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Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

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domingo, 7 de julio de 2019

Guatemala: La conspiración de facebookeros mayas “semianalfabetos”


Ollantay Itzamá, cuenta en el artículo La conspiración de facebookeros mayas “semianalfabetos” cómo las comunidades indígenas y campesinas de Guatemala lograron romper el cerco mediático que les impedía ingresar con sus mensajes a las ciudades principales del país.

Explica cómo es que lograron en ese propósito crear una organización social y posteriormente superar las limitantes y estigmatizaciones después de décadas.

Para Itzamá los tradicionales medios de “comunicación” siempre han sido una de las herramientas de dominación más potentes para la “normalización” del racismo, la “folclorización” del indígena como souvenirs y la “anulación” del aborigen como un sujeto con logos propios.

El artículo expone la creación del Comité de Desarrollo Campesino (CODECA) en la costa sur de Guatemala a inicios de la década de los noventa. 

Estos se convertirían después de años de luchas, resistencias y prejuicios, en el Movimiento para la Liberación de los Pueblos (MLP), donde todos los indígenas se vieron obligados a ser comunicadores, crear sus propias noticias y transmitir desde sus comunidades mediante la pantalla de un smartphone.
La conspiración de facebookeros mayas “semianalfabetos”

Por Ollantay Itzamá*

En países multiculturales como Guatemala, México, Bolivia, u otros., los tradicionales medios de “comunicación” fueron y son una de las herramientas de dominación más potentes para la “normalización” del racismo, la “folclorización” del indígena como souvenirs, y la “anulación” del aborigen como un sujeto con logos propios.

Pero, ahora, esta “prisión mediática”, por el uso creciente de plataformas como el Facebook por parte de indígenas organizados o no, comienza a crujir. Las líneas siguientes constatan ello.
Indígenas mayas en ejercicio de sus derechos se apropian del Facebook

Allá, a inicios de la década de los 90 del pasado siglo, 17 mayas campesinos, semianalfabetos, en su mayoría, crearon su propia organización social y lo denominaron Comité de Desarrollo Campesino (CODECA), en la costa sur de Guatemala.

“Si no sabíamos escribir, mucho menos podíamos usar computadora. Ni teníamos plata para comprarla…”, indica la hija de uno de los fundadores de CODECA, actualmente ciberactivista

Con el tiempo, siempre desde la periferia y desde la rebeldía este movimiento excluido (también por la sociedad civil y sus activistas) se convirtió en la principal fuerza social plurinacional de Guatemala. La más beligerante frente al sistema neoliberal y Estado criollo. Pero, también la más estigmatizada, criminalizada y martirizada.
La criminalización los obligó a migrar al Facebook

“El gobierno y las empresas transnacionales nos calumnian de ser ladrones y delincuentes desde los medios corporativos. Pero, cuando nos acercamos a esos medios para desmentir, simplemente nos cierra las puertas”, fue una de las reiteradas reflexiones en asambleas comunitarias de CODECA.

“Por eso, de ahora en adelante, todos y todas vamos ser comunicadores y comunicadoras para hacer nuestras propias noticias y transmitir desde nuestras comunidades en resistencia. Para eso, vamos todos a crear nuestras cuentas en Facebook”, fue una de las cinco resoluciones de la asamblea nacional de CODECA, en marzo del 2016.

Así fue cómo, progresivamente, desde diferentes comunidades y territorios en resistencia articulados en CODECA, fueron apareciendo simultáneamente infinidad de cuentas y páginas en Facebook con el logo de CODECA. Inconfundibles por sus contenidos con “faltas de ortografía”, con “fotografías mal enfocadas”…. Son indígenas y campesinos con mínimo grado de escolaridad. Son los ciberactivistas de CODECA.
Crearon su propia organización política y se montaron en el Facebook

En 2016, en la misma asamblea nacional, también resolvieron crear su propia organización política porque “ningún partido de izquierda existente plantea la nacionalización de los bienes privatizados, ni el proceso de Asamblea Constituyente Popular y Plurinacional“, fue uno de los argumentos.

Dos años más tarde (2018), fruto de un estoico trabajo de hormiga, y de manera inédita para los pueblos de América Latina, estas comunidades indígenas y campesinas lograron crear legalmente su propia organización política denominado Movimiento para la Liberación de los Pueblos (MLP).

MLP fue inscrito al cierre del plazo electoral para las elecciones generales del 16 de junio del 2019.

Y otra vez en desventaja. Esta vez frente a la millonaria maquinaria de campaña electoral de los ricos. No tenían dinero. No tenían experticia electoral. Eso sí, tenían una red de organizaciones comunitarias en resistencia, varias de ellas con sus propios ciberactivistas en Facebook.

En el proceso electoral los medios corporativos casi nunca mencionaron al MLP. Incluso cuando este movimiento fue el primero, y uno de los pocos, en publicar en Internet, y socializar mediante las redes sociales, su programa de gobierno. Los medios corporativos le aplicaron la “ley de hielo”. Si le llamaron al set fue para burlarse de su candidata presidencial, Thelma Cabrera, indígena con sexto grado de primaria.
Nacieron en las comunidades y crecieron en el Facebook

La burocracia electoral y la inexperticia administrativa no les permitió colocar ni una sola valla de campaña. No les dejaron ni abrir su cuenta bancaria...

Este bloqueo casi sistemático obligó a que indígenas y campesinos, jóvenes, adultos y abuelos se interesasen aún más por la plataforma del Facebook. Y, así, sin mayor planificación, la “atípica” campaña electoral los catapultó como genuinos comunicadores comunitarios mediante sus elementales equipos de celular.

Habrían sus cuentas en las redes sociales, agregaban nuevas amistades a sus contactos, producían sus propios contenidos (siempre con su sello sociocultural) y difundían sus mensajes hasta inundar la nube con el logo y mensajes de su organización política.

“Lo primero que debemos hacer al iniciar el día, y lo último que debemos hacer antes de acostarnos por la noche, es socializar nuestras noticias en todas nuestras redes”, era parte de las arengas de las asambleas comunitarias. Y así fue.

En pocos días, rompieron con el cerco mediático que les impedía ingresar a las ciudades principales del país. Mediante la pantalla del Smartphone se apropiaron de los primeros lugares en el rating de Facebook y Twitter a nivel nacional. ¡Lograron reavivar las somnolientas esperanzas nacionales dormidas bajo las cenizas del sistema neoliberal!

Todos sus eventos colectivos autofinanciados, sus rituales y mensajes de campaña, los transmitían en vivo y en directo mediante varias cuentas de Facebook.... Así, por la euforia del momento electoral, y por el impacto emotivo de las redes sociales, las cuentas llegaron a tener miles y decenas de miles de seguidores. ¡En sus conferencias de prensa ellos y ellas eran la prensa!

Si el acto de la creación de una organización política (por indígenas y campesinos, sin dinero y sin academia) ya era un hecho inédito en la bicentenaria República de Guatemala, el 4to lugar que esa organización consiguió (muy a pesar del proceso fraudulento), en las elecciones generales pasadas, fue otro hito indudable en la acumulación histórica de la fuerza sociopolítica.
Lecciones aprendidas por facebookeros mayas en resistencia

Los medios corporativos estigmatizaron a indígenas y campesinos de CODECA como delincuentes, enemigos internos del desarrollo del país. Indígenas y campesinos de CODECA-MLP, montados en el Facebook, revirtieron dicha falacia, e hicieron retroceder a sus heiters.

Facebook fue creado por jóvenes como plataforma juvenil y de adolescentes. Pero, indígena y campesinos (con bajísimo grado de escolaridad) de Guatemala hicieron de esta plataforma su principal herramienta para irradiar su mensaje y poner en jaque la hegemonía mediática.

Las y los mayas en resistencia entendían que por los prejuicios y racismo “normalizado” era imposible ingresar a las ciudades convocando a asambleas o procalamando sus mensajes a voz en cuello. Pero, usando la plataforma de Facebook rompieron dichas barreras. Las redes sociales desalambran las fronteras y prejuicios culturales, si acaso se los usa para ello.

El antropólogo J. Van Dijk sostenía que las comunidades indígenas, por sus limitaciones económicas, bajo grado de escolaridad, la fugacidad de la innovación tecnológica, no podrían acceder con facilidad y utilizar con eficiencia el Internet. Esta elucubración quedó superada, así como quedó superada los prejuicios sobre indígenas como “seres primitivos”, “pre modernos”.

Se decía que los actores de los emotivos movimientos sociales actuales nacían en el Facebook o el Twitter, y en un determinado momento salían a protestar al mundo real (plazas, calles). En el caso de los ciberactivistas indígenas de CODECA-MLP nacieron, se organizaron y resistieron en los territorios, y sólo ante el cerco mediático que sufrían ingresaron al Facebook para expandir y enredar a urbanos y rurales indignados con la situación del país.

Manuel Castell, sostiene que mediante el recurso de las plataformas de las redes sociales es posible hacer la simbiosis de voluntades entre los indignados en las redes sociales y los indignados del “mundo real. Los facebookeros indígenas y campesinos consiguieron, aunque momentáneamente, posibilitar dicha simbiosis entre indignados urbanos (muchos de ellos en los sofás) e indignados en los territorios. Aunque también creo que son conscientes que se mueve dentro de la “prisión de algoritmos” para conspirar contra sus verdugos locales.

*Ollantay Itzamná es defensor latinoamericano de los Derechos de la Madre Tierra y Derechos Humanos.
https://ollantayitzamna.wordpress.com/
@Jubenal

Fuente: Servindi - 3 de Julio de 2019

domingo, 17 de febrero de 2019

Significado del huipil en Guatemala




En Guatemala, las mujeres de los pueblos indígenas se caracterizan por la utilización de coloridas prendas, conoce el significado del huipil.

Los huipiles —güipiles— son prendas de vestir propias de las costumbres y expresiones de la cultura guatemalteca. Estas reflejan la historia de los pueblos indígenas, quienes a lo largo de los años han mantenido el arte del tejido de los mismos.



Historia y significado del huipil

El huipil ha sido una prenda de uso común entre los grupos étnicos que han habitado en Mesoamérica desde la época prehispánica.
En inicio, los huipiles tenían un carácter estrictamente ceremonial. El aspecto que se determinó aparece en figuras de cerámica antiguas. Se les puede observar a las mujeres de alta jerarquía, quienes aparecen cubiertas con una especie de túnica suelta cuyo largo variaba porque podía llegar hasta la rodilla o los tobillos.

Desde esa época, los huipiles han persistido con su aspecto rectilíneo y la forma en que son elaborados. Sin embargo, los materiales con que son hechos cambiaron debido a la conquista española. De hecho, fue en ese momento desde el cual se les incorporó elementos como la seda.
Por sus diseños y colores, los huipiles son considerados como la prenda de mayor impacto visual logrado a través de la técnica del tejido. Esta emplea muchas horas de trabajo. Además, son la pieza principal utilizada para expresar la identidad étnica.

Fuente: Guatemala.com





martes, 3 de julio de 2018

Guatemala: Rebeldía indígena contra los envases de plástico


San Pedro La Laguna, al occidente de Guatemala, lidera una cruzada medioambiental que puede servir como ejemplo en otras comunidades.
Las mujeres de San Pedro han dejado atrás el uso de bolsas plásticas para reemplazarlas por otras de tela y otros materiales más resistentes. 

El primer municipio de Guatemala donde está prohibido el uso de plásticos es el de una pequeña comunidad indígena. San Pedro La Laguna, al occidente del país, con su alcalde Mauricio Méndez a la cabeza, ha dado un paso adelante que puede servir de ejemplo. “Este pueblo ha sido cómplice y protagonista de las locuras en relación con el medioambiente”, dice Méndez.

El regidor se encontró con su iniciativa a mucho incrédulo, sobre todo porque una situación como esta no es usual en Guatemala. “No ha sido sencillo, muchas de las personas nos sentimos perdidas al principio”, dice Julia, una vendedora del mercado local. “Con el tiempo, e información, fuimos entendiendo lo de ayudar al medioambiente”.

La idea de prohibir el plástico no fue solamente por razones ambientales. Méndez cree que abordar la vida de un pueblo y su desarrollo desde un punto de vista integral, ofrece mayores garantías de éxito que hacerlo de manera aislada. “La idea es generar oportunidades sostenibles. No se trata de ser solamente ambientalistas, sino también apoyar a las mujeres, al sector agrícola y al comercial”, dice Méndez.

Y esa visión le ayudó a crear un sistema en el que todos los ámbitos del pueblo se sintieran partícipes del cambio de hábitos. “Es bastante sencillo realizar labores de limpieza. Las jornadas no llevan más de dos horas”, añade. Según la Municipalidad de San Pedro, hasta el 90% del pueblo se ha subido al barco de la no utilización de plásticos de un solo uso.

De vuelta a las raíces culturales
Si algo ha cambiado con el acuerdo emitido y aprobado en octubre de 2016, ha sido la vuelta a prácticas tradicionales que se estaban perdiendo. El uso de servilletas con motivos mayas dio paso a pequeñas bolsas plásticas para las tortillas, por ejemplo. De acuerdo con la Autoridad para el Manejo Sustentable de la Cuenca del Lago de Atitlán y su Entorno (AMSCLAE) solamente en Panajachel y San Lucas Tolimán, dos de los 15 municipios que rodean al lago de Atitlán, se utilizan 15.000 bolsas plásticas para tortillas a la semana. Ahora las personas traen sus bolsos de tela y de palma para llevar sus compras. La carne, el pollo y el pescado se envuelven en hojas de plátano.


La educación ambiental la que desempeña un papel determinante. No por concienciar acerca de la problemática con el plástico, sino también a la hora de inculcar valores propios de la cultura tzu’tujil. “Ahora vemos el cambio en las casas. Son los niños quienes nos ayudan a los adultos a tener nuevos hábitos, que, de alguna manera, nos lleva a retomar algunos viejos”, cuenta Ángela Rosarina, una tejedora y artesana de la localidad.

El Congreso de Guatemala se encuentra en proceso de aprobar una Ley que regule el uso de plásticos, debido a la grave contaminación de ríos y lagos del país. Hasta que no salga adelante, la gran mayoría de municipalidades no se animan a emular lo hecho en San Pedro La Laguna. “No existe un marco legal que los proteja”, dicen desde AMSCLAE.

Reutilización y cambio de dieta
Después del paso del huracán Stan en 2005, que soterró a toda una comunidad de Santiago Atitlán y mantuvo en precarias condiciones a la mayoría de habitantes de la cuenca, Sussana Heisse, una exprisionera de la extinta Alemania Oriental y residente en Guatemala durante más de 30 años, ideó una solución a la destrucción: usar las botellas Pet como material de construcción.

El Congreso de Guatemala se encuentra en proceso de aprobar una Ley que regule el uso de plásticos, debido a la grave contaminación de ríos y lagos del país.

“Surgió la idea de meter las bolsas plásticas dentro de las botellas. Cada turista toma tres litros de agua, lo que son muchos envases”, dice Heisse. En principio, lo que se buscaba era concentrar la basura. Luego, se vio el potencial de estos envases plásticos, llenos de más plástico compactado, como un posible material de construcción.

Y fue así como nació el ecoladrillo y con él, el deseo de la población de San Marcos de contribuir a reducir la contaminación mediante la separación de la basura. “Lo que la gente entendió es la importancia de separar y clasificar los desechos que producimos diariamente”, añade Heisse.

Los ecoladrillos fueron muy importantes en la reconstrucción de algunos hogares, así como la escuela de San Marcos en 2005. “Se necesita mucha inversión en algo como esto. Simplemente no pudimos continuar con ello”, se lamenta Heisse, quien a través de su ONG Pura Vida Atitlán ha dedicado los últimos 15 años a educar a los niños y niñas sobre temas ambientales y la importancia de evitar el consumo de frituras y comida chatarra.

Aunque continúa apoyando este material, su idea es la de ayudar a entender acerca de los peligros que la comida chatarra, o chucherías, y otros alimentos refinados y procesados presenta para la salud de las personas. A través de Pura Vida Atitlán ha editado varios libros educativos, que han sido reutilizados por el Ministerio de Educación, en los que hace una comparativa entre los aperitivosnaturales, como las frutas, versus los procesados.

Solamente en Panajachel y San Lucas Tolimán, dos de los 15 municipios que rodean al lago de Atitlán, se utilizan 15.000 bolsas plásticas para tortillas a la semana.

“Un banano es más sano y lo compras de tu paisano hermano”, le dice a unos niños que pasan a saludarla. “Guatemala pierde más de 500 millones de quetzales [unos 57 millones de euros] de beneficio económico que va a parar a las arcas de empresas transnacionales. Aquí nos quedamos solo con enfermos de gastritis, úlceras, diabetes y con montañas de basura”.

En esa línea, Méndez comenta que uno de los objetivos que persigue actualmente es la de mostrar a las marcas la cantidad de basura que sus productos producen. “La idea es tener un control de todo lo que consumimos para minimizar la contaminación”, apunta.

No todo es fácil
El cambio ha traído grandes beneficios. El primero, la imagen de ser un lugar amigable con el medioambiente, lo que generó el aumento de un 300% en el turismo. “Eso ha significado un aumento en el comercio, los hoteles y toda la economía del pueblo”, dice Méndez.

Sin embargo, si bien hay algunas facturas que se han reducido, como la del consumo de energía eléctrica y el pago de cuadrillas para la limpieza subacuática del lago, la venta de materiales clasificados aún no levanta. Uno de los planes es involucrar a los grupos de mujeres, para que sean ellas quienes clasifiquen y vendan la basura y así generar sus propios ingresos.

Está, también, el tema de las demandas que la Gremial de Fabricantes de Productos de Plástico interpuso contra Méndez, por considerar inconstitucional la prohibición del plástico. “Atenta contra el libre comercio”, aducen. En la misma línea se expresó el congresista Fernando Linares, quien se opuso a la aprobación de la Ley contra el uso de bolsas plásticas. “La bolsa plástica es de gran utilidad. No hay que castigar a la industria de bolsa, sino a quien la bota sin ningún control”, dijo durante su intervención en el pleno del Congreso.

Todo esto asusta a otras corporaciones municipales que anhelan por aprobar iniciativas similares a las de San Pedro. Sin embargo, ninguna de estas presiones ha hecho retroceder a Méndez. “Irnos separando de los plásticos es muy exitoso. Como pueblo se están dando pasos, muy pequeños, pero que han logrado demostrar al mundo lo que somos capaces, como no ser codependientes de productos que no son de beneficio para el planeta”, concluye.

Fuente: El País (España) – 28 de Junio de 2018

sábado, 3 de febrero de 2018

Nativos de Guatemala demandaron que cesen delitos de lesa humanidad



Los pueblos originarios de Guatemala realizaron una ceremonia maya en memoria de las víctimas de la masacre de la embajada de España en 1980. Además, pidieron el cese de los delitos de lesa humanidad.

Este fue uno de los hechos más abominables perpetrado por la policía del país latinoamericano durante la dictadura de Fernando Romeo Lucas.
Voceros de pueblos nativos y comunidades campesinas llegaron hasta la capitalina zona nueve, donde se encontraba la sede diplomática de España.

Los manifestantes llevaron fotos de las 27 víctimas quemadas vivas en aquella oportunidad; y el reclamo al gobierno del presidente Jimmy Morales, para que impida delitos de lesa humanidad.

Un ritual maya para rememorar a los nativos caídos

El ritual maya recordó a los nativos, campesinos, obreros y estudiantes que resolvieron presentarse pacíficamente ante embajada española.

Esta acción la realizaron para denunciar los asesinatos, secuestros y desapariciones que hacía el Ejército en el Quiché.

En la cruel masacre murieron, además, 10 funcionarios diplomáticos y de gobierno; entre ellos el ex vicepresidente guatemalteco Eduardo Cáceres Lehnhoff; y el ex canciller Adolfo Molina Orantes, quienes se encontraban de visita.

El coordinador general del Comité de Unidad Campesina, Daniel Pascual Hernández, declaró a Prensa Latina; que realzar la memoria de sus hermanos significa una búsqueda de la justicia.

También es para resaltar estos actos innobles contra los nativos que en la actualidad defienden sus derechos.

“Indígenas, estudiantes, campesinos, obreros y religiosos vinieron a pedirle al embajador español que fuera una voz para denunciar las matanzas y robos de tierras que estaban ocurriendo en el interior del país”.
“Porque lastimosamente nunca hubo eco en el Congreso, ni en las autoridades; y se les cerró las puertas a los medios de comunicación”.

El líder campesino denunció que el deseo sigue igual a 22 años de la firma de los Acuerdos de Paz.
“El presente, puntualizó, sigue siendo igual o peor para los campesinos e indígenas, que a pesar de ser mayoría siguen pasando hambre.”

“Viven en la pobreza extrema, ha aumentado la discriminación; y las desigualdades económicas por parte de la oligarquía guatemalteca y trasnacional”.

Fuente
Segundo Enfoque – 1 de Febrero de 2.018

domingo, 3 de diciembre de 2017

En Guatemala existe una Universidad basada en el conocimiento indigena


En una lucha permanente por el reconocimiento de su estilo de vida, y en favor de una realidad más orgánica, las comunidades originarias han liderado proyectos sociales muy importantes. De esta forma, lo indígena ha trascendido múltiples esferas de la modernidad, probando que los conocimientos de cultura pueden contribuir a los nuevos tiempos de manera asombrosa.

Un rubro digno de destacar es la educación, o más bien, los métodos de aprendizaje que nos han compartido algunas culturas en América, que son muy diferentes al sistema de occidente que hoy conocemos. Es el caso de la Universidad Ixil, un modelo único de institución educativa (si es que se le puede llamar así) que va más allá de las concepciones occidentales y que supera por mucho nuestros paradigmas pedagógicos.

Una metodología que fusiona pedagogía crítica y cosmovisión ancestral

Esta universidad se encuentra enclavada en el altiplano norte guatemalteco. Fue fundada en el año 2011 y es administrada por una comunidad de jóvenes mayas ixiles. Ellos, a través de un programa canalizado por la Fundación Maya y nombrado “Acceso a la tierra por una vida rural con dignidad”, se han permitido generar un método de aprendizaje basado en una cosmovisión ancestral: la tradición del xula’.

Haciéndose de herramientas pedagógicas occidentales, e incluso del modelo institucional universitario que hasta hace poco les era inaccesible, estos indígenas han generado un paradigma educativo en torno a xula’, que básicamente se trata del acto de intercambiar mano de obra por mano de obra.

Una concepción similar a la del trueque o el tequio, adquiere una forma distinta en esta universidad, donde ya no se limitan a intercambiar mano de obra, sino también conocimiento adquirido. Otro dato interesante es que esta Universidad antepone la tradición verbal sobre la escrita, esto es que su enciclopedia institucional es en realidad el conocimiento ancestral heredado, los ancianos de la comunidad, y un diccionario de valores imborrable. 



La Universidad prepara a sus estudiantes con la práctica misma. Y además, los introduce a un modelo en el que su trabajo estudiantil va a generar beneficios para la comunidad.  En la Universidad Ixil se pueden estudiar distintas carreras vinculadas a la agricultura, que es la principal fuente de ingresos de la comunidad. Así, abarcan grados técnicos en desarrollo rural y licenciaturas. Pero más importante aún, dan cuenta de que la agricultura no tiene por qué contradecir a la educación formal ni a sus paradigmas: bien se puede trabajar el campo mientras se estimula, a la par, un conocimiento teórico más profundo de éste, que ayude, por ejemplo, a solucionar los problemas que actualmente genera la agricultura para el medio ambiente.

Proyectos como la Universidad Ixil no dejan de recordarnos que la educación orgánica es una forma de resistencia ante el paradigma moderno que, más allá de contribuir a una formación digna, como seres humanos, a veces resulta desfavorable para nuestro desarrollo. 

Los mayas ixiles encontraron la mejor forma de conjugar la pedagogía crítica y participativa de occidente. Su metodología pone énfasis en la tradición verbal y el derecho a la palabra, y promueve una educación más horizontal que vertical, donde la participación comunitaria es figura clave.
No cabe duda que, en las prácticas y propuestas de estos pueblos originarios, hay un mundo al que debemos prestar atención.

Fuente
Ecoosfera

domingo, 18 de junio de 2017

Ella es la voz de los indígenas de Guatemala


Sara Curruchich canta y conecta al pueblo kaqchikel con su pasado. Por más que este duela. Reivindica la cultura maya en un país, Guatemala, donde el 79% de la población indígena vive en la pobreza

Sara Curruchich aprendió que el cielo era música en una habitación a oscuras. Allí, bajo el manto de las velas y la melodía del Más allá del sol que su padre entonaba noche tras noche, la joven kaqchikel descubrió un altavoz contra la discriminación que lleva décadas marginando a su pueblo. “Rompimos los estereotipos”. Esos que dicen que los indígenas sólo valen para servir. Esos que les borran hasta su propio nombre. Esos que llenan de “Marías” los servicios domésticos de la capital de Guatemala.

—¿Vos María?
—¡Yo tengo un nombre! Soy Sara.

En sus canciones, Sara Curruchich habla de las enseñanzas de su madre, del respeto por la naturaleza y de la memoria de los pueblos mayas. 
La joven que da voz a la revolución indígena.
A la llegada a San Juan Comalapa, un pequeño pueblo enclavado entre colinas frondosas donde se dice que en cada familia nace un artista, un muro ocre invita a detenerse. Sus pinturas, que hablan de agricultores afanados y jóvenes torturados, advierten de una frontera imaginaria: la de la conciencia. Centenares de personas fueron aquí asesinadas, descuartizadas y violadas durante el conflicto armado. Lo fueron Jacinto y Eduardo Catú en marzo de 1981. O los 60 feligreses de la iglesia de Xiquin Sinai. También los 40 hombres que se encontraban en agosto de 1982 en el caserío de Papumay. Pero a diferencia del silencio que envuelve a menudo estas masacres 20 años después de la firma de la paz, aquí nadie olvida a los suyos. A los caídos. O a los que, como la matriarca de los Curruchich, María, fueron obligados a vivir olvidando lo que habían visto. “A mí jamás me hablaron del conflicto. Conocemos la historia occidental, pero no la nuestra. Eso es parte de la discriminación”, recuerda la pequeña de la familia, cuyas canciones han conectado al pueblo kaqchikel con su pasado. Por más que este duela.

No se trata de revanchismo, sino de fortalecer la propia identidad: “Mis canciones hablan de convivencia con la naturaleza, del respeto a los mayores, de la soberanía alimentaria...”. Un relato para construir la conciencia de un pueblo.

Un camino para entenderse a sí misma
Antes de saber incluso que quería cambiar el mundo, Sara Curruchich tuvo que aprender a entenderlo. Porque a ella, la menor de una familia de mujeres irreductibles la educaron lejos de su propio idioma. “Nunca recibí una clase en kaqchikel”. María, su madre, no sabía leer ni escribir, pero dominaba el arte de sobrevivir, así que aprendió el español necesario para alimentar a sus hijas con lo que ganaba comerciando en los mercados de la capital.

Lo que ocurre es que los ladinos (mestizos) “se ríen cuando escuchan a los indígenas hablando en español. Se burlan del acento. Por eso mucha gente intenta que sus hijos sólo aprendan ese idioma”. Eso fue lo que pensó María. “No quería que sus hijas pasaran lo que ella pasó”, arguye Rut, convertida con los años en el espejo de su madre: lucen sus mismos ojos azabachados, su alma irreductible y ese talento tan especial para cocinar tortillas de maíz negro.

Sentada sobre una pequeña alfombra que la protege de la humedad del piso, María acaba de repartir los platos: hay habas, carne y hierbitas, una mezcla de chipilín, berro y hierbabuena, que más que comida es una forma de entender la vida. Y es que la tierra no siempre bendice el sudor de los campesinos de Comalapa con buenas cosechas. Es entonces cuando los kaqchikel se agarran a las hierbitas. Para no morirse de hambre.

En un entorno donde la miseria corroe las almas, los Curruchich siempre miraron distinto. Si los demás sólo volvían la vista al campo, las pequeñas Curruchich acumulaban cuadernos escritos. Si las demás chicas dejaban de estudiar, ellas no olvidaban la música. "Tenía cinco años y la sala estaba iluminada con una vela. Mi papá tocaba una canción religiosa. Más allá del sol. Así durante muchas noches”. Cuando acudían a la iglesia, tomaba la trompeta y el violín. “Mi padre fue mi primera aproximación a la música”.

Por eso, su muerte apagó por un tiempo sus ganas de hablar con canciones. “Nunca pensé en cantar, me recordaba mucho a mi padre”. Hasta que el hermano Daniel, uno de las decenas de religiosos que residen en Comalapa, le devolvió su pasión: tenía 15 años, una guitarra prestada y el recuerdo de cómo sonaban las notas en una flauta. “Busque en Internet cómo se afinaba la guitarra y no funcionó, pero sabía cómo se escuchan en la flauta, así que lo hice de oído”.
No se trata de revanchismo, sino de fortalecer la propia identidad: “Mis canciones hablan de convivencia con la naturaleza, del respeto a los mayores, de la soberanía alimentaria...”

Durante semanas, no dejó de escucharse El Norte de Ricardo Andrade. “Se me ampollaron los dedos de tanto practicar. Mis hermanas estaban cansadas de tanto oírme”, recuerda Sara. “¡Sí!”, vocifera Rut desde el otro lado de la puerta. Su risa tiene el mismo eco que la de Sara. Ambas suenan a María.

Pronto comenzó a componer sus propias canciones. Acordes en los que hablaba de la familia, del respeto por la naturaleza y de la memoria de los pueblos mayas. Mas por aquel entonces, su principal reto era tocar con Sobrevivencia, el grupo de mam con el que recorrió toda Guatemala y junto al que aprendió que la música puede cambiar el mundo. A finales de 2012, la Orquesta Filarmónica de Dresden buscaba una voz para su concierto por el cambio de era maya y encontró a Sara en un vídeo que un desconocido había subido a la red. Aquella fue la primera vez que salió de Guatemala.

De vuelta al país, un 16 de febrero, la pequeña de las Curruchich asaltó el escenario vacío. Fue en un restaurante a pocas cuadras de su casa, El Adobe, hoy entablillado víctima de la presión urbanística. Su madre y su hermana Lidia estaban en primera fila escuchando sus versiones de Ricardo Arjona, Coldplay o Laura Paussini. En medio del repertorio, confiesa, incluí Amigo y Ch'uti'xtän (Niña). “No dije que eran mías, pero a la gente le gusto oír cantar en kaqchikel”.

En marzo de 2014, la Orquesta Filarmónica de Dresde la invitó a cantar de nuevo durante el XXX Festival del Centro Histórico de México. Como reconocimiento, le regalaron la grabación en estudio de su canción Ch’uti’ Xtän. “Yo la colgué en mi muro de Facebook y no más de quince personas le dieron a me gusta. Sin embargo, un día al abrirlo vi que tenía muchas notificaciones”. Un programa local lo había emitido y en pocas horas se volvió un fenómeno viral: más de dos millones de visitas que la convirtieron, sin esperarlo, en la voz de una revolución.

“Sara, hace 20 años hubiera sido imposible”. Su hermana Rut bien sabe porque lo dice.

El triple estigma del racismo: mujer, indígena y del área rural
“Pero ella quien es. ¿Ella es la que está cantando? Sólo se pone el traje, verdad?”.

Al lado de la señora, doña Irma, una de las habituales de L'Aperó, la más famosa de las pizzerías de la capital, permanece en silencio, mordiéndose las ganas de callarla.

“Seguro que se pone el traje sólo para cantar”, continúa la mujer, de mediana edad y mirada tapiada. “Cómo va a ser indígena y estar cantando y tocando la guitarra?”.

Aquella noche de 2015 había más de 400 personas escuchando a Sara. Su nombre empezaba a sonar entre la nueva escena musical. La chica que canta enkaqchikel. El rostro de ONU mujeres en la lucha de los pueblos originarios. Para muchos, sin embargo, era sólo una india más.

“Se nos llama indios de forma despectiva. Hace unos meses, mientras caminaba, una señora se quedó mirando la funda de mi guitarra. “Los indios no son para la música, sino para trabajar”, me dijo. En aquel momento me quedé callada, no sabía que responder. Pero me dolió mucho. Llegué a casa y no entendía…”.

“Hay mucha gente para la que no es creíble un caso como el de Sara. El racismo y la discriminación siguen vigentes en la sociedad. Para ellos somos sólo mano de obra barata”, interviene Rut, ya con las tortillas sobre la mesa. “La discriminación está en cómo te hablan, en cómo te miran, en cómo te tratan, en cómo no te tratan”.

Cuando acuden a la capital en busca de empleo y la primera norma es hacerlo sin sus trajes tradicionales, el corte y güipil. Si lo hacen como clientes, a menudo son evitadas hasta que desisten. Lo cierto es que pocas son las mujeres que pasean por los glamurosos centros comerciales de la capital y casi ninguna la que se viste con las ropas que definen su cultura. Como si Guatemala, donde al menos el 41% de la población se define como indígena, quisiera borrar el rastro de lo que es. “Se ha tratado de ladinizar al indígena”. Rut, con más vivencias que años, alude al círculo universal de la pobreza: sin posibilidad de recibir educación en sus idiomas maternos, la sociedad indígena termina marginada en trabajos de baja cualificación, “empleos que la burguesía no haría”, como tortillerías o servicios domésticos, donde son “presas fáciles de la red de trata de personas”.

El resultado: el 79,2% de los indígenas viven en situación de pobreza, con menos de 1.339 dólares al año, frente al 46,6% de los mestizos. Mas una nueva generación está empeñada en cambiar el paradigma: desde el corazón maya también se puede construir el universo, levantar una industria de ropa o llenar una sala de conciertos sin apelar a la lástima. El suyo, el de todas las Saras de Centroamérica, es un talento al otro lado de la compasión.



La revolución será indígena o no será
En Comalapa, el frío de los trópicos asoma por el oeste, justo detrás de la iglesia colonial de San Juan Bautista. Al acabar el servicio, los feligreses retoman la charla: en el pueblo falta agua, sobran niños desnutridos y se necesitan medicinas.

En la entrada del centro de salud, un edificio de paredes desconchadas ubicado junto a un camino desde el que se adivinan ya los paisajes arcillosos de los cultivos, una anciana aguarda impaciente. Con las extremidades envueltas sobre sí mismas, agacha la cabeza hasta que escucha que es uno de los suyos, un kaqchikel, quien le habla. En otra de las salas del centro, Giovani no pierde ojo a su pequeño Ángel. Tiene cinco años y graves problemas en los pulmones. Toma agua nebulizada y un medicamento cada 15 días. Aunque eso le cueste la salud a su padre. “Estamos escasos de medicamentos”, confiesa. Tiene el rostro cansado y muchas ganas de llevárselo a casa, aunque teme que el niño empeore. Si lo hacen tendrán que llevarlo a Chimaltenango. En Comalapa no pueden atenderlo más.

Dos décadas después del fin del conflicto armado, las comunidades indígenas siguen al margen del desarrollo. La desnutrición crónica ronda el 70% y sus tierras son objetivo de grandes proyectos transnacionales, lo que se traduce en constantes enfrentamientos con las autoridades: casi una diaria desde el año 2000. “Los ataques se producen cuando los activistas exigen sus derechos frente a las élites económicas que han adquirido concesiones de forma anómala”, resume la analista guatemalteca Stephanie Rodríguez.

En Comalapa, los vecinos rumorean sobre un nuevo proyecto para sacar oro en la zona. Temen la contaminación de la tierra y la mirada cortoplacista que dibuja este modelo. Por eso se rebelan: si alguien va a decidir sobre el futuro, han de ser ellos. “La revolución se tiene que dar por parte de los indígenas. Ahí podría estar el verdadero cambio para este país”, asegura Eduardo Cot, el hombre al que dos veces en la vida le dijeron que no iba a llegar a nada y hoy regenta una librería, la Popol Vuh, desde la que convence al mundo de que el futuro en Guatemala será el de los indígenas o no será.

Fuente
El País (España) – 14 de Junio de 2.017
En San Juan Comalapa (Guatemala) 
Escrito por Pablo L. Orosa