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domingo, 10 de noviembre de 2019

En pos de la dilucidación de un doble enigma: los marcadores sagrados de género de los mbyá-guaraní



Autora: Irma Ruiz 
Consejo Nacional de Investigaciones Científi cas y Técnicas / Universidad de Buenos Aires

Según un testigo del juicio incoado en 1631 por el homicidio del jesuita Juan del Castillo (1628) a manos de los guaraní de Yjuhi o Iyui (Candelaria; hoy Rio Grande do Sul), en los momentos previos al hecho había oído decir al hechicero Quaraibí, alentando la gente: “matemos noramala este hechicero de burla o fantasma [...] tengamos solamente por nuestro Padre y de nuestros hijos a Ñezú: tengamos el ser de nuestros abuelos: óiganse no más en nuestra tierra el sonido de nuestros calabazos y tacuaras...”. (Blanco 1929: 445; el resaltado es mío).1 

Que esta conmovedora apelación concluya condensando en el sonido de los calabazos de ejecución masculina (mbaraka)2 y las tacuaras de ejecución femenina (takua o takuapu),3 la convocatoria a rechazar la intrusión de los evangelizadores en sus vidas y retornar a sus rituales es un ejemplo contundente de lo que se ha venido comprobando en diversos grupos guaraní y de lo que doy fe en el caso mbyá. 4
Me refiero a la trascendencia otorgada a las performances rituales, a la imprescindible participación de hombres y mujeres para su realización, al papel simbólico de los objetos pertenecientes a ese contexto e incluso al significado metafórico de las propias performances. Todo ello da cuenta del carácter estructural del tema a desarrollar y de su profundidad temporal, lo cual no implica echar un manto homogeneizador sobre los guaraní, menos aún cuando me voy a referir a los mbyá, cuyas peculiaridades han sido señaladas repetidas veces. En efecto, Schaden dedicó un breve artículo a los “Caracteres específicos da cultura mbüa-guaraní” (1962b), Cadogan (1968: 116) enumeró seis rasgos que los diferencian del resto, y para Susnik (1984-85: 82): “los Mbyás dentro del complejo ‘guaraní’ siempre manifestaron algunas particularidades culturales, además de una orientación exclusivista y evasionista”. No hay espacio para discurrir sobre esos aspectos distintivos; si los traje a escena, es porque quizás su símbolo de masculinidad sea un rasgo diferencial más. 

1. Introducción 
Hace tiempo investigué –desde un enfoque antropológico-musical–, la sustitución de un instrumento musical por otro en los rituales mbyḠen su ejecución por la jerarquía religiosa masculina, karai u opygua, 5 o su auxiliar (Ruiz 1988, 1996). Me refiero al mbaraka mencionado, reemplazado por una antigua guitarra pentacórdica que heredó su nombre, y que condujo a llamar al primero mbaraka miri o mbaraka‘i –mbaraka pequeño–. Retomo aquí parcialmente el tema para ampliarlo, abordándolo desde el ángulo de los marcadores de género en los rituales. El propósito es desarrollar mi hipótesis de que, si gran parte de los mbyá abandonaron con facilidad el mbaraka miri, es porque en su cultura desempeñaba sólo el rol de instrumento musical, no el de símbolo de masculinidad. Para ello trataré de demostrar que los símbolos de feminidad y masculinidad mbyá son, respectivamente, el takuapu y el yvyra’i (o popygua’i)6 y no el takuapu y el  mbaraka de la cita inicial, como en forma explícita o implícita se los ha considerado. Ello explicaría, en parte, el contraste en lo que respecta a la estabilidad de estos dos objetos en los rituales y la aleatoriedad del mbaraka miri, inexistente en las aldeas mbyá aludidas, pero vigente, junto con el yvyra’i, en otras de influencia mutua o composición chiripa-mbyá, incluso ejecutado por mujeres.7 Esta apertura evidencia una fluida circulación, viabilizadora aun de préstamos interétnicos, y opuesta, por ende, a las constricciones de un símbolo de género. Ahora bien: mi hipótesis afirma que el símbolo de masculinidad no es el mbaraka miri, pero considera que este instrumento ha formado parte de su cultura, a pesar de la negación de ello por un buen número de mbyá. Este doble enigma: la sustitución de un instrumento musical y supuesto símbolo de masculinidad por uno ajeno a su cultura, y la insistencia de muchos mbyá en decir que es instrumento chiripa y no suyo, renovó mi interés por el tema y me impulsó a revisar la documentación de campo y la bibliografía. A fin de desarrollar mi hipótesis, presentaré los objetos rituales en cuestión y las pruebas que la sustentan, en los puntos que siguen a este primero, que denomino Introducción. Los restantes son: 2) takuapu; 3) mbaraka miri; 4) yvyra’i, popygua o popygua’i y popygua puku; 5) los marcadores sagrados de género. 

Antes de ello, valgan algunas advertencias e informaciones. Uno de los escollos para cumplir el objetivo enunciado es la escasa información publicada acerca de los rituales mbyá, reveladora del éxito de este pueblo en su intención de excluir de los mismos a los no-guaraní. También, el escaso interés por registrarlos y estudiarlos de quienes ganaron su confianza.8 Un tercer escollo es la forma ambigua e imprecisa en que se presenta la información de terreno sobre el tema. Pocas veces se sabe si lo que se asevera procede de la observación directa o de referencias verbales, a veces descriptivas de hechos de otros tiempos. Las escasas menciones de Pierre y Hélène Clastres (1974 y 1975, respectivamente), por ejemplo, hacen dudar de que hayan presenciado sus rituales.9 A escritos posteriores me referiré más abajo. Históricamente, cuando el jesuita Martín Dobrizhoffer en su obra de 1784 se refiere a “los bárbaros del Mbae Vera”, se supone que está proporcionando la primeras noticias sobre los ancestros de los mbyá –según algunos estudiosos–,10 lo cual sería un indicio de su invisibilidad hasta bien avanzado el período colonial. Transcurrirá poco más de un siglo para la publicación del primer trabajo etnográfico amplio que los incluye, aunque no como mbyá sino como apuiteré, baticolas ó baaberá (Ambrosetti 1894). El problema es que el autor los considera pertenecientes, junto con los chiripa (o ava-katu-ete o nhandéva), a una sola nación: cainguá ó caiguá (“monteses”). Con este apelativo, que persistió hasta avanzado el siglo XX, se distinguió a los guaraní que rechazaron la evangelización desde un comienzo y permanecieron en el monte, o retornaron al mismo, de aquellos cristianizados en las misiones.11 A veces Ambrosetti señala diferencias entre ambas “tribus”, pero no lo hace cuando trata sobre música y danza. La lámina de Holmberg (entre pp. 672-673), con el epígrafe “Baile Cainguá”, ejemplifica el daño producido por el uso del apelativo, pues no se sabe si los que danzan son mbyá, chiripa o unos y otros. La escena muestra una primera hilera de hombres con sus mbaraka miri y una segunda de mujeres con sus takuapu. Al frente está el “cacique”, dirigiendo el canto y la danza con su yvyra’i o popygua’i. 12  

2. Sobre el takuapu 
Es sabido que las unidades socioculturales mbyá, así como sus afines chiripa y pai-tavyterã (o kaiova), que habitan en Paraguay, Brasil y Argentina –aunque en esta última solo los dos primeros–, se caracterizan por poseer un lenguaje altamente metafórico y un acentuado simbolismo, que se hacen particularmente visibles en sus performances rituales. Entre estas, en el caso mbyá, las de mayor sacralidad tienen lugar en el opy -recinto sagrado y, comúnmente, vivienda de la pareja constituida por las autoridades religiosas: el karai y la kuña karai–.13 

Ligado inextricablemente a los rituales, se halla el símbolo de feminidad: takuapu, el bastón de ritmo antes mencionado, que por su simbolismo y sonoridad es uno de los elementos imprescindibles para sustentar el canto y la danza, expresiones que abarcan la casi totalidad de los rituales cotidianos. Su imprescindibilidad está ligada a la de la presencia femenina, pues no es posible realizar un ritual sin al menos una mujer que lo ejecute. Asimismo, el takuapu aparece en el plano mítico como un poderoso instrumento de las Chy Ete = Madre(s) Verdadera(s)14 para la intercomunicación divina. A tal punto está imbricado con lo femenino, que en el metafórico lenguaje religioso, al esqueleto o cuerpo de las mujeres lo llaman takuaryva i kãnga; 15 o sea, “huesos de la que guía [el canto y la danza] con el takuapu”, expresión que es utilizada por los dioses en sus mensajes a los dirigentes en el opy (Cadogan 1992a: 94). En este contexto, ýva no refiere a la kuña karai sino a toda mujer adulta o niña, ejecutante potencial o real de este instrumento de su exclusiva pertenencia; así lo demuestra su inclusión en takuaryva kãnga mitã i, que alude al esqueleto o cuerpo de una infante (mitã = niña). Estos bastones de ritmo, takuapu, aportan una base rítmica regular, estructuradora y conductora de los cantos y danzas. Apoyados contra la pared que da al naciente, se guardan en el opy y pertenecen al conjunto de las mujeres.

3. Sobre el mbaraka mirĩ (sonajero de calabaza) A la permanencia y omnipresencia del takuapu a lo largo de la historia, se contrapone la enigmática cuestión del mbaraka miri. La existencia de pruebas antiguas de su importancia junto con el takuapu en los rituales de diversos grupos guaraní, así como testimonios de que aún conservan ambos instrumentos los chiripa y pai-tavyterã, e incluso los mbyá que viven con los primeros o en su área de influencia, hacen que parezca lógico inferir su abandono por los mbyá. No obstante, una lectura rigurosa plantea dudas de que todos los autores que les asignan el uso del mbaraka miri hayan asistido a los rituales en el opy como para comprobarlo.17 Hélène Clastres (1975: 129, n.1), que solo estuvo en Paraguay, dice: «Les Mbyá ne possèdent pas de maraca, et sans doute s’agit-il d’une perte. Ils sont en tout cas les seuls Guarani à ignorer son usage».18 Cadogan (1968: 112) atribuye su abandono “a las persecuciones de que fueron objeto desde los sucesos del Tarumá”, ocurridos principalmente entre 1720 y 1733, año este último en que sesenta familias escaparon de la misión Santa María de Fe (ex San Joaquín)19 y volvieron a sus tierras. Pero las luchas contra quienes querían someterlos no concluyeron allí.20 Además, en el siglo siguiente fueron perseguidos por las fuerzas del ejército paraguayo, que los consideraban peligrosos para la población no-indígena. Mientras unos se atrincheraban en sus aldeas, otros migraban. Los éxodos del último tercio del siglo XIX, acentuados verosímilmente por la guerra de la Triple Alianza (1865-70), trajeron a Argentina a gran parte de los ancestros de los residentes actuales, algunos de cuyos descendientes pasaron luego al sur de Brasil. Aun admitiendo la turbulencia de sus vidas en ese enorme lapso, no concuerdo con Cadogan en que esa haya sido la razón del abandono del cultivo de la Lagenaria siceraria, cuyo fruto es la calabaza, pues basta con tirar unas semillas en cualquier parte para que crezca.21 Además, el hecho de que los chiripa y los pai aún lo conserven, hace dudar de que no se hayan podido obtener. Por mi parte, si bien puse empeño en señalar la llamativa debilidad de las pruebas del uso del sonajero en los rituales mbyá, porque considero que es un grave problema de muchos escritos etnográficos, me inclino a pensar que perteneció al patrimonio de los grupos que, desde hace al menos medio siglo, niegan haberlo tenido. Como testigo de numerosos rituales desde 1973,22 aunque en una sola aldea, debo decir que nunca vi ni oí un mbaraka miri. De las preguntas sobre el mismo en los trabajos de campo de esa y otras aldeas obtuve, salvo en un caso, las dos mismas respuestas que Cadogan menciona en 1968: 1) que es instrumento chiripa, lo cual indica que ellos tampoco lo vieron en sus rituales; 2) que sus antepasados lo habrían usado. La respuesta 1 fue mayoritaria. En 2000 recibí con más fuerza aún la primera, incluso de un respetado interlocutor que en 1977 me proporcionó la segunda, lo cual revela que con el paso del tiempo se afianza su convicción de que es propio de los chiripa¸ pues estos jamás lo abandonaron. Sólo en la aldea Jejy –donde está vedada la asistencia de blancos en sus rituales– obtuve respuestas distintas, en 2000: 1) que el opygua toca el mbaraka miri si no sabe tocar la guitarra: una razón simple y lógica; 2) que el primero se le da a los niños para que aprendan; 3) que a veces el opygua toca la guitarra y un ayudante el sonajero.

Garlet (1997: 135), en aldeas mbyá de Rio Grande do Sul, escuchó lo mismo que Cadogan en los ’60 en Paraguay y yo en los ’70, ’80 y 2000, en Misiones. Afirma que los Yvyra’ija24 “batem o Mbaraka” [guitarra] e inserta la siguiente nota (nº 105): “Os mbyá atuais não utilizam mais Mbaraka feitos do porongo em seus rituais, se bem que se refiram ao mbaraka miri como instrumento [...] destinado ao acompanhamento das cerimônias religiosas. Dizem que o ‘Mbaraka miri é instrumento do Chiripá’. Substituiram-no pelo violão, feito em madeira de cedro, ou adquirido dos brancos.” En la tesis de Litaiff (1991: 84), que también trabajó en esa zona, el cacique João da Silva dice que el mbaraka miri es chiripa (cit. en Ladeira 1992: 143- 44). La cara opuesta –que no hace más que confirmar la precedente– es la que muestran las aldeas mbyá del litoral paulista, zona de alta presencia nhandéva (chiripa) desde hace tiempo, donde Setti (1997), Ladeira (1992: 143) y Ciccarone (2001: 116) dan cuenta de la coexistencia, en los menguados rituales, del mbaraka miri y la guitarra. Sugestivamente, en sus valiosos escritos aparecen términos de la lengua chiripa como oporaíva, Ñanderuvusú, guahu. Lo que es muy interesante de señalar es que en Ciccarone la maraca la toca una mujer. En suma: en forma explícita o implícita, todos consideramos la falta de la maraca como pérdida o abandono, pero salvo Cadogan, nadie arriesgó argumento alguno sobre las posibles causas de uno de estos procesos. Tampoco es mi finalidad; solo que siempre me resultó extraño que abandonaran tan fácilmente un objeto del cual, según un mito recogido por Cadogan, se habría originado la humanidad masculina mbyá. Desarrollaré este tema en el punto 5, previa presentación del yvyra’i o popygua’i. 

4. Sobre el yvyra’i, popygua o popygua’i y popygua puku 
Según algunos autores, el yvyra’i tendría origen en el palo o bastón que usaban algunas autoridades coloniales en señal de su dignidad; los llamados “varistas”. No discutiré el tema porque, sea o no prehispánico, lo que aquí interesa es el papel desempeñado entre los mbyá que han sido objeto de estudios etnográficos.  Para estos, el yvyra’i es el bastón empleado por el creador, Ñamandu Ru Ete, en el mito cosmogónico, a fin de dar origen a la Tierra. De allí su íntima asociación con el género masculino y también el haberse constituido en símbolo de autoridad religiosa y política. Tres son los tipos de bastones que he documentado, todos cilíndricos: a) un palo grueso corto (de 45 a 50 cm de longitud x 4 cm de diámetro); b) un par de varas delgadas cortas (de 35 a 40 cm x 1 cm); c) un par de varas delgadas largas (1 m x 1,5 cm); a juzgar por algunas fuentes, también podría haber habido de una sola vara. Salvo la denominación popygua puku (puku = largo, alto), que designa al tipo c, las restantes se aplican indistintamente a los tipos a y b. Mientras yvyra’í indica que es de madera, popygua’í o popygua quiere decir “que se lleva en la mano”,25 aludiendo al portador y a la relación entre su cargo y las funciones del objeto. Su alto contenido simbólico hace que sea suficiente portarlo en bandolera para transmitir un mensaje de autoridad y debido respeto. Al confrontar las fuentes con mi documentación, pude apreciar que sus connotaciones y modos de empleo varían según la época, la aldea y el contexto en que se lo exhibe o se lo utiliza. Las primeras fuentes etnográficas registran el tipo a como arma y en las danzas. Ambrosetti (1894: 709-10) dice: “El cacique usa, sobre todo en los bailes, a modo de cetro, su macana de madera de Tatayubá pulida y de un bonito color amarillo”; en la lámina mencionada al final del punto 1), se observa que la emplea a modo de “batuta” para dirigir los cantos-danzas rituales. Müller (1989: 55-56) describe diversas “varas de danza” simples y una doble de cuero usada también como arma, pero no dice cómo se utilizaban; tampoco da sus medidas. Solo se sabe que llamaba así a las que se usaban indistintamente en danzas “de culto” y “profanas”. Cadogan (1968: 112), refiriéndose a la sustitución de la maraca por los mbyá, compara con los chiripa y pai-tavytera y dice: “En la danza mbyá, también la mujer maneja el takua-pú, pero el hombre esgrime en la mano la vara, yvyra’í, a veces dos, con la que produce un leve chasquido.” Y más adelante, agrega: “...es probable que el uso de dos varas-insignias –yvyra’í o popyguá– en la danza, subsistente en cierta medida hasta hoy, haya sido introducido para sustituir al clásico instrumento. [...] Es también probable que la versión del Génesis escuchada por Schaden en Yro’ysä, en la que la divinidad máxima aparece con dos yvyra’í que bate una contra la otra [...] constituya una reminiscencia de esta sustitución, porque en otras versiones de la leyenda, el Creador aparece con una sola” (Ibíd.: 112/113). En otras palabras, en su relato confluyen los tipos a y b, en el que la doble vara del b se justificaría por la necesidad de un reemplazo sonoro, al perder el mbaraka miri. Serán unas frases de una plegaria que incluye Hélène Clastres (1975: 149- 53),26 titulada Paroles des derniers d’entre les Élus (los Elegidos = los mbyá), las que informen de uno de los modos de empleo del yvyra’i (¿simple?, ¿doble?). Dice: “...déjà nous nous dressons dans l’effort avec le bâton-insigne que Ñande Ru Karai Ete a conçu / Nous le brandissons, nous nous baissons, nous nous redressons, / nous les élus.”27 Por mi parte, no he visto usar ninguno de los tres tipos como arma, ni como batuta, ni blandiéndolo en la danza. El único popygua’i simple que documenté –semejante a una macana–, lo vi usar numerosas veces en Fracrán, portado en bandolera como señal de autoridad, sea por el Pa’i en la primera parte de los rituales, o por uno de sus ayudantes (“cabo” o “sargento”) cuando visitaba otra aldea. El más documentado es el tipo b: dos varas sueltas o unidas por un cordel de los extremos inferiores, a los que se los rebaja y se les practica un orificio con ese fin. Se construye con el cerne o corazón del guajayvi (Patagonula sp.), que es la parte dura y oscura de esa madera. Una diferencia importante con el de vara simple, es que se las emplea para producir sonido por entrechoque, sosteniéndolas a ambas con una sola mano. Son dos los modos de ejecución: 1) tomándolas juntas desde el extremo unido y haciéndolas entrechocar mientras se las golpea contra el muslo o la otra mano, con movimientos regulares, marcando el pulso –según información verbal, confiable, de su uso en la aldea Tamanduá–; 2) tomándolas por su parte media pasando un dedo entre ellas, entrechocándolas con rapidez a fin de producir un redoble breve, que se reitera esporádicamente, sin regularidad –según registré en rituales de Fracrán. En ambos casos, actúa como idiófono de golpe directo, por percusión. En 1) conforma una base rítmica concordante con el canto y la danza, actuando polisémicamente como instrumento musical y símbolo de masculinidad, en forma colectiva. En 2), en cambio, aunque hay un aporte sonoro, es individual y tendría como función dar cuenta de la presencia de una autoridad o jerarquía masculina. Otra diferencia de este yvyra’i doble, respecto del simple –a mi juicio sustancial–, es que sus connotaciones religiosas lo apartan por completo de la asociación con un arma y hace que lo consideren un símbolo de autoridad de connotaciones pacíficas. Según mis colaboradores de Fracrán, este popygua’i no debe ser utilizado por el jefe político –cuyo cargo lo autoriza a castigar al que incumple las normas– sino por el jefe religioso o su auxiliar –aprendiz de opygua–, en los rituales, razón por la cual éstos reciben también los títulos de yvyra’ija tenonde e yvyra’ija, a secas, respectivamente. El primero también lo lleva del modo antedicho cuando convoca a la gente a una reunión fuera del opy. Dice su hijo Luis (Karai Tataendy) en una entrevista de 1979: “Y cuando nosotros vimos que con popygua’i salió, [...] entonces ya estamos esperando cosas buenas.” Según fuentes más recientes de Brasil,28 habría actualmente un uso más extendido de estas varas, en manos de jóvenes, e incluso niños, en rituales de algunas aldeas, cuyo aporte musical estaría ligado a la representación masculina. También del popygua puku (tipo c) surgen connotaciones positivas. Dicen que lo usaba el líder religioso en los rituales: “Por ejemplo cuando baila, tiene que tener así [apoyado en el piso]. Se golpea despacito. [...] Cuando habla, por ejemplo, cuando empieza hablar [...].”29 Dos menciones de H. Clastres (1975: 106), por sus características, implican una vara larga y simple. 

Cuando esta autora describe el opy, dice que a veces hay tres bastones clavados en la tierra, que son los yvyra’i, bastones-insignias que los hombres usan para danzar. Más adelante, hace una descripción de la danza muy diferente a las que he visto, afirmando que cada sexo acompaña la danza del otro martillando fuertemente el suelo para marcar el ritmo, los hombres con el popygua y las mujeres con el takwa [takuapu] (op. cit.: 129). Fuera del opy, el jefe político lo usaba en rituales de bienvenida: “Y cuando viene visita de otro lado, otro cacique a lo mejor [...] trae ese popygua puku. Y a lo mejor dueño de opy tiene otro popygua puku. Ahí se empieza[n] a preguntar de todo, de caminar [cómo le fue en el camino], muchas cosas...”. Cabe destacar que los saludos rituales son muy interesantes, tanto en lo que expresan en palabras como por su formalizada gestualidad. Estas diversas facetas del yvyra’i revelan su polisemia, entendida como capacidad de acumulación, en tanto puede adquirir un sentido nuevo sin perder el anterior (Ricoeur 2001: 158-59). Prueba de ello es que, aun cuando habría dejado de ser un arma largo tiempo atrás, en los discursos de la década de 1970 se apreciaba la latencia de esa función. 

5. Los marcadores sagrados de género 
El mito de origen del mbaraka miri y el takuapu, documentado por Cadogan (1970: 36-37), fue el disparador de este tema en mis investigaciones. El relato pertenece al ciclo del héroe solar Kuaray y su rival Charia y concluye cuando se moja la tierra con rocío de Yvy Mbyté (Centro de la Tierra) y surge una planta de Lagenaria y otra de Guadua, “de las que –dice Cadogan– se creó la humanidad”. Y agrega: “Sintetizando, en el relato mbyá [...], del rocío primigenio [...] nace la Lagenaria, de la que se fabrica la sonajera ritual, mbaraka, y el bambú o guadua, del que se fabrica el takuapu. Esto ocurre para que el Creador pueda ‘inspirar el canto sagrado del hombre a los padres de sus futuros hijos, y el canto sagrado de la mujer a las madres de sus futuras hijas’.” Cuando indagué al respecto a mis interlocutores mbyá, no solo desconocían el mbaraka sonajero sino que negaban la asociación del mismo con los hombres, oponiendo a la misma la del yvyra’i. Así me dijo un importante jefe político y religioso: “Porque en el principio, Ñande Chy tenondegua [Nuestra Madre primera] le entregó para las hijas, el takua, y Ñande Ru tenondegua [Nuestro Padre primero] entrega la yvyra’i para el hombre. Pero eso, al principio, porque Ñande Ru tenondegua tiene bastoncitos, yvyra’i, el bastón, y Ñande Chy tenondegua tiene el takuapu”. (Dionisio Duarte 1977) Ello explica que la expresión aplicada al esqueleto o cuerpo masculino en el lenguaje sagrado, sea yvyra’i kãnga (lit. huesos de la vara-insignia), contraparte de takuaryva i kãnga –tratada en el punto dos. Este paralelo entre el takuapu de la mujer y el yvyra’i del hombre, de uso ritual, aparece en dos estrofas del mencionado segundo texto incluido en H. Clastres (1975: 146-48): Paroles relatives au squelette du bâton-insigne que, desmetaforizando la expresión, por su contenido significa “Palabras relativas al cadáver masculino”. Como es norma en contexto ritual, en plegarias y cantos se reemplazan los sustantivos comunes por expresiones metafóricas, por ello, en ambas estrofas “los huesos del bambú” son las mujeres y “los huesos del bastón-insignia”, los hombres. Pierre Clastres (1974: 110), comentando una breve oración dedicada a una mujer encinta, en la que al feto se lo llama metafóricamente “esqueleto del bastón-insignia”, no duda en afirmar: “cet instrument, brandi par les hommes au cours des danses rituelles, est le signe de la masculinité”.30 Como última e importante prueba de que la afirmación de Clastres es correcta, a pesar de no fundamentarla, transcribo unas palabras de una joven mbyá de Misiones, que le adjudica mayor importancia como símbolo de masculinidad, que como signo de poder: “Yo no sé si es tanto para el mando, pero el yvyra’i es también como una cosa…, ¿cómo te puedo decir?, un objeto del ritual muy exclusivo del hombre. Inclusive, cuando una pareja tiene a su hijo, que nace un varón, se tenía por costumbre regalar uno al chico. Como para que lo tenga colgado en la casa, pero ya se sabe que es de él eso.”31

Estas y otras referencias no consignadas despejaron mis dudas sobre el marcador sagrado del género masculino y afianzaron mi idea de que si el mbaraka miri se abandonó con relativa facilidad, es porque carecía para los mbyá de una relación simbiótica con dicho género y de la enorme importancia que le han atribuido otros grupos a lo largo de la historia, sobre la que informa con vastedad gran parte de la literatura clásica guaraní. Paulatinamente, los reemplazos sonoros, más acordes con nuevas necesidades estéticas, lo habrían convertido en prescindible.32 

Quizás haya otras aldeas como Jejy, en las que nunca se haya prescindido del mbaraka miri, pues su uso no es incompatible con el del yvyra’i, pero ello no le quita fuerza a este como símbolo de masculinidad, como se infiere de Larricq (1993: 66-68), texto basado en una larga investigación realizada en dicha aldea. Es evidente que tiempos y espacios diversos, así como circunstancias históricas disímiles, han producido diferentes tipos de varas o bastones, cuyas aplicaciones, connotaciones, jerarquías de portadores y contextos de portación o ejecución han sido y/o son, aun contemporáneamente, múltiples, pero jamás pasaron por manos femeninas, aun cuando ejerciera la mayor jerarquía una mujer. El takuapu es de la mujer y el yvyra’i es del varón; su intercambio es impensable e inimaginable. 

En contexto sagrado, los marcadores de género no aceptan ambigüedades. Que hoy, en una aldea mbyá una mujer ejecute un mbaraka miri¸ como consigna Ciccarone (2001: 116), habiendo sido tradicionalmente instrumento masculino en su cultura, es otra prueba de que jamás pudo haber sido símbolo de masculinidad. En otras palabras, es una prueba más del símbolo que no fue.

1. Otro testimonio semejante del mismo juicio, está en la p. 447 de Blanco, quien transcribió los originales que se hallan en el Archivo General de la Nación (Buenos Aires, Argentina). 2. El término “maraca” proviene, precisamente, de la denominación guaraní. Técnicamente es un idiófono, o sea, un instrumento musical que produce sonido por la vibración causada en su cuerpo. Es de golpe indirecto, por sacudimiento. Consiste en una calabaza (fruto de la Lagenaria siceraria) que en su interior lleva las negras semillas de yvau, y un palillo que la atraviesa, cuya parte inferior es el mango. En la superior solían colocarle plumas de vistosos colores. En contexto ritual, es común que los mbyá llamen a los instrumentos musicales mba’epu (lit. cosa que suena), con lo cual ponen énfasis en su capacidad de producir sonido más que en el objeto. 
3. De takua = caña; pu = sonido. Técnicamente es un idiófono de golpe directo, tubular. Se percute contra el piso de tierra marcando el pulso del canto. Consiste en un trozo de takuara (Guadua angustifolia) o takuarusú (Guadua trinii) de entre 75 y 90 cm de longitud y 4,5 y 12 cm de diámetro. El nudo inferior se conserva; el intermedio se perfora y el superior se quita. Las más jóvenes se entrenan con ejemplares de menor tamaño. 
4. Aunque expositivamente es útil tomar un grupo étnico como una totalidad cuasi homogénea, es importante no perder de vista la dinámica cultural y las respectivas historias de sus parcialidades, que son diferentes según su lugar de origen, según hayan permanecido en el mismo o migrado, y si migraron, según cuándo lo hicieron, hacia dónde y encabezados por quién. Sin duda, la situación de los mbyá es diferente en Paraguay, Argentina y Brasil, e incluso dentro de cada país, según la aldea; así como hay un minúsculo grupo que probó suerte en Uruguay, en un territorio que les es geográficamente ajeno y que ya algunos abandonaron. Pero, a grandes rasgos, se puede apreciar que en Brasil, los del litoral paulista difieren de los de Rio Grande do Sul, asemejándose estos últimos a los de Paraguay con los que ha trabajado Cadogan y a mis colaboradores de Argentina, pertenecientes a las aldeas Fracrán (previamente, localizada en Gobernador Lanusse), Tamanduá, Cuñá Pirú I, Cuña Piru II, Marangatú y Jejy, de la provincia de Misiones. 
5. Según la aldea y/o el país, también recibe el nombre de pa’i o ñande ru. Aclaro que las palabras guaraní oxítonas, convencionalmente no llevan tilde por ser amplia mayoría; se exceptúan de esta norma casi todos los etnónimos. 
6. Vara-insignia. Cadogan traduce así este término, para indicar su carácter emblemático (véase el punto 4). En estos casos, como en mbaraka’i, la i precedida del apóstrofo indica diminutivo.
7. Ciccarone 2001:116. 
8. Pienso especialmente en el ilustre León Cadogan, que tanta importancia otorgó a los textos lingüísticos de los cantos sagrados y ninguna al contexto de su enunciación; pero también pienso en Schaden (1962a). 
9. Los Clastres, a pesar de haber hecho trabajo de campo entre los mbyá –de cuyo fracaso habla Pierre (1974: 8)– basaron gran parte de sus abordes etnográficos en la documentación de Cadogan.
10. Entre estos se hallan Cadogan y Susnik. Para otros, fue Fray Buenaventura de Villasboas, cura de Caazapá, quien las proporcionó en 1678 (véase Necker [1979] 1990: 237-240). Dudas como estas –obsérvese que hay 106 años de diferencia- hablan de la necesidad de revisar las fuentes coloniales y reordenar la información sobre los llamados “guaraníes monteses”. 
11. En el Censo Indígena Nacional realizado en Argentina en 1965-66 y publicado por el Ministerio del Interior en 1967-68, dirigido y relevado en parte por antropólogos, se registró a todos los indígenas de la provincia de Misiones como cainguá, a pesar de que en 1959 se había publicado uno de los más importantes escritos de Cadogan (1992) sobre los mbyá, y ya hacía tiempo que se habían levantado voces a favor de estudios específicos sobre los diferentes grupos de habla guaraní (Schaden 1962b). 
12. El dibujo original es de Adolfo Methfessel, quien viajó con Ambrosetti en 1892, pero un conflicto de intereses impidió su reproducción en esta publicación y obligó a modificar la escena presenciada. Las diferencias entre uno y otro dibujo son importantes, pero al lector no se le informa. Vignati (1953) se ocupa del tema y reproduce las láminas originales, por lo que remito a esta obra para obtener mayores detalles. Ambrosetti y el dibujante Eduardo Holmberg, para no incurrir en plagio, le dieron un giro de 90 grados a la escena, y excluyeron al guitarrista, a los tamboreros y a tres niños danzando a un costado, dos de ellos con maracas, valioso testimonio de la coexistencia de instrumentos tradicionales con la guitarra y el pequeño tambor. Además, los hombres no se toman del brazo como en el original y ejecutan la maraca con la izquierda; “detalles” más significativos de lo que aparentan ser y sumamente valiosos para quienes realizamos investigaciones etnomusicológicas.
13. Kuña significa mujer; se dice también kuña opygua, pero es más común kuña karai. 
14. Se trata de las componentes femeninas de las cuatro parejas de dioses: Ñamandu, Karai, Jakaira y Tupã; los masculinos son los Ru Ete = Padre(s) Verdadero(s). Ej: Ñamandu Ru Ete, Ñamandu Chy Ete; Karai Ru Ete, Karai Chy Ete, etc. Obsérvese la correlación entre estas parejas y la que dirige el ritual. En su artículo sobre los caracteres específicos de los mbyá, Schaden (1962b:87) señala: “A profissão de médicofeticeiro não é exclusiva do sexo masculino. Ha mujeres que são grandes especialistas na arte de curar e grandes dirigentes de cerimônias religiosas”. Este reconocimiento poco común al relevante papel de la mujer en los rituales mbyá, deja a la vez en descubierto que no ha advertido la complementariedad de la pareja; tampoco lo hizo Cadogan. Quizás la ocultaron, pues no creo que sea un aspecto novedoso. 
15. De takua = takuapu; ýva = dirigente; kãnga = huesos. 
16. Uso el tiempo presente, porque todavía quedan aldeas en Misiones, en que se realizan con cierta asiduidad los rituales, que hasta principios de la década de 1990 eran doblemente diarios (a la salida y la puesta del sol), en aquellas que contaban con un karai ortodoxo. 
17. Ya vimos los vicios del testimonio de Ambrosetti. Los de Müller ([1934, 1935] 1989) -que estuvo con ellos entre 1910 y 1924-, en Paraguay, son similares respecto de los instrumentos musicales. Sugestivamente, los rituales mbyá que describe no tienen lugar en el recinto sagrado. ¿Le habrán permitido asistir a un ritual en su opy? Él mismo dice que cuando los mbyá “ejercen públicamente el culto, ha sido tomado de los Pañ y Chiripá y se realiza de acuerdo a las formas y ritos de estas tribus” (Müller 1989:17, n. 32). Strelnikov (1928), cuyo viaje al Paraguay es de 1915, relata un ritual mortuorio que observó furtivamente y detalla el uso de la guitarra. Nombra al sonajero aparte solo para describirlo y decir que se aplicó su nombre al cordófono por cierta semejanza de su sonido con el rasgueo, pero no menciona su uso en el ritual. 
18. “Los Mbyá no poseen la maraca, y sin duda se trata de una pérdida. En todo caso son los únicos Guaraní en ignorar su uso” (todas las traducciones son de mi autoría). 
19. El tema de los caingua o “indios infieles” guaraní del Paraguay, en el siglo XVIII, es sumamente confuso. Los estudiosos presentan versiones diferentes; por ejemplo, sobre los llamados pueblos de Taruma, San Joaquín y San Estanislao. En Melià –G. Grünberg- F. Grünberg (1976: 155 y ss.) puede apreciarse la complejidad de la cuestión en una síntesis interesante –aunque focalizada en los itatin-pai-. Sin duda hace falta aún un tratamiento semejante, pero con el foco puesto en los mbyá. 20. El título del artículo que Cadogan dedica al tema, relaciona las reducciones del Tarumá con la destrucción de la organización social mbyá (Cadogan 1956). Aun cuando el sonajero haya tardado un siglo en desaparecer, estas fechas implican que Cadogan tampoco fue testigo de su uso, como está implícito en su extenso artículo de 1968, a pesar de que en un artículo anterior (1960: 140) dice: “En el culto utilizan la música tradicional: mbaraká (sonajera), takuapu (trozo de bambú manejado por la mujer) y angu’apú (tambor)”. Lo que no se explica es que considere “tradicional” al tambor de dos parches, de procedencia española.
21. Esta afirmación procede del etnobotánico paraguayo Pastor Arenas, colaborador de este volumen, en comunicación personal. 
22. Debo esta franquicia –primero en Gobernador Lanusse y luego en Fracrán- al Pa’i Antonio Martínez (Kuaray) y su esposa Paula (Yva), fallecidos en 1995 y 1991, respectivamente, cuyos rituales –entre muchas otras cosas- me infundieron una profunda admiración por el pueblo mbyá. 
23. Durante el diálogo tuve la impresión de que el opygua no tocaba la guitarra, sea porque no quiso adoptarla o porque carecía de aptitud para afinarla, que es lo complejo, no su ejecución. En efecto, en el opy sólo se la rasguea con las cuerdas al aire con intención netamente rítmica, aunque el aspecto armónico influya en la melodía. Vale aclarar que para los mbyá de Misiones, esta aldea es una de las más fieles a las normas y rituales ancestrales, al menos hasta la desafortunada intrusión de la Hermana Iracema, a fines de la década de 1990, situación felizmente superada. Hago la salvedad de que son falsos algunos epígrafes de fotos tomadas en Jejy, que informan acerca de escenas rituales, cuando en realidad han sido tomadas fuera de ese contexto. Sobre esta aldea son confiables los trabajos de Larricq (1993) y Cebolla Badie (2000).
24. Lit.: Dueño del yvyra’i; se aplica a los auxiliares del opygua y a veces a este con el agregado tenonde = primero, delante. Véase el punto 4.
25. Lit. yvyra: árbol, madera; yvyra’i: palo, palito; popygua: de po: mano; -py: en; -gua: correspondiente a.
26. Es la versión en francés de un texto recogido y traducido del mbyá por su esposo Pierre y por Cadogan, en junio de 1965. Citaré un segundo texto de esa procedencia en el punto 5. Las versiones en lengua mbyá no se incluyen; tampoco datos del lugar de obtención, algo habitual en los escritos de los Clastres. 
27. Mi traducción: Palabras de los últimos entre los Elegidos: “...ya nos erguimos en el esfuerzo con el bastón-insignia que Nuestro Padre, el verdadero Karai ha concebido / Nosotros lo blandimos, nosotros nos agachamos, nosotros nos reincorporamos, / nosotros, los elegidos.” Es la única referencia a la concepción del yvyra’i por Karai que conozco. Cabe destacar que en todas las plegarias o “himnos” que recogiera Clastres en esa fecha, sin duda a la misma persona, se menciona reiteradamente a Karai Ru Ete y a Karai Chy Ete. Esto puede deberse a que dicha persona recibió su ñe’e (alma-palabra) de Karai o a que en la aldea a la que pertenecía, se le atribuía a esa pareja de dioses un lugar preferencial.
28. Setti 1997 y comunicaciones personales de esta, Ciccarone y Ladeira, 2005. 
29. No logré que fuera más explícito, pues en la situación ritual que describe, vi a su padre usar sólo la guitarra. Según dijeron, ya no tenían popygua puku, que en cambio sí documenté en Tamandua. Este testimonio y el que sigue son de la misma entrevista que el anterior, supervisada por la máxima autoridad religiosa de Fracrán.
30. “Este instrumento, blandido por los hombres durante las danzas rituales, es el signo de masculinidad.” 
31. El testimonio es de Jachuka Rete (2004). De hecho, en 1974 fotografié al hijito de tres años del dirigente político-religioso de Tamandua –o sea, al pequeño tío de Jachuka-, con su yvyra’i de dos varas.
32. Véase Ruiz 1996.

Referencias bibliográficas 

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lunes, 12 de septiembre de 2011

Tesis: La aciaga vida del Tupã Guaraní en la literatura de “los blancos” y en la vital versión oral de los Mbya.

Escribe Irma Ruiz
Doctora en Antropología por la Universidad de Buenos Aires, Profesora Consulta (UBA), Investigadora Principal del CONICET, Sección Etnología / Etnografía del Instituto de Ciencias Antropológicas (UBA).


Resumen

Durante siglos, parte del mundo letrado estuvo atento a las opiniones de los blancos sobre el pensamiento y las acciones de los guaraní,  eran tiempos exclusivos de la antropología sobre el Otro. En la actualidad, se pretende dar cuenta también de la antropología del Otro sobre nosotros. A fin de mostrar ambas caras, en este artículo se confrontan voces autorizadas de blancos que escribieron sobre los guaraní, con otras de los mbyá-guaraní que hablaron sobre su cultura y la de los blancos. El eje escogido es la figura de Tupã, de cuyo nombre se apropiaron los evangelizadores coloniales para construir su discurso monoteísta. En este juego de alteridades, se analiza primero la infausta "vida literaria" del personaje para luego oír voces de los aún damnificados por ese hecho histórico. Esta confrontación, además de revelar inconsistencias prejuiciosas en algunos escritos y estrategias guaraní para proteger su politeísmo, permite apreciar la magnitud de la violencia simbólica ínsita en la evangelización.


Introducción


Durante siglos y con diversos intereses, parte del mundo letrado ha estado atento a las opiniones de los blancos sobre el pensamiento y las acciones de los guaraní . Ríos de tinta dieron cuenta de múltiples análisis sobre verdades y mentiras visibles y ocultas de las denominadas Misiones de Guaraníes y sus habitantes, tomando partido a favor o en contra de las mismas. A partir de esas argumentaciones, muchos otros blancos discutieron y expresaron sus conocimientos al respecto, pero poco hemos escuchado y leído sobre lo que los guaraní pensaban sobre su historia, cultura y sociedad, y respecto de quienes los sometían, pues la mayor parte de los testimonios han quedado en los archivos. Negarles implícitamente la palabra respondía a una ideología de exclusión por su condición de aborígenes.
Eran tiempos exclusivos de la antropología sobre el Otro —por no inmiscuir acá a la historia, sin negarla. En la actualidad, una nueva corriente pretende dar cuenta también de la antropología del Otro sobre nosotros. O sea: no sólo escucharlos hablar sobre lo suyo, sino también sobre lo que ellos piensan acerca de los blancos en general y de sus interlocutores en particular, así como respecto de las relaciones interculturales e incluso de las estrategias que, a partir de éstas, ellos generan. No podré dar cuenta de todo ello aquí, pero intentaré una aproximación digna (véase también Ruiz 2007).

Como esta posición epistemológica ha estado presente en mis investigaciones, elegí abordar aquí el tema enunciado en el título por ser particularmente apto para confrontar esas dos "antropologías". La selección de las fuentes literarias —necesariamente restrictiva— dio lugar a que todas, excepto una, pertenezcan al siglo XX, siglo que acumula los aportes de influyentes autores considerados "clásicos"; algunos contemporáneos de mis primeros trabajos de campo con los mbyá-guaraní de Misiones (Argentina), lo cual viabiliza la confrontación de las respectivas posiciones.

Lo expuesto pone en evidencia que, si bien el personaje central es una divinidad guaraní, este no es un escrito sobre religión, sino sobre una cuestión de alteridades en el choque intercultural que deja entrever la magnitud de la violencia simbólica ínsita en la evangelización, aunque sus ejecutores hayan utilizado verdaderos sofismas para negarla. La indebida apropiación del nombre Tupã por parte de los sacerdotes católicos —que aún es fuente de confusiones en la relación guaraní / blancos— convirtió en infausta su vida literaria, tema sobre el que me detendré en primer lugar. Pero en un juego de espejo de alteridades, este artículo trata también sobre la contracara de ese tema a través de las voces de los damnificados, quienes hablan sobre Tupã y hasta revelan alguna estrategia pergeñada a partir de la encrucijada en la que los colocó tal decisión del poder evangelizador, que necesitaba pueblos monoteístas y donde no los había los inventaba, como ponen en evidencia aquellos guaraní que rechazaron la oferta misional o la vivieron transitoriamente recuperando su politeísmo.


Sobre Tupí y Guaraní.
En su Introducción a la bibliografía etnológica O Guaraní ... (Melià et al . , 1987) y después de tratar sobre las fuentes más antiguas, Melià (1987: 22) afirma que :
los Guaraní no cuentan con un Hans Staden (1557), un André Thevet (1557) o un Jean de Léry (1578), pero los escritos citados ofrecen elementos suficientes, si se reúnen paciente y sistemáticamente, para restaurar la imagen de la sociedad guaraní en la época de los primeros contactos con la sociedad europea (1).
Sin negar excepciones, fueron muchos los que echaron mano de esas notables obras y de otras del siglo XVI que no informan sobre los guaraní sino sobre grupos tupí de la costa brasileña —especialmente tupinambá y afines—, para atribuirles a aquéllos lo que se ha dicho de éstos. Hélène Clastres (1975), por ejemplo, aunque advierte sobre los riesgos, admite que lo que se conoce sobre los tupí permite paliar la ignorancia informativa sobre los guaraní . Fue así que las miradas sobre éstos estuvieron sesgadas por el contenido de esas crónicas y se tendió a homogeneizarlos aun cuando existen claros indicios de sus diferencias.(2) Traje a colación el tema porque tampoco escapó a ello la figura de Tupã y quizá la clave de su instalación como el "dios verdadero" y único de los guaraní se halle expresada en esa literatura sobre los tupí y haya formado parte del proceso de transpolaciones mecánicas. Pero no es el origen incierto de esa atribución lo que interesa aquí, sino la confrontación antedicha.


La aciaga “vida literaria” de Tupã.
Sin duda, la historia gestada por la Compañía de Jesús en pos de la "conquista espiritual" de los aborígenes americanos, le reservó al Tupã de los guaraní un protagonismo que no sólo habría de generar variadas interpretaciones en las literaturas misional, histórica, etnográfica y etnohistórica, sino que, a través de la oralidad, habría de impactar siglos después en las culturas involucradas. Se instalaron así múltiples discursos que provocaron no pocas controversias, pero fue el impacto mencionado el que me condujo a trazar una muestra de la construcción que de Tupã hicieran misioneros y antropólogos, y a contrastar sus dichos con los de los mbyá , que dialogan a diario con él y con sus otros dioses y diosas, a través de los cantos que dedican a algún miembro de sus cuatro parejas: Ñamandu , Karai , Jakaira y Tupã , a cuyos nombres se suele agregar Ru Ete (Padre Verdadero) y Chy Ete (Madre Verdadera).

Una rápida recorrida sobre las obras más citadas de la literatura guaraní da cuenta de que, en los textos escritos por misioneros católicos, Tupã es el Dios supremo y único de los guaraní (por ejemplo, Ruiz de Montoya, 1639; Müller, 1934 y 1935). Pero en los textos antropológicos, las interpretaciones de diversos autores le otorgaron papeles más variados: 1) figura mitológica añadida al corpus antiguo de los apapokuva (Nimuendajú, 1914); 2) dios de la lluvia, el trueno y el relámpago de los mbyá (Cadogan, 1959); 3) nominación que alternativamente refiere, en el discurso mbyá , al dios cristiano o a uno de sus cuatro dioses masculinos (P. Clastres, 1974); 4) dios destructor de los guaraní (H. Clastres, 1975); 5) una de las figuras "meteorológicas", integrante además del conjunto de los dioses principales guaraní (Susnik 1984-85); 6) dios' menor, primero constituido en el dios cristiano y luego en el "Dios supremo de innúmeras comunidades indígenas" guaraní (Melià, 1991). Hacer confluir a estos autores implica insertar el tema en el marco de los guaraní en general, pero también de algunas etnias en particular, visualizándolo así en una amplia escala sin perder de vista las peculiaridades.

En dos escritos de 1639, dice Ruiz de Montoya sobre los guaraní : "Conocieron que había Dios, y aún en cierto modo su Unidad, y se colige del nombre que le dieron, que es Tupã ..." (1989: 76); de allí la definición del término en su Tesoro de la Lengua Guaraní : "Nombre que aplicaron a Dios". Para entonces ya habían pasado algunas décadas desde que los guaraní se enteraron, a través de los evangelizadores, de que la traducción al español de Tupã era Dios, y que ese personaje que los misioneros querían forzarlos a adorar como el dios único, en guaraní se decía Tupã . Saltan a la vista las inevitables transferencias que hace Montoya de sus creencias religiosas; notablemente, su apreciación monoteísta. Lo cierto es que esta apropiación compulsiva del nombre de Tupã para referirse a una deidad con atributos y localización muy distintos de los que ellos le reconocían dejó huellas y, como veremos, produjo confusiones perniciosas con el paso del tiempo.
La credulidad de los sacerdotes católicos respecto del discurso jesuítico cobró sus víctimas entre ellos mismos. Así, el Padre Franz Müller afirma que " Tupã es señor y dueño' del rayo y el trueno" para los mbyá y que lo conciben "como poder creador, amante y servicial, [...] como padre por excelencia " (Müller, 1989: 17). La expresión resaltada es traducción de Ru Ete que —como dije antes— añaden al nombre de los dioses, tres de los cuales parece desconocer. Su consideración de Tupã como Ser Supremo —siguiendo la interesada y sesgada orientación de su iglesia—, lo llevó a adjudicar a los mbyá la concepción del mismo como "poder creador", lo cual no surge de ninguna fuente, ni de mis investigaciones de campo. Ello lo desorientó y bloqueó su percepción respecto de la existencia de otras divinidades, como se comprueba en las traducciones de los textos lingüísticos de algunos cantos. Uno de éstos, paradójicamente precedido por la frase: "Cuando hay suerte en la caza se le agradece a Tupã ", es paradigmático, pues consta de sólo siete palabras y las tres primeras son Jakaira, Ñamandu y Karai , nombres de las otras tres parejas de dioses mbyá que parece desconocer, a los que les sigue pochy (iracundo) Tupã . Admite no comprender el sentido de la frase, ni saber quién o qué es Djacaira ( Jakaira ); traduce Ñamandu como "granizo" y Carai como "señor" —una acepción ajena al contexto de que se trata—. Mi presunción de su inocencia está atestiguada por la mera inclusión de ese texto; de saber que en esa brevísima oración estaban los nombres de otros dioses no podría haberla insertado sin contradecirse. Y si quedó en descubierto el contenido es porque puso la versión en guaraní , además de su traducción en alemán; sin la primera, la evidencia no hubiese sido tan patente.(3) Si bien se aprecia el empeño puesto en su tarea etnográfica, ésta se vio perturbada por sus convicciones religiosas, reforzadas sin duda astutamente por los mbyá , quienes a fuerza de tener que escapar al yugo español y jesuita se hicieron expertos en el arte de ocultar, tergiversar e incluso divertirse con la ignorancia ajena. Obsérvese que cantaban a todos sus dioses delante de Müller, pero no revelaban su existencia en los procesos de traducción: una forma sagaz de proteger su politeísmo y preservar su derecho a conservar su sistema cosmológico.
Un cuarto de siglo después, Cadogan cita a Nimuendajú para coincidir respecto del "abuso que hicieron de su nombre [el de Tupã ] los misioneros" —concepción compartida por Métraux y otros—. Basa estas críticas en el hecho de que Tupã ocupa el último lugar en la teogonía mbyá-guaraní y lugares más secundarios aún en las teogonías de otras parcialidades (Cadogan, 1959: 36). Asimismo, define a Tupã Ru Ete como "dios' de las lluvias, el trueno, los rayos y la moderación o refrescamiento'", llamado también Tupã Yma [ Tupã originario, primigenio](4) (Cadogan, 1992: 181). Si bien lo que afirma Cadogan es correcto en el caso de los mbyá , considero que el hecho de ser la última deidad que aparece en su teogonía no lo desmerece frente a otros dioses, sólo lo aleja del "poder creador" (Müller) y del papel de dios único de los guaraní que le atribuyeron interesadamente los jesuitas, que en su concepción no podía ser sino el creador. Pero, como fundamentaré más adelante, aunque Tupã no es más poderoso que los otros tres dioses masculinos mbyá , tampoco es menos importante, ya que cada uno tiene papeles específicos que cumplir en las circunstancias de vida de este pueblo, y así lo explica la narrativa cosmológica.
Siguiendo la cronología, abordaré ahora la posición de Pierre Clastres (1974) expresada en su interpretación de algunos de los "textos" que obtuvo de un "sabio-chamán" mbyá-guaraní en 1965, en Paraguay. Estos forman parte de los que llama "discursos metafísicos", pues entiende que se sitúan en lo "meta-mitológico" y carecen de la rigidez de los textos religiosos. El fragmento que nos interesa (Clastres, 1974: 136) dice: Yo, Ñamandu Ru Ete , ahora voy a hablaros de mi propio saber, pues soy, yo, el que examina todas las cosas. /[...] Estas palabras que yo dispongo para ti, no las dejes dispersar, hijo mío. [...]/Todos los seres que estimamos ya no son nada. En cuanto a los que cantan, Tupã Ru Ete ya no los conoce. /Yo, a veces, ya no tengo poder contra Tupã , porque él canta más que yo. Más que yo él canta, Tupã ! Yo no sé. /Porque Tupã engloba todo bajo su mirada, yo ya no hago nada. Ahora, me humillo ante Tupã porque yo ya no sé nada. /Pero si algún día procedo con fuerza, entonces las cosas serán difíciles. Porque, yo, soy el que dispone de la bruma.(5)
Clastres interpreta correctamente que Ñamandu Ru Ete se expresa en primera persona porque el narrador pasa a ser el "dios mismo", una operación frecuente de la que he sido testigo en contexto ritual. La diferencia es que los rituales son performances colectivas y, en este caso, se trata de una ejecución individual, pues los materiales mbyá de Clastres fueron obtenidos en Paraguay de personas aisladas (1974). Es evidente que su colaborador ha recreado esa situación en la que un dios determinado se comunica con sus hijos humanos —aquí uno solo, "mon fils!"— a través de la voz del karai u opygua, el dirigente religioso. Luego continúa con su interpretación: La fidelidad tribal a la religión tradicional se impone pues con tanta mayor urgencia cuanto que la de los blancos se hace cada vez más amenazante. Es lo que amargamente comprueba el dios Ñamandu [...] La dolorosa verdad [...] es que todos los seres que estimamos (se sobreentiende los indios guaraní ) ya no son nada'. Y esto proviene de la impotencia de Ñamandú frete a Tupan (Clastres, 1974:135). Y agrega: Una breve explicación se impone. El Tupan nombrado aquí no es, como se podría creer esa figura mayor del panteón guaraní. Se trata simplemente del Dios cristiano. [...] Para los guaraní contemporáneos hay dos Tupan , el suyo, el señor de los truenos y la frescura, y el de los blancos. Seguro que es de este último que Ñamandu, humillado, descubre su fuerza: Más que yo canta él, Tupan (Clastres, 1974: 135-136).
Antes de ir al punto principal, puntualizo un tema importante. Acá se confirma lo que sostienen los mbyá: los dioses se comunican entre sí y con los humanos cantando. Expresarse cantando supone un plus de significación sobre lo que se dice hablando, de allí la omnipresencia de las músicas en los rituales: "Más que yo canta, Tupan!", dice el dios. A ello se suma un hecho interesante que no señala el etnólogo: distingue a Tupã Ru Ete (Tupan père véritable) del Tupã (Tupan) a secas, cristiano. Pero hay algo más que no toma en cuenta: entre las narraciones de este mbyá se halla una sobre la Tierra actual (pp. 131-133) cuya creación asigna a Tupã , mientras en las versiones obtenidas y corroboradas por Cadogan —convalidadas por mis interlocutores— se atribuye a Jakaira . No es un hecho menor, pues indica una fuerte presencia de Tupã en el discurso del narrador, que explicaría en parte su interpretación de que Ñamandu está siendo humillado y desplazado por el Tupã cristiano. Reservo el tema de la coexistencia de dos Tupã para el acápite siguiente, en el que expongo los puntos de vista mbyá-guaraní al respecto.

En 1975, Hélène Clastres se refirió de modo especial al tema que aquí se trata, asumiendo una actitud crítica negativa hacia quienes le atribuyeron a Tupã un papel secundario. Su propuesta, desafiante, se basa en un análisis comparativo, poco prolijo, de algunas obras importantes sobre los tupí y los guaraní , que van desde crónicas del siglo XVI a escritos etnográficos del siglo XX, en un claro intento de echar por tierra todo lo precedente. Para ello, en su pequeño y exitoso libro La Terre sans Mal —no exento de afirmaciones erróneas— da una vuelta de tuerca a este tema tan debatido y plantea algunas ideas dignas de reflexión y discusión.
Básicamente, Clastres sostiene que los jesuitas no se equivocaron en cuanto a la importancia de Tupã , pero sí en cuanto a su significación, pues es la figura del destructor la que gobierna la religión guaraní y no la del creador6 —papel que ellos le asignaron—, y hace extensiva esta tesis a los tupí . Adjudica a Alfred Métraux haber cometido el error inverso al hacer del creador Monan de los tupí , el dios central de su religión. Y dice: "...misioneros y etnólogos han sido víctimas del mismo prejuicio: la idea de que la religión debía definirse en relación con una divinidad creadora" (1975: 36),7 afirmación que comparto. En otras palabras, sostiene que Tupã no era una figura menor, pero que su dimensión estaba asentada en su capacidad de destruir la Tierra, no en la de haberla creado, a la vez que el Monan de los tupí , a pesar de ser el creador, nunca había desempeñado el papel central en su religión.
Como la autora va y viene por diferentes espacios, tiempos y grupos humanos, el primer problema que se presenta al analizar este texto es cuándo y dónde situarse: ¿en el siglo XVI, en el XVII, en el XX? ¿En el complejo lingüístico-sociocultural tupí-guaraní ? ¿En uno u otro de sus subconjuntos'? ¿En una etnia determinada? La respuesta es simple y problemática a la vez: en todo ello. La heterogeneidad se debe en parte al desbalance ya comentado entre los contenidos de las crónicas tempranas tupí y guaraní . Para más, en el siglo XX la disparidad es inversa, debido a la virtual desaparición de los tupí históricos y a la invisibilidad en que vivieron los actuales en ciertas áreas geográficas de Brasil hasta el inicio de la construcción de la ruta transamazónica en la década de 1970. Por consiguiente, ella toma de acá y allá lo que necesita en cada punto. El tema tiene otras proyecciones, pero aquí estará acotado a los objetivos señalados. Vayamos, pues, a algunos comentarios puntuales sobre su razonamiento.
1) A partir de que la lluvia, el trueno y el rayo son atributos específicos de Tupã , la autora infiere su carácter destructor del hecho de que la Primera Tierra, Yvy Tenonde , fue aniquilada por "incendio o diluvio" (1975: 33).8 Y aunque en el mito no se menciona a Tupã , su acción —afirma— estaría implícita; 2) Reconoce el papel nulo de Tupã en el contexto de creación del cosmos, hecho que habría conducido a Métraux, Schaden y Cadogan a imputar a la catequización la importancia que se le otorgó al personaje. No obstante, contradictoriamente, le adjudica la creación de Yvy Pyau (la Tierra Nueva). Analicemos estos dos puntos
Con respecto a 1, Clastres confunde las capacidades específicas de un dios con el acto decisorio —visión monoteísta—, y además deja fuera el desencadenante de la tragedia. Como en su último argumento refiere a los guaraní actuales, veamos otras objeciones posibles. a) Para los mbyá , la causa de esa destrucción fue un incesto (tía paterna/sobrino), no la demostración de poder de una divinidad ( Tupã ) que, en todo caso, lo sería del orden divino en general, pues sus dioses acuerdan entre sí las acciones a tomar. Destruir esa Tierra fue un castigo ejemplar: los habitantes de Yvy Pyau no serán inmortales como los de Yvy tenonde , sino imperfectos y, por ende, mortales. b) Susnik (1984-85: 19) menciona la intervención de Kuaray [sol] y de Tupã en las versiones "Apapocuva y Chiripá" del mito. En la primera, la inundación enfrió la tierra incendiada y el refrescamiento es una de las tareas primordiales y no destructivas de Tupã.

En cuanto al punto 2, incurre en un grueso error, pues en el texto de Cadogan (1959: 61-62) al que remite para adjudicar a Tupã la creación de Yvy Pyau —y por tanto el derecho a ser su destructor—, es Jakaira su creador (Cadogan, 1959: 61-62). O sea: si parte de un error básico su inferencia queda de hecho invalidada. En realidad, el condicionante de su construcción teórica fue un único relato obtenido por Pierre, donde aparece Tupã en ese rol. Además, decir que su "último argumento para subrayar la importancia de Tupã en tanto personifica la destrucción" es "la creencia guaraní en la destrucción futura de la tierra" (1975: 34) —como si fuera un tema exclusivo de su cosmología—, revela más asociaciones libres que inferencias lógicas. Cadogan (1968: 69) y Gorosito (1982: 194) han recogido de boca de los mbyá la posibilidad de la destrucción de esta Tierra por el fuego de Karai o por la oscuridad de Jakaira . Por mi parte, los testimonios que obtuve coinciden en que es Ñamandu quien tiene la potestad de instaurar la eterna oscuridad, desde el momento que puede decidir el retorno o no de su hijo Ñamandu Ra'y (Sol) cada mañana. No obstante, que sea infrecuente o virtualmente inexistente la adjudicación de ese hecho infausto a Tupã carecería de relevancia si no fuera por el empeño puesto por la autora en justificar la elección de los jesuitas con un argumento a contramano, no sólo del resto de historiadores y etnólogos —lo cual sería incuestionable—, sino a contramano del pensamiento guaraní , que es lo que se debe priorizar. Lo que importa destacar es que la posibilidad de esa catástrofe no se asienta en la idea de que tal o cual personaje poderoso pueda hacerlo por su simple capacidad destructora a la que se teme, sino en la convicción de que ello puede ocurrir como castigo por incumplir conductas estatuidas y, en especial, por adoptar la reprobable forma de vida de los blancos, como suelen argumentar.

En síntesis: si bien Hélène Clastres admite con razón que "al hacer [los jesuitas] de Tupã un equivalente de Dios, se le otorgó una significación que ciertamente no tenía" (1975: 32), su construcción del personaje asentando su poder en un perfil destructor no se compadece con la percepción que del mismo tienen los guaraní , aunque los rayos y tormentas sean temidos. A lo sumo podría considerárselo un personaje ambivalente al respecto. Su discurso deja de lado un aspecto positivo que cualquier pueblo cultivador aprecia: la lluvia la provee Tupã. Susnik, en su Aproximación a las creencias indígenas , integra una visión global con una interpretación de las historias y contenidos socioculturales de cada etnia y ofrece una síntesis de la información de materiales de archivo y bibliográficos. Escinde el tratamiento de Tupã como figura "meteorológica" en la antigüedad, de las reinterpretaciones chamánicas modernas, y admite que no es sencillo deslindar el concepto originario. Al repasar los escritos sobre numerosas etnias tupí y guaraní que dan cuenta del personaje, pone implícitamente en evidencia que las diferencias básicas entre sí son menores. Para todos, sin excepción, lluvia, truenos y rayos son manifestaciones del poder de Tupã y producto de sus acciones. Desde sus asentamientos originales en las tierras bajas, también para todos, Tupã vive en el poniente tormentoso.
Concluyo este sintético recorrido literario de la figura de Tupã con La experiencia religiosa guaraní (1991) del jesuita antropólogo Bartomeu Melià. Su carácter abarcativo habilita al autor a elegir los ejemplos entre las etnias de esa filiación, según convenga al punto de que se trate, y es en los apapokuva donde halla un modelo que lo conduce a Tupã , a quien Nimuendajú cree añadido a las tradiciones mitológicas.9 Dice Melià (1991: 54): "El trueno, personificado generalmente en Tupã , procede del occidente y va hacia el oriente, manifestado en el fulgor del relámpago". Y agrega: "Lo curioso es que este dios' menor, hecho por Nuestro Padre Grande y que está al servicio de Nuestra Madre, se constituyó en el Dios cristiano. Un yerro de interpretación de los primeros misioneros originó esta aventura semántica a través de la catequesis y de años de uso; el nombre de Tupã fue después enriquecido con conceptos y transferencias de la teología y vida católica, hasta significar realmente el Dios supremo y personal de innúmeras comunidades indígenas". Es de lamentar que Melià no haya sido explícito al respecto y tampoco remita allí mismo a otros textos para documentarnos sobre esas "innúmeras comunidades", pues es verosímil que haya habido respuestas de ese tipo a la constante búsqueda de conversión por parte de católicos y protestantes. Por mi parte, aún hoy me es imposible determinar a qué comunidades indígenas se refería, pues tal concepción del Dios supremo no surge ni de la abundante literatura antropológica guaraní de Brasil, ni mis diálogos hasta la actualidad con colaboradores mbyá.
Quizá no esté de más insistir en que el tema elegido no tiene como fin otorgar o negar razón a los colonizadores jesuitas por su elección. Lo que importa es que la decisión jesuítica, y las reelaboraciones posteriores producto de ese impacto y del discurrir de la historia en las vidas de los aborígenes, además de dar lugar a especulaciones teóricas, produjo alteraciones diversas en el pensamiento y el actuar de las etnias de filiación guaraní , como trataré de demostrar escuetamente a través de una de éstas. Mi objetivo hasta aquí fue partir de las voces de un puñado de "blancos" prestigiosos, para contrastarlas a continuación con las voces de algunos de los damnificados por este proceso.

Tupã en el discurso mbyá
Debo decir que varias de las posiciones reseñadas me resultan incomprensibles. Ni el concepto de Ser supremo, ni el de "dios menor" o secundario, ni el de destructor parecen aplicables sin más, al menos al Tupã de los mbyá de los siglos XX y XXI. Tampoco se lo puede considerar un intruso en su cosmología. No quiero decir con ello que sean erróneas, sino que quizá cada una sea sólo aplicable a una determinada etnia guaraní , no a todas, y menos aún también a los tupí . Para más, "los Mbyás dentro del complejo guaraní' siempre manifestaron algunas particularidades culturales, además de una orientación exclusivista y evasionista" (Susnik, 1984-85: 82), frase que refuerza mi convicción sobre los riesgos que conlleva el tratamiento conjunto de los tupí-guaraní . Asimismo, no me parece importante que Tupã sea la última divinidad de su teogonía, como argumentó Cadogan para señalar el error de los jesuitas, sino el rol específico que desempeña a diario en la vida de los mbyá, ejerciendo activamente las tareas que desde la cosmogénesis le fueron propias, como se aprecia en los dos breves fragmentos de conversaciones que siguen. El primero forma parte de un relato sobre la creación de los dioses por Ñamandu y la consecuente asignación de responsabilidades para proveerles bienestar; el segundo pone en evidencia la relación que mantienen con Tupã como cultivadores. Ambos revelan la coexistencia armónica de la tradición mitológica con las necesidades subsistenciales.
1) C: Y bueno, por último le dijo [ Ñamandu ]10 al Tupã Ru Ete : Che Ra'y , Tupã Ru Ete tenondegua , mi hijo, Verdadero primer Padre Tupã [...] el agua te dejo a cargo tuyo' . [...] Entonces, para el padre Tupã queda como para entenderse solamente por el agua, solo él tiene que traer agua a la tierra si faltaba o lleva para Karai Ru Ete . Acá en el mundo llueve porque él lleva de allá, Tupã trae agua [del oeste] y lleva para Karai Ru Ete [al este], porque [...] donde está el Karai no hay agua (1983).

2) A: ¿Y, por ejemplo, para tener una buena cosecha, a quién le piden? /C: Ahí nosotros le pedimos para pa' todos. Y lo que más pedi­mos, para Tupã . / A: ¿Más para Tupã que para el resto? /C: Que levante lluvia, porque sin lluvia no va a levantar ningún[a] [cosecha] (1977).

A pesar del valor de estos relatos para conocer su percepción de Tupã , hay un tema clave de la concepción cosmológica mbyá sin cuyo conocimiento es imposible avanzar. Me refiero al rol crucial de los dioses como dadores del ñe'ẽ (principio vital-palabra-nombre), que equipara a las cuatro parejas y sintetizaré así. Avanzada la gestación o durante el primer año de vida, cada humano recibe su ñe'ẽ de uno de los Ru Ete o Chy Ete ( Ñamandu, Karai, Jakaira, Tupã ); según quién lo envíe será el nombre que reciba, lo cual genera una relación particular de cada persona con su progenitor/a y su entorno, pues pasa a pertenecer al orden respectivo.11 Esta pertenencia da lugar a un parentesco divino, paralelo al humano, que hasta impide el casamiento entre quienes reciben el ñe'ẽ de la misma divinidad. A la vez, existe un cierto perfil común del modo de ser y de actuar de quienes forman parte de un mismo orden, rasgos que suelen influir en la determinación de su procedencia. Sobre el ñe'ẽ trata el siguiente diálogo:

A: Usted dijo que cuando una mujer queda embarazada es porque Ñande Ru Tenonde le manda un ñe'... ¿Y eso cómo lo hace Ñande Ru ? /C: Ñande Ru mandó ordenar por Karai , o por Tupã . Cualquier uno, parte de cualquier ciudad [ámbito en que vive cada pareja]. /A: ¿ Jakaira también puede mandar? /C: Jakaira [afirma]. Porque manda Ñande Ru Tenonde , manda por Karai , o por Tupã , o Jakaira . Bueno, yo voy a mandar para él o para ella'. Mandar, puede hacer criar, allá [en la Tierra], hasta que sea grande. Puede cuidar bien. Bueno —ahí dice— usted andá', y hace, no sé cómo decir, que mandó hecho [hacer], hizo reunión Ñande Ru Tenonde (1974).(12)
Es evidente que una concepción que implica la pertenencia de cada ser humano a un orden divino, instala una relación muy diferente con las divinidades en general y con la que le ha enviado el ñe'ẽ en particular. De allí que sean los mediadores por excelencia de su sociedad a la hora de solicitar a sus padres divinos, en momentos de necesidad, que cumplan las funciones específicas que les fueron asignadas en tiempos cosmogónicos. Es en este marco que considero apropiado hablar de cosmología como vía de acceso a conceptos centrales de la cosmovisión mbyá y de las relaciones entre los seres humanos y no-humanos que pueblan su cosmos. Una derivación de esa singular relación con los dioses es que, lejos de adorarlos, pueden llegar a discutir con ellos y a formularles hasta reproches en los rituales; en especial los más sabios, seguros de su fidelidad y de su conocimiento del manejo de esos vínculos. Es el caso de la kuña karai a que refiere el texto a que sigue sobre Tupã:
Por ejemplo, cuando viene una tormenta [...] siempre mi abuela decía: Ay! Tupã , por qué, por qué tenés que mandar esa tormenta tan grande, mirá si se nos vuela toda la casa —ella siempre reta, ¿viste?—. Aunque también a veces se pide por favor que llueva a Tupã . Inclusive llevan a los que tienen el nombre, [...] [los] provenientes de Tupã tienen que ir y pedir, tienen que ir al arroyo y bueno, jugar mucho con el agua y pedir, Tupã , eh... bueno, que haga llover. [...] que no van a dar bien los choclos, que no va a tener granos (2002). [Un año antes le pregunté: ¿Se le teme a Tupã ?] C: Es una cosa de temer pero en un buen sentido [de respeto], digamos, no de tener miedo pánico. A: ¿Cómo sería ese buen sentido? C: Qué se yo, por ejemplo, estar en silencio, no gritar.

Este trato con los dioses ligado a los avatares del diario vivir —como el miedo a las violentas tormentas—, explica que les otorguen importancia a uno u otro en circunstancias precisas, pues sus acciones son complementarias. Obsérvese cómo se lo percibe a Ñamandu: Porque ese viene [trae] luz para nosotros [...]. Si no viene el Ñaman­du ¿qué hacemos nosotros? Siempre vamo[s] a quedar escurecer [en la oscuridad] nomás, así no pasa nada. Cuando viene Ñamandu tiene que tener [estar] alegres, contentos, porque mediante Ñamandu se levanta (1977).

Si bien reconocen a Ñamandu como el creador que fue de su cosmos, y por ello está presente en los discursos rituales de apertura en que se hace mención al comienzo del universo, el que está activo en el presente es el Ñamandu que les provee el sol, dándoles luz, calor y energía.
Retornando al caso de Tupã, veamos la cuestión de su relación con los blancos. En líneas generales se aprecia un condicionamiento mutuo, pues así como quienes no cejan en sus intentos de evangelizarlos se refieren al dios cristiano como Tupã, a partir de ello los mbyá han generado una táctica bien definida que responde al siguiente argumento. . Es esta una antigua táctica que la apropiación jesuítica les sirvió en bandeja, y que no escapó a sus sacerdotes: hacer creer que son cristianos para evitar el asedio evangelizador, insertando el nombre de Tupã en sus cantos. Así la expresó un colaborador:

Por eso digo, [...] cuando los blancos le visitan a él [un karai mbyá ], entonces solamente [canta] para Tupã . También mi padre [lo hace] a veces, no mucho. Pero como a veces la Hermana se va [viene] de Posadas y quiere escuchar un canto, solamente tiene que ser para el Tupã (1983).
Otro ejemplo de esa mutua dependencia se aprecia en la inevitable asociación de Tupã con los bienes adquiridos de los blancos, como surge con claridad en las palabras siguientes, que explican un fragmento grabado de un ritual de otra comunidad:

... él comenzó a rezar Chapukái Porã para Tupã , porque [...] se en­cuentra seguramente en una necesidad de alimento, o calzado, o camisa. Eso es lo que él dice, entonces solamente los blan­cos podían hacer alcanzar eso, entonces por eso canta para el Tupã , porque el Tupã sigue atendiendo más por los blancos (1983).
Aquí se aprecia cierto "desdoblamiento" de Tupã del que habla Clastres, también en un contexto desesperanzador, lo cual permite verificar el daño producido a los guaraní por la apropiación del nombre de una de sus figuras con un perfil bien delineado y distinto al del dios que le ofrecían los jesuitas. La dimensión de ese daño se puede advertir si tenemos en cuenta que quien escucha, traduce y explica es una persona que recibió su ñe'ẽ de Tupã ; pertenece a su orden. Es posible que en la oración consignada por el etnólogo francés el enemigo de Ñamandu fuera el dios cristiano, quizá debido a un asedio de conversión. Pero no creo que ese Tupã advenedizo sea consistentemente el dios cristiano, del cual parecen estar bastante ajenos los mbyá . Sí pueden admitir con indulgencia o resignación que su dios del agua, la lluvia y las sementeras se ocupe también de los blancos, o de proveerles a ellos los productos ya imprescindibles de sus enemigos. Para bien o para mal, e ineludiblemente, Tupã es su nexo, a veces útil, con los blancos. Sin embargo, las cosas no son sencillas y no quedan resueltas únicamente con este actuar. La evangelización jesuítica impactó en su momento en las culturas involucradas y aunque los mbyá siempre optaron por refugiarse en el monte, actitud que trataron de conservar algunas comunidades de Misiones con grandes dificultades hasta fines de la década de 1980, se sabe que hubo múltiples contactos —aunque periféricos— con los guaraní reducidos, y más aún con algunos de los que abandonaron las misiones. Además, a medida que el monte del siglo XX perdía espacios libres constriñendo su afán de invisibilidad, el contacto con los blancos y los intentos de conversión se reactivaron. Y, si bien supieron urdir tácticas defensivas exitosas —como lo demuestra la pervivencia de su cosmología—, sacerdotes y laicos se encargaron de transmitirles su versión de la historia, poniendo como testimonio de un pasado aborigen mejor las ruinas jesuíticas. Presentadas como resabio de una obra construida por los suyos, el tema produjo más de una confusión, pues al no haber tenido relación con las mismas, no hay huellas de ello en sus tradiciones. Por otra parte, el hecho de que la mayoría no haya aceptado otra religión se debe a que la suya propia conserva un admirable equilibrio entre las antiguas verdades innegociables y la resignificación o actualización de aquello que requiere permanecer pero con una nueva impronta; de allí la vitalidad de sus creencias y la constante reactualización de las mismas en los rituales.

En suma, el Tupã guaraní está activo en la provisión de lluvia, se oyen sus truenos, se ven sus relámpagos y se temen sus rayos y tormentas. En razón de todo ello y tomando en cuenta la intensidad de las lluvias en las zonas subtropicales en que viven, se confirma lo dicho por Jean de Léry (1880, II: 61) y otros: en esas circunstancias se lo nombra. Y si la lluvia es muy grande, también se cree que Tupã los está castigando por algún incumplimiento de las normas conductuales que sus tradiciones les imponen. Por otro lado, parece lógico que se le pidan bienes materiales de cuyo carácter exógeno siempre hacen mención y que se lo asocie con los blancos, cuando es el único de sus dioses que está en boca de éstos. Testigos de sus privilegios, hasta pueden lamentar que se ocupe de los blancos.
A manera de puente hacia la comprensión de las reflexiones que provocan los personajes de otra religión, brindaré dos ejemplos: el caso de Jesucristo y el de los jesuitas. El primero les resulta por demás confuso, porque contradice sus pautas culturales. Un pueblo que aspira a alcanzar la perfección —> inmortalidad en la Tierra antes de morir, no puede concederle prestigio a un poderoso que murió en ella. "Por eso no me gusta la Semana Santa", me dijo espontáneamente un mbyá , después de señalar tal incongruencia. Distinto es el caso de los jesuitas, pues les dijeron que eran tan poderosos como sus más prestigiosos karai y que no murieron sino que se fueron en barcos hacia el este, desde Brasil, y llegaron a su tierra. A partir de estos datos, algunos se preguntan si no será que ellos sí alcanzaron la perfección ("hicieron aguyje "), pues ese es el camino que recorren los que la alcanzan: cruzan el anillo acuático ( para guachu ) que rodea la Tierra [léase, el océano Atlántico], tras el cual se accede a la tierra del confín ( yvy apy ) donde habitan sus dioses. Estos dos ejemplos ponen en evidencia los interrogantes e interpretaciones que producen los eternos afanes de conquista y la falta de respeto hacia las creencias del Otro. Mientras tanto, a los representantes de esa iglesia les hacen oír sus cantos para Tupã . Todo un complejo sistema de creencias y tácticas para sobrevivir ante la suerte esquiva.


Epítome
No cabe duda de que la apropiación cristiana del nombre de Tupã ha afectado a los guaraní y otros aborígenes desde hace siglos. Oportunamente, con el fin de reducir al máximo el contacto con los blancos, los mbyá encontraron en el monte un refugio que este hoy no ofrece. Cercados por aquéllos y escuchas cautivos de su discurso apócrifo respecto de su Tupã , los karai , profundos conocedores de sus tradiciones sagradas y hábiles constructores de las ayvu porã —las sabias palabras—, fueron resignificándolo e "incorporando", siquiera para denostarlo, al "hijo bastardo" y a los mismos apropiadores, mediante la reinterpretación de su acción en la Tierra y su partida. Con la ductilidad propia del pensamiento y la acción de las culturas que tienen autonomía para modelar sus cosmologías, construyeron una noción compleja de Tupã , sumando una faz más a esta figura de por sí multifacética. Así como el Tupã Yma , el primigenio, podía utilizar las lluvias y los rayos para beneficiar o castigar, rasgo este último que llevó a Hélène Clastres a acentuar su faceta destructora, el Tupã actual adiciona a todo ello una relación con los blancos, conflictiva para los mbyá pero también auxiliadora, ya que ellos mismos se ven compelidos a tenerla. Creo que no es errado decir que esta construcción —parafraseando a la etnóloga francesa—, es resultante de la necesidad que tienen los guaraní de pensarse por oposición a los cristianos desde hace siglos. Pero ese pensarse implica un actuar y ese actuar tiene un lugar particularmente sensible en los rituales cotidianos y anuales. Por un lado, se debe tener en cuenta que cantos y danzas en contexto ritual están validados culturalmente como las formas de expresión de los dioses y las únicas que convocan su atención auditiva y visual, así como el único camino apto en la búsqueda de la perfección. Y aun cuando hoy día esta finalidad haya perdido fuerza para muchos, hay suficientes razones para no abandonar su realización. Es que sus rituales tienen la particularidad de condensar tanto las cuestiones y reflexiones trascendentes que han caracterizado el pensamiento filosófico mbyá , de alto contenido metafórico-poético, como los problemas domésticos y políticos individuales y comunitarios. Se alternan así el diálogo con los dioses, los reclamos por la continua pérdida de calidad de sus condiciones de vida, las preguntas sobre las incomprensibles injusticias, el dictado de normas a la comunidad y todo aquello circunstancial o permanente que les preocupa. Asimismo, dentro del espacio-tiempo privilegiado del ritual, se efectúa la cura de los enfermos, norma alterada exclusivamente por las emergencias. Pero esta plasticidad se desconoce, debido a las estructuradas y estereotipadas funciones rituales que nos rodean. Es en este contexto que debemos insertar las diversas acciones discursivas, pues es el ámbito de aprendizaje por excelencia al que se asiste desde niño.
La plasticidad de los rituales fue un tema de preocupación para Schaden, que no hallaba en ellos un plan fijo que le permitiera hacer una descripción modélica, y citaba a Cadogan para refrendar su experiencia. Para éste, había fijeza y uniformidad notables en las doctrinas secretas, privativas de los karai , a la vez que las representaciones religiosas públicas estaban sujetas a gran variación (Schaden, 1998: 131-132). Lo que no sabían es que los rituales son ocasiones inefables para renovar y reforzar a diario los vínculos sociales y cosmológicos, en tanto constituyen espa­cios-tiempo de inte­rac­ción dialógica de los actores humanos entre sí y con los actores divinos, en los que convergen las esferas menciona­das y se reactua­lizan y resig­ni­fica­n —por mediación de la pareja chamánica que los conduce— las normas que susten­tan su cultura y su vida social. Pero también son espa­cios-tiempo de representa­ción, de expe­rien­cia estéti­ca, de manifestación de las emociones y de integración comunitaria. A modo de colofón y para concluir este contrapunto de alteridades, cabe agregar una prueba más de la violencia simbólica y real que se ha querido ocultar. Según el jesuita Serafim Leite (1938: 12-13, citado en Viveiros de Castro, 2002: 192, nota 12): "Só há lugar para a violência, quando se arranca uma religião ou um culto, impondo-se-lhe outro", sofisma con el que se pretendía justificar la violencia ejercida sobre los tupinambá , porque no se les reconocía religión alguna. Pero no es este el caso de los guaraní . Como lo dijo tempranamente Ruiz de Montoya: "Conocieron que había Dios..." (1989: 76). No quedan  ya argumentos para justificar lo injustificable.


Notas

1 Original en portugués; todas las traducciones son de mi autoría.
2 Me refiero a los que revelan las fuentes etnográficas. Dejo a un lado, pues, la discusión sobre el origen e historia de estos etnónimos (véase Chamorro, 2004: 33-37).

3 El texto dice: "Djacaira, ñamandu Carai pochy, Tupâ ñande yvyra-í", que "traduce" como "Djacaira, granizo señor iracundo, Tupâ nuestra vara pequeña" (1989: 19). Traducible como Jakaira , Ñamandu , Karai , iracundo Tupã, nuestros guías (espirituales);  (véase Ruiz, 2004b:369).
4 Cabe preguntarse si el agregado del adjetivo yma no ha sido un recurso necesario para distinguirlo del falso Tupã cristiano.
5 En la traducción opté por poner en guaraní la expresión completa que suelen usar y que Clastres traduce al francés como "père véritable" ( Ru Ete ). El texto original es: "Moi, Ñamandu père véritable, je vais maintenant vous parler de mon propre savoir, car je suis, moi, celui qui examine toutes choses. [...] /Ces paroles que je pose pour toi, ne les laisse pas se disperser, mon fils! [...] /Tous les êtres que nous estimions, ils ne sont déjà plus rien. Quant à ceux qui chantent, Tupan père véritable ne les connaît plus. /Moi, parfois, je n'ai plus de pouvoir contre Tupan, parce qu'il chante plus que moi. Plus que moi il chante, Tupan! Je ne sais pas. /Parce que Tupan englobe tout dans son regard, moi je ne fais plus rien. Maintenant, je m'humilie devant Tupan parce que je ne sais plus rien. /Mais si quelque jour, je procède avec force, les choses alors seron difficiles. Parce que, moi, c’est la brume que je pose!”
6 "Sur l'importance de Tupä, les missionnaires ne se sont donc pas trompés: la figure du destructeur commande la religion guarani, non celle du créator" (H. Clastres, 1975: 36).

7 "[M]issionnaires et ethnologues ont été victimes du même préjugé: l'idée que la religión debatí se definir en rapport à une divinité créatrica (Clastres, 1975:36).
8 En las versiones mbyá , lo fue por inundación proveniente del anillo acuático que rodea la Tierra, no por lluvias, concepción relacionada con su visión horizontal del cosmos que algunos aún conservan (véase Ruiz 2004a, 2009).
9 Nimuendajú (1978: 74) desconfía de Tupã porque lo "ha dejado perplejo el hecho de que en la mitología Apapokúva [...] aparece recién al final. [...] También, porque fuera de Ñandesý , no tiene Tupã relación con ninguna otra figura mitológica, de modo que se tiene fácilmente la impresión de que esta figura ha sido añadida posteriormente".

10 Ñamandu creó a Karai , luego a Jakaira y por último a Tupã ; pero no son los hechos del pasado remoto los que ocupan el primer lugar en su percepción de los dioses. [Omito nombres y lugares por la prohibición a informar sobre temas cosmológicos que tienen los mbyá. /A = antropólogo;  C = colaborador. ]
  11 La referencia a un orden Tupã , concepto taxonómico válido también para Ñamandu , Jakaira y Karai (Gorosito, 1982), se debe a que constituyen una peculiar comunidad, formada por la pareja, hijos divinos y auxiliares —que comparten un mismo espacio cosmológico al este o al oeste del confín del mundo— más todos sus hijos humanos, receptorores de su ñe’ ẽ, que viven en la Tierra.
12 Ñande Ru , Ñande Ru tenonde (Nuestro primer Padre) refiere a Ñamandu . Primero en el orden cosmogónico, a veces se lo considera un primus inter pares, como en este diálogo. Pero en la oración de la nota 3, ocupa el segundo lugar. En cuanto al ñe'ẽ , determinar su origen y revelar el nombre lo hace el karai en uno de los rituales ñemongaraí , que a veces se conjunta con el de las primicias (véase Ruiz, 1984).

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