La-leccion-Calfucura-opinion1.htm

Fuente> Diario El Dia (La Plata-Argentina) 15 de Diciembre de 2.014

viernes, 9 de mayo de 2014

Invocación al Sol de los Pampas

Dame siempre mi cielo azul,
hombre antiguo de rostro iluminado. 

Dame una y otra vez mi nube blanca,
alma vieja de cabeza encendida. 

Dame siempre tu dorado abrigo,
gran cuchillo de oro por quien
sobre la tierra estamos parados.



Fuente: Diario de las Américas