Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

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miércoles, 9 de julio de 2025

9 de Julio



Los Pueblos Indígenas son los primeros habitantes de este territorio, con raíces que se extienden desde mucho antes de la colonización europea y la conformación del Estado argentino. Esta preexistencia no es solo una referencia histórica, es un fundamento jurídico, político y cultural que sostiene sus derechos colectivos hoy.

En el proceso de independencia, su aporte fue importante desde la contribución con los ejércitos libertadores y desde su apoyo a la causa independentista.

El 9 de julio de 1816, cuando se declaraba la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el 70% del territorio actual de la Argentina era Indígena.

Desde entonces, pasaron a ser sistemáticamente invisibilizados, perseguidos y despojados de sus territorios ancestrales. Esta negación histórica -que persiste aún hoy- tiene consecuencias profundas en muchos aspectos de la vida de las Comunidades: territorial, cultural, social y espiritual.

Pese a todo, hubo quienes, incluso en esa época, sostuvieron una visión pluricultural, aunque fueron minoría frente al pensamiento dominante.

Un hecho simbólico de 1816 que se destaca es que, aunque los Pueblos Indígenas no fueron mencionados en el Acta de Independencia, esta se imprimió en Quechua, Aymara y se encargó también una traducción al Guaraní, que no llegó por los conflictos entre el Litoral y Buenos Aires.

Hoy, los Pueblos Indígenas no solo siguen existiendo: viven, resisten, crean y construyen en sus territorios y en contextos urbanos. Siguen siendo Naciones. Y siguen exigiendo el reconocimiento pleno de sus derechos, finalmente incorporados a la Constitución Nacional recién en 1994, pero aún vulnerados en la práctica cotidiana.

Reconocer la preexistencia, asegurar la existencia digna y garantizar sus derechos no es solo una deuda histórica, es una condición para construir una Argentina verdaderamente plural, justa y democrática. Una Argentina pluriétnica y multicultural.

ENDEPA

martes, 9 de julio de 2024

9 de Julio, el Acta de la Independencia y las lenguas indígenas




El Acta de Independencia sancionada en el histórico Congreso de Tucumán en 1816, escrita en idioma español, fue traducida también a los idiomas Quechua, Aymara y Guaraní, para divulgarla entre la población criolla e indígena de la región. Esta acción evidencia la intención de los patriotas de esa época de que los Pueblos Indígenas sean parte integral en la conformación de nuestro país, no asimilándolos sino desde el respeto por las diferencias culturales, con miras a entablar una sana convivencia y considerando su preexistencia.

El hecho de que las Actas de Independencia fueran escritas también en tres lenguas indígenas, da cuenta de que congresales de Tucumán honraron el espíritu de los primeros patriotas que, desde antes de 1810, buscaron maneras de convivencia con los Pueblos Originarios.

Las actas se redactaron a dos columnas, una en castellano y otra en lengua indígena. Se imprimieron 3 mil ejemplares, de los cuales mil quinientos se hicieron en castellano, mil en Quechua y quinientos en Aymara. También se tradujeron al Guaraní, pero no se mandaron las impresiones porque el litoral estaba en conflicto con Buenos Aires y no había congresales de esa región. Se publicaron por primera vez en dos periódicos: la Gazeta de Buenos Ayres, el 17 de agosto de 1816, y en El Redactor del Congreso, seis días después.

Cabe destacar que el general Manuel Belgrano, en sintonía con San Martín y Güemes, llevó, para ser discutida en Tucumán, su propuesta de adoptar una “monarquía atemperada” como forma de gobierno de las Provincias Unidas, que tendrían su capital en el Cuzco y cuya corona sería entregada a un descendiente de la “Casa de los Incas”. Por lo tanto es visible que la idea de conformar un Estado con participación indígena era algo que ya flotaba en el ambiente de la época y da sentido al uso de las lenguas indígenas.

Esto no solo demuestra que la intención patriótica fue constituir un país pluricultural entendiendo a los Pueblos Indígenas como parte de la misión independentista, sino que nos anima a reivindicar sus derechos por los que, aún hoy, siguen luchando.

viernes, 10 de julio de 2020

Belgrano, San Martín y Güemes o el fuego sagrado de los incas



Fue uno de los hechos más llamativos de la historia argentina y sobre el cual se vuelve una y otra vez, en especial cuando cada 9 de Julio se conmemora un nuevo aniversario de la Independencia.

Según las distintas fuentes, el general Manuel Belgrano poco antes de reasumir como jefe del Ejército del Norte fue quien propuso al Congreso de Tucumán que se aprestaba a declarar la Independencia, la instauración de una monarquía encabezada por un hombre perteneciente al linaje de los incas, propuesta que contó con el decidido apoyo del general San Martín quien por entonces preparaba el legendario cruce de Los Andes y el general Martín Miguel de Güemes, líder de las fuerzas criollas con asiento en Salta.

En 1814 Belgrano fue enviado a Europa en misión diplomática que tenía entre otros objetivos lograr el reconocimiento de la independencia para las Provincias Unidas de Sud América por parte de las potencias europeas. Realizó distintos sondeos -incluyendo al gobierno inglés- pero sin éxito, al notar que existía en aquellas tierras un fuerte rechazo a las ideas de republicanismos e independencia. Incluso en el Congreso de Viena de aquel año, las monarquías absolutistas discutieron el retorno a las fronteras y las concepciones absolutistas anteriores a la Revolución Francesa de 1789.

Belgrano se convence así de que lo mejor para la supervivencia de la causa americana sería el establecimiento de una monarquía parlamentaria con la participación de los originarios.

Hacia un estado monárquico, parlamentario y originario

Belgrano se dirige al Congreso el 6 de julio de 1816 y explica la situación que se vive en Europa, sosteniendo que la mejor forma de gobierno de esa nación que buscaba su independencia era el de una “una monarquía temperada”, conformada por la Casa de los Incas, despojada de su trono por los españoles 300 años antes.

Ese estado monárquico de origen americano tendría su capital en Cuzco – Q`osko, “el Ombligo del Mundo”- antigua sede del Tawantinsuyu –“los Cuatro Lados del Mundo”, la autodenominación del Estado incaico- y con un Soberano perteneciente a una dinastía de linaje americano, lo cual podría estimular el apoyo de las poblaciones de toda la región andina a la causa de la emancipación.

Se había pensado incluso en quien sería designado para ocupar tal cargo. Por esos días se escuchó en los corrillos del Congreso de Tucumán el nombre de Juan Bautista Tupac Amaru Monjarrás, hermano de José Gabriel Condorcanqui Noguera, más conocido como Túpac Amaru II, líder de la histórica sublevación que en 1780 puso en jaque el dominio español en los Virreinatos del Perú y del Rio de la Plata, en lo que fue una de las más grandes luchas indígenas en Abya Yala.

No fue un obstáculo para esta mención el hecho de que Juan Bautista se encontrara prisionero desde 1783 en una cárcel de Ceuta, una posesión española en el norte de África.

Juan Bautista seguía muy de cerca las luchas por la libertad de los nacientes países a través de las noticias que le traían los cautivos que recalaban en aquella prisión.

El rechazo racista de Buenos Aires

La iniciativa de Belgrano, apoyada por San Martin y Güemes fue finalmente rechazada, muy especialmente por los delegados de Buenos Aires temerosos de la pérdida del poder de la ciudad puerto y peor aún a manos de la ex capital de los incas y de los cuicas, como despectivamente se llamaba por aquellos época a los pueblos originarios andinos.

Pero la historia oficial ha ocultado desde siempre el dato de que el Congreso aprobó esta propuesta por aclamación, aunque por mayoría simple y no por los dos tercios necesarios, debido precisamente al boicot de los diputados porteños.

Buenos Aires logró finalmente sepultar el proyecto en 1817, trasladando el Congreso a la que sería la futura capital de la Argentina, torciendo la voluntad de algunos diputados y reemplazando a aquellos que no querían cambiar la posición original.

En una famosa carta, treinta años después de aquellas sesiones de Tucumán, Tomás Manuel de Anchorena, diputado por Buenos Aires, le relata a Juan Manuel de Rosas la reacción de los representantes porteños ante la iniciativa de Belgrano y el porqué del rechazo, desnudando el profundo desprecio por los pueblos indígenas, a quienes menosprecia e insulta.

A la inversa, el pensamiento de los patriotas que alentaron aquella propuesta de julio de 1816 se basaba en el reencuentro con los pueblos indígenas y en el devolverles su lugar de dignidad en la nueva sociedad que se estaba conformando. El espíritu libertario y revolucionario de esos prohombres de la Patria invocaban permanentemente en sus proclamas, bandos, manifiestos ó artículos periodísticos a las figuras excluyentes de Manco Cápac, Moctezuma, Atahualpa, Lautaro, Caupolicán, mientras que los incas eran vistos como una síntesis no solo a valorar sino a recuperar.

Pero a la postre triunfó –una vez más- la posición de Buenos Aires que paradójicamente tuvo un último gesto con Juan Bautista Túpac Amaru: liberado en 1823 se trasladó a esa ciudad, en donde el gobierno de la provincia le entregó una pensión con la que vivió hasta 1827, cuando muere muy anciano. Está sepultado en una tumba sin nombre en el cementerio de la Recoleta.

Muchas pueden haber sido las causas que generaron esta histórica iniciativa por parte de los patriotas, algunas de las cuales hemos mencionado, pero de lo que no tenemos dudas es que más allá de sus posibilidades ciertas o no de realización, la idea de construir una sociedad con los pueblos indígenas, fue una de las principales razones que también la fundamentaron, en aquellos tiempos en que el espíritu revolucionario aún estaba vivo junto al fuego sagrado de los incas que persistía en seguir encendido.

Por ElOrejiverde

Fuentes
Eduardo Astesano, Juan Bautista de América. El Rey Inca de Belgrano. Castañeda. 1979.
Gabriel Di Meglio, 1816. La verdadera trama de la independencia. Planeta, 2016
Norberto Galasso, Seamos libres, Colihue 2000
Carlos Martínez Sarasola, Nuestros Paisanos los Indios, Del Nuevo Extremo, 2013
Belgrano y el Rey Inca, la idea que pudo cambiar la historia de la Independencia, por Leonardo Castillo
http://www.telam.com.ar/notas/201607/154527-belgrano-y-el-rey-inca-la-idea.html
La Patria grande perdida, por Alberto J. Lapolla
http://www.elhistoriador.com.ar/articulos/independencia/patria_grande_perdida.php
Fecha: 9/7/2020


miércoles, 8 de julio de 2020

Por qué le decimos “La casita de Tucumán” al lugar donde se declaró la Independencia Argemtina

Demolida y vuelta a construir varias veces, a principios del siglo pasado se erigió una singular construcción que dio origen al apelativo. Aquí, la historia del solar donde 29 congresales pusieron la piedra fundacional de la República Argentina. Y el dato curioso de la "segunda capital argentina", que una vez por año deja a Buenos Aires sin ese honor.


La foto histórica tomada por Ángel Paganelli en 1869


Cuando hablamos de San Miguel de Tucumán y el 9 de Julio lo primero que nos viene a la memoria es “La Casita”. Así es como se llama comunmente a la vivienda donde fue declarada nuestra Independencia en aquel lejano 1816; grito de emancipación de una Argentina que aún no existía como la conocemos hoy: éramos “las provincia unidas de Sud América” como la canta nuestro Himno…(y no “del Rio de la Plata”). Veremos un poco, el derrotero histórico de la “Casita” y, de paso, un interrogante: la República Argentina ¿posee una Capital Federal o dos? En algún momento de esta nota, será descifrado el misterio.


Apenas llegamos a San Miguel de Tucumán, los que venimos de otras regiones del país, notamos que es una ciudad muy vivible, de ritmos lentos y tranquilos, donde la vida transcurre con serenidad. La ciudad huele a azahares, es cuna de muchos grandes de nuestra patria, entre ellos la genial Lola Mora, capital del “sánguche de milanesa” y no olvidar sus empanadas. Y ni hablar de la belleza del resto de la provincia, como tan pequeña es, tan descomunalmente hermosa se percibe. Nos ubicamos en la Plaza central de San Miguel, el típico damero: Catedral, Casa de Gobierno, edificios principales la rodean… pero nosotros, desesperados, buscamos “La Casita” por excelencia… sin caer en la cuenta de que todas las viviendas son “casitas de Tucumán” porque estamos en San Miguel de Tucumán… ahí nos despabilamos: lo que en realidad buscamos “La casa Histórica de la Independencia”.

Y cuando llegamos a las puertas del inmueble histórico ¡gran sorpresa! de “Casita” no tiene absolutamente nada; muy por el contrario es un caserón inmenso, con varios patios y muchos ambientes… entonces ¿de dónde viene lo de “Casita”? Paciencia, ya lo veremos…

Les hago una aclaración, como para conocer exhaustivamente el devenir de “la Casita” es necesario un volumen de varias hojas (o varios volúmenes) , esta es solo una pincelada a grandes rasgos, marcando lo más importante.


El monumental "Templete" que contenía al Salón de la Jura.


Julio de 1816. La dueña de la casa se llama Francisca Bazán de Laguna, había nacido en Tucumán en 1740, es decir que era una venerable señora de “familia Noble y Principal” y que contaba con 76 años. Descendía del conquistador español Juan Gregorio Bazán y de Juan Ramírez de Velazco. Se casó con Miguel de Laguna. Y como en aquellas épocas las mujeres debían aportar la dote para su casamiento, la casa fue la dote que el papá de Francisca ofreció a su futuro esposo. Se sitúa su construcción alrededor de 1760. A metros de la Plaza Mayor, nos indica ya algo importante: Su posición social. Para la San Miguel del 1800 debió ser bastante imponente. Su importante entrada flanqueada por columnas salomónicas, con grandes puertas de dos hojas, los muros de casi toda la casa eran de tierra apisonada; sólo el frente, la puerta de entrada, el zaguán y dos porterías había sido construido con ladrillos. Los techos eran de tejas sobre caña hueca y tierra; con un primer patio donde se encontraban los espacios de la familia, un segundo patio para los servicios de la casa (la cocina, el pozo de agua y las letrinas) y un tercero que era la huerta. El frente estaba pintado de blanco y las aperturas eran de madera terminadas con aceite de linaza sin pintar. Como vemos el mantenimiento de la casa, debido a los materiales de la construcción y al clima de San Miguel de Tucumán debía ser constante y bastante oneroso. Por eso con el paso del tiempo se irá deteriorando en su fachada, una y otra vez.

Sigamos; en 1812 luego de la Batalla de Tucumán, el hijo de Francisca, Juan Venancio, se la alquila a las tropas del Ejército del Norte (su padre y marido de Francisca, Don Miguel, ya había fallecido en 1806) y toda la familia, se muda a otra casa de su propiedad. Pero la Casa no fue cedida gratuitamente, repito, fue alquilada.




En 1874 el Ingeniero sueco Federico Stavelius diseñó un frente de estilo neo- renacentista. Se demolió la fachada con sus columnas salomónicas y sólo se conservó el Salón de la Jura.



Al iniciarse el mes de abril de 1815 tuvo lugar el derrocamiento del director supremo Carlos María de Alvear. Inmediatamente se dictó un nuevo Estatuto y se convocó a un Congreso a realizarse en la ciudad de San Miguel de Tucumán. Por diversas circunstancias geopolíticas, se decide ese lugar porque estaba equidistante de todos los puntos de los cuales deberían llegar los congresales, sus objetivos eran: declarar la Independencia y dictar una Constitución para las Provincias Unidas. Pero toda esa parte histórico-política, es harina de otro costal, volvamos a la “Casita”.


Los Congresales irán llegando a la ciudad de San Miguel. Una ciudad de 5000 habitantes, de casas bajas, de las que sólo que sólo asoman, por encima de sus tejados, los campanarios de la iglesias. Se alojaron en casas de familia, y los religiosos seculares o regulares (que eran casi la mitad de los congresales) en los respectivos conventos de cada orden o en la Casa Parroquial. Pero como los arreglos y adecuaciones de la casa para que en ella funcionara el Congreso no se habían terminado (tirar paredes, ampliar salones, etc...) las primeras reuniones se realizaron en la casa del gobernador Bernabé Aráoz, que en abril de 1814 fue nombrado Gobernador de la provincia de Salta del Tucumán, y cuando Tucumán se separó de Salta, fue el primer gobernador titular de Tucumán, provincia que incluía a las actuales Catamarca y Santiago del Estero. Una vez concluidos los arreglos, -que también incluía la pintura del frente, vuelto a pintar de blanco con las aperturas y puerta del frente de celeste- se comenzó a sesionar en ella, pero con aportes de muebles de la familia Aráoz, y los frailes Dominicos y Franciscanos.



En 1902 el presidente Julio A. Roca ordenó demoler el edificio y construir "El Templete", que se inauguró dos años más tarde.



Sus reuniones sucedieron desde el 24 de marzo de 1816 hasta el 16 de enero de 1817, y el 9 de julio de 1816, se firmó el Acta de Declaración de la independencia de las Provincias Unidas del Sud. A instancias de Manuel Belgrano se redactaron copias en Quechua, Aimara y Guaraní. La rubricaron 29 de los 32 congresales.

Al día siguiente se organizó un baile en uno de los patios y luego los festejos continuaron en la casa del gobernador Araoz. Y en uno de esos encuentros, Manuel Belgrano conocerá a Dolores Helguero, con quien tendrá una hija, Dolores.

Los Laguna volverán a su casa por marzo de 1817, alquilando solamente los locales del frente. En 1839 la casa pasó a ser propiedad de María Vicenta del Carmen Zavalía de Zavalía (se casó con su tío), hija de Gertrudis Laguna Bazán y de Pedro Antonio de Zavalía. Estos la reparan de su estado ruinoso, demuelen todas las construcciones del segundo patio y construyen una nueva cocina. En 1861, Gertrudis pide que se le exima del pago de las tasas del impuesto inmobiliario, por ser en el lugar en donde se declaró la Independencia de la Nación. En la época Federal la casa fue pintada de rojo punzó.




En 1869 fue sancionada la ley autorizando al Poder Ejecutivo Nacional a adquirir la casa y hacerse cargo de su conservación y puesta en valor. Ese año, el fotógrafo Ángel Paganelli tomó fotografías del frente en estado ruinoso y del primer patio (con el salón de la jura). Esas imágenes servirán mucho tiempo más adelante para la recuperación de su frente histórico y patios.


La compra se hará efectiva en 1874, con un costo de 25.000 Pesos Fuertes. Se pensaba hacer un museo, pero se escrituró como oficina de Correos y Telégrafos. Para ello debía reformarse el edificio. Por eso entonces sólo se consideraba valioso al Salón de la Jura o Salón Histórico. El Ingeniero sueco Federico Stavelius diseñó un frente de estilo neo- renacentista, se demolió la fachada con sus columnas salomónicas y su puerta de ingreso fue remitida al Complejo Museográfico Provincial “Enrique Udaondo” (popularmente conocido como “el museo de Luján”); sólo es conservado el Salón de la Jura.

Dentro del lujoso "Templete" que ordenó construir Roca, se encontraba el Salón de la Jura de la Independencia. Semejante contraste de opulencia y humildad dio origen al término "Casita de Tucumán"

En 1902, otra vez todo el edificio amenazaba quedar en ruinas. El presidente Julio A. Roca, por medio de un decreto, ordena demoler la casa completa, dejando en pie sólo la sala de la Jura. En 1903 comenzó la demolición y en septiembre de 1904, presidido por el mismo Roca, fueron inauguradas las nuevas instalaciones. Se denominó “El Templete”, obra que fue considerada en esos momentos como una verdadera maravilla arquitectónica, de exquisito gusto y refinamiento europeo (nota: antes de cualquier juicio recordemos que todos somos esclavos de la época en la cual nos toca vivir; solo algunos logran ver más allá de su tiempo). Pero ¿qué guardaba dentro “el Templete”?: el Salón de la Jura. Y acá, damas y caballeros si han sido capaces de seguir todo el derrotero de esta historia llegamos al nudo de la misma, es donde aparece en el imaginario colectivo la famosa “Casita de Tucumán” ¿Por qué? Porque dentro de esta estructura imponente, con inmensos ventanales y vitraux, plagado de molduras, cornisas y pináculos, lleno de placas de bronces en sus muros, totalmente de estilo francés, en cuya explanada de ingreso había dos murales de bronce realizados por la genial escultora tucumana Lola Mora que recordaban el 25 de Mayo de 1810 y del 9 de Julio de 1816 y un balcón que rodeaba todo el edificio y servía como estrado para las autoridades, estaba el viejo “Salón de la Jura”, el cual al ser separado de su entorno natural parecía una simple casita, chiquita, de adobe, con una pequeña puerta central y dos ventanitas, con techos de tejas. Dentro de semejante e imponente alhajero estilo francés, no era ni más ni menos que una humilde y sencilla casita.

Pero los avatares no culminaron. En 1941 la Casa de la Independencia fue declarada Monumento Nacional. Comenzó entonces a debatirse sobre la posibilidad de reconstruirla. Para ello se formó una Comisión integrada por el Dr. Ricardo Levene y el Arquitecto Mario J. Buschiazzo, de la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, el Arquitecto Martín Noel, de la Academia Nacional de la Historia y el Arquitecto Alejandro Figueroa, Director Nacional de Arquitectura. Esa comisión también restaurará a su estado original el Cabildo de la ciudad de Buenos Aires, del que para esa época poco quedaba de su estructura original, el cual había sido mutilado por todos sus lados; y la Santa Casa de Ejercicios Espirituales de la misma ciudad, la cual había sido totalmente italianizada y afrancesada. Buschiazzo contaba con las fotografías de Paganelli y los planos y el relevamiento de la casa realizado en 1870 como documentación. Por lo tanto, se comenzó buscando los cimientos de la primitiva casa y se logró.

Así luce fachada actual de la Casa de Tucumán (Shutterstock)


La casa hoy recrea a aquella que llegó en ruinas a 1870, y es la que fotografió Paganelli. La obra fue realizada por Amilcar Zanetta López, con obreros y artesanos de la DNA con la dirección y supervisión de Buschiazzo. El 24 de Septiembre de 1943, el Presidente Pedro Pablo Ramírez inauguró las obras de reconstrucción total de la Casa y la transformó en museo. ¿Se acuerdan de las puertas originales, las que fueron al Museo de Luján? Pues bien, las mismas fueron devueltas en el año 2007 por el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Ing. Felipe Solá. Ese día concurrieron a la los actos cientos de personas. Estaba el Presidente de la República, Néstor Kirchner, su esposa la actual vicepresidente Cristina Fernández, autoridades nacionales, provinciales y municipales. Ese 9 de julio hizo mucho, mucho frío en San Miguel de Tucumán, ¿Cómo lo sé? Porque participé del acto.

Hoy, a más de 200 años de la declaración de la Independencia, la Casa brilla en todo su esplendor, la “Casita de Tucumán” volvió a tener su tamaño original y a ser la “Casa Histórica de la Independencia”.

¡Ah! ¿Recuerdan que pregunté cuántas capitales tiene nuestro país?, pues tiene dos: La Ciudad Autónoma de Buenos Aires y, desde el año 1991, por decreto nº 81 del Poder Ejecutivo Nacional, cada 9 de julio la ciudad de San Miguel de Tucumán se convierte en capital de la República Argentina.

Por Gerardo Di Fazio Lorenzo (*)
Coordinador de Culto, Dirección Gral. de Relaciones Exteriores y Culto de la Cámara de Diputados.

Fuente: Infobae - 8 de Julio de 2020.







martes, 7 de julio de 2020

Acta de la Independencia, originalmente fue traducida al quechua, al aymará y al guaraní



La Declaración de la Independencia Argentina "originariamente también se tradujo al guaraní, pero no se mandaron las impresiones porque Buenos Aires estaba en conflicto con la zona del litoral y desde esa región no enviaron congresales".

El Acta de Independencia de las Provincias Unidas de Sud-América sancionada en el histórico Congreso de Tucumán en 1816, escrita en idioma español, fue traducida al quechua, aymará y guaraní para divulgarla entre la población criolla y aborigen de la región y sumarlos a la lucha contra la corona española.

«En ese momento los representantes de las provincias unidas tenían conflicto con Artigas, por lo que no hubo contacto entre el congreso y las provincias del Litoral, por lo que no se pudieron enviar los ejemplares traducidos al guaraní a la población de las misiones jesuíticas y al pueblo guaraní«, según testimonia el antropólogo Carlos Martinez Sarasola.

El gobierno «recién entablaba una relación más estrecha con los pueblos aborígenes de La Pampa, Patagonia y Cuyo que hablaban ‘mapuzdungun’ (idioma mapuche)» -indicó el antropólogo y añadió que la Declaración «no fue traducida a esa lengua ni a otras de otros pueblos originarios excepto las ya mencionadas».

No fue el primer caso en que se tradujo un acta o ley al idioma de un pueblo originario. «Hay un antecedente de la Asamblea del Año XIII, que aprobó la Ley de Abolición de la esclavitud, la mita y el yanaconazgo, y esa ley se tradujo al quechua como forma de difundirla a los pueblos indígenas del norte, teniendo en cuenta también que en el Virreinato del Perú había un gran asentamiento de la colonia y de criollos, y Buenos Aires tenía influencia en toda esta zona», explicó en su momento Carlos Martinez Sarasola.

«San Martín llevó la declaración de la independencia a Perú e hizo una proclama en 1829, que los independentistas de ese país la tradujeron al quechua. En esos primeros momentos se intentaba plasmar la preexistencia y la convivencia con los pueblos originarios».

Las actas se redactaron a dos columnas, en castellano y en lengua indígena, y se publicaron por primera vez en dos periódicos porteños, la Gazeta de Buenos Aires, el 17 de agosto de 1816, y en El Redactor del Congreso, seis días después.

Fuente: Agencia Telam (Año 2.015)



domingo, 8 de julio de 2018

La patria nació en quechua y aymará





En 1816 las Actas de la Independencia también se escribieron en lenguas indígenas. Los congresales de Tucumán respetaron así el espíritu de los primeros patriotas, que desde antes de 1810 buscaron formas de convivencia con los pueblos originarios.

El espíritu indigenista de la Revolución de Mayo sobrevoló por aquellos días de julio de 1816 en Tucumán cuando el Congreso de las “Provincias Unidas en Sud-América” declaró la “emancipación solemne del poder despótico de los reyes de España”.


Uno de los más activos participantes del Congreso, Manuel Belgrano, tuvo una acción decidida en la sesión secreta del 6 de julio: continuando con la defensa de los indígenas iniciada en 1810, propuso una forma de gobierno en la que se tuviera en cuenta a los herederos de los incas, por la “justicia que en sí envuelve la restitución de esta Casa, tan inicuamente despojada del trono por una sangrienta revolución que se evitaría para en lo sucesivo con esta declaración y el entusiasmo general de que se poseerían los habitantes del interior con sola la noticia de un paso para ellos tan lisonjero”.

Esta propuesta, sumada a un ideario que se manifestaba incluso aún un poco antes de los sucesos de Mayo de 1810 - desde las Invasiones Inglesas, cuando las comunidades indígenas de las pampas ofrecieron sus servicios al Cabildo para luchar contra “los colorados”- alimentaron el proyecto de estimular la simpatía de los originarios por la causa independentista, y a instancias de algunos diputados, las actas del 9 de julio fueron traducidas a las lenguas quechua, aymará y guaraní con la correspondiente fórmula de juramento que debían prestar todos los habitantes de la nueva nación..


Fue así como el Congreso, en la sesión del 29 de julio decidió la impresión de 3000 ejemplares del Acta de la Independencia, 1500 en castellano, 1000 en quechua y 500 en aymará. Las impresiones se realizaron en Buenos Aires en dos columnas, castellano y lengua aborigen correspondiente, de acuerdo con los modelos que el propio Congreso remitió, con la recomendación de que “sin el más exacto y escrupuloso cuidado de los impresores o con la menor variación se causa un defecto muy notable a ílas citadas versiones”.

A último momento se canceló la confección de las copias correspondientes en lengua guaraní debido a la ausencia de las provincias del Litoral en las sesiones del Congreso de Tucumán.

Si bien no conocemos bien cuál fue la repercusión que tuvo la famosa Acta entre las comunidades indígenas, lo que si nos parece digno de destacar es la continuidad de una política que los primeros patriotas tuvieron siempre presente: la de convivir con los pueblos indígenas.

Fuente: El Orejiverde - 8 de Julio de 2018


domingo, 3 de julio de 2016

Pueblos Originarios: apoyaron la Independencia pero luego fueron negados y perseguidos


LOS PUEBLOS ORIGINARIOS, HABITANTES PREEXISTENTES AL PRIMER POBLAMIENTO EUROPEO Y ORGANIZACIÓN ESTATAL, FUERON PARTE IMPORTANTE DEL PROCESO QUE HACE 200 AÑOS LLEVÓ A LA ARGENTINA A SU DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA, Y A PESAR DE HABER SIDO RECONOCIDOS Y RESPETADOS POR LOS PRÓCERES DE AQUELLA GESTA, DURANTE LOS PRIMEROS AÑOS DE LA NUEVA NACIÓN PASARON A SER VÍCTIMAS DE PERSECUCIÓN, QUE ALGUNOS HISTORIADORES CALIFICARON DE GENOCIDIO, Y EL DESPOJO DE SUS TIERRAS.

Los pueblos originarios, habitantes preexistentes al primer poblamiento europeo y organización estatal, fueron parte importante del proceso que hace 200 años llevó a la Argentina a su declaración de Independencia, y a pesar de haber sido reconocidos y respetados por los próceres de aquella gesta, durante los primeros años de la nueva Nación pasaron a ser víctimas de persecución, que algunos historiadores calificaron de genocidio, y el despojo de sus tierras.

Se trata de decenas de etnias que habitan desde hace siglos el actual territorio nacional, aún en las regiones de duras condiciones geográficas y climáticas como el Altiplano y la Patagonia austral, y que a principios del siglo XIX coexistieron y hasta colaboraron con los criollos en el proceso liberador de España.

Esta historia se plasmó en la Declaración de Independencia del 9 de julio de 1816, impresa en numerosos ejemplares bilingües, que fueron distribuidos en español -en la columna izquierda- y quechua -en la derecha- o en aymara.

El Congreso de Tucumán también encargó una traducción al guaraní, pueblo de amplia presencia en el norte argentino y Paraguay, pero no llegó a imprimirse oficialmente.

“Durante el siglo XIX hubo algunos períodos distintivos a tener en cuenta, como el lapso entre 1810 y 1820, cuando los primeros patriotas y los grandes personajes de la Independencia, como Moreno, Castelli, Belgrano, San Martín, Artigas y Güemes, pensaron un país con los pueblos indígenas”, destacó a Télam el antropólogo Carlos Martínez Sarasola.

Sarasola, uno de los principales investigadores de la cuestión indígena en el país, autor de numerosos y diversos libros sobre la temática, agregó que “a partir de 1820 comenzó a revertirse con políticas estatales encaminadas al genocidio. Salvo excepciones como la de Juan Manuel de Rosas, en algunos momentos, y períodos en los que se buscó una articulación entre criollos e indígenas con tratados y acuerdos circunstanciales”.


Es muy conocida por una profusa bibliografía y documentación la propuesta presentada en el Congreso de Tucumán por Manuel Belgrano, en sintonía con José de San Martín y con Martín Miguel de Güemes, de adoptar una “monarquía atemperada”, parlamentaria, como forma de gobierno de las Provincias Unidas.

Este imperio, inspirado en el Inca, tendría su capital en el Cuzco y la corona sería entregada a un descendiente de la “casa de los Incas”, posiblemente a Juan Bautista Túpac Amaru, el anciano hermano menor de José Gabriel Túpac Amaru, líder del levantamiento de 1780, considerado una leyenda en la lucha de emancipación de España.

El abogado Darío Rodríguez Duch, histórico defensor de habitantes mapuches de territorios ancestrales de Río Negro y Chubut en juicios contra desalojos impulsados por terratenientes, recordó que en la guerra de la independencia los pueblos originarios “también tuvieron un rol activo en favor de los revolucionarios”.

“Entre los gauchos de Güemes y los que lucharon junto a Belgrano hubo muchos indígenas. Incluso San Martín, cuando estaba a punto de cruzar los Andes, se reunió con los lonkos (jefes) mapuches en Mendoza y los consultó para pasar por su territorio rumbo a Chile. Los líderes indígenas debatieron en un consejo de lonkos, lo autorizaron e hicieron de guías”, relató.

Sin embargo esta afinidad de originarios y criollos no había tenido representación personal en el Congreso de 1816. Ninguno de los congresales y representantes que firmaron la Declaración fue de origen indígena. Ni siquiera entre los enviados de la provincia de Charcas, con pueblos originarios entre sus habitantes, o zonas del Alto Perú con predominio de chichas y mizque.

El cambio de visión política ante los originarios en la construcción de la Nación se profundizó a mediados del siglo XIX y tiene su punto de inflexión en la campaña militar a la Patagonia, definida como Conquista del Desierto, entre 1878 y 1885, comandada por el general Julio A. Roca.

En su libro "La Argentina de los caciques. O el país que no fue", Sarasola sostuvo que los grandes líderes indígenas de la región pampeana y la patagónica “hasta último momento y más allá de las violencias de la época, intentaron coexistir y convivir con la nueva sociedad en formación, en la medida en que fueran respetados sus derechos. Pero el plan de Roca y de la generación del ’80, que repensó a la Argentina y culminó con la toma de sus territorios, terminó definitivamente con aquella posibilidad”.

Investigadores como Sarasola, Walter del Río (Universidad Nacional de Río Negro) y Osvaldo Bayer, entre otros, coincidieron en definir esa campaña como un genocidio, porque además de los crímenes en combate y ejecuciones, generó campos de concentración y muerte para miles de familias completas, y destierros de hombres, mujeres y niños a Buenos Aires y otros lugares donde eran entregados como esclavos.

Sarasola también recordó que decenas de originarios, entre ellos algunos jefes y sus familias, fueron entregados al explorador y creador del Museo de Ciencias Naturales de La Plata, donde fueron exhibidos en forma humillante, despojados de su cultura y terminaron muriendo.

“Durante el siglo XIX hubo algunos períodos distintivos a tener en cuenta, como el lapso entre 1810 y 1820, cuando los primeros patriotas y los grandes personajes de la Independencia, como Moreno, Castelli, Belgrano, San Martín, Artigas y Güemes, pensaron un país con los pueblos indígenas”, Carlos Martínez Sarasola, antropólogo.

El investigador explicó que todas estas acciones buscaron quitarles las tierras, la negación de su condición de pobladores anteriores al Estado nacional y la invisibilización de sus culturas.
Investigadores y organizaciones afines a la temática coincidieron en que este proceso de negación comenzó a revertirse recién en los años 80 del siglo pasado, en sintonía con los cambios políticos producidos en toda América latina.
Sarasola señaló que “el gran punto de inflexión fue en 1992, con el quinto centenario (de la llegada de Colón a América), cuando hubo un ‘ponerse de pie’ indígena que continúa con la defensa de la conquista de derechos, el fortalecimiento identitario a través de sus cosmovisiones y espiritualidad”.

Darío Rodríguez Duch, especialista en temas de derecho de los pueblos originarios, precisó que esta nueva época para estos pobladores “tuvo un hito que fue la Constitución Nacional de 1994, que en su artículo 75 inciso 17, reconoció la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos”.

“Fue el único artículo aprobado por unanimidad y aclamación. Además de emocionante fue una revolución a nivel latinoamericano y mundial”, afirmó, y agregó que en 1989 “hubo otro avance fundamental: la adhesión al Convenio 169 de la OIT (sobre sobre pueblos indígenas y tribales), que el país ratificó por ley nacional”.

Estas normas cambiaron la suerte de los indígenas que luchaban en los tribunales contra expulsiones ilegítimas e ilegales, y luego surgieron otras -nacionales, provinciales y municipales- que iniciaron un proceso reparador en cuanto a derechos, respeto a su cosmovisión y culturas ancestrales y recuperación territorial.

Todos reconocen a este proceso como muy destacado en Argentina, aunque lento en relación a los intereses vitales vinculados a las necesidades sociales y defensa de los derechos humanos que promueven las organizaciones indigenistas.

Escrito: Daniel Lorenzo para Agencia Telam el 3 de Julio de 2.016