Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

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jueves, 2 de septiembre de 2021

National Geographic defendió a los carpinchos de Nordelta



Luego de que se conociera el reclamo de los vecinos por la invasión de carpinchos en diferentes barrios de Nordelta, el tema se instaló en la agenda nacional. Ahora, la polémica fue un poco más allá y llegó a la reconocida publicación vinculada al ambiente y la naturaleza National Geographic. Al referirse a lo que ocurre por estos días en la zona norte de Gran Buenos Aires, la revista consideró que los animales “vuelven al territorio que les pertenece desde hace miles de años”. En realidad no vuelven, siempre estuvieron, pero fueron desplazados por los humanos y ante la falta de depredadores se reprodujeron a mayor velocidad.

Días atrás, los residentes del área afectada por la “superpoblación” de carpinchos emitieron un comunicado en el que aseguraron que “aman” a estos roedores y apuntaron a la responsabilidad de las autoridades provinciales y de los administradores del complejo. El texto fue firmado por la “comisión pro equilibrio carpinchos Nordelta” y sostiene que no buscan “la erradicación total”: “Nuestro pedido concreto es retrotraer la cantidad de carpinchos a los que había cuatro o cinco años atrás por traslado a otras reservas naturales”.

Lejos de agotarse en esa noticia, la controversia continuó escalando. En los últimos días, National Geographic se sumó a la cobertura y subrayó que Nordelta fue construido sobre uno de los humedales del río Paraná: “Después del Amazonas, es el caudal más importante de América Latina”. La publicación agregó que es hogar de una gran cantidad de especies de ecosistemas húmedos, como los famosos “capibaras”, conocidos en nuestro país como carpinchos.

“En el año 2000, sin embargo, el megaproyecto de construcción de este barrio de clase alta vino a cambiar el panorama. Campos de fútbol y golf, centros educativos exclusivos y al menos 31 barrios nuevos se han construido a lo largo de 21 años, en los 16 kilómetros cuadrados que comprende Nordelta”, señaló el medio, que además remarcó que “las casas pueden estar tasadas hasta en 6 millones de dólares”.

“Ni siquiera los mejores agentes de bienes raíces lograron contener la invasión de capibaras que hoy aqueja terriblemente a los vecinos”.

El artículo concluye con una dura crítica: “Antes desplazados por el desarrollo urbanístico exclusivo e irresponsable, los capibaras están retomando el territorio que perdieron hace más de dos décadas. Aunque los vecinos enardecidos de Nordelta intenten erradicarlos, tienen la presión de la mirada del mundo sobre la espalda. Algunos lo han llamado, incluso, un claro ejemplo de lucha de clases”.

Un carpincho puede medir hasta 1,30 metros de largo y los adultos llegan a pesar 60 kilos. Son gregarios, viven en grupos de 10 a 20 animales y se alimentan de la vegetación. Algunos de los problemas más graves que destacan los vecinos del municipio de Tigre son los daños materiales, como los que los roedores están causando en los jardines de las viviendas. Pero, además, algunas familias denunciaron que sus mascotas fueron atacadas por los carpinchos y, según se pudo ver en un video registrado por cámaras de seguridad, también causaron algunos accidentes viales.

Fuente: Noticias Ambientales - 29 de Agosto de 2021.

https://noticiasambientales.com/animales/national-geographic-defendio-a-los-carpinchos-de-nordelta/

lunes, 16 de noviembre de 2020

Las muertes de ancianos por la COVID-19 ponen en peligro los idiomas indígenas


Por Jill Langlois 
National Geographic
Fotografías de Rafael Vilela

«Nos preocupa mucho», dice una líder indígena. «Tienen mucho más que contarnos».



Eliézer Puruborá, una de las últimas personas que creció hablando el idioma puruborá, falleció de COVID-19 en Brasil a principios de este año. Su muerte a los 92 años ha debilitado el poco control que tiene este pueblo sobre su idioma.

Los idiomas indígenas de Brasil han estado amenazados desde la llegada de los europeos. Solo siguen hablándose unos 181 de los 1500 idiomas que existían y la mayoría tiene menos de mil hablantes. Algunos grupos indígenas, sobre todo aquellos con poblaciones más grandes, como los mbyá guaraníes, han logrado mantener su idioma materno. Pero los idiomas de grupos más pequeños, como los puruborás, con unos 220 miembros, están a punto de extinguirse.

La pandemia está agravando esta frágil situación. Se estima que hay más de 39 000 casos de coronavirus entre indígenas brasileños, entre ellos seis puruborás, y hasta 877 muertes. La COVID-19 está llevándose las vidas de ancianos como Eliézer, que suelen ser los guardianes del idioma. El coronavirus también obliga a los miembros de la comunidad a aislarse, impide la celebración de eventos culturales que mantienen vivas las lenguas y mina el lento progreso de la gestión lingüística.

Para los puruborás, preservar su idioma y su cultura ha sido una larga lucha. Hace más de un siglo, los recolectores de caucho, auspiciados por el Servicio de Protección al Indio —la agencia federal que administraba los asuntos indígenas— llegaron a sus tierras en el estado amazónico de Rondônia. Pusieron a hombres y niños indígenas, entre ellos Eliézer, a trabajar recogiendo caucho de los árboles y repartieron a las mujeres y niñas indígenas entre los recolectores de caucho no indígenas como si fueran premios. Solo se permitía hablar en portugués.

«Todo lo relacionado con nuestra cultura se prohibió», cuenta Hozana Puruborá, que se convirtió en la lideresa de los puruborá tras la muerte de su madre, Emília. Emília era la prima de Eliézer; de niños, los primos, ambos huérfanos, hablaban en susurros en puruborá cuando nadie más podía escucharlos. «Mantuvieron su lengua viva en la clandestinidad».

En 1949, los Servicios de Protección al Indio declararon que ya no había más pueblos indígenas en la región porque se habían «mezclado» y «civilizado». Oficialmente, los puruborás habían desaparecido.



Construyendo un archivo

Sin embargo, los puruborás se negaron a desaparecer. Se asentaron en Aperoi, la última aldea puruborá, una parcela de 25 hectáreas de tierras ancestrales compradas a productores de soja y ganaderos. No es lo bastante grande para todos, así que Eliézer vivía con su hija en la localidad de Guajará Mirim, no muy lejos.

Los puruborás también empezaron a trabajar con Ana Vilacy Galucio, una lingüista del Museo Paraense Emílio Goeldi, que alberga los archivos permanentes de 80 idiomas indígenas de la Amazonia brasileña. Con su ayuda, quería crear un archivo del puruborá.

Cuando Galucio empezó a visitarlos en 2001, había nueve ancianos puruborás, entre ellos Eliézer y Emília, que se sintieron motivados a volver a hablar su lengua. Muchos vivían lejos de Aperoi y llevaban décadas sin hablar en puruborá.

«No es solo que no pudieran hablarlo», dice Galucio. «No podían escucharlo; no tenían contacto con su idioma».

Galucio los reunió para que hablaran. Llevaban cascos y hablaban con micrófonos. Grabó todo lo que dijeron para crear un archivo de audio de su idioma. Al principio, solo recordaban unas pocas palabras. Enseguida recordaron los nombres de los animales; la gramática y las estructuras sintácticas fueron más difíciles. Pero cuanto más tiempo pasaban hablando, más recordaban.

Ahora solo quedan dos ancianos —Paulo Aporte Filho y Nilo Puruborá— que dominan más o menos el idioma. Ambos tienen más de 90 años y mala salud, así que son muy vulnerables al coronavirus. Ninguno vive en Aperoi ni pueden visitarla debido a la pandemia. Hozana teme que la COVID-19 pueda llevárselos antes de tener tiempo para compartir todo lo que saben.

«Aún faltan muchas cosas en el archivo», afirma. «Nos preocupa mucho. Tienen mucho que contar».
Un impulso inesperado

Mucho más al sur, la pandemia también está afectando a los mbyá guaraníes. En las seis aldeas que componen su comunidad en São Paulo, cientos de personas han contraído la COVID-19, entre ellas ancianos de más de 100 años. Por ahora no ha fallecido nadie.





Las escuelas públicas de educación primaria de la comunidad, que enseñan el idioma y la cultura guaraníes, están cerradas, lo que ha dejado a los niños sin un medio importante para aprender y compartir. Muchas personas han perdido su empleo.

Con todo, el idioma guaraní también ha recibido un impulso inesperado. Cuando comenzó la pandemia, Anthony Karai, un joven líder indígena, empezó a dar clases de idiomas virtuales para recaudar dinero para miembros desempleados de su comunidad. Creyó que podría atender a hasta 100 alumnos, pero más de 300 personas se apuntaron en dos horas.

Karai no quería rechazar a nadie, así que llamó a dos profesores de aldeas diferentes para que enseñaran a los 200 estudiantes de más. Él dice que enseñar guaraní no solo le proporciona una forma de mantener el idioma con vida, sino que también ayuda a las personas no indígenas a ver su comunidad desde una perspectiva diferente.

«Cuando aprendes un idioma, no puedes aprender solo el idioma», afirma Karai. «Tienes que aprender la cultura».

Y viceversa: perder un idioma puede significar perder una cultura, y eso es lo que preocupa al profesor de puruborá Mario Puruborá.




En Aperoi, al igual que en las aldeas mbyá guaraníes, los niños aprenden puruborá en la escuela pública. Pero incluso antes de la pandemia, las autoridades locales querían cerrar el colegio porque tenía muy pocos estudiantes.

Mario, que había estado luchando para que las clases continuaran, no domina el puruborá. Aprendió lo que sabe de las grabaciones de audio que hizo Galucio para el archivo del museo.

Antes de la pandemia, visitaba con regularidad a los ancianos que vivían fuera de la aldea, como Paulo y Nilo, para que resolvieran sus dudas sobre el idioma. El coronavirus ha hecho que esos viajes sean demasiado peligrosos y ahora teme que muchos detalles lingüísticos mueran con ellos.

Los puruborás están haciendo lo que pueden para que los miembros de su comunidad sigan sanos y salvos. Han pospuesto la asamblea y el festival cultural que celebran cada año —donde comparten historias, cantan y organizan iniciativas de preservación del idioma— y han reducido los viajes no esenciales. Y dicen que, cuando la pandemia amaine por fin, intentarán garantizar que la responsabilidad de preservar su cultura y su idioma no recaiga solamente en los frágiles hombros de sus ancianos.

«Mucha gente dice que hemos resurgido, pero a mí no me gusta ese término», dice Mario. «Siempre hemos conocido nuestra identidad y siempre hemos estado aquí. Y siempre estaremos».

Este artículo ha contado con el apoyo del COVID-19 Emergency Fund for Journalists de la National Geographic Society.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.


sábado, 7 de abril de 2018

Líneas de Palpa, en Perú: figuras de guerreros y otros nuevos geoglifos




Dos personajes con tocado y animales

Figuras de la cultura de Paracas: dos personajes con tocado y animales. En San Ignacio, en la provincia de Palpa.

Foto: Diego Ochoa

Por Alec Forssmann para National Geographic

Algunas de las nuevas líneas descubiertas pertenecen a la cultura nazca, pero la mayoría de las nuevas imágenes pertenece a las anteriores culturas de Paracas y Topará.

La cultura nazca surgió de una cultura anterior, la de Paracas, se desarrolló durante los primeros siglos de la era cristiana y entró en decadencia a partir del siglo VII d.C. Algunas de las nuevas líneas descubiertas pertenecen a la cultura nazca, pero los arqueólogos sospechan que la mayoría de las nuevas imágenes pertenece a las anteriores culturas de Paracas y Topará, que trazaron los geoglifos entre el 500 a.C. y el 200 d.C. A diferencia de las líneas de Nazca, que se aprecian sobre todo desde lo alto, los geoglifos de Paracas fueron trazados en las laderas de las montañas y eran visibles desde las aldeas situadas al pie de las montañas. Las líneas de Nazca consisten, como su nombre indica, en líneas o polígonos, pero "muchas de las figuras de Paracas recientemente halladas representan a humanos", destaca Michael Greshko en la edición internacional de National Geographic. "Muchas de estas figuras representan a guerreros; podían ser vistas a una cierta distancia, pero con el tiempo desaparecieron completamente", afirma Luis Jaime Castillo, uno de los principales descubridores de los nuevos geoglifos, de la Pontificia Universidad Católica del Perú y director en América Latina de Sustainable Preservation Initiative.


Figuras geométricas


Figuras geométricas de la cultura nazca sobrepuestas a figuras de personajes humanos de la cultura de Paracas, en Yunama, en la provincia de Palpa.

Foto: Luis Jaime Castillo

Los nuevos sitios arqueológicos, prácticamente imperceptibles a simple vista, han sido descubiertos gracias a GlobalXplorer, un programa de identificación, documentación y protección del patrimonio cultural, dirigido por Sarah Parcak y con la colaboración de National Geographic Society, entre otros. GlobalXplorer fue lanzado en 2017 y, durante una iniciativa de tres meses para encontrar evidencias arqueológicas en Perú, fueron detectados cientos de sitios por voluntarios de todo el mundo y usando imágenes satelitales. El trabajo de campo, en la región comprendida entre los valles de Palpa y Nazca, fue realizado entre diciembre de 2017 y enero de 2018 por un equipo dirigido por Jaime Castillo y que incluyó a los estudiantes de arqueología Karla Patroni, Fabrizio Serván y al fotógrafo Diego Ochoa. "La realización de enormes geoglifos fue una tradición de más de 1.000 años, anterior a los famosos geoglifos de la cultura nazca, por lo que se abre una nueva puerta para formular hipótesis sobre la función y significado de estos geoglifos", expresa Johny Isla, arqueólogo del Ministerio de Cultura de Perú, quien también ha guiado el trabajo de campo en dicha región.

Fuente

National Geographic España – 7 de Abril de 2.018



Figura de un ave


Figura de un ave en la ladera de una montaña.

Foto: Luis Jaime Castillo




Mono


Figura de un mono en Yunama, en la provincia de Palpa.

Foto: Luis Jaime Castillo



Figura humana


Figura humana y líneas, en Yunama, en la provincia de Palpa.

Foto: Luis Jaime Castilo



Figura de una ballena


Figura de una ballena en la ladera de una montaña.

Foto: Luis Jaime Castillo


miércoles, 7 de febrero de 2018

6 de Febrero Día Internacional de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina




La mutilación genital femenina (MGF) comprende todos los procedimientos consistentes en alterar o dañar los órganos genitales femeninos por razones que nada tienen que ver con decisiones médicas, y es reconocida internacionalmente como una violación de los derechos humanos de las mujeres y niñas.

Refleja una desigualdad entre los sexos muy arraigada y constituye una forma extrema de discriminación contra mujeres y niñas. La práctica viola sus derechos a la salud, la seguridad y la integridad física, el derecho a no ser sometidas a torturas y tratos crueles, inhumanos o degradantes, y el derecho a la vida en los casos en que el procedimiento acaba produciendo la muerte.

Para abandonar la práctica de la mutilación genital femenina, es necesario realizar esfuerzos sistemáticos y coordinados que involucren a las comunidades enteras, que se enfoquen en los derechos humanos y en la igualdad de género. Estos esfuerzos deben hacer hincapié en el diálogo social y en el empoderamiento de las comunidades para actuar colectivamente y poner fin a la práctica. También deben atenderse las necesidades de salud sexual y reproductiva de las mujeres y niñas que sufren sus consecuencias.

El UNFPA y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), han liderado conjuntamente el mayor programa a escala mundial para acelerar la eliminación de la mutilación genital femenina. El programa se centra actualmente en 17 países de África y también es compatible con las iniciativas regionales y globales.

El Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) colabora con gobiernos, socios y otras agencias de la ONU para hacer lograr varios de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (en particular, el Objetivo 3 sobre la salud, el 4 sobre la educación y el 5 sobre la igualdad de género) y contribuye en diversas formas para lograr muchos de los demás objetivos.

La celebración de este Día también forma parte de la «Iniciativa Spotlight», un proyecto conjunto de las Naciones Unidas y la Unión Europea para eliminar todas las formas de violencia contra las mujeres y las niñas. En concreto, se ocupa de la violencia sexual y de género, que incluye la mutilación genital femenina, en el África subsahariana.

Datos relevantes
A nivel mundial, se calcula que hay al menos 200 millones de niñas y mujeres mutiladas.
En la actualidad, cada año se le mutilan los genitales a tres millones de niñas.
44 millones de niñas menores de 14 años han sufrido la ablación, principalmente en Gambia (un 56%), Mauritania (54%) e Indonesia, donde alrededor de la mitad de las niñas de 11 años han padecido esta práctica.
Los países con la prevalencia más alta entre mujeres y niñas entre 15 y 49 años son Somalia (58%), Guinea (97%) y Djibouti (93%).
Si la tendencia actual continúa, para 2030 aproximadamente 86 millones de niñas en todo el mundo sufrirán algún tipo de mutilación genital.

La mutilación genital femenina se practica en niñas en algún momento de sus vidas entre la infancia y la adolescencia.

La mutilación genital femenina es causa de hemorragias graves y otros problemas de salud tales como quistes, infecciones e infertilidad, así como complicaciones en el parto y un mayor riesgo de muerte de recién nacidos.

La mutilación genital femenina es una violación de los derechos humanos de las niñas y las mujeres.

Establecidos en 2015, los Objetivos de Desarrollo Sostenible incluyen la erradicación de la mutilación genital femenina antes del 2030 en el Objetivo 5, dedicado a la igualdad de género - Meta 5.3: Eliminar todas las prácticas nocivas, como el matrimonio infantil, precoz y forzado y la mutilación genital femenina.

Varias organizaciones intergubernamentales —entre otras, la Unión Africana, la Unión Europea y la Organización de Cooperación Islámica— y tres resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas han pedido la eliminación de la mutilación genital femenina.

Fuente
Naciones Unidas
National Geographic

viernes, 5 de enero de 2018

El reino menguante del jaguar


El esquivo depredador americano es venerado como un símbolo espiritual. 

Hoy este felino se enfrenta a peligros que podrían convertir su imagen en un mero recuerdo.


Cámara trampa
El rayo infrarrojo de una trampa fotográfica pilla por sorpresa a un jaguar de 10 meses de edad cuando regresa a la seguridad de un árbol en la región brasileña del Pantanal, el humedal tropical más grande del mundo y uno de los últimos bastiones del jaguar. Las madres alientan a los cachorros a que trepen a los árboles cuanto antes para que aprendan a escapar de los depredadores.

Fotografia Steve Winter

Atracción turística
En algunas algunas regiones de Brasil y otras zonas del área de distribución del jaguar, los ecologistas trabajan para que el turismo se convierta en un acicate que impulse la economía local y garantizce la supervivencia de estos felinos.
Fotografia Steve Winter


Curandero peruano
El curandero peruano maestro Juan Flores se deja fotografiar junto al río Hirviente, otrora evitado por los lugareños por la presencia de jaguares y de fuerzas sobrenaturales. Hoy los únicos jaguares que hay son los que él invoca apelando al mundo de los espíritus. El maestro buscó curaciones tradicionales en este lugar tras recibir un tiro en las piernas; después fundó el centro de sanación chamánica de Mayantuyacu.
Fotografia Steve Winter


A la zaga de la presa
Las nutrias gigantes del Pantanal de Brasil colaboran entre ellas para ahuyentar a los felinos. Este jaguar las observa con recelo, sin atreverse a meterse en el agua.
Fotografia Steve Winter


Cachorros de jaguar
Una madre acicala a sus cachorros a orillas del río Três Irmãos en el Pantanal. Los jaguares se aparean en cualquier época del año y las hembras paren una camada de entre una y cuatro crías al cabo de unos cien días. Cuando los cachorros tienen un par de meses, la madre les ofrece presas heridas para que empiecen a destetarse y aprendan las habilidades de la caza.
Fotografia Steve Winter

Arte rupestre
El jaguar domina el arte rupestre descubierto en más de 80 paredes y afloramientos de roca del colombiano Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete. Durante décadas fue imposible acceder a est parque, ubicado en una de las selvas más salvajes de América del Sur, por la presencia de grupos armados en guerrilla contra el ejército regular. Los científicos creen que algunas de las representaciones de jaguares y otros símbolos podrían tener hasta 20.000 años de antigüedad
Fotografia Steve Winter

Los aprendices del maestro Juan Flores me ofrecieron la llave de entrada al mundo espiritual de los jaguares dentro de un pequeño cáliz de plástico. Contenía «la medicina», una decocción parda y densa a base de hojas de chacruna y lianas de ayahuasca que habían hervido durante dos días y decantado en botellas de agua recicladas. Para comenzar la ceremonia, el maestro consagró la infusión con exhalaciones de humo de mapacho, el tabaco silvestre amazónico. Acto seguido empezó a llenar el cáliz: una pequeña dosis para cada uno de los presentes.

Nosotros aguardábamos sentados en esteras, con mantas y cubos de plástico para recoger los vómitos, bajo el techo de paja de un amplio pabellón sin paredes llamado maloca. Éramos 28, procedentes de Estados Unidos, Canadá, España, Francia, Argentina y Perú. Todos habíamos ido en busca de alguna cosa hasta aquel puesto remoto de la Amazonia peruana, levantado a orillas de un curso de agua extraño y letal llamado río Hirviente.

Algunos confiaban hallar la cura de dolencias graves; otros buscaban orientación; los había que simplemente deseaban echar un vistazo a otro mundo, el rincón más esotérico de lo que Alan Rabinowitz denomina «el corredor cultural del jaguar». Este dominio –geográfico y cultural– abarca los hábitats y rutas migratorias que su organización conservacionista, Panthera, intenta proteger para garantizar la supervivencia de los cerca de 100.000 jaguares que quedan en el mundo y la vitalidad de su acervo genético.

Ritual con ayahuasca
La medicina se repartió en silencio, sin más sonido que el rumor del río, donde guirnaldas de vapor se mecían enremolinos de aire fresco nocturno. Cuando los aprendices se acercaron a mí, me puse de rodillas, tal vez por la antigua costumbre católica o por la simple imitación de la postura de todos los demás. Un aprendiz me tendió el cáliz; otro sostenía un vaso de agua.

Como quien se dispone a saltar al abismo, vacilé, recordando lo que el curandero don José Campos me había dicho unos días antes en la bulliciosa ciudad portuaria de Pucallpa, en Perú. «Usted no toma la ayahuasca –me dijo–. La ayahuasca lo toma a usted». Incliné la copa y bebí.

Había venido a ver al maestro juan a Mayantuyacu, el centro de sanación chamánica que él fundó en la década de 1990 con la idea de aprender más cosas sobre los jaguares, en especial aquellos aspectos que no pueden captarse con una cámara trampa.

Panthera onca es el carnívoro superdepredador de América del Sur y del Norte. Al tiempo majestuoso y feroz, sigiloso sin rival, se mueve como pez en el agua en los ríos, en el suelo de la selva y en las ramas de los ár­­boles. Sus ojos brillan en la oscuridad por acción del tapetum lucidum de sus retinas de visión nocturna.
Su mordedura es la más potente –en relación con su tamaño– de entre los grandes felinos. Y posee una característica que lo distingue de todos ellos: no muerde a sus presas en la garganta, sino en el cráneo, a menudo perforándoles el cerebro y causándoles una muerte instantánea. Su penetrante rugido gutural se antoja el sonido grave de la mismísima fuerza vital.

La doble vida de los jaguares
Pero durante miles de años los jaguares han llevado una doble vida, una existencia figurada que domina el arte y la arqueología de las culturas precolombinas en prácticamente la totalidad del área de distribución histórica de la especie, desde el sudoeste de Estados Unidos hasta Argentina. Fueron divinizados por los olmecas, los mayas, los aztecas y los incas, que esculpían efigies de jaguar en sus templos, en sus tronos, en las asas de sus ollas, en las cucharas que tallaban en los huesos de llama…

Su imagen aparecía entretejida en chales y sudarios de la cultura chavín, surgida en Perú en torno al año 900 a.C. Algunas tribus amazónicas bebían su sangre, comían su corazón y vestían con sus pieles. Muchos creían que las personas podían transformarse en jaguares y los jaguares, convertirse en personas. Para los desana del noroeste de Colombia, eran la manifestación del sol; para los tucano, su rugido anunciaba la lluvia.

La palabra maya balam denota tanto al jaguar como al sacerdote o hechicero. En la cultura mojo de Bolivia, el candidato por excelencia para el puesto de chamán era el hombre que había sobrevivido al ataque de un jaguar. Incluso hoy, cuando la especie ha sido expulsada de más de la mitad de su territorio original, siguen apareciendo por doquier manifestaciones modernas de esa relación milenaria.

Cada mes de agosto, por ejemplo, en el festival de La Tigrada, los vecinos de Chilapa de Álvarez, en el sudoeste de México, desfilan por las calles con máscaras de jaguar y disfraces moteados para pedir al dios jaguar Tepeyollotl lluvias y cosechas abundantes. Es posible encontrar la imagen de un jaguar rugiente en cualquier objeto imaginable, desde la lata de una de las cervezas más populares de Perú hasta toallas de playa, camisetas, mochilas, pescaderías y bares de ambiente.

Sin duda el elemento más misterioso de la doble vida del jaguar se oculta en los dominios del chamán y losextraordinarios estados de conciencia que los pueblos indígenas del alto Amazo­nas llevan milenios explorando a base de plantas psicotrópicas. En este universo esotérico en que los curanderos nativos afirman poder identificar el origen de todas las dolencias y hallar su cura con ayuda de los espíritus, el jaguar se erige como un aliado, un guardián, una presencia vital capaz de expulsar enfermedades, catalizar transformaciones y ahuyentar fuerzas malignas.

Entre la cornucopia de espíritus amazónicos que supuestamente moran en los lagos y ríos, en los animales y en las 80.000 especies de plantas estimadas que conforman uno de los ecosistemas más prodigiosos del planeta, el jaguar no tiene parangón. Mayantuyacu está a unos 50 kilómetros al sudoeste de Pucallpa. «Hace cuatro años no había carretera», dijo Andrés Ruzo cuando nuestra camioneta salió de la autopista de arcilla y grava para incorporarse a una pista precaria abierta sobre un terreno recién deforestado por los rancheros.

Al pie de una colina empinada había un santuario de cabañas y construcciones con techo de paja en medio de los árboles, en los que reverberaba el carillón gorjeante de las oropéndolas. Ruzo había llegado a conocer bien Mayantuyacu y al maestro Juan en los siete años que había es­tado estudiando el río Hirviente para su doctorado por la Universidad Metodista del Sur, de Texas, financiado parcialmente con becas de National Geographic.

Un río a 100ºC
El río, de unos seis kilómetros de longitud, se alimenta de unas aguas que se calientan a gran profundidad y ascienden por fallas de la corteza terrestre. En algunas zonas el río ronda los 100 °C, una temperatura capaz de acabar con cualquier criatura que se precipite a sus aguas.

Generación tras generación, los lugareños han visto en esta anomalía geológica un lugar de im­­portancia espiritual. La mayoría ni siquiera se acercaban al río, temerosos de los espíritus que habitaban sus vapores y de los jaguares que merodeaban en la selva circundante. Pero los curanderos –como muchos prefieren que los llamen– llevan toda la vida acudiendo a él para participar de su poderosa medicina.

Estudiosos de un tipo de ciencia diferente, la de los efectos de las plantas, adquirían sus conocimientos de fitoterapia en un proceso llamado «la dieta», en el que consumían y estudiaban los efectos de diversas recetas preparadas con hojas, raíces, cortezas y savias. Su plan de estudios incluía también la adquisición de conocimientos bajo los efectos de la ayahuasca, el medicamento psicotrópico por excelencia y la base de la vida espiritual de más de 70 pueblos indígenas y culturas mestizas de la Amazonia.

En nuestra segunda noche en Mayantuyacu, Ruzo nos llevó al fotógrafo Steve Winter y a mí a la cabaña del maestro Juan, uno de los curanderos más famosos de Perú. Estaba tumbado en una hamaca, sin más ropa que los pantalones, fumando un mapacho. A sus 67 años, parecía ser un hombre de pocas palabras, mesurado, estoico, observador; hablaba español con fluidez, pero era de esas personas que no se prestan a confianzas ni a interrogatorios.

Tiene 14 hijos, de entre 13 y 30 años. Algunos trabajan en Mayantuyacu. Hijo de curandero, se crio en la pequeña aldea de Santa Rosa, a 16 kilómetros al este del río Hirviente. Un día su padre salió sin la pipa y sin la protección del maestro espíritu del tabaco; le cayó encima un árbol y murió.

Por entonces Juan tenía 10 años, pero pudo continuar sus estudios gracias a que un curandero ashaninka lo tomó como aprendiz. A partir de ahí estudió con curanderos de muchos pueblos indígenas y contextos diferentes. Fundó Mayantuyacu tras haber visto la muerte muy de cerca cuando pisó una trampa de caza y el disparo resultante le destrozó la tibia. Para cuando pudieron llevarlo al hospital, había perdido tanta sangre que los médicos temieron por su vida. Tenían claro que nunca volvería a caminar sin muletas.

Una enfermera le insinuó que si era un gran curandero, entonces debería ser capaz de sanarse a sí mismo. Así que, transcurrida una semana desde el accidente, agarró las muletas y emprendió una ardua peregrinación río Pachitea arriba y selva a través hasta que se topó con un came renaco (Ficus trigona) que crecía inclinado sobre el río Hirviente, las ramas envueltas en vapor. Con aquel árbol preparó unos tratamientos cuya finalidad era el fortalecimiento óseo.
En cuestión de meses tenía la pierna como nueva. Poco después se casó con la enfermera que lo había desafiado y juntos fundaron Mayantuyacu, cerca del came renaco que lo había sanado.

Pero ahora, más de 20 años después, la salud de la región entera pasa malos momentos. Buena parte de la selva de los alrededores ha sido talada o quemada para hacer sitio al ganado. La mayoría de los animales han sucumbido a la caza. Hasta cuesta encontrar lianas de ayahuasca: ahora Mayantuyacu las importa de otras zonas de Perú o Brasil. En 2013, año en que se construyó la ca­­rretera, el came renaco que había encontrado el maestro Juan cayó al río Hirviente y murió.

Steve Winter sacó el portátil para mostrar a nuestro anfitrión las fotografías de jaguares que había tomado en el Pantanal brasileño.

El curandero sonrió y bajó la guardia. Fue como si estuviese contemplando fotos de una rama de su familia que se hubiese mudado lejos. Se entusiasmó como un chiquillo al visionar la filmación de un jaguar que se lanzaba a un río y salía de él con un caimán de 70 kilos en las fauces.

Terminado el espectáculo y cerrado el portátil, el maestro Juan encendió un mapacho.

El último jaguar de la zona
«Al último jaguar de esta zona lo mataron hace dos años», dijo. La mayoría de la gente de Mayantuyacu, sus aprendices, los trabajadores que preparaban las lianas de ayahuasca, jamás habían visto uno, excepto cuando los invocaban en ceremonias y se les aparecían en visiones. Para ellos el jaguar solo existía en el mundo espiritual. El maestro Juan comentó que solía invocar a los espíritus de los jaguares para proteger la entrada a la maloca durante las ceremonias.Había dos: uno vinculado con el jaguar moteado, el llamado otorongo, y otro relacionado con una variedad mucho más rara, el jaguar negro, al que se refirió como yanapuma.

Yo debía plantearle una pregunta dolorosa, porque saltaba a la vista que el maestro Juan era consciente del apocalipsis a cámara lenta que tenía lugar a su alrededor: un modo de vida estaba desapareciendo a medida que la selva ardía, la caza se esfumaba y el jaguar dejaba de rugir. ¿Cómo puede invocarse a los espíritus de los jaguares de la selva si en la selva no hay jaguares? «Los espíritus no se borran –dijo–. El cuerpo puede haber muerto, pero el espíritu sigue aquí».

Y, sin embargo, seguía rezando por el regreso del jaguar, pues sabía que una selva con jaguares es más sana que una selva sin el gran cazador que mantiene a raya a las demás especies. «Son buenos –dijo en voz baja–. Ojalá vuelvan». Sabía un poco a tierra, la ayahuasca del cáliz, acre y dulce a la vez, un poco como la melaza. Repartida la última dosis,se apagaron las luces y nos inundó la oscuridad de la selva, una oscuridad tan formidable como el rostro del jaguar negro cuya mirada desafiante habíamos visto de cerca, refulgiendo tras las barras de acero de una jaula de Pucallpa.

¿Cómo puede invocarse a los espíritus de los jaguares de la selva si en la selva no hay jaguares?

Media hora más tarde el maestro Juan, indicando que empezaba a sentir los efectos de la medicina que también él había bebido, empezó a entonar el primer icaro, una salmodia monótona que incorpora frases en distintos idiomas y sílabas sin sentido.Estaba sentado con las piernas cruzadas.

Llevaba una larga túnica de rayas, un tocado de plumas de loro de intenso color verde y collares cuyas cuentas eran grandes conchas marrones de caracol, huayruros (unas semillas carmesíes) y colmillos de jaguar. Daba la impresión de que su cántico movía la energía por la sala.

Aquellos asistentes que no percibían ningún efecto ingirieron una segunda dosis, alumbrándose el camino hasta el maestro con la luz de sus iPhones. El maestro Juan entonó una invocación de los espíritus de determinadas aves. Más tarde lo oí llamar a los jaguares a la maloca. Abrí los ojos y constaté que había seguido el círculo de esteras y estaba sentado justo delante de mí.

Después me explicó que los jaguares habían llegado y se habían sentado en la entrada de la maloca, pero solo un momento. «Pronto volvieron a internarse en la selva», dijo. Yo no los vi. La ayahuasca no me hizo ver jaguares ni ningún otro animal del mundo de los espíritus. Pero lo que sí vi en aquellas tres horas fue una de las experiencias más reveladoras de mi vida. El instante en que la ayahuasca se apodera de ti se denomina «la mareación», palabra que no hace justicia a la sensación de ser transportado a otro mundo; en mi caso, no al de los espíritus de los jaguares, sino al reino secreto de las plantas.

De pronto tuve la sensación de comprender cómo es avanzar por los dominios oscuros y claustrofóbicos de las raíces, elevarse desde el suelo por bóvedas catedralicias de luces y sombras como los zarcillos de una trepadora. Y cómo es saber, igual que uno conoce intrínsecamente el amor o la aflicción, que las plantas están tan vivas como cualquier animal, que tienen inteligencia y capacidad de sentir, que poseen lo que en verdad se me antojaba un modo de espíritu.

Me sentí embargado por lo que el poeta Dylan Thomas describió como «la fuerza que por el verde tallo impulsa la flor», dando a entender que en el universo existe un genio mucho mayor que el nuestro, órdenes ascendientes de genialidad tren­­zada en el ADN de todos y cada uno de los seres vivos. Oí a otros cantar, como en celebración de la misma epifanía: canciones religiosas en español entonadas por los peruanos de la zona que asistían a las ceremonias dos o tres veces por semana, salmodias del maestro Juan y sus aprendices, y algunas de las arias sin palabras más exquisitas que jamás había oído, icaros improvisados en el momento, reverberando de puro júbilo.

Me quedé despierto casi hasta al amanecer, tomando notas en mi diario, sabiendo que nada de lo que pudiese escribir expresaría la belleza y la extrañeza de aquella noche, las avalanchas de una nueva percepción, los ataques de risa que me sacudieron al darme cuenta de cuán absurdos son mi ciego materialismo y la locura de la vida neoyorquina, donde la naturaleza se reduce a ratas, cucarachas y los agobiados árboles de Central Park. En el desayuno me senté junto a un exaprendiz del maestro Juan que había sido mi vecino de estera la víspera. Me dijo que durante mi ataque de risa me había echado humo de tabaco, temiendo que me estuviese volviendo loco. Intenté ex­­plicarle que nunca me había sentido más cuerdo.

Con todo, debía preguntarme hasta qué punto había sido real todo aquello. La ciencia tiende a minimizar los efectos alucinógenos de la aya­huasca y atribuir muchas de las sanaciones de los curanderos al efecto placebo o a la sugestión, el hábil uso chamánico del escenario y el contexto. Los espíritus no se pueden verificar ni cuantificar.

Me inquietaba pensar en el joven canadiense que había conocido: tenía un tumor canceroso en la pierna, pero había rechazado la cirugía y la radiación y pensaba curarse con un tratamiento de fitoterapia e iluminación inducida por la ayahuasca.

La ciencia tiende a minimizar los efectos alucinógenos de la aya­huasca y atribuir muchas de las sanaciones de los curanderos al efecto placebo o a la sugestión.

En la misma línea, a la mañana siguiente la convicción del maestro Juan de que la naturaleza era un hervidero de espíritus ya no me parecía tan ridículo. Nada ridículo, de hecho. Él vivía en un mundo que no se había convertido en una máquina. Donde yo oía el ruido del río como simple agua discurriendo sobre roca, él oía un coro de voces, incluida a veces la de su hermana, que siendo niña se había ahogado en un lago y años después se le aparecía en forma de sirena.

¿Quién era nadie para negar su realidad? Con su medicina, el maestro había mostrado a todos los presentes en la maloca aquello que conocía de un mundo distinto. Lo que quisiésemos creer de esa realidad dependía de nosotros.

Un gran número de europeos y estadounidenses viaja a Mayantuyacu y otros centros chamánicos de Perú con la esperanza de hallar algo del «espíritu del jaguar» dentro de sí mismos. La lección general que a mí me enseñó la ayahuasca fue que el rugido del jaguar es una de tantas voces de la sinfonía ecológica, y que con demasiada frecuencia nos centramos en las especies emblemáticas –singularmente en los grandes felinos– y olvidamos que una parte crucial de su identidad es el entorno en el que viven y su convivencia con otros miles de organismos, incluidos nosotros.

Días después Ruzo me relató la visión que experimentó uno de los aprendices del maestro Juan durante la ceremonia. Había visto un esqueleto completo de jaguar, tendido de costado a orillas del río Hirviente. El maestro Juan y Ruzo habían debatido extensamente sobre aquella visión.

El maestro Juan interpretaba que el esqueleto significaba que el jaguar –en todas sus formas– ya no puede proteger la selva que rodea Mayantuyacu. No tiene la menor duda de que ahora depende de él, de Ruzo y de todos los conservacionistas que veneran el poder y la elegancia del jaguar, que la selva se mantenga indemne.

Escrito
Chip Brown

Fuente
National Geographic - 1ro de Enero de 2.018