Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

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sábado, 20 de noviembre de 2021

Los indígenas en las Invasiones Inglesas y las Malvinas



Pampas, Ranqueles y Tehuelches dispuestos a defender la patria.

Cuando se acerca el 180 aniversario de la ocupación de las Islas Malvinas por Inglaterra y cumpliéndose algo más de los dos siglos de las Invasiones Inglesas al Río de la Plata, cabe recordar unos episodios acaecidos inmediatamente después de la Reconquista, que injustamente no figuran en los textos escolares de Historia Argentina.

Dichos episodios fueron rescatados en 1934 por el doctor Wellington F. Zerda, en un libro de 93 páginas con el título de “Los indios y las invasiones inglesas” que para este breve artículo he modificado ligeramente para incorporar la cuestión de las Malvinas y para utilizar el término indígena (el que tiene los genes del lugar), más apropiado que el de indio que tiene que ver con la India. En el libro de Zerda se sintetiza y comenta lo siguiente.

Hubo algo más, aparte del batallón “Naturales”, compuesto por cuatro compañías de 60 hombres cada una, sumando un total de 240 soldados aborígenes, cantidad de relevancia si tenemos en cuenta que por ejemplo los “Montañeses” contaban con 200 efectivos y los “Húsares de Pueyrredón” con 204, lo cual es ampliamente conocido.

Felipe y Catetmilla y la representación aborigen:

Lo que es ampliamente ignorado es que el 17 de agosto de 1806, a los escasos cinco días de la Reconquista, se presentó en el Cabildo de Buenos Aires un indígena pampa llamado Felipe, en compañía de Manuel Martín de la Calleja, quien ofició de intérprete. El aborigen expuso que venía en representación de 16 caciques pampas y tehuelches, manifestando: “…que estaban prontos a franquear gente, caballos y cuantos auxilios dependiesen de su arbitrio para que ese I.C. (insigne cabildo) echase mano de ellos contra los colorados (ingleses), cuyo nombre dio a los ingleses…” y “…que tendrían mucho gusto que se les ocupase contra hombres tan malos como los colorados…”.
El 15 de septiembre de 1806, el Cacique Catetmilla junto con el ya nombrado intérprete o lenguaraz, y con Felipe a su lado, ratificó el ofrecimiento de gente y caballos en nombre de 16 caciques pampas para proteger a los cristianos contra los ”colorados” y que habían hecho la paz con los ranqueles para enfrentar juntos a los “colorados”…

A fines de diciembre de 1806 se insistió en ofrecer al Cabildo un total de 20.000 guerreros y 100.000 caballos (acta del 22 de diciembre) ocasión en la que ingresaron en la Sala Capitular 10 caciques pampas, insatisfechos de que no se les hubiera utilizado, informando que cada uno de sus guerreros contaba con cinco caballos y manifestando: “…queremos ser los primeros en embestir a esos colorados que parece que aún os quieren incomodar…”.

El turno de Epugner, Errepuento y Turruñamquii:

El 29 de diciembre se apersonaron los caciques pampas: Epugner; Errepuento y Turruñamquii representando a los caciques capitanes pampas Chuli Laguini; Paylaguan; Catetmilla; Negro; Marciuus; Lorenzo; Guaycolam; Peñascal; Luna, y Quintuy.
El cacique Epugner ofreció 2862 lanzas”…gente de guerra bien armada de chuza, espada, bolas y honda…”. Los otros, Errepuento y Turruñamquii tenían dispuestos 7000 hombres, que estaban apostados en Tapalquen, bien armados como los anteriores. Justo es de señalar que ninguno de estos ofrecimientos fue hecho a cambio de algún tipo de demanda o pedido de retribución.

Estos gestos aliviaron a las autoridades que esperaban una segunda invasión, La que se concretó con éxito en la Banda Oriental, como primer paso, y que después fracasó en Buenos Aires, ciudad que le impuso al invasor como condición de rendición, que abandonasen Montevideo y el resto la Banda Oriental que tenían bajo su dominio. Pero antes de ello, las autoridades (ya en semi rebeldía puesto que habían defenestrado a su Virrey), no sabían por dónde podrían llegar a desembarcar los “colorados” y la extensas costas Atlánticas del Virreinato estaban totalmente desprotegidas, a excepción de Carmen de Patagones. La oferta de colaboración de los pueblos originarios cuidaba las espaldas de la Ciudad, no sólo por la vigilancia que efectuarían en todo el litoral oceánico, sino que también por su disposición de enfrentar a los “colorados”, contando con fuerzas suficientes para ello, y con la ventaja de ser conocedores del territorio patagónico.

Es tiempo de un homenaje:

Cabe algún homenaje oficial, aunque tardío, a estos hombres corajudos, en sus descendiente, hoy mayoritariamente en mestizaje, de reconocimiento por la gesta de sus antecesores, quienes quisieron luchar en contra de los “colorados” en 1806, y que mestizados criollos, cruzaron Los Andes libertando medio Continente; que después de cruentas guerras civiles, organizaron la Nación y abrieron sus puertas a la inmigración que llegaba paupérrima, no produciéndose los rechazos con la magnitud que se manifestó en otras latitudes, (aparentemente más civilizadas) rechazo que hoy sufren ellos por parte de muchos nietos de los que “vinieron de los barcos”, quienes si vivieran en Europa serían hoy “sudacas”.

Hoy sufren nuestros aborígenes de un insano racismo a pesar de ser la base histórico social y fundadora del país, presentes mayoritariamente dentro de las clases más pobres de nuestra sociedad, y que hacen más viable la Integración americana (a la que entre otros, aspiraban Simón Bolívar, José Gervasio de Artigas y José Francisco de San Martín) ya que constituyen socialmente un puente natural con el resto de nuestra la América mestiza y morena, blanca y negra, a la que pertenecemos.

A pesar de la frívola afirmación de algunos “periodistas” quienes pontifican que "los argentinos venimos de los barcos” ya que los argentinos también venimos de la tierra, de la “Pacha Mama”, y de los que sí vinieron de los barcos como esclavos, y de los criollos, de los “cabecitas negras”, quienes juntos y en gran mezcla social, con la descendencia inmigratoria, unidos, debiéramos decidirnos de una buena vez a ser Americanos del Sur, asumiendo nuestra real identidad.

Debiéramos aceptar que transcurridos los tiempos desde la sanción del Día de la Raza, el 12 de Octubre, (día que siguen conmemorando algunos de nuestros países hermanos siguiendo la inspiración de don Hipólito Yrigoyen), que en la Argentina se ha revertido en “Día de la Diversidad”, que se tendría que revisar el tema en toda América actualizando la intención que compartimos, ya que se ha tornado indiscutible el hecho que raza hay una sola, que es la humana, y que no caben festejos, aunque sí conmemoraciones, ya que somos la resultante de todo lo bueno y de todo lo malo de nuestra historia, y como afirmaba un Santo: “…lo que no se asume, no se redime…”.

Por lo cual, somos lo que somos y “a mucha honra”, proponemos una idea que consideramos superadora: que el 12 de Octubre se transforme en el Día de la Patria Grande, ya que ella también es fuente integradora de la diversidad, y proclamemos un justo reconocimiento a “…nuestros paisanos los indios…”, según la conocida proclama del general San Martín. Y en este 180 aniversario de la usurpación de las Malvinas no podemos olvidar que del total de los ocho hombres, incluido su líder, “el gaucho” Antonio Rivero, más de la mitad, cinco, fueron aborígenes.

Juan Carlos Espeche Gil

Fuente: Revisionismo Històrico Argentino 

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sábado, 22 de agosto de 2020

19 de Agosto de 1882 Batalla de Cochicó: la última victoria ranquelina.




La batalla de Cochicó fue un enfrentamiento que tuvo lugar a finales del siglo XIX,​ en la llamada Conquista del Desierto, donde el general Julio Argentino Roca y sus soldados lograron llevar la línea de combate hacia el sur del territorio de La Pampa Central. La escaramuza producida el 19 de agosto de 1882 es una de las más emblemáticas en la actualidad y tuvo lugar cerca de la localidad de Puelén, ​ próxima a la entonces recién fundada Victorica, territorio que ya había sido conquistado por el Gobierno Nacional.

La Batalla de Cochicó es en sí misma una historia contada por sus propios autores. 
En el año 1914, un periodista entrevistó al cacique Gregorio Yancamil, quien narró los detalles de aquella batalla.
Existen dos versiones sobre los hechos ocurridos, la historia oficial del Ejército Argentino narra que los soldados del general Roca, después de aquel combate, justificando su aguante ante 300 indígenas lograron ser llamados "Héroes de la Conquista al desierto", y sus restos hoy en día descansan en un monolito del centro de la plaza de Victorica.
No obstante, Yancamil narró que para ese entonces era imposible pensar que existía un grupo de 300 ranqueles con pertrechos para combate, ya que todas las tribus habían sido diezmadas y destruidas por el constante asedio militar a los tehuelches y ranqueles de la región.
Engañados con distintos tratados de paz, como los de 1872 y 1878, los ranqueles y otras tribus se dirigían periódicamente a la Provincia de San Luis a proveerse de bienes para la agricultura y de unas pocas vacas. En ese entonces, el ejército en las cercanías de Villa Mercedes aprovechaba para capturar a las tribus con la guardia baja para posteriormente trasladarlas al inhóspito Norte del Chaco y de la Provincia de Salta.
En este escenario, el cacique Yancamil fue herido, hecho prisionero por las fuerzas armadas y separado de su familia, compuesta por su esposa y sus dos hijas, las cuales fueron deportadas al "norte argentino", y que él nunca más volvió a ver.
A los 45 años de edad Yancamil se liberó del Ejército Argentino y se adentró en el oeste pampeano. Allí reunió un grupo de 10 indígenas ranqueles y tehuelches, provocando hurtos y destrozos a los precarios puestos de la avanzada colonizadora.
En uno de sus tantos atracos al territorio colonizado, fue corrido durante varios días por las tropas desde la Provincia de Mendoza. En la huida logró encontrarse con algunos tehuelches perdidos, que en otra época habían sabido ser enrolados como soldados del ejército, sumando así un grupo de 17 indígenas con caballos muy cansados por la larga corrida.
Al llegar al último refugio indígena cerca de Puelén, se encontraron ante la ofensiva de una veintena de indígenas alistados en el ejército vestidos con uniformes de soldados, quienes los tirotearon.
Encerrados por el cansancio arremetieron contra los soldados,​ e identificando al indio de apellido Mora, quien era el que comandada las tropas del Gobierno. Todos sabían que Mora trabajaba desde antaño para el ejército, es por eso que con especial encono lo persiguieron hasta el mismo pie del cerro Cochicó.
Para las tres de la tarde el combate era cuerpo a cuerpo con cuchillo y boleadora, y al cabo de tres horas ya había unas 5 bajas de cada lado. Para la noche, el aguacero era tal que los combatientes habían perdido los cuchillos, las lanzas y hasta las alpargatas. El combate se redujo a una innumerable sarta de insultos y sólo se tiraban dos o tres boleadoras de un bando al otro, y estos las devolvían al bando contrario, pues era el único material bélico que había quedado entre ambos bandos.
Con frío y agotamiento, una docena de soldados decidió retirarse mitad a caballo y el resto a pie, dejando victoriosos a los indígenas de Yancamil, quienes por un breve periodo de tiempo recuperaron la tierra, para luego ser finalmente capturados, muertos o colonizados. No obstante, Yancamil vivió para formar otra familia, y tener 8 hijos más.
En 2005 sus restos fueron trasladados a la misma plaza donde descansan otras personalidades de importancia en la Campaña del Desierto, en la plaza de Victorica, bajo el emblema de los Héroes de Cochicó.

Compartido por Enrique Hopman "Efemérides Históricas, Políticas y Culturales" - 19 de Agosto de 202


La única entrevista a Yancamil: su relato de la batalla de Cochicó.

En febrero de 1914, hace 105 años, se registró la única entrevista conocida al cacique Yancamil. La hizo el maestro Manuel Lorenzo Jarrín y, entre otros puntos, el cacique relató su versión del último enfrentamiento entre los ranqueles y el Ejército: el combate de Cochicó, ocurrido el 19 de agosto de 1882 en cercanías de Puelén.

Aberturas Pampeanas

Según se informa en el libro “Un quijote en La Pampa. Los escritos de Manuel Lorenzo Jarrín (1883-1942)” -publicado en 2011, autoría de Claudia Salomón Tarquini, María de los Angeles Lanzillotta, Leonardo Ledesma, María Silvia Di Liscia, Valeria González Otero y Luciano Valencia- la entrevista se desarrolló el 12 de febrero de 1914, en Colonia Emilio Mitre. Allí el Gobierno nacional había confinado a Yancamil y otros ranqueles. En ese lugar el maestro y director de la Escuela 58 era el español Manuel Jarrín.

Yancamil tenía, en ese momento, 95 años y era padre de 8 hijos. “De apostura corpulenta y fuerte», lo describió Jarrín. «Bien formado, y de tez cobriza. Su fisonomía impone respeto con su espesa y larga blanca barba como la nieve, sus ojos grandes y sus cabellos brillantes de plata, lo que unido a su manera de hablar lenta y afable, le dan todo el aspecto de un anciano venerable que es acreedor al respeto y consideración. Viste con sencillez y decencia”.

Quién era

José Gregorio Yancamil era nieto de Paine Gner y sobrino de Mariano Rosas y de Epumer. Había nacido en 1819 en la mítica Leuvucó.

En 1878, al comenzar la llamada Conquista del Desierto, sobrevivió a una matanza. Yancamil y los suyos habían ido a la localidad puntana de Villa Mercedes en “son de paz”, a tal punto que concurrieron con sus mujeres e hijos. El lonko no era un weichafe o guerrero, más bien se había inclinado de manera recurrente a sostener la paz con los cristianos.

Sin embargo, al llegar al paraje Pozo del Cuadril, los ranqueles fueron detenidos por las tropas allí apostadas, separados y luego fusilados. Incluso las mujeres y los niños.

La compañera del capitanejo y dos hijas fueron deportadas hacia la zafra tucumana para engrosar la mano de obra esclava que cimentó la riqueza de la industria azucarera. “Ninguno de los ranqueles enviados a Tucumán regresó”, estableció el historiador José Depetris.

El escultor Raúl Fernández Olivi, en el monumento a Yancamil (foto de Miguel García).
El cacique logró fugarse y volvió a sus pagos. Pero los toldos de Epumer ya estaban saqueados y abandonados. Entonces intentó reagrupar a los ranqueles dispersos y comenzó a subsistir del pillaje.

En el cerro de Cochicó, el 19 de agosto de 1882, protagonizó la última batalla de los ranqueles contra el Ejército, un combate que culminó cuerpo a cuerpo con cuchillos y boleadoras.

Con frío y agotamiento, los soldados -la mayoría también ranqueles, que eran considerados «amigos» por el Gobierno- decidieron retirarse. Yancamil y su gente se quedaron con una victoria con sabor amarga. Los soldados muertos, años después, fueron elevados a la categoría de «héroes».

Yancamil, un óleo de Miguel García

El cacique se refugió en la pampa profunda y recién fue capturado en la laguna del Meauco en 1883. Fue encarcelado en la isla Martín García y permaneció allí, en ese campo de concentración, hasta 1886. Protagonizó un intento de fuga en noviembre de 1883 junto al legendario Pincén y otros doce “pampas”, que huyeron en un bote hacia Uruguay. Fueron recapturados un mes después en Carmelo y reenviados, engrillados, a Martín García.

Posteriormente fue trasladado a Misiones para realizar trabajos forzosos en un ingenio azucarero de Rudecindo Roca, hermano del entonces presidente Julio A. Roca.

Yancamil, junto a otros ranqueles, encabezó el 23 de junio de 1888 llamada «La sublevación de los pampas» contra el trabajo esclavo. El cacique logró refugiarse en Paraguay durante dos años. La Argentina le pidió a Paraguay la extradición, pero nunca se aceptó.
Posteriormente, ya lograda la indulgencia, logró regresar y en 1904 se instaló definitivamente en la zona de Emilio Mitre. Yancamil recibió tierras por parte del Gobierno Nacional y con el tiempo se fue a vivir a Victorica. Murió el 8 de febrero de 1931: el guerrero, sobreviviente de decenas de batallas, falleció luego de caerse dentro de su rancho.

En 2005 sus restos fueron trasladados a la plaza central de Victorica. A metros, están los restos de los soldados con los que combatió en Cochicó.
La entrevista de Jarrín

Yancamil contó a Jarrín cómo ocurrió la batalla. En principio desmintió que hubiera tenido unos 300 lanceros, como sostuvo la versión oficial del Ejército: en realidad eran unos 17 guerreros, con lanzas y boleadoras, que se enfrentaron contra 25 soldados, con fusiles Remington.
Jarrín contó que le leyó una nota de un periódico, donde se relataba la batalla. “Después de hablar del tiempo, del campo, de las haciendas, etc., le rogué me narrase el hecho de Cochicó, y para animarlo le leí un artículo aparecido en un periódico, con motivo del aniversario del combate”, escribió Jarrín. Cuando terminó, Yancamil sonrió. “¡Cuánto se miente, Señor, cuanto se miente!”, le dijo el viejo cacique. Y comenzó su relato.

-Voy a referirle, asegurándole que esta es la verdad de lo ocurrido en ese encuentro en el que el salvaje reducido y el salvaje libre hemos luchado con desesperación, unos porque eran soldados y nosotros porque éramos indios, todos defendiendo la vida y eso que la civilización llama honor y la barbarie decíamos derecho. Era el 12 de agosto del año 1882, el cielo encapotado amenazaba descargar un fuerte aguacero, y si fuera ahora que nuestros cuerpos con la civilización se han hecho más delicados tendríamos frío, pero en aquella época, acostumbrados a todos los rigores del tiempo, ni los calores ni los fríos, ni el sol ni el agua hacían impresión en nosotros; hacía varios días que yo y Paineo y 8 compañeros más, habíamos venido del lado del poniente distanciándonos de las tropas que había en la Provincia de Mendoza. Al entrar en La Pampa se nos unieron 7 soldados desertores, componiendo el 12 de agosto un grupo de 17 hombres armados de lanza, boleadora y cuchillo, bastante mal montados a causa de lo largo de la travesía que casi remató nuestros caballos; a poca distancia del paraje llamado Cochicó (agua dulce) avistamos un grupo de soldados que creo eran 23 hombres, indígenas reducidos al servicio del Ejercito Nacional, la sorpresa del encuentro nos obligó al ataque, así como creo que a los soldados los obligó a la defensa, los soldados iban cediendo el campo recostándose hacia el cerro de Cochicó, estaban armados de fusiles arma poco temible en manos de quienes no son diestros en su manejo, de cuchillos y algunos de boleadoras, los mandaban los tenientes indígenas Mora y Simón; al llegar al cerro, la amenaza de lluvia se cumplió y llovía copiosamente, serían las dos de la tarde, Paineo se precipitó a la lucha antes de tiempo e hizo en los primeros momentos indecisa la victoria; tres horas largas duró el combate, el cansancio de aquella lucha cuerpo a cuerpo empezaba a notarse, 3 o 4 muertos había de cada parte, los insultos se cruzaban, heridas teníamos todos, a la voz de Paineo “Terminemos de una vez” redoblamos la fuerza del ataque, fue un momento terrible, la noche se echó encima, eso favoreció el desenlace, 16 soldados aprovechando la oscuridad y contando que no podían ser perseguidos por los pocos que quedábamos y no tener caballos para eso, tomaron precipitadamente sus ensillados y se retiraron hacia el creciente, quedamos pues dueños del campo; curamos lavando nuestras heridas y poniéndoles yuyos curativos, y nos acostamos sin desensillar nuestros caballos por el temor de que viniesen a sorprendernos; al rayar el día todo estaba tranquilo y pudimos reconocer ocho compañeros muertos y 6 soldados muertos y 1 bastante mal herido pero con vida, llamabase José Trainmá, lo auxiliamos, lo cuidé y me figura no ha de estado descontento del trato que se le ha dado pues aunque Paineo quería rematarlo yo me opuse a ello, cosa que motivó nuestra enemistad, pero no lo siento, pues antes, como después y como ahora, tengo la idea firme de que a enemigo rendido no se le ataca, pero se le cuida”.
-¿A qué atribuye Ud. Señor Yancamill, eso de que 17 paisanos, hubieran vencido a 23 soldados?- preguntó el maestro Jarrín.
-Señor, a que un indio libre en aquellas épocas luchando por sostener la libertad, por la tierra que creíamos nos pertenecía, valía por 5 hombres, no temía la muerte y luchaba con coraje, esa es la causa.

Compartido por Pedro Andrés Coria


lunes, 19 de septiembre de 2016

El resurgimiento de algunos pueblos indígenas en Argentina tras siglos de penurias


Fermín Acuña, vicepresidente del Consejo de Caciques Ranqueles en Santa Rosa, Argentina, en el monumento donde se encuentra enterrado Panguithruz Güor, un importante cacique del siglo XIX. Los ranqueles recuperaron este terreno en 2001 y trajeron aquí sus restos, que estaban en un museo.Credito: Meridith Kohut para The New York Times
Escribe: Jonathan Gilbert

VICTORICA, Argentina — Cada año, la noche del 23 de junio, se reúnen en un lugar sagrado en estas llanuras ocres para celebrar el Año Nuevo de un calendario precolombino. Vestidos con ponchos y un tipo de joyería llamado tupu, ofrendan comida, celebran un banquete con costillas asadas y cuentan historias. Por la mañana marchan alrededor de un poste ceremonial de madera y una fogata alimentada durante la noche en honor a la tierra.

Para los indios ranqueles la escena está cargada de emociones y ofrece una visión de su resurgimiento en medio de una larga lucha por el reconocimiento después de siglos de penurias y pérdidas.

A lo largo de todo el continente americano, por supuesto, se han desarrollado luchas similares, pero el sentimiento de haber sido excluidos del diálogo nacional ha sido especialmente grave para los pueblos indígenas de Argentina.

Mientras que legisladores de Buenos Aires y de las provincias han hecho distintos esfuerzos de reconciliación, los líderes indígenas se quedaron perplejos el año pasado cuando Mauricio Macri, después de ganar la elección presidencial, destacó solo los logros de los inmigrantes europeos influyentes en su discurso (más tarde trató de calmar los ánimos reuniéndose con representantes indígenas).

Grupos indígenas de toda la Argentina se reunieron en un encuentro anual en Santa Rosa el mes pasado para preparar un documento que se enviará al gobierno sobre temas como derechos territoriales y atención a la salud. Credito: Meridith Kohut para The New York Times
Grupos indígenas de toda la Argentina se reunieron en un encuentro anual en Santa Rosa el mes pasado para preparar un documento que se enviará al gobierno sobre temas como derechos territoriales y atención a la salud.

“Ningún presidente argentino ha hecho esfuerzos reales para reparar el daño hecho a los pueblos indígenas”, dice Pedro Coria, de 51 años, sindicalista y presidente del Consejo de Caciques Ranqueles en Santa Rosa, la capital de la provincia de La Pampa.

Ese daño comenzó después de la conquista española, con trabajos forzados en minas lejos de su tierra natal y el uso de indígenas como moneda de cambio en acuerdos comerciales. Las tribus se resistieron en el siglo XIX con varios malones. Sin embargo, a finales de la década de 1870, Julio Argentino Roca, entonces general y futuro presidente, encabezó una campaña llamada la Conquista del Desierto en la que les arrebató las pampas y el norte de la Patagonia.

El general Roca, considerado durante mucho tiempo como un héroe que abrió paso en el “desierto” para los inmigrantes europeos pobres y unió a una nación rebelde, ha sido catalogado más recientemente como un genocida por historiadores y activistas. Eso dio lugar a campañas para rebautizar bulevares que llevaban su nombre, derribar estatuas suyas e incluso eliminar su imagen y sus conquistas del billete de 100 pesos.

Sin embargo, sigue sin haber un consenso acerca del trato dado a los indígenas en el pasado, ni tampoco se ha dado respuesta a sus demandas en el presente. Hace poco, en un largo editorial, el influyente diario conservador La Nación salió en defensa del general Roca.

Juan José Serraino, un criador de cabras con ascendencia ranquel, vive en una pequeña comunidad de descendientes ranqueles en Victorica. La comunidad consiguió que el gobierno restableciera sus derechos sobre la tierra y se les diera condicionalmente una parcela de seis hectáreas. Credito: Meridith Kohut para The New York Times
Juan José Serraino, un criador de cabras con ascendencia ranquel, vive en una pequeña comunidad de descendientes ranqueles en Victorica. La comunidad consiguió que el gobierno restableciera sus derechos sobre la tierra y se les diera condicionalmente una parcela de seis hectáreas.

En otros países de la región el movimiento indígena ha logrado triunfos notables. En Bolivia, un presidente indígena, Evo Morales, gobierna el país desde hace más de una década. En Paraguay, el guaraní sigue siendo tan utilizado como el español. En Ecuador, el gobierno incorporó conceptos indígenas en la Constitución de 2008.

No obstante, en Argentina, la conmemoración del bicentenario de la independencia en julio resultó irritante, y pareció confirmar las sospechas de los pueblos indígenas de que se estaban ignorando su cultura y su historia.

En una declaración conjunta, algunos grupos lanzaron una pregunta retórica: “¿Qué tenemos que celebrar?”.

Mientras los debates sobre las comunidades qom y wichí del norte de Argentina suelen tratar sobre la desnutrición infantil y los indígenas mapuche en la Patagonia luchan contra la invasión de la industria del petróleo de fractura hidráulica (o fracking), las comunidades ranqueles han surgido como pacientes defensoras de los derechos indígenas.

Las comunidades se han asegurado una serie de victorias, incluyendo la resolución de controversias territoriales y la transcripción fonética de libros de texto para conservar su lengua, que no era escrita. En términos más generales, han revertido una tradición entre los argentinos del interior de ocultar sus orígenes ranqueles. Tener un linaje indígena ya no es causa de vergüenza, sino que ahora es motivo de orgullo.

Un monumento a la cultura ranquel en Leuvucó. Las ocho figuras en el monumento simbolizan a los jefes.Credito: Meridith Kohut para The New York Times
 “Sus esfuerzos han pasado casi inadvertidos”, explica Graciana Pérez Zavala, historiadora de la Universidad Nacional de Río Cuarto, quien ha escrito ampliamente sobre los ranqueles.

“Están acabando con la idea de que los pueblos indígenas fueron exterminados durante la Conquista del Desierto”, dice. “Nos están demostrando que están vivos”.

A una corta distancia de Victorica, un pueblo rural de unos 6000 habitantes rodeado de bosques, los ranqueles pueden señalar el que quizá sea su mayor logro: la devolución de un sitio de dos hectáreas que fue parte de su asentamiento más grande, Leuvucó, antes de que el general Roca incumpliera los acuerdos de paz y enviara soldados a arrasar con todo en las llanuras centrales.

El grupo indígena logró recuperar un terreno baldío en 2001 después de dejar de lado rivalidades entre clanes, y de buscar ayuda de autoridades federales y provinciales. Ahí es donde celebran el Año Nuevo y donde enterraron los restos de un importante cacique del siglo XIX, Panguithruz Güor, cuyos restos habían permanecido en un museo a 804 kilómetros de allí.

Una comida en el encuentro nacional de pueblos indígenas de toda Argentina el mes pasado.Credito: Meridith Kohut para The New York Times
Para los que no pertenecen a su etnia, esa franja de tierra y el monumento oxidado en honor a varios caciques ranqueles pueden parecer poco más que símbolos, pero tienen poder.

“El simbolismo es importante”, dijo en una entrevista Fernanda Alonso, ministra de desarrollo social de la provincia de La Pampa. Para que los ranqueles prosperen, aseguró, “tienen que reconstruir su pasado”.

Anteriormente, era poco probable que quienes visitaban La Pampa se enteraran de la herencia indígena de la provincia, aunque tal vez podrían haber notado la imagen de un ranquel en el escudo provincial y en algunos caminos antiguos.

Aunque algunos académicos señalan los esfuerzos anteriores que se han hecho para avanzar en la causa de los pueblos indígenas, 2001 se considera en términos generales el año del renacimiento de los ranqueles, ya que se dio impulso a más de 20 comunidades a lo largo de La Pampa.

Clase en lengua ranquel en la sede del Consejo de Caciques de Santa Rosa el mes pasado.Credito: Meridith Kohut para The New York Times
 “La restitución fue un hito”, dice María Inés Serraino, maestra de ciencias en Victorica, donde los vecinos anunciaron su llegada con un aplauso. “Se está preparando el terreno para el rescate de una cultura que siempre se nos negó”.

Serraino recordó cómo su abuela paterna, una indígena ranquel que se casó con un inmigrante siciliano, le contaba historias sobre los valores indígenas, como el amor por la naturaleza y la vida comunitaria.

En años recientes, ella y su familia han conformado una comunidad ranquel de catorce personas, reconocida por el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas.

Aunque se han visto fortalecidos por una ley promulgada en 2006, los pueblos indígenas de Argentina siguen luchando por sus derechos sobre la tierra. Sin embargo, a la comunidad de Serraino  —que lleva el nombre de su abuela— las autoridades municipales le entregaron un terreno de seis hectáreas. En esa tierra, su grupo quiere revivir la tradición de la agricultura de subsistencia comunitaria. También se está construyendo una pequeña edificación para reuniones y eventos culturales.

Mercedes Soria, líder indígena, encabeza la ceremonia de apertura del encuentro nacional.Credito: Meridith Kohut para The New York Times
A lo largo del centro de Argentina se han repetido historias de éxito similares, no solo en La Pampa, sino también en la cercana Provincia de San Luis.

En La Pampa occidental las autoridades respaldan a las comunidades ranqueles, incluyendo una llamada Epumer, sobre la que pesaba una amenaza de desalojo debido a batallas legales por el territorio. A medida que los agricultores buscan nuevas fronteras más allá del corazón agrícola del país, se teme que aumenten los conflictos por la tierra.

Tratando de volver a conectar a la población con sus raíces indígenas, los líderes también imparten charlas entre los niños en las escuelas. En Santa Rosa, donde se celebrará una reunión cumbre de pueblos indígenas de Latinoamérica este mes, el consejo de caciques se mudó hace unos cinco años a una modesta sede rentada que alberga una pequeña biblioteca y habitaciones para huéspedes.

En una sala de reuniones donde se exhibe un nuevo diseño de la bandera de los ranqueles se enseñan clases de su idioma a grupos de adultos. En Victorica incluso las señales de tránsito incluyen traducciones al ranquel de los números de las calles.

A pesar de ello, los obstáculos continúan. Los abogados defensores dicen que hasta ahora, por ejemplo, ninguna comunidad cuenta con los títulos de propiedad de las tierras recuperadas.

Para recalcar la naturaleza provisional del logro más importante de los ranqueles, Osvaldo R. Borthiry, el hombre de 83 años que donó las dos hectáreas en el sitio de Leuvucó, dijo que sus hijos decidirían el futuro de la propiedad.

Otros descartan la idea de trabajar dentro del sistema y abogan por una posición separatista. “Cuando tu país no representa quién eres, ¿qué más puedes hacer?”, dijo Miguel Ángel Saulo, de 62 años, líder de lostehuelches en el sur de Argentina.

Sin embargo, los ranqueles y sus defensores no se desaniman.

“Solía ser motivo de vergüenza decir que eras descendiente de indígenas”, dijo Marcela Suárez, una conserje de 46 años, 
mientras daba vueltas al poste de madera en Leuvucó. “Ahora es un orgullo”. 

Fuente: The New York Times – América Latina – Argentina / 15 de Septiembre de 2.016


http://www.nytimes.com/es/2016/09/15/el-renacimiento-de-algunos-pueblos-indigenas-en-argentina-despues-de-siglos-de-penurias-y-perdidas/#story-continues-23


miércoles, 27 de abril de 2016

Monumento Ranquel Leuvucó (Agua de Río)


Se encuentra ubicado a 25 Km. de Victorica (provincia de La Pampa, Argentina) sobre la Ruta Provincial 105 Orlando Martín, desde allí se recorren 3 kilómetros por camino de tierra.

En el parque se encuentra una escultura que marca un ámbito de referencia y de llegada al lugar que fue el centro más poblado por aborígenes, con cerca de 8000 habitantes que vivían alrededor de la laguna de Leuvucó.

La escultura es una figura humana con una lanza que representa a la cultura indígena y en su pecho aparecen 8 nichos y dentro de ellos esculturas que representan a cada uno de los jefes caciques más importantes del Pueblo. 

Los nombres de las ochos dinastías serían: Carripilún, Yanquetruz, Pichón Hualá, Manuel Baigorrita, Mariano Rosas, Ramón Cabral, Epumer y Paine.


Fotografía: Fabian Muñoz Docampo

viernes, 15 de abril de 2016

El regreso de Sumaj Quilla a las sierras de San Luis


En medio de ceremonias ranqueles y huarpes, el Programa de Conservación del Cóndor Andino liberará a un ave que fuera rescatada hace casi un año atrás.

Hoy, Viernes 15 de Abril será liberado un ejemplar de esta especie en la Provincia de San Luis.

Sumaj Quilla (luna buena) es un macho juvenil, rescatado en San Francisco del Monte de Oro, Provincia de San Luis, el pasado 3 de Mayo de 2015, sin poder volar, con una grave herida en una de sus alas.

Rápidamente el Ministerio de Medio Ambiente de San Luis lo trasladó al Centro de Conservación de Vida Silvestre donde le realizaron los primeros auxilios. Una vez estabilizado, gracias al apoyo de la Fundación Aerolíneas Argentinas, fue derivado para su rehabilitación al Zoo de Buenos Aires, en el marco del Programa de Conservación de Cóndor Andino.

Luego de casi un año de intensos tratamientos, el equipo técnico pudo rehabilitarlo para su liberación. Por ello, junto al Ministerio de Medio Ambiente de San Luis se ha decidido liberar a Sumaj Quilla en la zona donde fue rescatado, sumando esta suelta al evento internacional Ciclo Siete, formando parte de la agenda de actividades de la “Semana por la Sostenibilidad IBEROAMÉRICA 2016” http://www.ciclosiete.com/.

Con el apoyo de la Fundación Bioparc, Grand Parc Puy du Fou, SOS Faune Sauvage y Beauval Nature de Francia; el Ministerio de Medio Ambiente, el ZOO de Bs As y la Fundación Bioandina Argentina realizaran una campaña educativa y acciones en medios de prensa, llevando un mensaje claro de conservación a miles de personas.

Dicha campaña educativa finalizará con la liberación de Sumaj Quilla, el próximo viernes 15/04, en Ruta 9 camino al Cerro El Amago, localidad San Francisco del Monte de Oro.


Una ceremonia ancestral, a cargo de las comunidades Ranquel y Huarpe, coronará el retorno de Sumaj Quilla a su ambiente natural, elevando una plegaria por la armónica convivencia con todas las formas de vida.

Sumaj Quilla se sumará así a los cinco cóndores que ya fueron rescatados y liberados en la Provincia de San Luis. El Programa Binacional de Conservación Cóndor Andino habrá logrado reintroducir así 159 cóndores en todo Sudamérica.

Hace tiempo asumimos el compromiso de proteger al Cóndor, ave emblemática, especie clave en el equilibrio del ecosistema andino y eslabón simbólico con nuestro pasado cultural Sudamericano. Es por ello que queremos invitarlos a compartir este emocionante momento, acompañando a Sumaj Quilla en su retorno a la vida silvestre.

La cita es:
Viernes 15/04, 10 a.m en Ruta 9, Rodeo Gallinas, Ex Campamento de Vialidad, camino al Cerro El Amago, en la localidad San Francisco del Monte de Oro, San Luis, donde se espera concretar la suelta.

Fuentes: Vanesa Astore y Luis Jacome, PCCA y Fundación Bioandina / ElOrejiverde



jueves, 18 de febrero de 2016

Carta del Cacique Mariano Rosas al Padre Marcos Donati - Lebucó, 6 de Septiembre de 1.874


miércoles, 24 de diciembre de 2014

La lección de Calfucurá


Por Alejandro Fontela (*)

Los archivos del cacicazgo de Salinas Grandes, el agrupamiento aborigen más importante de la región central del actual territorio argentino, fueron encontrados en forma casual por Estanislao Zeballos en 1879. Recorriendo los montes y médanos ya sin vestigios de las abandonadas tolderías de Calfucurá, Zeballos divisa una hoja de papel que sobresale de la arena. Excavando, encuentra allí un verdadero manantial de revelaciones históricas, políticas y etnográficas. Dicho en síntesis, la documentación completa, desde el punto de vista aborigen, del período histórico que va de 1830 a 1875; sin duda, el espejo que le falta a la historia oficial. Las cartas de Juan Calfucurá permitieron conocer, además de sus reclamos políticos, aspectos valiosos de su idiosincrasia: su conocimiento detallado de todas las tribus de un vasto territorio a ambos lados de la cordillera, su sentido de los vínculos familiares, sus concepciones religiosas y mágicas, y en general su cosmogonía. AL MAESTRO Espigando ese material y parte de la bibliografía que generó, me conmovió en particular un episodio.

En 1856 el maestro Francisco Larguía, que tenía a su cargo en Buenos Aires la educación de unos de los hijos del cacique, se encuentra en Salinas Grandes tratando de suscribir, subrepticiamente, las bases para un tratado de paz, según las instrucciones recibidas en la capital. La respuesta de Calfucurá, citada aquí en la versión del escritor Omar Lobos, es impresionante: “Maestro-responde el cacique-, explíqueme usted qué es la famosa Civilización que nos tiene que barrer de estas pampas por la angurria de unos pocos hombres que se van repartiendo en tajadas grandotas lo que nos van quitando a nosotros. Pero explíqueme también todas las muertes y todos los atropellos y piense que les están dejando a sus hijos una patria equivocada, empantanada en la injusticia y la mentira. Todos nosotros somos parientes, y vivimos en amistad sobre la misma ancha tierra, pero el huinca tiene la idea errada de que sólo él tiene derecho a vivir en ella. Por ignorancia o por pura mezquindad, está tratando de matar el alma de esta tierra, plantando aquí un mundo ajeno donde caben pocos. Quien sabe algún día vendrán las lluvias y nuestras desgracias retoñarán en algo que sea bueno para nuestros hijos”. El maestro Larguía, que dictaba sus clases en la escuela de Catedral al Norte, la más prestigiosa de Buenos Aires, fundada por Sarmiento y la primera de América del Sur destinada a la educación común, en la que luego estudiarían Ambrosetti, Ingenieros, Sáenz Peña y el poeta Almafuerte, debió escuchar en silencio las opiniones del cacique. Y sin muchos argumentos para oponer. Los salineros, como los ranqueles, los pampas, y en general todos los pueblos originarios, se sentían parte de la tierra. Desde que dejaron de ser cazadores y recolectores nómades y se apaisanaron, aprendiendo a sembrar, teniendo sus casas y sus corrales en un mismo lugar, mezclándose con esos médanos y esos montes, la vida para ellos “se hacía dulce y buena, se hacía sagrada. Nos ha tocado nacer dentro de esto que somos”, afirmaban en cada negociación.


LO QUE PUDO SER
Ahora bien, entre las actuales investigaciones sobre la documentación aborigen, se destaca la recopilación de Carlos Martínez Sarasola, “La argentina de los caciques”, publicada en 2012. El trabajo propone la visión del país que hubiera sido en caso de prevalecer las propuestas de integración, tanto de los aborígenes como de los “blancos” dispuestos a convivir con ellos. Por supuesto la historia fue otra. Pero plantear la hipótesis del “país que pudo ser” implica una mirada crítica hacia lo que en realidad ocurrió. Sin embargo el texto de Martínez Sarasola tiene un colofón polémico. Subraya la importancia de rescatar la palabra indígena, “máxime teniendo en cuenta el actual punto en que nos encontramos los argentinos como sociedad y como cultura, y en el cual, trabajosamente, todos nos encaminamos a vivir en un país más cercano a aquel por el cual lucharon no sólo los patriotas en la alborada de la Argentina, sino muchos de los caciques, quienes lo vislumbraron y percibieron en sus sueños”. Esta suposición me parece una expresión de deseos, pero no sé si se ajusta a la realidad. En mis oídos sigue resonando la advertencia del cacique al maestro Larguía: “dejarán a sus hijos una patria equivocada, empantanada en la injusticia y la mentira”. Es cierto que hay sectores del mundo académico y de la militancia social que promueven el reconocimiento cultural y la restitución de derechos de los pueblos originarios. Pero esa justa voluntad vindicativa encuentra poco eco en las autoridades públicas. El punto en que nos encontramos “todos los argentinos, como sociedad y cultura”, está atravesado también por la indiferencia y la mera retórica del discurso político respecto a estos temas, producto de la vacuidad de valores y la frivolidad de la dirigencia, que privilegia otros intereses, muchas veces contrapuestos a los reclamos de los pueblos autóctonos.

RECLAMO VIVO
Pese a un contexto cultural dominado por la banalidad y la desmemoria, los pueblos originarios del actual territorio argentino no se extinguieron con la “conquista del desierto”. Tras un siglo y medio de desarraigo y penurias, sus sobrevivientes existen, y pugnan por hacer cada vez más visibles reclamos. No sé si nos encaminamos a ese país por el que lucharon “los caciques y los patriotas en la alborada de la Argentina”, como afirma Martínez Sarasola. Si pienso en los valores que aquellos sostenían en cuanto al respeto a los congéneres, la comunión con la naturaleza y la sacralidad de la vida, creo que nos alejamos cada vez más. En 1873 moría Calfucurá, el venerado y temido Piedra Azul, a los 104 años, después de dominar durante más de tres décadas el mundo pampa y de haber agrupado en torno suyo la confederación aborigen más poderosa en defensa de sus tierras. Un año atrás, en marzo de l872, había tenido lugar la batalla de San Carlos, en las afueras de la actual Bolívar, el combate en que la moderna artillería y los rémington sellaron el fin de la resistencia indígena. Presintiendo una derrota irrevocable, Calfucurá dejaba una nación de veinte mil almas, tres mil guerreros y tres hijos dispuestos a sucederle. Desde entonces el despojo y el éxodo fueron el destino de esa progenie, de esos pueblos. Y el ruego del viejo cacique, pidiendo un tiempo de bonanza para sus hijos, hasta ahora ninguna lluvia lo pudo traer.

(*) Escritor. Profesor en Letras (UNLP) 
Leer más en http://www.eldia.com.ar/edis/20141213/La-leccion-Calfucura-opinion1.htm

Fuente> Diario El Dia (La Plata-Argentina) 15 de Diciembre de 2.014

sábado, 13 de septiembre de 2014

Pincén, Cacique Ranquel, que jamás pacto con los huincas


         Pincén se crió en la tribu ranquel (gente de la totoras) del caciqueYanquetruz, quien a su muerte es sucedido por el cacique Coliqueo. De ambosPincén fue capitanejo. Luego será cacique menor de Juan Calfucurá pero se distanciará del gran jefe araucano afirmando: “Soy indio argentino y Calfucuráes boroga de Chile, usurpador de nuestras tierras”. Cuando se convierte en el temido cacique de todos los ranqueles luchó bravamente contra el blanco usurpador de sus tierras. Para ello combatió junto a distintas tribus patagónicas, pero siempre guardando su independencia. 

         Sobre el nombre del cacique Pincén se han planteado varias conjeturas, El más correcto, el originario asignado por caciques y ancianos de su tribu, esTapiseñ o Piseñ (las cosas que dice). El más común y utilizado fue siemprePincén, aunque él mismo firma en algunas oportunidades como “Vicente Catriano Pinseñ”. Más al ser bautizado, en 1879, en su cautiverio de Martín García, adopta el de “José Pincén”. El “José” lo toma del padre lazarista José Birot que ayudaba a los indios en sus desgracias en esa isla, donde los diezmó una feroz epidemia de viruela.

         Instalados ya los borogas en Carhué, la tribu ranquel del caciqueRinque, donde estaba Pincén, emigra a otras tierras de ranqueles enChadileuvú. Con una hija adoptiva de este jefe, Añatú Rinque (venida a la toldería con su madre, una cautiva sanjuanina), se casa el entonces capitanejoPincén cuando tenía alrededor de 25 años y ella 14. Esta mujer blanca no se separará nunca de su esposo, ni aún cuando le ofrecieran llevarla al seno de los suyos, de donde provenía. Pincén se casa cristianamente con ella durante su prisión en Martín García. Añatú Rinque de Pincén vivió, según sus descendientes, unos 117años.

         Pincén nació en Carhué hacia 1807, de madre cristiana (una cautiva cordobesa o quizás de San Juan o San Luís). Era blanco y alto, bastante más alto que sus hermanos ranqueles y aún más que los araucanos.

         A la muerte de su suegro el ranquel Rinque, Pincén es elegido cacique de su tribu. Supo tener caserío en Malal (corral), entre Santa Rosa de Toay y Trenque Lauquen, donde vivía con sus 15 mujeres, diez de las cuales eran cautivas blancas.

         Aguerrido desde muy joven, participó del hostigamiento que el cacique Runquel le hizo a las fuerzas expedicionarias del General Juan Manuel de Rosasen 1833.

         Pincén combatió al huinca (cristiano) durante casi toda su vida, hasta pasados los 70 años, siempre con lanzas, cuando sus adversarios ya disponían de los fusiles Remington, grandes cañones y ametralladoras, a más del apoyo del ferrocarril y el telégrafo..

         Se las arreglaba Pincén, con astucia, inteligencia y rápidos desplazamientos para cruzar cuando quería la famosa "Zanja de Alsina", hecha construir por el gobernador del mismo nombre. Era un espectacular foso de 3 metros de ancho por 3 de profundidad y 400 (¡cuatrocientos!) kilómetros de largo, sembrado de fortines.

         El cacique organizó una fuerza que podemos llamar de elite, pues sobre la base de 300 lanzas fieles y muy adiestradas, se convirtió en el terror del Oeste pampeano. Su idea era formar con todos los indios un gran ejército para defender sus tierras enfrentando a muerte a “Don Gobierno”.
         Sus principales capitanejos también adquirieron renombre, como su sobrino Pichi Pincén (Pincén Chico), con fama de ser el mejor baquiano de la época, y Nahuel Payún (barbas de tigre).

         Al coronel Conrado “Toro” Villegas, que le seguía los pasos, lo combatió por años, y llegaron a respetarse mutuamente.
         En una oportunidad es sorprendido por una fuerza militar cuando llevaba un arreo maloneado cerca de la Zanja de Alsina y debe retirarse con sus hombres dispersos. Perseguido por un oficial que lo hiere de bala, cae del caballo. Queda inmóvil hasta que llega su adversario, quien le pregunta: “¿Estás muerto Pincén?”. “¡No –le grita el indio- sólo encogido!”, al tiempo que salta sobre su enemigo, lo desarma y le quita el caballo. 

         En 1877 Pincén da un golpe que llamaríamos “sicológico” para humillar al coronel Villegas. Le roba gran parte de sus famosos “caballos blancos”, que eran su orgullo. Sorprendió a los guardias, al lado mismo del comando.

         Villegas trata de perseguirlo y lucha con sus hombres con la retaguardia india. Agotados sus caballos debe apearse y aceptar la lucha cuerpo a cuerpo. Está herido y tendido en el suelo, por haber recibido varios lanzazos. A punto de ser ultimado, llega Pincén al lugar y ordena: “¡No matar al huinca!”. Le perdona la vida pero “le quita el sable, la lanza, las espuelas y las jinetas”. Villegas volvió solo y herido al fuerte, con un mensaje de Pincén: “Decile a tus jefes que el Remington no sirve con nosotros”. Esto no figura en los partes oficiales, lo narra el citado Juan José Estevez, dando sus fuentes testimoniales.

         En una oportunidad, llevaba Pincén 4.000 potros robados en estancias, cuando las tropas militares le preparan una emboscada a la salida de un cañadón. Las fuerzas del gobierno estaban esperándolo pie en tierra y con los fusiles listos para aniquilar la indiada que precedía al ganado. Pincén, advertido por sus “bomberos” (vigías adelantados), decide lanzar los caballos delante a la carrera, que atropellan, matan o hieren a los soldados, a quienes ataca con lanzas.

         Los combates de Foro Malal (corral de los huesos) y los enfrentamientos de la Tapera de Díaz, lo tienen como protagonista que siempre sabe golpear y escapar. 
La caída de Pincén

El 11 de noviembre, inexplicablemente, por descuido de sus “bomberos” (vigías),Pincén es sorprendido en las cercanías de los toldos de Malal por una partida mientras cuidaba animales. Estaba desarmado, solo con su pequeño hijo Nicasio, a quien llevaba en ancas. La única resistencia, aunque imposible de lograr, hubiera sido huir, pero con el hijo a sus espaldas, teme que lo maten con los fusiles a pocos metros y listos para hacer fuego.

         El subteniente Rhode lo captura y lleva la preciosa presa al coronel Conrado Villegas a su cuartel en Montes del Potrillo. Comunicada la novedad al general Julio Argentino Roca, entonces ministro de guerra, éste ordena se lo confine en la isla Martín García con su familia, previo paso por Buenos Aires para mostrarlo como trofeo.

         Con la captura del viejo cacique, se cumplía la sentencia del ex ministro de guerra Adolfo Alsina, quien había escrito: “... Pincén, indio indómito y perverso, azote del Oeste y Norte de la provincia, jamás se someterá, a no ser que por un golpe de fortuna, nuestras fuerzas se apoderasen de su chusma (los no guerreros, como también mujeres, ancianos y niños). Si esto no sucede, Pincén se conservará rebelde aun dado el sometimiento de todas las otras tribus hostiles...” (cita de "Prado, “Guerra del Malón”).

         En un descanso en Junín, se lo lleva a una fonda ante un fotógrafo. Cuando éste prepara su gran aparato con trípode, el indio pronuncia unas palabras que traduce el lenguaraz: “Ha creído que con ese instrumento lo van a matar y pide poder despedirse de sus mujeres”. Por esos testimonios gráficos se sabe que el viejo cacique vestía como gaucho, con chiripá y botas de potro, camiseta y camisa blanca.

         La caída del jefe ranquel fue celebrada como una gran victoria nacional. Así lo reflejan los diarios “La Prensa” y “La Nación” de aquellos días. Este último diario, el 12 de diciembre de 1878, bajo el título “El Cacique Pincén” decía: “Ayer llegó a esta ciudad el famoso cacique Pincén, que fue hecho prisionero, últimamente por las fuerzas que expedicionaron a las tolderías, a las órdenes delcoronel Villegas. Acompañan al cacique varias mujeres, que son otras tantas esposas suyas. El soberbio prisionero fue alojado en el cuartel del Batallón 6 de Infantería de Línea. Muchas personas, fueron ayer a conocer personalmente al cacique. Pincén se muestra muy abatido. Parece que extraña los aires de la Pampa".

         Hasta se difundió una carta que el héroe del momento, el coronel Conrado Villegas, envía a su esposa: “Al llegar del desierto... ha sido el mayor premio a mis desvelos recibir noticias de la amada de mi corazón, en el momento que regresaba de la pampa trayendo prisionero al indio más indomable, Pincén...”.

         En 1920 (cita Estevez), el comandante Prado, decía en una conferencia: “Pincén, el puma de la llanura porteña, el temerario cacique, cuya voz era más terrible para sus enemigos que el estallido de un rayo, y a cuya mirada no resistían hombre alguno sin temblar; Pincén, el centauro incansable, el guerrero más heroico del desierto, el indio que Calfucurá no pudo someter a su autoridad omnipotente”. 
Pincén confinado en la isla Martín García.

         Pasa Pincén 3 años de terrible cautiverio en la isla Martín García, una guarnición qué luego fuera prisión de varios presidentes constitucionales de la República, derrotados por golpes militares. Está obligado a vivir miserablemente. Pese a la imposición de trabajar como peón de pico y pala, la comida debe ser suministrada por la caridad de frailes lazaristas que recolectan en parroquias porteñas. Lo acompañan una hija menor y otros dos hijos más (un varón y otra mujer) que quedaron ciegos por la viruela, una enfermedad traída a América por los huincas.

         Como costumbre impuesta de la época, la "caridad de la civilización" se hacía con las mujeres indígenas capturadas (o secuestradas), distribuyéndolas como sirvientas (“chinitas”) gratuitas en casas de familias distinguidas que se comprometían a catequizarlas. Instruirlas o pagarles por su trabajo no era obligatorio. Pero muchas “chinitas” jóvenes eran entregadas a los soldados fortineros para divertirlos y servirlos como esclavas.

         Desde la isla prisión, otro detenido cristiano le escribe al cacique una carta patética que él firma y le envía al entonces ascendido a general, Conrado Villegas. Tiene fecha 6 de mayo de 1882, a los 75 años de edad. Dice así:
“Señor General: aquí me tiene Vd. padeciendo enfermo y con mis hijos ciegosLuisa y Manuel que quedaron ciegos de las viruelas en Junín la única que esta buena es Ignasia que la edado a nuestra madrina asta que se me saque de este presidio como me prometió.

“Yo mi general estoy mas para morir, pues pedir un informe al médico yo me siento morir, alver mis hijos tan desgraciados y que no pueda yo darles ni un pan.
“En fin mi general si se es padre sabrá aserse cargo lo que sufro.
“Si consigue mi liverta tiene un esclavo mientras viva”.
                                                                 José Pincén (cacique)
Y la carta tiene un agregado:
“Si a Ignasia la edado a sido por conservar su honra como se me recomendó la conservase y aquí es imposible porque estamos en un cuartel todos entreberados y yo todo el día en los trabajos"

Muerte solitaria de Pincén
         Ya octogenario, Pincén es liberado pero abandonado a su suerte. Luego de visitar a su esposa, hijos y demás familia en Trenque Lauquen, sintiéndose ya muy enfermo y próximo a terminar sus días, con el deseo de morir solo, deambula trabajando de peón de estancias. Se dijo haberlo visto por distintos sitios y la última vez habría sido juntando maíz en chacras de San Emilio. No se sabe exactamente cuándo ni dónde falleció. Una leyenda dice que fue en “Los Toldos” y que “unos huincas” lo enterraron en medio del campo envuelto en un cuero de potro.

El 29 de febrero de 1970, la revista “Siete Días” de Buenos Aires, publica un artículo con declaraciones de Martina Pincén de Chuquelén, ya centenaria pero lúcida, quien recordaba muy bien a su abuelo el cacique Pincén. Como su antepasado, esta altiva mujer ranquel, odiaba aún al huinca y no se trataba con blancos.

         Cuenta Martina que su abuelo era muy cariñoso y apegado a la familia. Alegaba que no eran salvajes como se dice si no que cultivaban la tierra y criaban ganado. “Los toldos eran todas casas. Paja arriba, barro abajo. Paredes de barro y paja... tomamos mate toda la vida”.

         Martina se refiere con rencor a “¡Ese Villegas!” y a los gringos, contando que "un hombre gordo es el que vino a buscarlo. Querían todo lo que tenía el finado: campo, hacienda, quitaron todo y lo llevaron. Los gringos... blancos le dicen Vds., pero son huincas (cristianos)... los huincas venían a matar, por eso el indio mataba también... los gringos son más rastreros que los indios...". Posiblemente Martina llama gringos a estancieros y pulperos.

         La nieta de Pincén y sus otros familiares se lamentan: “Nadie sabe si sus restos descansan en alguna parte o fueron devorados por los caranchos”.

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