Investigación: Noelia Enriz
RESUMEN
El presente trabajo
examina las prácticas relacionadas con la gestación, el nacimiento, la
nominación y circulación de los niños entre la población mbyá guaraní de
Argentina a fin de explorar el lugar social de los niños y la producción de su
persona e identidad. Empiezo argumentando que lo religioso ocupa un lugar
central en la constitución de las personas. Luego, examino algunas situaciones
no ordinarias y disruptivas como el nacimiento de mellizos. Ellas permiten
mostrar la manera como se asienta la persona mbyá en el grupo. Finalmente,
abordo las excepciones a las prácticas tradicionales, pues la manera de
apartarse de ellas muestra que en la cosmovisión mbyá se ha generado nuevos
mecanismos de inclusión de los niños.
«Después
de hundirse el espacio y al amanecer de una nueva era, yo he de hacer que
circule la palabra nuevamente por los huesos de quienes portarán la vara
insignia, y haré que vuelvan a encarnarse las almas», dijo nuestro Primer
Padre.
(León
Cadogan 1997, p. 87)
Niñas Mbya Guaraníes en Tekoa Kaaguy Porã - Andresito - Misiones. Foto: Cristian Ariel Ruhmling |
INTRODUCCIÓN
La población
guaraní habita en una amplia región de América del Sur que abarca zonas de
Argentina, Bolivia, Brasil y Paraguay. En total, en toda la región, y
considerando todas las parcialidades existentes (Aché, Avá o Ñanadeva, Mbyá y
Paĩ o Kaiowa), suman
más de cien mil personas. En Argentina habitan en las provincias de Salta y
Misiones; en esta última, donde desarrollamos nuestro trabajo de campo, habitan
unas seis mil quinientas personas de la parcialidad mbyá en núcleos1 en el
área rural y son hablantes de la lengua homónima (Grünberg y Melià 2008).
Las
condiciones de vida de los distintos núcleos mbyá en la provincia de Misiones
presentan grandes diferencias, centradas especialmente en los vínculos que
estos tengan con las instituciones del Estado. En términos generales, un tercio
de los núcleos tiene acceso a la escolaridad y una menor proporción accede a
planes de asistencia social y al sistema provincial de salud. Si bien las
primeras experiencias escolares datan de comienzos de la década de 1980, la Ley
de Educación Intercultural Bilingüe es del año 2005. Generalmente, las
relaciones más fluidas con el Estado están asociadas con la presencia de
poblaciones urbanas y de caminos en las cercanías de los núcleos. Un tema que
merece especial atención es la cuestión territorial. Si bien, como vimos, la
población mbyá de Misiones habita en el área rural, las extensiones de
territorio varían, y también las dimensiones del grupo. Un elemento ampliamente
generalizado (con muy escasas excepciones) es la falta de títulos de propiedad.
Por último, la subsistencia de estas poblaciones está asegurada a partir de
diferentes elementos, desde la caza y la recolección hasta el empleo en
trabajos rurales temporarios.
La investigación
doctoral de que es fruto este texto se ha desarrollado en diferentes periodos
de trabajo de campo prolongado de cohabitación entre los años 2003 y 2009,
financiada por el Conicet (Consejo Superior de Investigaciones en Ciencia y
Tecnología de Argentina). Se enfocó en tres zonas de la provincia: Yabotí,
Centro Oeste y Kuña Pirú, que se ubican respectivamente en el límite con
Brasil, con Paraguay y con el centro de la provincia (véase mapa). Trabajamos
en estas tres regiones diferentes con el objeto de dar cuenta de un modo
representativo de los diversos elementos que influyen en la organización social
y los distintos modos en que se experimentan elementos identitarios en cada
caso. Intentamos abordar la diversidad de situaciones que enfrenta la población
mbyá con respecto a la escuela visitando un núcleo sin acceso al sistema
escolar, otro con escuela pública de simple turno y otro con escuela privada de
doble turno. También nos enfrentamos a tres situaciones distintas de relación
con el español: uno con escasísimas competencias en español, otro con ciertas
herramientas intermedias y otro con gran desarrollo del bilingüismo.
El
objetivo central de la investigación ha sido relevar las experiencias
cotidianas de los niños mbyá, por tanto, el trabajo de campo ha sido en el
ámbito doméstico, en cohabitación con las familias, en distintos momentos del
año y por periodos prolongados.
LA GESTACIÓN Y
CONSOLIDACIÓN DE LA PERSONA
Las etnografías del
siglo XIX y el XX comienzan a hacer visibles a estos otros indígenas
de la selva paranense a través de mapeos generales de las formas de vida del
grupo, en los que se pretende exponer la mayor parte de los aspectos de la vida
cotidiana (Müller 1989; Hanke 1995; Cadogan 1997; Metraux 1996 [1946]; Schaden
1998). En este contexto de producciones, la infancia recibe cortas menciones.
Siguiendo
al célebre etnógrafo León Cadogan (1997), que ha recuperado las bases de la
religiosidad de este pueblo, de todos los seres que pueblan el mundo solo los
mbyá lograron conocer las bellas palabras. Desde esta perspectiva, los mbyá son
quienes a diferencia de los animales
adquirieron el lenguaje humano y obtuvieron sus respectivos nombres, una vez
que el Padre Ñamandú hubiera creado la tierra en el extremo de su vara. Existen
siete planos superiores donde se ubican los dioses, y el cielo que vemos se
encuentra sostenido por cuatro varas. Los mbyá y los animales habitan en este
mismo plano, pero los primeros lograron el don de la palabra que permite, por
sobre todas las cosas, la comunicación con los dioses.
En esos tiempos
todo era monte. Los animales se fueron encargando de las primeras
transformaciones, que dieron lugar a las praderas y campos. La religiosidad
mbyá sostiene que cuando fue creada la tierra, el Padre Primero Ñamandú Ru Ete
pidió a cuatro deidades que generaran las almas de los hombres. Estas fueron
Ñamandú, Jakaira Ru Ete, Karai y Tupã. Él solo se encargó de enviar los signos
que diferenciarían lo femenino de lo masculino, inspirando sus respectivos
cantos sagrados.
Estas
reflexiones asociadas a los preceptos religiosos mbyá, que León Cadogan (1997
[1959]) recuperó y ordenó en el Ayvu Rapyta, se plasman cotidianamente en
diversos ámbitos de la vida mbyá. Como algunos autores sostienen (Bartolomé
2006; Melià 1991), la trascendencia de los cánones religiosos entre los mbyá ha
llevado a que se los considere un pueblo mesiánico. El valor social otorgado a
la búsqueda religiosa y al seguimiento de sus reglas fue considerado un motor
de la organización social. Las diversas situaciones de contacto y
transformación de los núcleos mbyá hacen que la visibilidad de estos sentidos
religiosos se manifieste de forma diversa. Sin embargo, es importante destacar
que, en lo que se refiere a las concepciones religiosas relativas a las almas y
la gestación, el alcance de lo religioso se mantiene vigente.
Habitualmente, la
noticia sobre un futuro nacimiento, sus tiempos y condiciones son informadas a
la población por el líder espiritual, normalmente un anciano, al que llaman opygua.
Este recibe la información a partir de su comunicación con los dioses, a
quienes el opygua logra elevar sus palabras y cuyos mensajes recibe.
Los mensajes de los dioses dan lugar a una gran variedad de transformaciones de
lo cotidiano: desde las visitas y salidas a otros núcleos hasta la posibilidad
o imposibilidad de cazar u obtener otros alimentos.
Una
vez que los dioses acreditan la posibilidad de un nacimiento, el anciano avisa
a los padres y estos deben seguir una serie de reglas con el fin de que el
nacimiento y la vida futura de los niños estén seguras entre los mbyá, lo que
se expresa en términos de ombo apyka (lograr asiento) o
bien ayvua (hallarse). «Hallarse» implica sentirse a gusto
en el lugar; es una condición necesaria para que cualquier persona permanezca
en el tekoa lugar donde habita el grupo. En
el caso de las almas de los niños, no hallarse puede implicar incluso la
muerte. En los adultos, no hallarse puede explicar tanto la movilidad por el
territorio como algunas dificultades particulares.
Como vemos, la
gestación de un nuevo ser supone dos procesos: por un lado, la llegada de un
alma, enviada por los dioses desde cierto sector del cielo. Por otro lado, la
fabricación o producción del cuerpo (Viveiros de Castro 1998) en el vientre de
la madre. A partir de aquel momento en que el niño comienza a formarse se da
una serie de prescripciones de comportamiento de los padres que encuentran su
punto mayor en la couvade,2 es decir, con posterioridad al
nacimiento. Madres y padres deben seguir una serie de reglas respecto de
su comportamiento y alimentación con el fin de asegurar las mejores condiciones
para la llegada del niño. Una vez que el alma del niño fue depositada en la
mujer por los dioses, el hombre, futuro padre, debe encargarse de formar el
cuerpo del bebé a través de las relaciones sexuales. Larriq (1993) destaca que
el rol de la mujer en esta etapa es descrito como pasivo, en tanto no produce
elementos para la consolidación del cuerpo.
Como
analizamos en un trabajo anterior (Enriz y García Palacios 2008), la couvade implica
una serie de tabúes y restricciones, tanto para mujeres como para hombres,
durante el periodo posterior al nacimiento de un hijo. Todas las acciones
inscritas en esta etapa tienden al buen desarrollo de la relación entre el
cuerpo del niño que acaba de nacer, su alma y el ambiente tekoa
donde va a desarrollarse. Estos tres componentes pueden resumirse a través de
la idea de ayvua hallarse y quedan superados cuando el niños
logra ombo apyka tomar asiento.
Los peligros y las dificultades que podría tener el alma del recién nacido
refuerzan la idea de que el padre no puede alejarse por el monte y que,
entonces, debe acompañar de un modo diferente la llegada de su hijo o hija. Esa
es la razón por la cual este periodo se caracteriza por la permanencia de los
hombres en el núcleo.
Respecto de la couvade,
en el caso de las madres recientes la prohibición está asociada con el consumo
de ciertos alimentos, entre los que se incluyen animales. En los hombres, la
regla más saltante es la imposibilidad manifiesta de salir del ámbito del tekoa a
trabajar o al monte a cazar. Como sugiere Vilaça (2002), que durante este
periodo se decline el consumo de animales y se prohíba la caza y la salida al monte
de los hombres como lugar de contacto con ciertas especies animales expresa una
serie de tensiones entre hombres, animales y dioses. Al respecto, Riviére
(1974, en Rival 1998) puntualiza que en la couvade quien se consolida
(o nace) es el alma, ya que el nacimiento no es más que un paso en la formación
del bebé, un proceso que comienza en el útero y continúa en el periodo
posterior al parto durante el tiempo que dura la couvade, instancia en que
se constituye la persona como tal.
En
su estudio de los rituales de nacimiento Huaorani (Amazonía ecuatoriana), Rival
(1998) también da cuenta de aspectos alimentarios y de largo periodos
involucrados en estos rituales. La autora logra distinguir los matices
diferenciales de lo masculino y lo femenino, sin dejar de lado que en estas
instancias se restablezca el vínculo de pareja, a diferencia de aquellas
concepciones que concebían a la couvade como ritual que establece las
relaciones entre los recién nacidos y sus padres (Tylor 1880; Riviére 1974 en
Rival 1998).
En esa etapa, que
puede durar alrededor de cincuenta días, los otros miembros del grupo se
encargan de proveer los recursos necesarios para la subsistencia. En los casos
que hemos registrado, esta tarea quedaba a cargo de los parientes de la pareja,
hermanos y padres. El rol masculino vuelve a ser muy relevante: la
imposibilidad de que el padre se aleje del núcleo se explica mediante la
posibilidad de que el alma del niño recién nacido se vaya tras él y se pierda
en el monte. Así como durante el embarazo el rol femenino es concebido como
pasivo, durante el primer tiempo de la vida se considera que el alma del niño
se mantiene ligada al padre, pero para lograr que tome asiento es necesaria la
activa participación materna.
Como
expresábamos, el requisito de la couvade para el caso masculino3 está
asociada a la imposibilidad de salir al monte: «odjepota es la triste
suerte que espera a todo hombre que no respete la prescripción de quedar en
casa cuando la esposa da a luz, si no resiste la tentación de salir a cazar. El
primer animal que encuentre se le figura como gente» (Schaden 1974: 83-84, en
Vara 1984: 66). Según consideran estos autores, en las instancias rituales más
relevantes (otra instancia podría ser la menarca; véase Enriz y García Palacios
2008) el riesgo que se corre es que un espíritu animal se incorpore al cuerpo
humano. En estas instancias se manifiesta claramente las distancias entre
espíritus de los hombres y animales. La finalización de la couvade suele
estar acompañada de una serie de elementos que benefician su cierre, como el
caso de los popygua (Lévi-Strauss 1986).
Un hombre que acaba
de tener su primer hijo porta unos popygua muy pequeños, de unos
cinco centímetros de largo. Los popygua son unas varitas de madera
delgadas, que por lo general miden unos veinte centímetros de largo y se usan
para percutir. En sus palabras, los popygua sirven para avisar que
uno está llegando del monte a la comunidad, aunque en ocasiones se utilizan
también durante ceremonias religiosas. El hombre construyó estos pequeños popygua para
su hijo, para que el alma del bebé se quede con él cuando el papá se va al
monte a cazar. La madre los busca, nos los muestra y, acercándoselos al bebé,
percute cerca de él (Yabotí, 12/06/2005).4
La
presencia femenina en el interior de la comunidad también se asocia con el
cuidado de los niños y las niñas, aunque este no recae exclusivamente sobre las
madres, sino sobre todos los que permanezcan a su lado dentro del tekoa (hermanos
y hermanas, otros niños, abuelas, etcétera). A medida que niños y niñas crecen
y van logrando mayor autonomía, se van estableciendo relaciones más amplias
entre él y el resto del grupo. Una vez que el padre vuelve a realizar sus
tareas fuera del tekoa (la caza, el trabajo como asalariado como peón
rural en explotaciones estacionales como la yerba mate, etcétera), el niño es
cuidado fundamentalmente por su madre y por las otras mujeres del grupo. Los
primeros años de vida transcurren en estrecha relación con un núcleo social
que, para estos fines, puede estar representado por los padres, los hermanos,
las hermanas, tías y abuelas del niño.
SOBRE LOS DIVERSOS
NOMBRES
Como detallábamos
en el comienzo de este texto, la llegada de las almas de los niños es anunciada
por el líder espiritual opygua. Estas, a su vez, provienen de cuatro zonas, y por tanto se
corresponden con cuatro deidades distintas de la esfera celeste. Durante una
ceremonia anual, los dioses se comunican con los opygua con el fin de
manifestar de qué alma se trata la de cada niño y qué nombre debe llevar. El
repertorio de nombres posibles no llega a los cuarenta, contando nombres de
mujer y de hombre.5
La
evidente falta de cambios en los nombres probablemente se deba a que en ellos
queda plasmada la asociación entre las almas y ciertas deidades. Hay que
señalar que quienes son mbyá, y por alguna razón no cuentan con un nombre
indígena, mantienen el deseo de conseguirlo. La palabra mbyá para referirse al
nombre indígena es rery.6
Entrevista
informal con dos jóvenes que estudian en escuelas fuera del núcleo.
Refiriéndose a su abuela:
N:
¿Cuando estaba ella iban al opy (casa de oración)
K
(responde apurada, interesada): No, no fui nunca pero me gustaría, porque yo no
tengo mi nombre mbyá.
F:
Yo sí tengo mi nombre, porque fui varias veces a un opy. Y allá en Fortín
Mbororé me pusieron mi nombre mbyá, que es Vera Mirĩ.
(Centro
Oeste, 5 de junio de 2008).
En un trabajo
referido a los vínculos entre indígenas y no indígenas escrito a principios de
la década de 1980, Ana Gorosito (2003) registra nuevas dinámicas en torno a las
denominaciones de las personas entre los mbyá de Misiones. Desde su
perspectiva, disponer de un nombre criollo es uno de los elementos que permite
acceder a trabajos asalariados. Para ello, también es necesario disponer de
vestimenta y la posibilidad de tramitar un documento nacional de identidad. Por
tanto, para quienes desean incorporarse de algún modo al mercado de trabajo, a
la escuela o a distintas instancias de gobierno, se vuelve imprescindible
disponer de un nombre criollo. Estos nombres en ocasiones se adquieren
instantáneamente luego del nacimiento. El nombre criollo es definido como rera.7
Dentro
del aula, la maestra reparte todos los útiles: cuadernos, lápices, gomas. Todo
está en su escritorio, y ella se encarga de hacer la entrega niño a niño,
llamándolos por su nombre en castellano (que aparece escrito en unos carteles
en la pared) (Kuña Pirú, 7 de mayo de 2003).
Entro a primer
grado. En el salón hay colgados carteles con letras y números. Hay un cartel
con un caracol y palabras puestas encima: son los nombres criollos de los niños
inscriptos, que han sido escritos por la maestra, claro (Centro Oeste, 8 de
agosto de 2007).
El
uso de los nombres criollos tiene ciertas particularidades. Suele cambiarse
espontáneamente varias veces en la vida. Sin importar el apoyo o no de los
adultos, los niños cambian de nombre cuando encuentran uno que les gusta más o
que les parece apropiado.
Desde nuestra
perspectiva, esta forma de uso y cambio de los nombres criollos entre los niños
mbyá (también destacada por Andrea Quadrelli 1998) está asociada al modo de uso
de los marcantes. Los marcantes son palabras con las que se denomina a los
sujetos y que vinculan algún aspecto de su personalidad con aspectos de la
naturaleza. Los marcantes cambian con el correr del tiempo, como cambian las
personas, y su funcionamiento es similar al de los apodos. De este modo, los
niños deciden cambiar su nombre según gustos, preferencias, etcétera.
Me
preguntan por una de las auxiliares bilingües de la escuela y la llaman Moni.
Me queda la duda sobre si recuerdo bien el nombre, si lo escribí bien, y vuelvo
a preguntar. Me repiten la pregunta. Expreso mi confusión y pregunto: «¿No te
llamás Vani?». Ella responde: «Sí, pero como no me gusta ese nombre uso otro».
La joven tiene 19 años (Centro Oeste, 10 de junio de 2008).
Tomo un cuaderno
que dice al comienzo «Alejandra» y pregunto de quién es. Los chicos se ríen y
nadie me responde. Sigo mirando las páginas, veo que aparece el nombre mbyá de
Ja y le pregunto si su nombre en español es Alejandra. Ella responde:
«Jouldriña me gusta más. Alejandra no me gusta y no lo uso. Antes sí, pero
ahora no» (Yabotí, 8 de junio de 2005).
El
uso de los marcantes ha sido un recurso de incorporación de mi presencia por
parte de la población mbyá. A partir de mi segunda visita a uno de los núcleos,
me fue asignado un marcante que no necesariamente era utilizado en los otros
núcleos, a pesar de que yo lo informaba en mis visitas. La colocación de un
marcante es una situación social en la que alguno de los miembros del grupo
propone una denominación y la fundamenta. Los demás concuerdan o no y comentan
las razones de cada caso. Luego comienzan a utilizarlo como una forma de asumir
su pertinencia. El primer marcante que recibí fue uguaipei. Me dijeron que
se trataba de un animalito, aunque nunca tuve mayores datos. La descripción era
similar a la de una ardilla y las razones esgrimidas eran centralmente dos: mi
incapacidad para estar quieta y mi tamaño físico.
Unos años más tarde
mi marcante cambió. Durante un periodo de trabajo de campo, comenzó una
tormenta que se prolongó por varios días y que no permitía cruzar el río para
salir del núcleo donde me hallaba. Esta situación comenzó a preocuparme y
terminó por angustiarme. Toda la población vivía mi cambio de ánimo, y lo
explicaban diciendo que «extrañaba a mi marido». Finalmente, un día resolvieron
cambiarme el marcante por el apelativokuchiu, que aún mantengo. Según el
diccionario mbyá guaraní-castellano, se trata de un «pajarito que grita cuando
truena; kuchiu àra ryapu oènduramo ajaeò: el kuchiu llora cuando
oye tronar; guyra kuchiu» (Cadogan 1992: 86). Los cambios de las personas
a través del tiempo en relación con el grupo son acompañados por estas
transformaciones de los marcantes, para acomodarlos a las nuevas
características que el grupo destaca de cierto sujeto.
Madre e hija Guaraní en Tekoa Jasy Porã - Puerto Iguazú - Argentina. Foto: Miguel Dominguez |
SITUACIONES
DE EXCEPCIÓN EN LA INFANCIA
La
muerte de un niño, así como los daños que este pueda sufrir, están asociados al
tratamiento del alma por parte del grupo, aunque principalmente de los padres.
Pero nuestro interés será ver el modo en que estas lógicas se expresan
cotidianamente, a partir de las excepciones, de las modalidades socialmente
aceptadas de evitación de estas reglas de protección y cuidado. Consideraremos
de este modo el nacimiento de mellizos, la discapacidad de los niños, la muerte
de un niño, es decir, cualquiera de las modalidades por las cuales se produce
la separación de un niño de sus padres. La separación del niño de sus
progenitores, cualquiera que sea, pareciera ser excepción a la regla general de
cuidado mbyá, y nos interesa considerarla como elemento para pensar las
modalidades generales.
En la tradición
antropológica, esta modalidad de indagación podría permitirnos pensar en el
equilibrio, a partir de las posibles perturbaciones de ese equilibrio
(Malinowski 1991). Avanzaremos primero respecto de las reglas asociadas al
infanticidio; luego, volveremos sobre los cambios en el nacimiento, asociados a
las transformaciones de la sociedad envolvente.
Frente
a un embarazo múltiple, en la creencia tradicional mbyá, se establece el abandono
de ambos niños.8 La explicación de este acto responde a valores
religiosos. Siguiendo a León Cadogan (1997), los primeros mellizos de la
religiosidad mbyá han sido el futuro Sol (Kuaray) y la futura Luna (Jacyra). En
efecto, los hermanos son engendrados en el vientre de Nuestra Madre por dos
padres diferentes. Dado que los mbyá reconocen una filiación patrilineal, los
niños no serían mellizos sino hermanos que nacieron en un mismo momento. La
historia sostiene que la presencia de dos niños en un mismo vientre indica que
la madre formó esos cuerpos con dos hombres distintos: la creación de las
personas se presenta asociada con el semen que los hombres aportan durante la
gestación. La presencia de mellizos expresa la violación del tabú de la
monogamia femenina como regla. Y a causa del valor social de estas reglas,
violarlas supone periodos de crisis que deben ser superados mediante el
abandono de los niños.
En la historia que
narra Cadogan, el mayor de ambos hermanos el futuro Sol sería hijo de Ñamandú, y la futura Luna, de Ñande
Ru Mbaekuá. Al enterarse Ñamandú del
adulterio por boca de su esposa, toma sus collares y su maraca, se coloca la
corona de plumas sobre la cabeza y se marcha a su morada eterna. Luego se
cuentan las múltiples peripecias de ambos hermanos primero en el vientre de la madre, después en la selva para alcanzar la tierra sin mal, la morada del Padre
Primero (Cadogan 1997).
Las
primeras noticias que tuve en campo sobre experiencias referidas a mellizos
surgieron durante mi primera indagación, en 2003. En aquel momento conocí a una
religiosa del noroeste de Misiones, quien manifestaba su alegría por el primer
cumpleaños de mellizos en los núcleos de la provincia que ella visitaba. La
mujer refería haber hablado mucho con los padres de los niños desde el
embarazo. Estas presiones, junto con otras de organismos sanitarios, dieron
como resultado la sobrevida de los niños. Un tiempo más tarde, pobladores de
otros núcleos de la comunidad mbyá guaraní, al referirse a ciertas dificultades
que atravesó el núcleo donde los niños vivían, recordaría la sobrevida de los
mellizos como un hito negativo.
En mi trabajo de
campo encontré la primera referencia a mellizos durante una visita a un núcleo
que se caracteriza por su amplio nivel de contacto con la población no
indígena.9 En una entrevista, en casa de un representante político del
grupo, surgió el tema de sus nietos.
Mientras
conversamos, se acerca a nosotros un bebé. Le pregunto quién es y me dice: «Es
hijo de Tito; tuvo dos y por eso trajo uno acá». La abuela está contenta. Dijo:
«Tito tuvo una nena junto, y por eso los dejó acá».
Más tarde, otra
mujer decía al respecto: «Ella no amamantaba más a la mujercita y ellos [se
refiere a los abuelos] estaban preocupados. Después la mamá tuvo enseguida otro
bebé y se encargaba [solo de este último]. El papá se encarga siempre de la
nena melliza y el varón [mellizo] se lo dieron a los abuelos» (Centro Oeste, 25
de octubre de 2006).
Nos
encontramos, queda dicho, frente a un núcleo poblacional que por razones
diversas ha mantenido grandes contactos con la población no indígena. Además,
se trata de una familia de representantes políticos, que son quienes se
encargan de viajar para diligenciar subsidios y planes sociales y tienen amplio
acceso a la escolaridad. Se trata de una familia que ha buscado estrategias
para dar cuenta de la dificultad de los mellizos y zanjarla.
En la actualidad,
los núcleos de Argentina en los que se admite la sobrevida de los mellizos
suelen separar a los niños de sus padres para disipar el conflicto. Esta
práctica aparece fundamentalmente en aquellos sitios donde se han establecido
vínculos con la Iglesia católica. De manera que este desenlace pone en
circulación (Fonseca 1998) a los niños, tal como se espera en aquellos casos en
que los padres se hayan separado. Es decir que, cuando nacen mellizos, los
padres pueden optar por no criarlos ellos mismos y no ser punidos socialmente
por no quererlos. En estos casos, son los abuelos quienes suelen criar a los
niños, algunas veces juntos y otras separados, tal como refleja el registro
anterior. En ese caso, ante la imposibilidad de que los niños permanecieran en
la casa con sus padres y hermanos, los caminos socialmente establecidos
desembocaron en una separación.
En
un primer momento donde se inscribe el registro anterior uno
de los niños fue llevado a casa de sus abuelos, que viven en el mismo núcleo.
Más tarde, ambos niños fueron criados por los abuelos, y en la práctica
estuvieron a cargo de cada uno de los distintos integrantes de la casa, en
particular de la abuela y la tía de los niños.
Considerando el
nacimiento de mellizos desde la perspectiva religiosa es decir, desde el tabú de la bigamia, la madre es quien recibe la carga social negativa. Esta
situación encubre un verdadero quiebre que se manifiesta en la relación entre
hombres: es el semen de dos hombres el que se «rechazaría» dentro del vientre
femenino, dando origen a dos seres diferentes. Sostenemos que, expresada a
través de la tensión en el cuerpo femenino y de las prescripciones sobre su
comportamiento sexual, se esconde una alusión a la reacción de los fluidos
masculinos al encontrarse; así pues, son los hombres los que no deberían entrar
en contacto. Cabe agregar, además, que nada se manifiesta en estos relatos
respecto de la posibilidad de que un hombre engendre simultáneamente hijos en
dos vientres diferentes.
En
el caso que trabajamos, el padre decidió encargarse de uno de los niños y la
madre volvió a quedar embarazada. Una vez que nació este nuevo bebé, el padre
decidió llevar al otro de los bebés mellizos con los abuelos. Este circuito
evidencia que el modo socialmente establecido de circulación de los niños es
que sean atendidos por los padres de sus padres, en la medida en que estos
habiten el mismo núcleo. Si los padres decidieran cambiarse de lugar, los niños
permanecerían con sus abuelos. En una entrevista a una hermana religiosa que
vivió largo tiempo en este núcleo, ella se refiere al tema de los mellizos en
estos términos:
Hay una chica que
espera mellizos y para ellos es siempre un tema ver cómo son aceptados. Hay
casos recientes aquí en que la abuela se negaba a que fueran amamantados. Yo
los visito e intento apuntar a que la familia se ocupe de ambos chicos. Por
ahora lo logro, pero no sé cómo será el próximo caso (Centro Oeste, 24 de
noviembre de 2005).
Las intervenciones
referidas a estos temas no solo tienen que ver con cuestiones legales, sino
también con aspectos éticos. En este sentido, los valores que llevan a los
indígenas a abandonar a los mellizos y aquellos que los instan a permanecer con
ellos y criarlos se encuentran parangonados, salvo por el hecho de que quienes
creen que los mellizos deben permanecer en el grupo pueden utilizar como
argumento la legislación para presionar en favor de esta decisión.
En la Aldea Guaraní - Foto: Thiago Duarte |
TRANSFORMACIONES
DEL NACIMIENTO
Existe
una serie de transformaciones actuales del nacimiento. Los circuitos ilegales
de la adopción en la provincia de Misiones, tan claramente analizados por
Tarducci (2006), han repercutido sobre los modos de nacer de la población mbyá.
Tal como sostiene Menget (1988), en las actuales monografías sobre las
sociedades de América del Sur hay pocas referencias a la adopción.
Dado
el irregular y dificultoso acceso al sistema de salud, las mujeres cuentan con
dos opciones frente al parto: el modo tradicional es
decir, parir acompañada por las mujeres mayores en la casa del anciano, o
el parto en un hospital, sin la compañía de sus familiares. Entre las que
prefieren parir dentro del núcleo, las explicaciones están asociadas a la
confianza en quienes las atienden, la necesidad de hacerlo acompañadas por su
familia y el valor que otorgan a lo religioso como constituyente de la persona.
Como vimos, en la religiosidad mbyá guaraní las almas habitan los cuerpos
durante el nacimiento y es necesario conocer la procedencia de esa alma para
nominar al niño. Como dijimos, este conocimiento se obtiene a través del
diálogo de los ancianos con los dioses en el marco de una ceremonia anual
dedicada únicamente a estos fines, que se realiza en el periodo estival.
Las prácticas
estatales de regulación de la vida y la organización social comienzan por
establecer documentos de nacimiento, lugares donde parir y formas válidas para
hacerlo. En los partos dentro del núcleo no participan médicos, y los partos
hospitalarios no son asistidos por abuelas. Además, al nacer el niño debe ser
nominado, y este dato es inscrito en papelerías burocráticas a través de las
cuales el Estado reconoce a ese sujeto. Quienes deciden parir en los hospitales
argumentan, por un lado, que de ese modo el niño estará más protegido ante
posibles dificultades de salud, pero por otro lado, que estando registrado
nadie podrá quitárselo.
Existe
una legislación renovada sobre adopción en Argentina,10 pero tal
como lo expresara Tarducci (2006) hay una serie de prácticas que
convierten a los niños de la provincia de Misiones en vulnerables: pueden ser
sacados de sus hogares y trasladados a otros por fuera de las regulaciones y
las garantías de la adopción legal, tanto dentro como fuera del país. Las
mujeres mbyá que deciden parir en el hospital lo hacen, justamente, para que el
Estado regule esos nacimientos, y los niños puedan estar protegidos de
eventuales delitos.11
Tratando de
recapitular temas que revisamos, podemos destacar que a lo largo de este
artículo, la gestación y el nacimiento han aparecido como altamente
condicionados, lo que incluye una serie de elementos identitarios de diversa
índole. En principio, entre los mbyá, la llegada de un niño está permeada por
el deseo de los dioses de que esto suceda. El alma que ellos envían a ese grupo
debe ser correctamente alojada. Así, a partir del anuncio de los dioses al
anciano, el grupo se prepara para construir las condiciones necesarias para
albergar a esa alma.
En
una primera instancia, los futuros padres se encargan de producir un cuerpo.
Luego, durante el periodo decouvade, se esfuerzan para que esa alma se aloje en
ese cuerpo y en ese lugar específicamente: que logre asiento. Esto se da en un
complejo contexto en que la posibilidad de parir en lugares públicos, como
queda dicho, se expresa como una alternativa frente al riesgo de la sustracción.
Por otro lado, consideramos que en este nuevo contexto, la couvade podría
cobrar un nuevo sentido, actuar como un elemento de de protección del niño y de
la madre frente al temor al robo del bebé. A su vez, el primer periodo de vida
se sostiene socialmente mediante las prácticas que todo el grupo realiza para
acompañar a la familia, tanto material como espiritualmente. Es que en ellos
reside la potencialidad de lograr el tekoa modo
de ser mbyá , no como un evento individual, sino
como un logro que depende de todo el grupo.
Según la
cosmovisión mbyá, en un niño confluye una serie de factores que aportan a la
construcción identitaria. Ya advertimos el valor otorgado a las formas de
nacimiento, así como a la asignación y el uso de los nombres. Con sus múltiples
factores, el nombre y el nacimiento expresan el encuentro de diversas prácticas
y experiencias de contacto. Los nombres de cada persona encierran una
multiplicidad de elementos, de diversas lenguas, distintas funciones y sobre
todo valores muy diferenciales. Las experiencias a través de las cuales el
nombre se adquiere y se utiliza permiten pensar la autonomía y la utilidad de
ciertas nominaciones, así como el valor social de otras.
CONCLUSIONES
La
circulación de niños entre diversos fogones, como ámbitos centrales de la
cotidianidad en los núcleos mbyá, es parte de las prácticas que aseguran la
continuidad de la comunidad. Los fogones son compartidos por varias familias,
en ocasiones emparentadas; allí cocinan y comparten la cotidianidad. Ante la
imposibilidad de cuidar a un niño, la práctica socialmente más consolidada es
su circulación (Fonseca 1998) por los fogones de distintos parientes. Hemos
visto el caso de los mellizos, cuando los padres toman la decisión de llevar a
ambos niños o a alguno de ellos a la casa de los abuelos. Del mismo modo, una
pareja joven que no logra perdurar como tal y se desvincula dejará su
descendencia a sus respectivos padres. En esas ocasiones, los niños conocen
perfectamente la relación filial que mantienen con las personas que los crían;
saben incluso dónde viven sus padres y reciben las visitas de estos. De hecho,
verbalizan esta situación y logran expresar sus propios puntos de vista. Ante
la falta de visitas, invocan diversas razones.
Cabe señalar que
las distancias de que se habla no suponen dificultades para posibles visitas.
Estos dos tipos de situaciones la presencia de
mellizos o la separación de un matrimonio joven son las que dan
lugar a las traslocaciones de los niños. Decimos que el cambio es entre fogones
porque estos nuclean varias casas, es decir varios sitios habitacionales. Los
niños pueden no cambiar de fogones y aun así cambiar su marco de referencias;
pueden pasar a vivir con sus abuelos o con algún otro pariente cercano. Por
ejemplo, en los casos de matrimonios separados, los niños no cambiaron de
lugar: fueron sus padres quienes se desplazaron. Los niños permanecieron en el
mismo fogón, mientras sus padres se trasladaron de núcleo.
Sostenemos
con esto que, en los casos en que los niños no pueden ser atendidos por sus
padres, siempre y en todos los casos son recibidos y alojados por otros
integrantes del propio grupo, lo cual permite la continuidad de los demás
elementos necesarios para la maduración del niño: se mantienen los principios
que lo convierten en mbyá, lo que permitiría la posibilidad de desarrollar su ava
teko, del mismo modo que el acceso a las bellas palabras.
La circulación de
los niños entre familias nunca sucede hacia fuera del núcleo. En aquellos casos
en que es necesario cambiar a los niños de su casa materna a otra, esta segunda
casa estará ubicada dentro de un núcleo de la misma comunidad mbyá guaraní.
Las
dos condiciones que expresamos, que bajo diversas formas aparecen en varios
núcleos, son dos instancias que conocimos en que los niños se desarrollan lejos
de sus padres. Estas coinciden con las descritas por Miguel Chase-Sardi para el
caso de los avá guaraní:12 «En caso de que uno de los cónyuges se
enamore de otra persona y abandone el hogar, no puede llevar a sus hijos. Ellos
quedan con el cónyuge que permanece en la casa. No puede llevarse a los hijos
detrás de sí» (Chase-Sardi 1992: 225).
Refiriéndose a los niños recién nacidos, un anciano expresaba:
Refiriéndose a los niños recién nacidos, un anciano expresaba:
Durante el primer
tiempo no puede ver flores, ni bichitos, ni pajaritos, ni cosas lindas. No
pueden ver cosas que les recuerden lo de arriba. Ellos vienen de un lugar donde
todo era lindo y si extrañan pueden querer volver (Yabotí, 10 de noviembre de
2006).
En
ese mismo sentido, se promueven los gestos cariñosos y amables y se enfatiza la
necesidad de que los niños no lloren, especialmente durante el primer tiempo de
vida. El llanto aparece como un indicador de desagrado por parte de los niños
de la realidad que viven. El desagrado puede contribuir al deseo de volver a la
situación previa, es decir a la tierra de más arriba, donde el alma se
encontraba anteriormente.
Guaraníes en San Ignacio - Misiones - Argentina. Foto: Odan Jaeger |
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NOTAS:
1.
Denominamos núcleos a los distintos grupos de familias que se
condensan en diversas regiones de la provincia y que forman parte de la
comunidad mbyá. Esta categoría podría ser análoga a tekoa.
2.
Las diversas prescripciones que los padres deben considerar durante la
gestación y los primeros tiempos del nacimiento. Como sostiene Rival (1998), la couvade es
en principio el conjunto de rituales asociados con el nacimiento.
3.
Para profundizar las relaciones de los cazadores y sus almas con sus presas,
véase Lima 1996.
4.
Las referencias que aparecen con este formato corresponden a notas de campo.
5.
La lista de nombres que Ana Gorosito (2003 [1983]) repone no dista, como ella
misma destaca, de la lista de nombres descrita por León Cadogan. Coincidimos
con la autora en que esos nombres están vigentes actualmente entre los mbyá de
Misiones.
6.
Para conocer el nombre mbyá se realiza la siguiente pregunta: «Mbaeicha nde
rery». Para conocer el nombre criollo, «Mbaeicha nde rera». La primera pregunta
se realiza generalmente cuando ya se han estrechado ciertos vínculos con la
persona.
7.
Así aparece mencionado en Melià, Farré, Pérez (1997).
8.
Como explica Metraux (1996 [1946]), los mitos que vinculan mellizos y jaguares
son muy extendidos en Sudamérica. Una muy interesante reflexión en este sentido
en la zona Quichua de Ecuador la brinda Michael A. Uzendoski (1999) en el
artículo «Twins and Becoming Jaguars: Verse Analysis of a Napo Quichua Myth
Narrative», aparecido en Anthropological Linguistics.
9.
En otros registros etnográficos se ha evidenciado el infanticidio; tal es el
caso registrado por Lévi Strauss (1988): «Esta sociedad mostró fuertes
sentimientos opuestos a lo que consideramos natural, se sentía una fuerte
aversión a la procreación. El aborto y el infanticidio eran una práctica casi
normal, por lo que la perpetuación del grupo se efectuó mediante la adopción de
más de una generación; el principal objetivo de asaltar era criar a sus hijos.
Por lo tanto, se calculó, en el siglo XIX, que solo el 10% de los miembros del
grupo Guaicuru le pertenecía a él por lazos de sangre» (Lévi Strauss 1988: 187).
10.
Hasta 1946 no hubo en Argentina ningún tipo de legislación que regulara estas
relaciones. La primera ley (13.252) que hablaba de la adopción en términos
generales, fue reemplazada por la Ley 19.134 (de 1971), que estableció
distinciones frente a la adopción, llamando plena a la que sustituye
íntegramente el vínculo de parentesco de sangre, y simple a aquella en la que
se extingue la patria potestad de los padres biológicos. Con la reforma
constitucional de 1994, se incorporó la Convención Internacional sobre los
Derechos del Niño (de 1989) y por lo tanto debieron ajustarse las
legislaciones. Sin embargo, la legislación argentina establece diferencias
respecto de esta norma, sobre todo en relación con la adopción internacional:
la Ley 24.779, de 1997, exige que el adoptante tenga residencia permanente en
el país por un periodo no menor a cinco años anteriores al pedido de guarda. La
nueva ley propone un registro nacional unificado de adoptantes.
11.
Un caso que expresa la densidad de estas dificultades es el de Asunción
Benítez, a quien le sustrajeron su bebé de pocos días de vida del hospital de
Eldorado en agosto de 2005. Según la investigación judicial, un enfermero
habría planificado la sustracción y, bajo engaños, llevó al hospital a la mujer
de la aldea mbyá Ysysy, en el norte de Misiones. En el camino, adormeció a la
mujer y se apoderó del bebé, que luego entregó a una pareja, junto con un
certificado de nacimiento (para ampliar, véase El territorio, 20 de agosto
de 2005).
12.
La población avá guaraní habita en el noroeste de Argentina (Salta y Jujuy) y
el sur de Bolivia. Según la Encuesta Complementaria de Pueblos Indígenas (INDEC
2005), suman 21 800 entre descendientes y miembros de
comunidades. De acuerdo con Chase-Sardi, los avá-guaraní habrían sido
denominados chiripá por Métraux, categoría que consideran peyorativa.
Cadogan y Susnik los habrían llamado de igual modo, y esta última también Ava
Katu Ete, término que recupera Miguel Bartolomé en sus escritos y que refiere a
los hombres
del poder verdadero. Nimuendaju y Schaden consideran que
todos los guaraníes se denominan a sí mismos ñandeva (Chase-Sardi
1992).
FUENTE:
§ Formato Documento Electrónico(ISO)
ENRIZ, Noelia. Tomar asiento: la concepción y el nacimiento mbyá
guaraní.Anthropologica [online]. 2010, vol.28, n.28 [citado
2014-08-31], pp. 117-138 . Disponible en:
<http://www.scielo.org.pe/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0254-92122010000100006&lng=es&nrm=iso>.
ISSN 0254-9212.
§ Formato Documento
Electrónico(ABNT)
ENRIZ, Noelia. Tomar asiento: la concepción y el
nacimiento mbyá guaraní.Anthropologica,
Lima, v. 28, n. 28, dic. 2010 . Disponible en
<http://www.scielo.org.pe/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0254-
92122010000100006&lng=es&nrm=iso>. accedido en 31
agosto 2014.