Escribe: Hernando Calvo Ospina
No hubiera tenido
necesidad de sublevarse. Nació en 1750, un día de agosto, en una pequeña
comunidad del actual departamento boliviano de La Paz. Con sus padres recorrió
aldeas y pueblos vendiendo tejidos de lana, aunque en minas y campos tuvieron
la mayor clientela: los indígenas necesitados de la sagrada hoja de coca para
mitigar la fatiga y el hambre. Poca ganancia les quedaba al tener que pagar
alto tributo, en particular a los curas por la hoja.
El comercio salvó a Bartolina Sisa de estar entre la servidumbre de los señores
feudales, jefes militares o curas. Aunque desde las primeras luces del siglo
XVI los reyes católicos habían prohibido el esclavizarlos porque tenían alma,
millones siguieron muriendo sometidos. Por eso, mientras Bartolina caminaba,
compraba y vendía presenciaba el estado de explotación, vejamen y miseria en
que vivía la casi totalidad de sus hermanos de raza.
Ella no tenía veinte años de edad cuando se independizó de sus padres. Algo
extraordinariamente extraño por ser muy joven y mujer soltera. Bartolina, que
era alegre, esbelta, de piel morena y ojos negros, no necesitaba de un hombre para
sobrevivir económicamente. Solo requería de su complemento, como el agua y la
tierra. Esto lo encontró en el también comerciante Julián Apaza, con quien pasó
a compartir lecho, negocios, sueños y cuatro hijos. Tiempo atrás había sido
minero en Oruro. Debió dejar hasta la ciudad porque lo iban a matar los
patrones: organizaba a los indígenas para que rechazaran las extenuantes
jornadas de trabajo y el maltrato.
Hasta Bartolina y Julián llegaron las noticias sobre los masivos levantamientos
indígenas, de mestizos y criollos pobres contra el injusto poder colonial. En
Potosí los lideraba Tomás Katari; en Cuzco, al sur de Perú, era José Gabriel
Condorcanqui, llamado Túpaj Amaru II. Estas sublevaciones terminaron de
convencer a la pareja que se debía continuar organizando a los suyos.
Su proyecto era sitiar a La Paz hasta que los realistas se rindieran. El 13 de
marzo de 1781, al frente de 20 mil hombres y mujeres, empezaron las acciones
militares. Para junio, casi cien mil rebeldes se habían sumado. Julián fue
proclamado virrey del Inca, por lo cual adoptó el nombre de guerra Túpaj
Katari. Bartolina, por meritos propios, fue ungida como virreina.
Bartolina era una generala en falda. Una jefa, política y militar, que dispuso
a sus tropas bajo tácticas novedosas: aunque tenían la superioridad numérica,
se debía compensar la falta de armas modernas.
El jefe militar español comprobó que era una mujer la que estaba al frente de
las fuerzas enemigas mejor organizadas. En mayo dispuso de la mayoría de
hombres y trató de romper el cerco comandado por Bartolina. Tuvo que retirarse.
En junio los realistas embistieron a las tropas de Túpaj Katari. Ahí casi
logran derrotarlo, al punto que el virrey inca debió ordenar un repliegue que
por poco termina en desbandada.
Llegaron refuerzos para los españoles. Estos trajeron la experiencia obtenida
en las guerras contra los hermanos Katari y Túpaj Amaru. Ya sabían que no solo
soldados era suficiente para la guerra, pues tan importante era manipular la
conducta del adversario para destruir su moral o ganarlo. Se empezó a expandir
el rumor de que las tropas de Julián estaban casi derrotadas. Que solo serían
indultados aquellos que ayudaran a la captura de los “cabecillas”.
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Bertolina Sisa |
Sin poder comprobar a tiempo los rumores, Bartolina decidió el traslado de sus
fuerzas hasta zonas más seguras. Tarde: algunos de sus acompañantes la
capturaron el 2 de julio de 1781 y la entregaron. Estos no recibieron lo
ofrecido, sino la cárcel y la muerte.
Los españoles seguían sin creer que una mujer, india, además, los hubiera
enfrentado con tal sagacidad. En su cultura patriarcal, machista, la misma que
fueron imponiendo desde 1492, la mujer solo presta servicios.
En La Paz Bartolina fue recibida con insultos, escupos y piedras. En los
calabozos fue torturada y violada por haber humillado al poder; luego para
sacarle información sobre la insurrección. Ni una sílaba dijo.
Trataron de utilizarla como carnada para capturar a su marido. Bartolina,
terriblemente flagelada, fue paseada cerca de la línea de asedio de los
indígenas, como prueba de que vivía. Se propuso intercambiarla por un cura
capturado, pero no fue aceptado. Julián comprueba que así él se entregara, a
ella no la dejarían libre. El cerco a La Paz se reorganiza, pero 7.000 soldados
llegan para romperlo definitivamente. Tras un mes de intensos combates, lo que
no pudieron las armas enemigas lo logró otra traición: El 10 de noviembre Túpaj
Katari fue entregado.
Luego de cuatro días de horribles torturas, sus extremidades fueron amarradas a
4 caballos hasta descuartizarlo. Bartolina debió presenciarlo. Igual que a
Tupac Amaru II, las partes de su cuerpo fueron repartidas y exhibidas por
varios lugares para que sirviera de “escarmiento a los indios rebeldes”. La
sentencia dijo: “Ni al rey ni al estado conviene que quede semilla, o raza de
éste o de todo Túpaj Amaru y Túpaj Katari por el mucho ruido e impresión que
este maldito nombre ha hecho en los naturales...”
Luego muchas voces indígenas comenzaron a repetir que las últimas palabras de
Túpaj Katari fueron: “¡Yo muero hoy, pero volveré hecho millones...!”. Siglos
después el irlandés Ben Kane se apropiaría de esa frase para ponerla en boca de
su héroe, el gladiador Espartaco.
Después de casi un año de encierro, a sufrimiento diario, aun buscando que ella
vendiera a los suyos, al amanecer del 5 de septiembre de 1782 fue ejecutada la
guerrera y virreina india. Le amarraron los brazos, le ataron una soga al
cuello y ésta a la cola de un caballo. Mientras era arrastrada, desde el
cuartel a la Plaza Mayor, un pregonero leía la sentencia al repique de
tambores. Luego, el cuerpo desnudo y destrozado, fue montado en un burro y
paseado. Se le descuartizó y sus partes fueron llevadas y expuestas “donde
estaba acampada y presidía sus juntas sediciosas […] para el escarmiento
público”. Una de sus piernas fue enviada hasta una comunidad que hoy es parte
de Perú.
Los españoles debían acabarla así, pues como había dicho la sentencia contra su
esposo y la de Túpaj Amaru II: “de lo contrario, quedaría un fermento
perpetuo...”
Y quedó. En el Segundo Encuentro de Organizaciones y Movimientos de América,
reunido el 5 de septiembre de 1983 en Tihuanacu, Bolivia, se instituyó el Día
Internacional de la Mujer Indígena en honor de la heroína Bartolina.