Una leyenda argentina relata la historia de la flor del caraguatá (rojo corazón legendario).
Después de pasar una noche intranquila y cuando apenas había amanecido, una joven india se dirigió al río para beber porque una sed intensa la acosaba. La niebla desplegaba su bordado encaje sobre el lugar, el río rizaba su fresca corriente, y la jovencita se echó de bruces y comenzó a beber con fruición.
Al ponerse de pie descubrió un bulto a su lado; con curiosidad lo observó de cerca aprovechando que el sol naciente, con sus tintes rojos, alejaba la neblina.
Así, sorprendida, pudo contemplar a un joven hermoso que dormía en la orilla; su primera reacción fue huir, pero era tan bello que no pudo dejar de observarlo. Éste despertó y, sorprendido, clavó su mirada penetrante en ella, dio un salto y la apretó entre sus brazos. Desesperada al ver los adornos plumarios que llevaba el joven, porque reconoció que pertenecían a una tribu enemiga, trató inútilmente de desasirse de esos brazos fuertes que parecían de piedra.
Ambos hablaron y sintieron que un sentimiento extraño les embargaba. Acordaron volver a encontrarse y así lo hicieron en varias oportunidades, protegidos por los negros pabellones de la noche que templaba el desvelo de la fiebre de amor que los consumía.
Una noche en que estaban planendo huir, ya que el gran amor que sentían no sería aprobado por ninguna de sus tribus, vieron caer una estrella fugaz. Se preguntaron si esa luminosidad efímera sería anuncio de ventura o presagio de dolor.
Decidieron huir a la noche siguiente porque el peligro aumentaba en cada jornada y no deseaban que la lumbre sensitiva del amor que sentían fuera apagada por la incomprensión de los suyos.
La actitud extraña de la jovencita, quien se mostraba silenciosa, como si estuviera ausente y rehuía a los jóvenes guerreros que la pretendían, comía poco y solía desaparecer de noche, provocó sospechas en uno de sus hermanos.
Cuando ella salió para encontrarse con su amado y huir, éste la siguió sin que la joven se percatara.
Al encontrarse, los enamorados se abrazaron y de improviso un rugido airado surgió de la espesura y la figura del hermano iluminado por la luna emergió apuntándoles con el acto que, tensado, anunciaba el inminente disparo de la flecha que atravesaría ambos cuerpos. El enamorado se desprendió del abrazo y la protegió con su cuerpo. La flecha lo traspasó y cayó muerto a los pies de su amada.
Nadie pudo arrancar del lugar a la jovencita, que pasó la noche llorando en su desvelo, en horas de eterna amargura la dicha que perdió. Cuando la aurora, con su bello resplandor, coloreaba el monte, el cuerpo del muerto se abrió y surgió su corazón. Pendió de él hasta que se fue convirtiendo en una planta desconocida en la que se posó transformado en una roja flor.
Este es el origen de la flor del caraguatá, que nació para verter la misteriosa esencia del consuelo en el espíritu atribulado de la amada.
Texto: Zunilda Ceresole de Espinaco.
Fuente: Diario El Litoral – Santa Fe (Argentina)