Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.
Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.
El 22 de Mayo, se conmemora el Día Internacional de la Diversidad Biológica. Su objetivo es crear conciencia sobre los bienes que aporta la biodiversidad al planeta,su gran valor para las generaciones presentes y futuras, y que su principal amenaza es la actividad humana.
Hace cientos de años, los pueblos indígenas utilizaban como mecanismo para medir la salud de la comunidad, a la biodiversidad, así como la fuente de la materia natural que permite sanar, alimentar y preservar a la comunidad a lo largo de los tiempos. Una comunidad donde su crecimiento es resultado de la sobreexplotación y degradación de la biodiversidad, es un pueblo destinado a la falta de alimentos, problemas de salud, disminución de territorios fértiles y quedar a la deriva de las inclemencias climáticas.
La sociedad globalizada donde vivimos es una gran comunidad que consume y degrada el planeta a pasos agigantados. En Julio de 2019 consumimos 1.75 planetas, eso significa que, para el manteamiento de nuestro crecimiento, necesitamos los recursos de casi 2 planetas por año,pero solo contamos con uno.
Mientras que el consumo de los recursos naturales por parte de los seres humanos excede la capacidad terrestre de regenerarlos, el crecimiento económico mundial va en aumento.
Según el reciente informe de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (Ipbes), la economía mundial registró un crecimiento sin igual luego de la Segunda Guerra Mundial, llegando a cuadriplicar la renta per cápita real (o el PIB) en todo el mundo. Pero también en este periodo de tiempo la diversidad biológica disminuyó a un ritmo más rápido que nunca antes en la historia humana.
Se podría inferir entonces que si el PBI mundial creció 4 veces, las naciones son más ricas y hay mayor bienestar. Pero nos estamos olvidando que estas cifras no consideran las externalidades negativas respecto de costos sociales, ambientales o de salud, derivados de las actividades económicas realizadas, especialmente, las vinculadas a la explotación de recursos naturales y como estos afectan a la biodiversidad.
Esta falta de armonía con la naturaleza tiene un costo real y cada vez más es posible medirlo mejor, de hecho, la situación actual de pandemia genera un costo para la economía mundial que asciende a USD 4,1 billones. Hoy más que nunca vemos reflejado la imperiosa necesidad de pensar en sistemas productivos que integren a la biodiversidad en su ecuación,donde del crecimiento económico de las sociedades no sea ajeno de lo que ocurre en el ambiente.
El bienestar de un pueblo no debe más ser medido por el dinero en su bolsillo. El bienestar de un pueblo debe ser el reflejo de los servicios ecosistemicos que tiene la nación en su territorio, el esfuerzo en la preservación de la diversidad genética, de especies y ecosistemas, en el equilibrio entre sistemas productivos y el ambiente, en la superficie de bosques nativos, en la resiliencia de sus suelos y su conciencia ambiental.
Un pueblo que valora y cuida su biodiversidad,está cuidando la salud y la alimentación de las generaciones presentes y futuras.
(*) Emanuel Grassi es Doctor en Ciencias Biológicas especializado en Micología.
Hasta hace pocos meses, el Código Alimentario Argentino indicaba que miel era el producto proveniente de las abejas obreras, haciendo referencia a la especie Apis mellífera, originaria de Europa y distribuida en todo el mundo. Una reciente modificación incorporó a esta categoría a la sustancia que producen las meliponas Tetragonisca fiebrigi, conocidas popularmente como yateí o rubita, convirtiéndola en un recurso genuino para múltiples comunidades del norte del país que crían y utilizan estos insectos desde hace varios siglos.
La miel de las abejas nativas sin aguijón es usada como medicina y como alimento, tanto por grupos de pueblos originarios como por descendientes de inmigrantes, según reportaron diversos estudios realizados durante la última década por investigadores del CONICET en distintas provincias. Además de resaltar su importancia cultural y nutricional, aseguran que mantener y valorizar la cría de meliponas podrá ayudar a la conservación del ambiente, mediante la preservación de fragmentos de bosques nativos que, a su vez, servirán de soporte para la recuperación de especies.
Para lograr la incorporación de la miel de yateí al Código nacional, fueron necesarias múltiples acciones provenientes de distintos sectores comunitarios, gubernamentales y académicos. “Requirió un trabajo de equipo multidisciplinario, que fue muy largo e intenso, similar al que hacen estas abejas para producir su miel”, compara la investigadora independiente del CONICET en el Instituto de Biología Subtropical (IBS, CONICET – UNaM), Norma Hilgert.
Es que para producir apenas un litro de miel, una colonia compuesta por 5 mil abejas trabaja todo un año. Esto convierte a la producción de las yateí en un bien sumamente preciado para las comunidades, donde la utilizan selectivamente para fines específicos o la comercializan a más de 100 dólares por litro.
De acuerdo al grupo cultural y a la especie de abeja que prospere en cada ambiente, en los estudios realizados por investigadores del CONICET se han reportado más de 400 usos distintos de las mieles -solas o combinadas con plantas-, que van desde el tratamiento de infecciones en la piel o en el sistema respiratorio hasta la cura de cataratas. “También se la utiliza como un suplemento para fortalecer el sistema inmunológico de los niños. Por ejemplo, es muy frecuente darles a los niños una cucharadita de miel de yateí antes de ir a la escuela”, comenta Hilgert, quien desde hace varios años se involucró en estudios vinculados a las meliponas nativas desde la etnobiología.
Una miel por cada región
En Argentina, las meliponas están distribuidas principalmente en las provincias del Norte, llegando incluso hasta algunas regiones de Catamarca y Buenos Aires. Misiones es la que tiene mayor trayectoria en el aprovechamiento de este recurso y hace más de 30 años promueve talleres sobre el manejo de las abejas en los que, junto a los pobladores, se definen las mejores prácticas de cría, se establecen los métodos para mudar un nido desde un árbol a una caja y se evalúa cuál es el momento más adecuado para iniciar la cosecha.
Pese a esta vasta experiencia, los emprendimientos vinculados a la miel de yateí no lograron el desarrollo esperado en las últimas décadas porque la producción no podía comercializarse formalmente. La incorporación al Código es el primer paso para lograr las certificaciones y registros necesarios para que se pueda vender en mercados oficiales.
La próxima instancia en el proceso de valorización de la producción melífera, explican los investigadores, es la caracterización por regiones. “Tenemos evidencia de que estas abejas prefieren la flora nativa y que particularmente usan el néctar de especies frutales silvestres que, a su vez, se emplean para hacer dulces. Con un trabajo organizado, se van a poder obtener no sólo mermeladas regionales, sino también mieles exclusivas de cada zona”, agrega Hilgert.
Además, adelanta que está previsto que se registren mieles de otras cuatro especies de meliponas, características de otros ambientes y valoradas por diferentes grupos culturales. “Uno de los objetivos es que estos recursos puedan convertirse en un ingreso más para el sistema diversificado que tienen los productores locales, que en sus chacras se dedican a distintos cultivos y hacen un aprovechamiento integral. De esa manera, se potencian las economías nativas sustentables y se fortalecen los sistemas productivos familiares, además de contribuir al mantenimiento de las funciones ecosistémicas a partir de la promoción de la presencia de estos insectos nativos polinizadores”, destaca la investigadora.
Soberanía alimentaria y conservación
Desde la etnobiología, los investigadores navegan entre los marcos teóricos de la biología y la antropología para estudiar los usos y el manejo que los distintos grupos humanos hacen de los recursos de la naturaleza. El abordaje pone en primer plano al vínculo que se establece entre la persona y el recurso, analizando tanto el uso como la manera en la que se adquiere y transmite el conocimiento.
La valorización de la meliponicultura en cada una de las regiones del país en las que están presentes las abejas sin aguijón será un modo de fortalecer la soberanía alimentaria, que es el derecho que tienen los pueblos a elegir qué producir y consumir. “Cuando hablamos de sistemas productivos locales nos referimos a aquellos que están vinculados a recursos silvestres o a aquellos naturalizados que han sido incorporados al acervo cultural local, es decir a recursos que se renuevan de manera natural. Esto es fundamental para generar identidad, además de aportar a la economía familiar”, explica Hilgert, al tiempo que aclara que la producción de miel de yateí no debe ser vista como una oportunidad de enriquecimiento de los productores o una alternativa de explotación a escala masiva.
“La lógica industrial, aplicada a sistemas productivos diversificados de mediana o pequeña envergadura, generalmente no se lleva bien con la conservación. Lo que buscamos es hacer un aporte a través del uso”, advierte la investigadora. Una posible estrategia para lograr este fin será la recuperación de fragmentos de bosques nativos que están empobrecidos en terrenos privados. “Los dueños de las chacras verán que es una buena alternativa volver a plantar especies nativas porque son usadas por las yateí para hacer miel. Esto no sólo les permitiría generar productos únicos, sino que también le dará valor a esos remanentes que, a su vez, serán de ayuda para la recuperación de la biodiversidad”, agrega.
Colmenas en riesgo
Por múltiples causas vinculadas con deterioro del ambiente, las abejas de la especie Apis mellifera están en declive, con casos de mortandad masiva en los nidos y escasez de producción de miel en muchos países del mundo. Aunque en Argentina aún no se registra este fenómeno, la posibilidad de que las colmenas locales sean afectadas está motivando el interés de los apicultores en el uso de abejas nativas.
Los trabajos de los etnobiólogos señalan que el conocimiento acerca de las meliponas se está fragmentando. “En las comunidades, encontramos gente mayor que sabe cuáles son las meliponas que producen remedios y para qué usarlos en muchas recetas diferentes, pero ya no van al campo. Por otro lado, están los jóvenes que saben dónde están las abejas y cómo cosecharlas, pero no saben exactamente cómo se llaman. Eso significa que estamos ante el riesgo de que se pierda la información. A esto hay que sumarle que las poblaciones de algunas especies están mermando debido a las modificaciones en el ambiente”, explica Hilgert, quien confía que la incorporación de la miel de yateí al código alimentario genere un impulso comercial que se traduzca en un interés renovado por todo el elenco de meliponas.
Escrito por José Antonio Radins (Profesor de Biologia)
Especial para Frontera Jesuita
El Pacurí tiene como nombres científicos Rheedia brasiliensis o Garcinia
brasiliensis y pertenece a la familia de las clusiaceae. Es un árbol de 5
a 10 m. de altura, con copa globosa y piramidal, un tronco ceniciento y algo
rugoso, de 20 a 30 cm. de diámetro. Las hojas son simples, opuestas, coriáceas,
lisas, de 7 a 15 cm. de largo por 2 a 6 cm. de ancho, con borde liso y algo
ondulado, con un corto pecíolo.
Las flores están dispuestas en inflorescencias en forma de
fascículos axilares. Las flores son poco llamativas, blancas, algo perfumadas y
con un pecíolo que no supera 1 cm. y se abren entre septiembre y octubre.
Los frutos son globosos con forma de baya, de color
amarillo-anaranjado,lisos, de 3 a 5 cm. de largo por unos 3 a 4 cm. de ancho,
con una piel que se rompe con un poco de presión exponiendo 1 a 3 semillas
rodeadas por una escasa pulpa agridulce. La maduración de los frutos se produce
en noviembre.
En nuestra provincia casi no se consume, excepto en algunos casos
para la pesca (en especial para el pacú). En Brasil lo utilizan como fruta
fresca, para hacer jugos y jaleas, entre otros preparados culinarios. Se
debe tener especial cuidado al consumir como fruta fresca, ya que al romperse
el fruto se desprende un látex que puede ser caustico.
Al ser una especie que crece cerca de ríos o arroyos, sirve de
alimento para ocasionales animales frugívoros y también para los peces si los
frutos caen al agua.
Tiene un alto potencial como especie ornamental y en algunos
lugares se le atribuyen propiedades medicinales. Como especie para la
restauración de ambientes costeros es muy útil ya suministra alimento para la
fauna terrestre como para la acuática.
La producción de los frutos se inicia entre los 6 o 7 años de
plantación.
Se reproduce fácilmente por semillas y es de crecimiento lento
hasta los 3 o 4 años y luego crece con mayor rapidez.
El Pacurí es nativo de Brasil, Paraguay y Argentina. En Argentina
crece en Chaco, Corrientes, Formosa y Misiones.
Por José Antonio Radins*. Especial para
Frontera Jesuita
El Aguaí se conoce con el nombre científico Chrysophyllum
gonocarpum, y pertenece a la familia de las Sapotáceas. Su
nombre común es aguaí dulce, pero en Brasil también se lo llama Aguaí de la
sierra.
Es un árbol de 10-15 m. de altura, con algo de látex. La copa de este
árbol es redondeada y denso follaje. El tronco es generalmente corto, de 40 a
70 cm. de diámetro, con una corteza casi lisa o se puede descamar levemente.
Las hojas del aguaí son simples, alargadas que miden entre 8 y 15 cm., verde
oscuras, alternas, lisas, con el nervio principal bien marcado en la parte
inferior de la hoja y los márgenes son lisos o levemente ondulados.
Las flores del Aguaí son hermafroditas, de color verde amarillentas,
reunidas en inflorescencias. La época de floración ocurre entre agosto y
diciembre. Los frutos son bayas de color amarillo, lisos, de forma globosa, con
un diámetro de 2 a 3 cm. aproximadamente, con pulpa jugosa y mucilaginosa, de
sabor dulce tal como puede oírse en la canción “ANAHÍ, interpretado por Ramona
Galarza. Sin embargo si no están bien maduros pueden ser cáusticos y causar
heridas en la boca al consumirlos crudos.
Los frutos pueden consumirse crudos al natural (si están bien maduros) o
bien en la preparación de almibares, dulces, jaleas y mermeladas. Las semillas
son muy buscadas por artesanos debido a su valor ornamental en la confección de
collares y pulseras, aspecto que se comparte con los pueblos guaraníes que la
suelen ofrecer de esta manera en sus puestos de venta. El aguaí es, además, un
hermoso árbol para fines ornamentales y excelente para la restauración de
bosques en galería, de los cuales suele formar parte en forma natural.
Los frutos se observan mayormente entre los meses de octubre y
diciembre, meses en los cuales son aprovechados por varias especies de aves y
algunos mamíferos de la selva.
Se reproduce fácilmente por medio de semillas y su distribución abarca
los países de Bolivia, Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina. En la República
Argentina, es nativo de las provincias de Chaco, Corrientes, Entre Ríos,
Formosa, Jujuy, Misiones, Salta, Santa Fé y Tucumán.
*Profesor de Biología ** Fotos: Archivo de José Radins
Por José Antonio
Radins* - Especial para Frontera Jesuita
El cocú es
conocido en el NOA como Chal Chal, pertenece a la familia de
las Sapindáceas y su nombre científico es Allophylus edulis. Es
un árbol de 5 a 20 m. de altura, con tronco ramificado y tortuoso, de 20-25 cm.
de diámetro, con corteza que se desprende fácilmente en placas. Las hojas son
cadúcas (que caen al final del otoño), compuestas por 3 folíolos, de borde
aserrado y de color verde oscuro. La copa es globosa y con follaje denso.
Las flores son
unisexuales, es decir que hay flores solamente masculinas y otras solamente
femeninas, ambas dispuestas sobre la misma planta pero en inflorescencias
distintas (similar a lo que ocurre en el maíz). Las flores son pequeñas y de
color blanco amarillentas, y se pueden observar desde el mes de septiembre.
Los frutos, son
drupas globosas esféricas, rojas, de unos 8 mm. de diámetro, comestibles,
astringentes, dulces, ricas en carotenos (como la zanahoria), que comienzan a
madurar a final de septiembre o principios de octubre.
Con los frutos se
pueden preparar jugos, jaleas, mermeladas, dulces, salsas, condimentos (sustituto
del puré y extracto de tomate), para decorar platos o consumirse crudos al
natural, es un poderoso antioxidante que retada el envejecimiento celular. Es
un árbol que se utiliza también con fines ornamentales por la belleza de su
porte y su abundante y llamativa fructificación, excelente para veredas,
plazas, jardines y para restaurar áreas degradadas o enriquecimiento de la biodiversidad
de alguna zona. En nuestra provincia y en Paraguay son muy utilizadas sus hojas
para la preparación de una bebida refrescante llamada tereré de cocú, que
consiste en agregar hojas frescas de cocú a una jarra con agua fría y con ella
cebar un mate frio o tereré, al que se le atribuyen también propiedades
digestivas.
Se reproduce
fácilmente por medio de semillas y puede cultivarse a media sombra o a pleno
sol, siendo poco exigente en cuanto al tipo de suelo.
Se distribuye en Brasil,
Paraguay, Uruguay y Argentina. En la Argentina crece espontáneamente en varias
provincias que incluyen Buenos Aires, Catamarca, Chaco, Corrientes, Entre Ríos,
Formosa, Jujuy, Misiones, Salta, Santiago del Estero, Santa Fé y Tucumán.
El cocú es un frutal
nativo cuyos frutos sirven de alimento a varias especies de aves, en especial
del Zorzal o chalchalero (que recibió ese nombre común por su gran apetito por
el chal chal), además hay al menos 3 especies de larvas de mariposas que
consumen sus hojas para cumplir parte de su ciclo de vida.
*Profesor de
Biología ** Fotos: Archivo de José Radins