Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

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lunes, 2 de noviembre de 2020

Samaúma, el árbol abuela


Escrito por Carolina Levis (New York Times)

El árbol de samaúma es uno de los más grandes y altos del bosque. Su copa florece en el cielo y sus raíces abrazan todo lo que les rodea. La gente local lo llama el “árbol-abuela”, y los investigadores etnográficos han descubierto que los pueblos indígenas enterraban a sus muertos en urnas entre esas raíces. También usaban el árbol para comunicarse con otros en el bosque: cuando se golpean sus raíces, el sonido reverbera a través del tronco como un tambor.

La primera vez que vi un samaúma gigante, también conocido como kapok, fue en el Bosque Nacional Tapajós en el norte de Brasil. Me sorprendió tanto la grandeza del árbol como su presencia en ese lugar, creciendo en un suelo pobre en nutrientes y a muchos kilómetros del río Amazonas. El árbol generalmente crece en llanuras aluviales, donde se nutre de los minerales arrastrados desde los Andes. ¿Qué hacía allí?

Un guía me dijo que el frondoso bosque que rodea al samaúma había sido el hogar de sus antepasados. Me mostró decenas de árboles de pequi creciendo en arboledas. Un pequi tarda de 10 a 15 años en producir fruto, pero cuando lo hace, las frutas son almidonadas y ricas en calorías; su aceite se utiliza para tratar infecciones, quemaduras e inflamaciones.

No es una coincidencia que muchos árboles como esos —usados tanto como alimento como medicina— se encuentren agrupados y abunden en el bosque. Tampoco es una coincidencia haber podido encontrar muchos pedazos de cerámica rota alrededor del samaúma. Claramente, esta zona había sido habitada y cultivada durante siglos. Quizás la gente aquí había cuidado del árbol samaúma o creado las condiciones adecuadas para que creciera.

La Amazonía es tan “salvaje” como uno se puede imaginar, pero ha habido gente habitándola durante aproximadamente 13.000 años. Normalmente pensamos que los humanos están destruyendo la Amazonía, pero también es cierto que sin haber personas allí, a lo mejor los árboles de samaúma y pequi que yo vi, no hubieran podido existir.

Se tendría que investigar mucho más para comprender la historia de la relación entre las personas y el mundo natural. La datación por radiocarbono y la datación por anillos de árboles nos dicen cómo creció un árbol. El análisis genético puede revelar señales de domesticación y cuáles plantas migraron con las personas. Pero la idea de que un árbol vivo lleve consigo parte de la historia de la humanidad —la idea del árbol como registro arqueológico— es fascinante.

Hoy estos árboles están en peligro. La deforestación ilegal ha aumentado en los últimos años. A menudo esto conduce a incendios extensos, cada vez más comunes en toda la región, con consecuencias devastadoras para la gente y sus memorias, y el bosque mismo.

Los árboles no son los únicos que guardan esas memorias; hasta la tierra cuenta una historia. Las parcelas de suelo negro y extremadamente fértil —“terra preta” o tierra oscura— son un indicio de que una comunidad cultivaba esa zona. Estos eran los vertederos de desechos de los amerindios que vivían en poblados humanos sedentarios y densos antes de la llegada de los europeos. Arrojaban restos de comida y cerámicas rotas y quemaban basura. Entonces los nutrientes se acumularon en el suelo, hasta llegar a ser lo suficientemente fértil para que crecieran nuevas plantas.

Los expertos estiman que estos depósitos se pueden encontrar en aproximadamente 154.000 kilómetros cuadrados del bosque, especialmente en las orillas de los ríos.

En la Amazonía boliviana, desde hace unos 11.000 años, la gente comenzó a cultivar mandioca y calabaza. Crearon 4700 “islas forestales artificiales”, oasis de árboles y otras plantas dentro de los paisajes de la sabana. Desde hace unos 1500 años, también se construyeron, en las tierras bajas de Bolivia, cientos de montículos, muy probablemente lugares de asentamientos. En vísperas del contacto europeo, en 1491, la región amazónica mantenía al menos a 8 millones de personas, algunas de las cuales vivían en grandes pueblos de 1000 personas o más.

Estos pueblos dieron forma a la región. Modificaron los suelos, al aumentar su fertilidad y expandir la distribución de las plantas que necesitan muchos nutrientes. Seleccionaron, esparcieron y propagaron especies de plantas de mayor utilidad, mientras se fueron eliminando las plantas no deseadas. Los pueblos indígenas domesticaron en cierta medida cientos de especies, incluidos cultivos que siguen siendo importantes hoy en día, como nueces de Brasil, palma de azaí, mandioca, maíz, pimientos picantes, arroz y árboles de cacao. Esta “selva virgen” sería muy diferente sin la presencia de pueblos indígenas.

Incluso hoy, comunidades tradicionales a menudo regresan a los lugares donde vivieron sus antepasados, actualizando viejas memorias y revitalizando antiguas prácticas. Como me contó un lugareño acerca de una arboleda de castaños, “Cuando nuestro abuelo limpiaba el área dos veces por semana, el castañal producía. Ahora la cubierta forestal se ha cerrado y ya no produce”.

Otro me dijo: “El bosque es una herencia y debemos enseñar a nuestros hijos a usarlo. Nuestro padre nos dejó los árboles de caucho”.

Las comunidades indígenas pueden enseñarnos mejores formas de vivir y desarrollar la tierra. Este conocimiento adquiere un valor especial ahora, cuando el ser humano se ha convertido en el principal causante de las crisis climáticas y biológicas.

La gran pregunta es: ¿Cómo ha sustentado la Amazonía a bosques tan diversos después de miles de años del uso humano de la tierra?

Puede haber pistas en los pueblos circulares del Parque Nacional Indígena Xingu y otros lugares parecidos. Indígenas locales, e investigadores encabezados por el arqueólogo Michael Heckenberger, descubrieron estos pueblos, compuestos de plazas centrales unidas por caminos que se alinean con el movimiento del Sol. Entre 250 y 1000 habitantes Xingu vivían en estos lugares, rodeados de un mosaico de jardines, huertas y bosques gestionados.

En un artículo de la revista Science, Heckenberger y sus colegas describieron cómo estos pueblos desarrollaron un sistema urbano adaptado al entorno boscoso más de 500 años antes de que sir Ebenezer Howard, el urbanista inglés que fundó el movimiento urbanístico de la ciudad jardín, propusiera un modelo muy similar.

Durante siglos, los científicos buscaron una “Ciudad Perdida” escondida en la Amazonía. Buscaban un modelo estándar de grandes edificios de piedra, comunes en las ciudades de Europa y Medio Oriente. Otras formas de monumentos, expresadas por los árboles que estaban frente a sus ojos, pasaron desapercibidas.

Los árboles gigantes, como las abuelas del Bosque Nacional Tapajós, son lazos entre los pueblos amazónicos y sus antepasados. Quemar uno hasta los cimientos es como destruir una biblioteca llena de registros históricos irremplazables.

Carolina Levis es investigadora postdoctoral en ecología de la Universidad Federal de Santa Catarina. Traducido del inglés por Erin Goodman.




Fotografia 1: Un integrante del grupo indígena Uru Eu Wau Wau es retratado en la base de un árbol samaúma. Credit Victor Moriyama para The New York Times.

Fotografía 2: La BioGuía.

Fuente: Revista de Prensa.

https://www.almendron.com/tribuna/el-arbol-abuela/



lunes, 19 de septiembre de 2016

El resurgimiento de algunos pueblos indígenas en Argentina tras siglos de penurias


Fermín Acuña, vicepresidente del Consejo de Caciques Ranqueles en Santa Rosa, Argentina, en el monumento donde se encuentra enterrado Panguithruz Güor, un importante cacique del siglo XIX. Los ranqueles recuperaron este terreno en 2001 y trajeron aquí sus restos, que estaban en un museo.Credito: Meridith Kohut para The New York Times
Escribe: Jonathan Gilbert

VICTORICA, Argentina — Cada año, la noche del 23 de junio, se reúnen en un lugar sagrado en estas llanuras ocres para celebrar el Año Nuevo de un calendario precolombino. Vestidos con ponchos y un tipo de joyería llamado tupu, ofrendan comida, celebran un banquete con costillas asadas y cuentan historias. Por la mañana marchan alrededor de un poste ceremonial de madera y una fogata alimentada durante la noche en honor a la tierra.

Para los indios ranqueles la escena está cargada de emociones y ofrece una visión de su resurgimiento en medio de una larga lucha por el reconocimiento después de siglos de penurias y pérdidas.

A lo largo de todo el continente americano, por supuesto, se han desarrollado luchas similares, pero el sentimiento de haber sido excluidos del diálogo nacional ha sido especialmente grave para los pueblos indígenas de Argentina.

Mientras que legisladores de Buenos Aires y de las provincias han hecho distintos esfuerzos de reconciliación, los líderes indígenas se quedaron perplejos el año pasado cuando Mauricio Macri, después de ganar la elección presidencial, destacó solo los logros de los inmigrantes europeos influyentes en su discurso (más tarde trató de calmar los ánimos reuniéndose con representantes indígenas).

Grupos indígenas de toda la Argentina se reunieron en un encuentro anual en Santa Rosa el mes pasado para preparar un documento que se enviará al gobierno sobre temas como derechos territoriales y atención a la salud. Credito: Meridith Kohut para The New York Times
Grupos indígenas de toda la Argentina se reunieron en un encuentro anual en Santa Rosa el mes pasado para preparar un documento que se enviará al gobierno sobre temas como derechos territoriales y atención a la salud.

“Ningún presidente argentino ha hecho esfuerzos reales para reparar el daño hecho a los pueblos indígenas”, dice Pedro Coria, de 51 años, sindicalista y presidente del Consejo de Caciques Ranqueles en Santa Rosa, la capital de la provincia de La Pampa.

Ese daño comenzó después de la conquista española, con trabajos forzados en minas lejos de su tierra natal y el uso de indígenas como moneda de cambio en acuerdos comerciales. Las tribus se resistieron en el siglo XIX con varios malones. Sin embargo, a finales de la década de 1870, Julio Argentino Roca, entonces general y futuro presidente, encabezó una campaña llamada la Conquista del Desierto en la que les arrebató las pampas y el norte de la Patagonia.

El general Roca, considerado durante mucho tiempo como un héroe que abrió paso en el “desierto” para los inmigrantes europeos pobres y unió a una nación rebelde, ha sido catalogado más recientemente como un genocida por historiadores y activistas. Eso dio lugar a campañas para rebautizar bulevares que llevaban su nombre, derribar estatuas suyas e incluso eliminar su imagen y sus conquistas del billete de 100 pesos.

Sin embargo, sigue sin haber un consenso acerca del trato dado a los indígenas en el pasado, ni tampoco se ha dado respuesta a sus demandas en el presente. Hace poco, en un largo editorial, el influyente diario conservador La Nación salió en defensa del general Roca.

Juan José Serraino, un criador de cabras con ascendencia ranquel, vive en una pequeña comunidad de descendientes ranqueles en Victorica. La comunidad consiguió que el gobierno restableciera sus derechos sobre la tierra y se les diera condicionalmente una parcela de seis hectáreas. Credito: Meridith Kohut para The New York Times
Juan José Serraino, un criador de cabras con ascendencia ranquel, vive en una pequeña comunidad de descendientes ranqueles en Victorica. La comunidad consiguió que el gobierno restableciera sus derechos sobre la tierra y se les diera condicionalmente una parcela de seis hectáreas.

En otros países de la región el movimiento indígena ha logrado triunfos notables. En Bolivia, un presidente indígena, Evo Morales, gobierna el país desde hace más de una década. En Paraguay, el guaraní sigue siendo tan utilizado como el español. En Ecuador, el gobierno incorporó conceptos indígenas en la Constitución de 2008.

No obstante, en Argentina, la conmemoración del bicentenario de la independencia en julio resultó irritante, y pareció confirmar las sospechas de los pueblos indígenas de que se estaban ignorando su cultura y su historia.

En una declaración conjunta, algunos grupos lanzaron una pregunta retórica: “¿Qué tenemos que celebrar?”.

Mientras los debates sobre las comunidades qom y wichí del norte de Argentina suelen tratar sobre la desnutrición infantil y los indígenas mapuche en la Patagonia luchan contra la invasión de la industria del petróleo de fractura hidráulica (o fracking), las comunidades ranqueles han surgido como pacientes defensoras de los derechos indígenas.

Las comunidades se han asegurado una serie de victorias, incluyendo la resolución de controversias territoriales y la transcripción fonética de libros de texto para conservar su lengua, que no era escrita. En términos más generales, han revertido una tradición entre los argentinos del interior de ocultar sus orígenes ranqueles. Tener un linaje indígena ya no es causa de vergüenza, sino que ahora es motivo de orgullo.

Un monumento a la cultura ranquel en Leuvucó. Las ocho figuras en el monumento simbolizan a los jefes.Credito: Meridith Kohut para The New York Times
 “Sus esfuerzos han pasado casi inadvertidos”, explica Graciana Pérez Zavala, historiadora de la Universidad Nacional de Río Cuarto, quien ha escrito ampliamente sobre los ranqueles.

“Están acabando con la idea de que los pueblos indígenas fueron exterminados durante la Conquista del Desierto”, dice. “Nos están demostrando que están vivos”.

A una corta distancia de Victorica, un pueblo rural de unos 6000 habitantes rodeado de bosques, los ranqueles pueden señalar el que quizá sea su mayor logro: la devolución de un sitio de dos hectáreas que fue parte de su asentamiento más grande, Leuvucó, antes de que el general Roca incumpliera los acuerdos de paz y enviara soldados a arrasar con todo en las llanuras centrales.

El grupo indígena logró recuperar un terreno baldío en 2001 después de dejar de lado rivalidades entre clanes, y de buscar ayuda de autoridades federales y provinciales. Ahí es donde celebran el Año Nuevo y donde enterraron los restos de un importante cacique del siglo XIX, Panguithruz Güor, cuyos restos habían permanecido en un museo a 804 kilómetros de allí.

Una comida en el encuentro nacional de pueblos indígenas de toda Argentina el mes pasado.Credito: Meridith Kohut para The New York Times
Para los que no pertenecen a su etnia, esa franja de tierra y el monumento oxidado en honor a varios caciques ranqueles pueden parecer poco más que símbolos, pero tienen poder.

“El simbolismo es importante”, dijo en una entrevista Fernanda Alonso, ministra de desarrollo social de la provincia de La Pampa. Para que los ranqueles prosperen, aseguró, “tienen que reconstruir su pasado”.

Anteriormente, era poco probable que quienes visitaban La Pampa se enteraran de la herencia indígena de la provincia, aunque tal vez podrían haber notado la imagen de un ranquel en el escudo provincial y en algunos caminos antiguos.

Aunque algunos académicos señalan los esfuerzos anteriores que se han hecho para avanzar en la causa de los pueblos indígenas, 2001 se considera en términos generales el año del renacimiento de los ranqueles, ya que se dio impulso a más de 20 comunidades a lo largo de La Pampa.

Clase en lengua ranquel en la sede del Consejo de Caciques de Santa Rosa el mes pasado.Credito: Meridith Kohut para The New York Times
 “La restitución fue un hito”, dice María Inés Serraino, maestra de ciencias en Victorica, donde los vecinos anunciaron su llegada con un aplauso. “Se está preparando el terreno para el rescate de una cultura que siempre se nos negó”.

Serraino recordó cómo su abuela paterna, una indígena ranquel que se casó con un inmigrante siciliano, le contaba historias sobre los valores indígenas, como el amor por la naturaleza y la vida comunitaria.

En años recientes, ella y su familia han conformado una comunidad ranquel de catorce personas, reconocida por el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas.

Aunque se han visto fortalecidos por una ley promulgada en 2006, los pueblos indígenas de Argentina siguen luchando por sus derechos sobre la tierra. Sin embargo, a la comunidad de Serraino  —que lleva el nombre de su abuela— las autoridades municipales le entregaron un terreno de seis hectáreas. En esa tierra, su grupo quiere revivir la tradición de la agricultura de subsistencia comunitaria. También se está construyendo una pequeña edificación para reuniones y eventos culturales.

Mercedes Soria, líder indígena, encabeza la ceremonia de apertura del encuentro nacional.Credito: Meridith Kohut para The New York Times
A lo largo del centro de Argentina se han repetido historias de éxito similares, no solo en La Pampa, sino también en la cercana Provincia de San Luis.

En La Pampa occidental las autoridades respaldan a las comunidades ranqueles, incluyendo una llamada Epumer, sobre la que pesaba una amenaza de desalojo debido a batallas legales por el territorio. A medida que los agricultores buscan nuevas fronteras más allá del corazón agrícola del país, se teme que aumenten los conflictos por la tierra.

Tratando de volver a conectar a la población con sus raíces indígenas, los líderes también imparten charlas entre los niños en las escuelas. En Santa Rosa, donde se celebrará una reunión cumbre de pueblos indígenas de Latinoamérica este mes, el consejo de caciques se mudó hace unos cinco años a una modesta sede rentada que alberga una pequeña biblioteca y habitaciones para huéspedes.

En una sala de reuniones donde se exhibe un nuevo diseño de la bandera de los ranqueles se enseñan clases de su idioma a grupos de adultos. En Victorica incluso las señales de tránsito incluyen traducciones al ranquel de los números de las calles.

A pesar de ello, los obstáculos continúan. Los abogados defensores dicen que hasta ahora, por ejemplo, ninguna comunidad cuenta con los títulos de propiedad de las tierras recuperadas.

Para recalcar la naturaleza provisional del logro más importante de los ranqueles, Osvaldo R. Borthiry, el hombre de 83 años que donó las dos hectáreas en el sitio de Leuvucó, dijo que sus hijos decidirían el futuro de la propiedad.

Otros descartan la idea de trabajar dentro del sistema y abogan por una posición separatista. “Cuando tu país no representa quién eres, ¿qué más puedes hacer?”, dijo Miguel Ángel Saulo, de 62 años, líder de lostehuelches en el sur de Argentina.

Sin embargo, los ranqueles y sus defensores no se desaniman.

“Solía ser motivo de vergüenza decir que eras descendiente de indígenas”, dijo Marcela Suárez, una conserje de 46 años, 
mientras daba vueltas al poste de madera en Leuvucó. “Ahora es un orgullo”. 

Fuente: The New York Times – América Latina – Argentina / 15 de Septiembre de 2.016


http://www.nytimes.com/es/2016/09/15/el-renacimiento-de-algunos-pueblos-indigenas-en-argentina-despues-de-siglos-de-penurias-y-perdidas/#story-continues-23