Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

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domingo, 6 de septiembre de 2020

Matias Abucú, el granadero artiguista



La reconstrucción del proceso revolucionario y emancipador en Misiones se ha centrado, en los últimos años, en la figura de Andrés Guacurarí, indiscutido líder del pueblo guaraní en armas. Si bien esta preponderancia por el estudio, la difusión y el reconocimiento hacia Andresito se justifican por el estado embrionario en que se encuentra el rescate de aquel pasado, también resulta oportuno avanzar sobre otros personajes de la gesta libertaria. Esto, por un doble motivo. Primero, por una cuestión metodológica básica, la historia es obra de los hombres (y mujeres, obvio) y no de un hombre en solitario, por más trascendente que sea su obra. Segundo, porque el rescate de las trayectorias de vida de quienes acompañaron a Andresito sirven para contextualizar el proceso en estudio y, en última instancia, aportar nuevos elementos para la propia vida de nuestro máximo prócer provincial.

Es en este marco que pretendemos reseñar la vida de un personaje de gran importancia para la Misiones revolucionaria del siglo XIX, la del comandante Matías Abucú. Tan trascendente como desconocido, Abucú fue protagonista de toda la década de 1810, durante la cual desempeñó diversas tareas como jefe de las milicias misioneras.

Del origen a San Martín

Nacido en el pueblo de Apóstoles, Abucú se transformó en una personalidad importante desde antes del estallido revolucionario, ya que integró el Cabildo de 1804 como Regidor Primero, lo que demuestra su ascendiente en la zona. Al producirse las novedades de la destitución del virrey Cisneros y de la conformación de la Junta, Misiones se constituyó en la primera provincia del Río de la Plata en reconocer al nuevo gobierno y en plegarse al movimiento. Esto colocó al territorio provincial en una situación de inestabilidad política y agitación social.

Una de las primeras medidas en el ámbito local fue la conformación y organización de las milicias locales, las mismas que habían sido menospreciadas por Manuel Belgrano y que, en breve, demostrarían toda su valía en lucha contra los paraguayos, los lusobrasileños y los directoriales. En los departamentos que aún permanecían en manos misioneras (Concepción y Yapeyú), se pusieron en marcha la movilización de los nativos para la defensa de la revolución.

En el primero de estos departamentos, se aglutinaron unos 300 “naturales que solos y a su propio costo desean acreditar su patriotismo”, tal la información del subdelegado Celedonio del Castillo. Este contingente, integrado por Abucú y por el corregidor de Concepción, Ignacio Mbaibé, entre otros, tenía una absoluta carencia de armas y recursos, por lo que del Castillo se vio obligado a mantenerlo con un número reducido de miembros, pese al fervor con que los guaraníes pretendían sostener la lucha.

En 1812 la llegada de un grupo de oficiales desde Europa, favoreció la reanudación de las actividades bélicas, luego del retroceso y la serie de acuerdos asignados por el Primer Triunvirato. Uno de estos oficiales era el misionero José de San Martín, a quien se le encomendó la conformación de un regimiento de caballería. El flamante cuerpo sería integrado por los hijos del país, para lo cual se convocó a las provincias a aportar hombres. En el caso de Misiones, San Martín solicitó 300 “de sus connaturales” para ser incorporados al regimiento.

El 30 de enero de 1813 el contingente, finalmente integrado por 283 nativos, partió desde San José rumbo a Buenos Aires. Era conducido por el capitán Antonio Morales, por el teniente Abucú y los alféreces Miguel Aybí, Andrés Guayaré y Juan de Dios Abayá. En el mes de mayo arribaron a la capital, en donde tuvieron “…el honor de conocer a Vuestra Señoría (por San Martín) y saber que es nuestro paisano”. Los cinco conductores permanecieron hasta noviembre en Buenos Aires, para regresar a la provincia luego de haber recibido, como recompensa por su misión, el uniforme de Granadero.

En la lucha revolucionaria

Cuando en 1815 Andrés Guacurarí y Artigas es designado Comandante General de las Misiones, el pueblo guaraní se movilizó en masa para ponerse al servicio del jefe que los llevaría a escribir una de las páginas más fantásticas de nuestra historia. Entre ellos, obviamente, se encontraba Abucú, que tendrá destacada actuación en el principal hecho de armas de la época: la batalla de Apóstoles del 2 de julio de 1817.

En aquella victoria misionera frente a los invasores portugueses, el capitán Abucú, en defensa de su terruño natal, habría vestido el uniforme de Granadero a Caballo que le regalara San Martín años antes.

Luego de esta acción, Abucú continuará al servicio de Andresito y, con posterioridad a su caída, lo hará a las órdenes de José Artigas. De hecho, Abucú conducirá un cuerpo de dragones en el período de disputa entre Artigas y Francisco Ramírez, en donde los misioneros se dividirán entre los que se mantengan fieles al Protector de los Pueblos Libres y aquellos que se sumen al Supremo Entrerriano. Abucú, junto a sus dragones, permanecerán junto a Artigas hasta la derrota de éste en la batalla de Asunción del Cambay (15 de agosto de 1820) y su posterior exilio al Paraguay.

Fuentes:

Camogli, Pablo, Andresito. Historia de un pueblo en armas, Aguilar, Buenos Aires, 2006.

Machón, Jorge, “Un oficial misionero guaraní: Matías Abucú”, en 20° Encuentro de Geohistoria Regional, Resistencia, 2000.

Machón, Jorge y Cantero, Daniel, Andrés Guacurarí y Artigas, Misiones, edición de los autores, 2006.

Imágen: Escultura de Enrique "Kike" Yorg

Publicado en: Misiones Tiene Historia.

Video: Misiones Tiene Historia

http://www.misionestienehistoria.com.ar/matías-abucú-el-granadero-de-andresito

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jueves, 3 de septiembre de 2020

La población misionera tras la expulsión de los jesuitas


Las identidades de los pueblos abundan en mitos en torno a un pasado más o menos remoto que, al no poder ser plenamente explicado, es cargado con fantasías. Estas a veces se sustentan en hechos reales, pero en ocasiones son meras fabulaciones. Un claro ejemplo de ello es la idea de que, tras la expulsión de los jesuitas, los guaraníes que vivían en las reducciones retornaron a la selva. Concatenado con ésta se encuentra otro mito: el del espacio vacío, configurando así una auténtica matriz explicativa según la cual en el siglo XIX los indígenas habrían retornado al “salvajismo” y, por ello, el aluvión migratorio de fines del siglo XIX se habría encontrado con una selva despoblada, generando una identidad nueva centrada en la figura del pionero como “agente civilizador”. A lo largo del siglo XX, a medida que se fue avanzando en el conocimiento del pasado misionero, esas suposiciones fueron gradualmente refutadas aunque siguen operando en el imaginario colectivo.

Hoy sabemos que los Mbya que hoy habitan Misiones no son descendientes de los antiguos guaraníes misioneros, sino de los denominados Cainguá o Monteses. Es decir, pueblos que habían evitado cualquier contacto con las sociedades coloniales y nacionales mientras eso fue posible. ¿Qué pasó entonces con los antiguos pobladores de las Misiones?

En primero lugar, se produjo un brusco descenso demográfico en el medio siglo que siguió a la expulsión de la Compañía de Jesús: de los 106.554 habitantes que tenía Misiones en 1768 quedaban tan solo 38.430 al momento de estallar la revolución en 1810. Las causas de este fenómeno son múltiples. En principio, las tasas de mortalidad se volvieron más altas debido a que las condiciones de salubridad se tornaron más precarias, al tiempo que la alimentación se redujo. Es que la nueva administración utilizó extensivamente la mano de obra en la explotación de productos comercializables, sobre todo la yerba mate, desatendiendo los cultivos que sustentaban a las comunidades. Al hambre se le sumaron las frecuentes epidemias, que ya en tiempos de los jesuitas hacían que la población tuviera fluctuaciones importantes.

Sin embargo, la principal causa de la disminución de la población no era el incremento de la tasa de mortalidad sino un saldo migratorio fuertemente negativo. Muchos guaraníes simplemente abandonaban los pueblos pero no para encaminarse hacia la selva, sino para dirigirse a las jurisdicciones circunvecinas: Paraguay, Corrientes, Rio Grande do Sul, la Banda Oriental, incluso Buenos Aires y Santa Fe tuvieron una creciente presencia de migrantes misioneros. Pocas imágenes reflejan esta situación de manera tan clara como los dos mapas que ilustran el presente artículo, tomados del Atlas Histórico del Nordeste confeccionado por Ernesto Maeder y Ramón Gutiérrez. En ellos, cada punto representa un número de doscientos habitantes. Muchos de los puntos ausentes en Misiones en 1810 son precisamente los que aparecen en los distritos aledaños casi despoblados en años anteriores. Es que la decadencia misionera y el crecimiento del Litoral rioplatense son dos caras del mismo proceso histórico que signó el momento tardocolonial.

Los guaraníes que eran diestros en algún oficio artesanal tenían fácil inserción laboral en las ciudades, y alcanzaban condiciones de vida mucho más holgadas que las que podían tener en sus pueblos de origen. Los músicos misioneros, por ejemplo, tenían una alta consideración. Tan importante era su aporte que en ocasiones los mismos Cabildos de las ciudades intercedían para que no se los enviara de vuelta a sus pueblos cuando las autoridades de Misiones lo requerían. En 1802 el propio fiscal Villota intercedió en Buenos Aires para que se les permitiera a los guaraníes permanecer en la ciudad. Quienes no tuvieran formación específica en ningún oficio igualmente tenían a su disposición una oferta laboral amplia en las estancias aledañas. El peón guaraní era tan valorado que, muchas veces, su presencia era ocultada por los patrones para no tener que devolverlos a Misiones.

En la Memoria Histórica que escribió en 1785, Gonzalo Doblas nos dejó una interesante información: “Muchos de los prófugos de los pueblos permanecen en esta provincia de Misiones, pasando de unos pueblos a otros, ocultos en las chácaras de los mismos indios”. Es decir que muchos guaraníes, solos o con sus familias, no eran contabilizados en los registros oficiales por el sencillo hecho de que no vivían en los pueblos, sino en las zonas rurales. Muchos se concentraron en los extensos campos orientales, entre Río Grande y Montevideo, sin salir de hecho de Misiones ya que toda esa zona pertenecía a las estancias de los pueblos, sobre todo a la de Yapeyú. Numerosas familias llevaron adelante una economía campesina, al tiempo que muchos hombres formaban parte de las partidas de contrabandistas de ganado y cuatreros que se movían libremente en la frontera. Entre estos se encontraba incluso el propio Andrés Guacurarí, quien siendo adolescente se integró al entorno de José Artigas.

El descenso demográfico, a primera vista catastrófico, tal vez no lo fue tanto. No significó necesariamente la desaparición del guaraní misionero sino más bien su transformación. Mestizaje mediante, se dio un complejo proceso de construcción de nuevas identidades en toda la región, en el que el aporte indígena fue fundamental, mezclándose e interactuando con sectores europeos y africanos. Como bien lo expresara Lucía Gálvez, “no tenemos más que mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de que muchos hemos heredado el color moreno o lo ojos almendrados de nuestros lejanos abuelos indígenas, a quienes tantas veces ignoramos”.

Por Mgtr. Oscar Daniel Cantero, especial para Misiones Tiene Historia.

domingo, 24 de mayo de 2020

La Revolución de Mayo en Misiones



Por el Lic. Oscar Daniel Cantero, docente del Profesorado en Historia, publicado en “SIGNO. Comunicación Católica” Nº 155 Mayo 2019 Año XVI.

“ASAMBLEA DE CANDELARIA” (8 DE JULIO DE 1810). ARTISTA: GERÓNIMO RODRÍGUEZ . TÉCNICA: ACRÍLICO – AÑO 1986 . PATRIMONIO DEL ISARM

La Edad Contemporánea, la época que nos tocó vivir, se inició de manera violenta y, en términos históricos, de forma rápida, a partir de una serie de grandes cambios que se operaron en tan solo una o dos generaciones. Es lo que Eric Hobsbawn denominó “la era de las revoluciones”: a la “doble revolución”, Industrial y Francesa, que dieron origen, respectivamente, al orden político republicano y al sistema capitalista que caracterizan a nuestro tiempo, se le suman en el caso americano las revoluciones de independencia, que forjaron las naciones de nuestro continente. En poco más de cincuenta años, el mundo cambió de forma irreversible.

Generación tras generación, los argentinos afirmamos que con la Revolución de 1810 “nació la Patria”. Más allá de la discusión en torno a qué Patria fue la que nació, y si nuestro país es o no lo que soñaron los primeros precursores, existe un claro consenso en que se trató de uno de los hechos más trascendentales de nuestra historia. Igualmente, pese a los ríos de tinta que corrieron respecto al tema, resulta difícil separar los hechos históricos de las construcciones de sentido elaboradas a partir de discursos a veces más emotivos que científicos, más interesadas en construir determinada identidad nacional que en reconstruir el pasado buscando explicaciones respecto al presente, y no solo ejemplos a seguir.

La revolución no fue solo lo que pasó la semana de mayo, sino más bien el proceso que se inició a partir esa fecha, el cual fue complejo y contradictorio, y se prolongó a lo largo de toda la segunda década del siglo XIX. Involucró no solo a los criollos de Buenos Aires, sino que a medida que se fue profundizando, también sumó a mestizos, negros e indígenas. Aunque la elite dirigente porteña inicialmente buscó el apoyo de estos sectores sin pretender necesariamente un cambio social profundo, pronto los sectores populares generaron sus propios programas políticos que no necesariamente fueron coincidentes con los de la nueva elite dirigente.

Frente a ese escenario, la actitud de los misioneros de entonces (en su gran mayoría guaraníes descendientes de quienes habían pasado por la experiencia de la evangelización jesuítica), también tuvo avances, retrocesos y ambigüedades. El gobernador Tomás de Rocamora había asumido recientemente el cargo, y tras arribar a Yapeyú, se encontró con la novedad de que el virrey Baltazar Hidalgo de Cisneros había sido depuesto y reemplazado por una Junta de Gobierno. Aunque esta se reconocía fiel al rey Fernando VII, prisionero de Napoleón, era evidente que el cambio significaba un empoderamiento de los sectores criollos, y abría la clara posibilidad de una futura emancipación. Rocamora, tal vez por su condición de criollo, apoyó de manera inmediata a la Junta. El gobernador intendente de Paraguay, Bernardo de Velasco, un español peninsular, no reconocería la legitimidad del nuevo gobierno y juraría fidelidad al Consejo de Regencia conformado en España. Esto puso a Misiones en una delicada posición.

Para consolidar la posición asumida, Rocamora buscó el apoyo de los líderes guaraníes y otras autoridades locales de los pueblos del Paraná. Con ese fin, el 8 de julio de 1810 se realizó una reunión de funcionarios del departamento Candelaria que manifestó su plena adhesión a la Junta de Gobierno de Buenos Aires. Aunque tradicionalmente se considera este hecho como la incorporación de Misiones a la causa de mayo, la posición lejos estaba de ser firme. En agosto de ese mismo año, es decir, tan solo un mes después, los mismos funcionarios volvieron a realizar una reunión similar, esta vez por pedido de Velasco, y procedieron a jurar fidelidad al Consejo de Regencia, es decir, rectificaban lo decidido antes.

La campaña de Belgrano, que pasó por Misiones en diciembre de 1810 y su posterior derrota, marcaron nuevos y vertiginosos cambios en la situación de Misiones. Los guaraníes, en estas circunstancias, se adaptaron a los cambios sin manifestar un posicionamiento firme respecto a la revolución, ni a favor ni en contra. No es que no comprendieran los cambios que se estaban operando. Sencillamente no sentían que fuera su revolución. Eso cambió radicalmente a partir de 1811, cuando comenzó a configurarse el artiguismo como proyecto alternativo de organización nacional. El principio de libre determinación de los pueblos, la igualdad práctica y el confederacionismo fueron considerados como banderas por las que valía la pena luchar, y explican el entusiasmo y la temeridad con que los guaraníes se involucrarían en los conflictos del Litoral en los años siguientes. Esto marcaría, también, el paso de una revolución meramente política a un proceso de carácter social que, aunque incompleto, marcó un cambio irreversible y generó a largo plazo el país que hoy conocemos.

Lic. Oscar Daniel Cantero

Fuente: Instituto Superior de Estudios Superiores "Antonio Ruíz de Montoya"

https://infomontoya.isparm.edu.ar/noticia/1780-la-revolucion-de-mayo-en-misiones

Docente del Profesorado de Historia del ISARM