Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

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domingo, 7 de septiembre de 2025

Enfermedades de niñas y niños mbyá-guaraní: Tratamientos en un entramado de relaciones¹





El nacimiento de una niña o un niño mbyá suele ser un acontecimiento celebrado en las comunidades, es una expresión de confianza de los dioses a una pareja. Pero esa confianza debe ser retribuida demostrando que son capaces de hacer que el alma enviada por los dioses quiera permanecer en la tierra. La comunidad entera dispondrá los recursos y acompañará a la familia en el crecimiento de la/el recién nacida/o, la categoría nativa para denominar esta etapa es pytã. Se espera que, al ir creciendo, la/el niña/o despliegue una serie de rasgos físicos, sociales y anímicos, entre los que se destacan el caminar, comenzar a hablar, recibir su rery – nombre indígena enviado por los dioses –, que se integre al grupo de pares, que reciba cariño, que no llore, que juegue, entre otras. Condiciones que se desarrollan de forma gradual y que no se dan todas juntas; a este período se lo denomina kiringüe (Enriz, 2012).

Así, durante el primer tiempo de vida toda la familia, especialmente la madre, el padre, y las/os abuelas/os, dispondrán su tiempo y dedicación continua a atender a la/el bebé. Las buenas acciones de madres y padres serán prácticas destinadas al crecimiento del/a niño/a. Estas características de la infancia nos acercan a las ideas sobre lo que se considera que un/a niño/a esté sana/o que si bien no es similar a no estar enfermo, pero tampoco le es excluyente. Algunas expresiones como “el bebé está gordito” o “es cachetoncito” son compartidas en la comunidad para describir el bienestar de una niña o un niño. Cuando crecen las palabras como “gordito” y “cachetoncito” dejan de tener el valor tan positivo que tiene durante el primer tiempo de vida, ya que se valoran que la persona tenga un peso que le permita ciertas destrezas físicas donde el alto o bajo peso son limitantes. Teniendo esto en cuenta considero esas categorías están relacionadas con los diálogos constantes con el sistema público de salud donde el bajo peso y la desnutrición infantil son una preocupación. Cuando se manifiesta una enfermedad o un problema de salud en bebés y niñas/os la búsqueda de soluciones es diversa incluyendo itinerarios que se construyen entre la medicina indígena o del sistema hegemónico, lo que no necesariamente generar controversias.

Algunas enfermedades serán atendidas a través de la administración de remedios de plantas o en el opy (casa de rezo) dependiendo de la gravedad que consideren. El conocimiento sobre plantas medicinales circula por distintas personas de la comunidad, pero quizás, son las kuña karai (mujeres adultas) a quienes se les reconoce el mayor conocimiento sobre los yuyos. Cuando se trata de curaciones en el opy es el opygua (líder espiritual, en general un varón) quién lleva a cabo el tratamiento. Noelia Enriz (2009) que pudo presenciar estas ceremonias describe que estos métodos demandan varios días y disposición de la comunidad. Pero, estas curaciones a través de rezos o plantas medicinales no eliminan la posibilidad realizar otros recorridos.

Me interesa relevar esos cuidados cuando la dolencia afecta a las niñas y los niños pytã o kiringüe porque esas interacciones son más cotidianas que en la edad adulta por ser la población de mayor control por el sistema público de salud. Con este fin a continuación propongo distinguir tratamientos propios de la medicina indígena de alternativas actuales con las que se encuentra esta población, problematizando la compleja malla de relaciones a la hora de atender a un problema de salud.

Estos debates se sustentan a partir del registros de campo etnográfico recuperados entre el años 2015 y 2019 en la zona norte de la provincia de Misiones (Argentina)2. Las comunidades del departamento de Iguazú plantean particularidades relacionadas con el entramado entre lo urbano y lo rural. En este trabajo me refiero a 4 locaciones3 mbyá (de 6 en la zona) que se ubican en un predio conocido como las 600 hectáreas que está rodeado de la ruta nacional N° 12 por la que se llega a Brasil y a las Cataratas del Iguazú, por lo que es muy transitada. Por ese camino hay una parada de colectivo urbano en la entrada a las 600 que lleva a la ciudad demorando más o menos 15 minutos para arribar en el hospital, además la ambulancia llega a la entrada de los núcleos habitaciones. Este camino está pavimentado en busca de mejorar el acceso a hoteles y emprendimientos turísticos con quienes las y los indígenas disputan sus tierras (Cantore; Boffelli, 2017).

Distintas etapas de vida, diferentes sentidos de cuidado
En este trabajo parto de la idea de que los cuidados de las niñas y los niños son primordiales para las familias guaraníes. La dedicación constante a la atención infantil, las demandas de tiempo y la disposición de recursos económicos y simbólicos del grupo nos llevan a sostener esta hipótesis. Una reflexión comparativa de los cuidados durante distintas etapas de vida colabora para fortalecer estas ideas, principalmente si entendemos a la infancia y a la vejez como dos etapas en las que en sociedades occidentales implican una asistencia sensible y dedicada. Sin embargo, los sentidos que adquieren estos momentos del ciclo de vida en el grupo guaraní es relevante para comprender el entramado de relaciones que se ponen en juego ante una exigencia o necesidad de cuidado.

En una charla con un varón adulto sobre una mujer anciana que vivía en la comunidad le pregunté ¿quién se encargaba de cuidarla? Su respuesta fue que nadie debía cuidarla, que ella no necesitaba ser cuidada (Diario de Campo, Iguazú, marzo 2019). A primera vista esta respuesta pareciera confirmar la idea de vulnerabilidad y la necesidad de protección de niñas y niños. Pero, además, el conocimiento de los ancianos y las ancianas es altamente valorado por el grupo mbyá, y su presencia es depositaria de un valor especial, ya que se considera que estas personas han adquirido a lo largo de su vida conocimientos ligados al monte, la caza, lo religioso, etc., que las y los más jóvenes desconocen y son las personas mayores quienes pueden transmitir esas enseñanzas.

Las formas de denominar a estas personas son karai, hombre adulto y kuña karai, mujer adulta.

El término karai, presente en ambas categorías, puede ser aplicado en diferentes contextos y en todos los casos, refiere a una serie de características tales como madurez, sabiduría, poder, y espiritualidad, que habilitan a quienes lo poseen – varones y mujeres – a realizar tareas indelegables a los jóvenes (Martinez; Crivos; Remorini, 2002, p. 220).

Las ancianas y los ancianos son quienes dan buenos consejos, hacen un buen uso de la palabra, hablan mejor la lengua indígena y conducen la ceremonia religiosa. También son consultados para el cuidado de niños y niñas porque son quienes tienen un mayor conocimiento de plantas medicinales de monte, entre otras sabidurías ancestrales. Las experiencias y saberes de las abuelas y los abuelos son respetados más allá de los lazos de parentesco.

Tales ideas sobre la vejez son muy interesantes para dar cuenta de las nociones sobre cuidado que tiene el grupo. La ancianidad mbyá plantea interesantes diferencias respecto a los estereotipos occidentales sobre la longevidad donde se asimila a esta etapa de vida con la debilidad y la exigencia de cuidados constantes. Esto se transforma en una problemática por la falta de redes e instituciones de cuidado estatales o las complejidades de organismos privados (Jelin, 1998; Faur, 2014). Por el contrario, en el grupo mbyá se espera que en la vejez las personas sean más activas e independientes: que realicen tareas de subsistencia desde cocinar hasta vender artesanías, que puedan moverse por sus propios medios. Su fortaleza corporal es una característica muy visible y destacada por los miembros de la comunidad.

Se suele ver a las abuelas y los abuelos visitando a sus familiares. Cuando han enviudado tienen su propia casa que se ubican muy cerca de la casa de una hija o un hijo. Podemos pensar que le vejez no implica una demanda de cuidado constante. No conllevan el tiempo de dedicación cotidiana que sí precisan las/los más pequeñas/os. Por el contrario, cuando nace una persona o durante su niñez se considera que son más vulnerables a los peligros espirituales, del monte o de relaciones negativas. La protección de las niñas y los niños es la tarea primordial de madres y padres para intentar que nada malo les pase. La comunidad entera acompaña y observa a esta pareja a fin de guiarlos en las acciones correctas y sostener el bienestar de su hija/o. Cualquier acción negativa o relación con otra persona que pueda acarrear problemas en la salud de la niña o el niño son marcadas por el grupo, por lo que se espera que la conducta de la pareja sea intachable.

1 – En este trabajo se presentan resultados de mi tesis de maestría en Antropología Social que versa sobre la distribución desigual por género de cuidados de niñas y niños en comunidades mbyá-guaraní.
2 – En esta provincia se encuentran más de 100 comunidades indígenas que tienen distintas características y vínculos con la sociedad envolvente y las instituciones estatales.
3 – A fin de mantener el anonimato de las personas y las comunidades donde realizó trabajo de campo las menciones sobre las mismas se harán de manera general.

Investigación :
Alfonsina Cantore Correio
alfonsinacantore@gmail.com
Universidad de Buenos Aires/Instituto de Ciencias Antropológicas (UBA/ICA), Argentina. Prof., Lic. y Magister en Antropología Social por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente doctoranda de la misma casa de estudio con beca de estudios en el Instituto de Ciencias Antropologicas de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Sus investigaciones se enfocan en dimensiones de mujeres indígenas con perspectiva de género.

Comentario

viernes, 16 de agosto de 2024

Los nombres de Ñande Rú -bautismo y bendición en los Mbya–Guaraní



Resumen: el texto se refiere a la articulación del lenguaje humano cuando un mito de origen se realiza en rituales sagrados. Se trata, en particular, de las costumbres de la etnia Mbya-guaraní, tal como aún se observan en las comunidades de la provincia de Misiones (Argentina) y Paraguay. De esa descripción, el autor construye una hipótesis sobre la nominación: de cómo el bautismo en tanto imposición de un nombre derivado del linaje de los dioses, emparentado con la bendición de los elementos de una naturaleza culturalizada, permite un buen vivir. A la vez, observa casos donde la eficacia simbólica de la palabra que introduce un alma en el cuerpo se trastoca, generando la enfermedad. Concluye con la demostración de la eficacia de ciertas curaciones donde magia y religión causan una transformación en los cuerpos por el acto de la palabra cuando se sostiene en un sistema de creencias.-

El viento como el agua, no tiene hueso,
pero tiene la fuerza para romper el alma del árbol,
si el árbol perdió su nombre,
que es su hueso

Verá Miri (después de la caída de un rayo)

Introducción
La pregunta central de este análisis circula sobre la lógica presente en la ceremonia de bautismo Mitá ery y en el ritual de bendición de frutos, Mbaé Ñemongaraí, siguiendo las prácticas sagradas de los mbya-guaraní. Ambas demuestran que las acciones rituales están encadenadas en un relato mítico, donde los nombres de lo humano son reversibles a los nombres de la naturaleza. Se trataría de un buen uso del lenguaje donde la palabra funciona de manera tal que lo real “habla” por boca de un Dios, haciendo bajar la gracia a partir de la nominación, condición para crear un modo de ser y luego, un buen vivir.

I
Ery mo´a: “aquello que mantiene erguido el fluir de su decir”
La costumbre cristiana que se conoce como imposición del nombre de un creyente, en la práctica sagrada Mbya guaraní toma una dimensión diferente y se denomina Mitá ery. Se trata de un ritual ancestral, vedado a la mirada del hombre blanco, que permite la filiación de un ser a una genealogía celestial y anticipa su destino. Este procedimiento demuestra su eficacia simbólica para el encuentro de la palabra con el organismo construyendo un cuerpo. En el sentido religioso mbya el nombre espiritual (Ery) es una interioridad secreta aunque intercambiable, que sirve como contraseña dentro del código de esa etnia, grupo o familia y por lo tanto no se corresponde con la identidad social como es el nombre que figura en un documento de identidad. Ese nombre de carácter íntimo, otorga un rasgo identitario a la “persona”, lo inscribe en la anterioridad de un orden simbólico, marcando el sello de lo divino en la carne de lo humano al nombrarlo como “hijo de Dios”. De ese modo el nombre como patronimia está disponible para ser usado en la memoria del antiguo panteón guaraní y puede funcionar como un Nombre-del-Padre que permite cierta filiación.[1] Después de la nominación, el niño se construye como “persona”, “gente”, es un verdadero mbya; anudando el organismo con un significante que organiza el cuerpo como armadura simbólica. Es un acto de carácter performativo y como tal la palabra sagrada engendra la potencia de otras significaciones: permite tanto unir alma/cuerpo como saber el lugar que ocupará ese “yo” dentro del “nosotros” como engranaje comunitario. En esa perspectiva el nombre otorga también una función social entre los otros yoes del grupo social a los cuales se identifica. El padre es una función que puede cumplir cualquier otro que nombre.[2] Los patronímicos sagrados que emplean los dioses (Tery) para nombrar, no se confunden con los Ery o Che rery que usan los hombres. Ese patrón proviene de cuatro paraísos: 1) Alguien que pertenece a la estirpe de la divinidad Tupá –dueño de las lluvias- será nominado Verá, Kuchuví o Guyra o femeninos como Pará y podrían acceder al saber hacer de los Mburuvicha, los caciques estrategas. 2) Por otro lado, alguien que se nombre con la pertenencia al dios Karaí –dueño del fuego- se llamará Karái–mirí o Karaí-tataendy o femeninos como Kerechú y podrían seguir el camino hacia la perfección de los Karai kuerey, la clase distinguida de los Opygua que pueden hablar el lenguaje sagrado y escuchar la palabra de Ñande Rú Eté Tenondé (Nuestro Padre verdadero, primero). 3) Las almas provenientes del paraíso de Ñamandú –dominio de la tierra -serán Kuaray –mimby, miri, juju– o femeninos Jachuká, Ará… 4) Si la patronimia depende de Jakaira –dueño de la bruma curativa- serán Atachi o Tatachi, o Ywa, y serán sabios de los remedios.[3] Esta nominación se puede leer lógicamente como una captación de lo real por el sentido, con su consecuencia en el organismo que se vivifica por el lenguaje. Se trata entonces en el bautismo de un acontecimiento en el cuerpo donde se realiza el símbolo. Ahí el sujeto identifica su “persona” a un nombre de Dios.[4] Efectivamente, en la cultura mbya el universo de los Tery, los nombres indistintos que danzan en el cielo y descienden como alma para cada uno, permite la creencia en un rito de pasaje a la vitalidad de un buen vivir –teko porá-. Eso es Mopyro “hacer que ponga el pie, hacer que se encarne, que esté situado”.[5] En oposición, el nombre que no se encarna, a veces por un “error de lectura” en la interpretación de los que ofician como mediadores, supone un fracaso de la operación simbólica y facilita el “mal vivir” –tekó achy-. Esto puede ser verificado en los casos que un sujeto “no se halla” con su cuerpo, motivo por el cual se asume la existencia de una enfermedad espiritual que puede causar la muerte y cuyo tratamiento posible es la reiteración del ritual hasta encarnar su verdadero nombre, una nueva referencia.

II
Preguntar, decir, escuchar… tomar asiento
Atendemos al testimonio del Opyguá Ciriaco Villalba (Tekoá Pindo Poty), cuando el sacerdote dice: [6]

Nosotros cuidamos las frutas, la palmera, la miel. Es la misma miel que usamos en el Opy (templo) para bendecir los frutos en el bautismo de los niños. Por eso cuidamos bien el monte. Cada Ará Pyahu (Año Nuevo) hacemos la bendición con las frutas, el gwembé y la yerba en la ceremonia del Mbaé Ñemongaraí. Ahí se cocina la torta del maíz (mbojapé). En el bautismo Ñande Ru me cuenta para que sepa nombrar a cada niño con el humo sagrado (Tatachiná). Recién entonces escucho lo que nuestro Padre dice. Tupá me cuenta y Jacairá nos ayuda.

Algunos no quieren escuchar su nombre, o ese no era un buen nombre… Debemos escuchar si pertenece a Karaí o si se llama Kuaray. Si no se escucha bien, es porque algunos no se hallan en este mundo, no se sienten bien y no se encuentran en su nombre. Entonces, tenemos que volver a preguntar y cambiar su nombre propio.

Este testimonio describe al menos tres tiempos en la constitución del “nombre sagrado” que culmina en la puesta en acto de una nominación que permitirá la construcción de la “persona”, el modo-de-ser de un mbya. a) Primero el Opygua pregunta (porandú) a Ñande Rú. Es una demanda formulada en el rezo, cuando él pide que se le diga a qué ascendente de los cuatro dioses secundarios –Tupá, Jakaira, Karaí, Ñamandú- pertenece ese ser. b) En un segundo tiempo Ñande Rú cuenta (mombeú) y se pronuncia diciendo claramente el nombre que corresponde a ese niño en el linaje de esos cuatro dioses. c) Por último el Opygua comprende (e´endu) como médium entre la palabra-alma que escucha y el cuerpo del bendecido. Solo él porta esa autoridad por haber sido un elegido para escuchar, comprender y hablar la lengua sagrada llena de neologismos poéticos. d) Un cuarto momento, conclusivo, será cuando el alma se incorpore y se “asiente” en el cuerpo. Se trata de una analogía con el acto de “tomar asiento” en los banquillos zoomórficos (apyka apu´a i) donde se pone en práctica el relato de los mitos de origen con la memoria de los abuelos. Es cuando ocurre el ñeeychyro –la palabra en ronda- alrededor del fuego. Menos cotidiana, la ceremonia periódica del Mita ery en el Año Nuevo, adquiere la función de inyectar un nombre a cada cuerpo, incorporando la heráldica de una genealogía y el blasón del sujeto como marca a sus dioses. El ritual como despliegue imaginario, teatraliza en los gestos del chamán una conexión con el relato simbólico del mito[7]: en el origen –tal como cuenta el Ayvu Rapytá- donde Ñande Ru se inventa ex-nihilo con su propia lengua: “De la sabiduría contenida en su propia divinidad / y en virtud de su sabiduría creadora / creó nuestro Padre el fundamento del lenguaje humano / e hizo que formara parte de su propia divinidad”. En el bautismo se observa que el sacerdote fuma y su expiración del humo del tabaco[8] permite conducir el alma (ñe´é-porá), un gesto repetitivo en la ceremonia de Tatachiná. En esa fumata el Opygua remeda a Dios cuando cada amanecer derrama su neblina matutina, tan frecuente en la humedad de la selva, como una bruma diaria que vehiculiza las bellas palabras protegiendo a su pueblo. De modo que la bendición con la fumigación del Tatachiná que bañatanto a los frutos como a los niños, es también una suerte de exorcismo de los espíritus del monte o el alma de los muertos que no abandonan la tierra como los mboguá. El tabú a esa causa inmaterial que son los seres invisibles, es firmemente rechazado como conjuro en el ritual protector. El Tatachiná que bendice y cura, solo logra su eficacia en un contexto de creencia religiosa donde el otro comunitario genera un clima bien armonizado por el coro de voces en su canto –ñembo´é poraí– y la danza –jeroky- que imita en los pies al pájaro saltarín –Tangará-. Danza y canto demuestran la destreza del cuerpo sano, que habla y está erguido, condiciones para alojar el alma en la construcción de la persona. El nombre es entonces un bien-decir opuesto a la maldición. Otorga la salud ante el acoso permanente de la intencionalidad animista de otros espíritus como los dueños del monte (jara) o las almas de los muertos (mboguá). Esa relación a lo inanimado que se vuelve deseante aparece no tanto como la bondad de Dios, sino como un mal decir que viene del Ka´a guy, el monte como metáfora de un goce primero, paraíso perdido que enferma a quien no cumpla las prescripciones que supone el pasaje por la rueda de los nombres; o el ritual de Ñengué ante el tabú de la metamorfosis animal en la pubertad que tiene otra lógica nominativa. Decíamos que quien encarna la operación simbólica-imaginaria es el líder espiritual que debió transitar el camino de la sabiduría por sucesivas formas de abstinencia y ejercicios de dominio pulsional para acceder a un estado de perfección, el aguyje; un “estado de gracia” que sensibiliza a escuchar la lengua sagrada. Solo un sacerdote mbya en tanto es un “elegido” por Ñande Rú puede comprender el sentido intrínseco de las palabras-alma, las ñe´é porá, aquellas que producen la comunión entre un cuerpo con su correspondiente espíritu. Es también por estar en el aguyje que un Opyguá podría recibir en los sueños cotidianos un mensaje que se transforme en revelación, lo que no engaña acerca de lo predicho por Dios y que sirve en ocasiones para guiar a la comunidad frente a lo imprevisto. También los chamanes tienen laposibilidad de inter-decir, por ejemplo cuando leen un sueño y este adquiere el estatuto de una “revelación”.En el nombre bautismal la palabra deja la dimensión imaginaria del sentido comunitario que comunica a todos por igual y se vuelve una verdad aplicable a lo particular de ese nuevo ser. La voz escuchada como revelación toma la forma de la ñee-pyahu, la palabra “nueva”[9], una suerte de neologismo que no entiende cualquiera y que sigue la estructura de la invención poética ya que crea nuevas significaciones. Hay que destacar aquí que no se equivoca Dios –es un Otro que no engaña- sino el chamán que puede traducir mal el nombre verdadero. Hemos registrado casos que relatan cuando son muchos los niños que hay que dar el nombre y el mismo Opygua ante tanto trabajo de traducción sagrada, se puede confundir. Esta posibilidad de equívoco, será el factor provocador de la enfermedad espiritual como algo innombrable. Se trata de un real no captado por el símbolo que puede ser la causa de lo que llaman un “mal vivir” (teko achy), la enfermedad relatada como lo contrario a un “hallarse” (ayvu´a), un mal encuentro de la palabra con el cuerpo y la consecuencia de pérdida del referente nominativo que puede provocar la muerte.

III
Un niño de maíz y la cosa mbya: Mbae Ñemongarai
Hay que destacar la complementariedad no homogénea entre dos rituales: el momento del bautismo de los niños con la bendición de los frutos. Se usa el humo de tabaco sobre los frutos del Tiempo Nuevo donde se “fumigan” los cuatro elementos básicos de la alimentación para el buen vivir y se yergue el cuerpo donde puede tomar asiento el alma. Esos elementos vienen del monte o del cultivo mbya donde la ontología producida por el animismo introduce una naturaleza hablante, culturalizada, las palabras: algunos los árboles como el cedro (ygary) o algún animal como el yaguareté con los cuales los mbya establecen jerarquías de parentesco, tienen un Ángué (alma), es decir un deseo de algo que puede angustiar al mbya y cuyo máximo grado de alteridad se produce en la posesión del alma animal en una metamorfosis del humano (Jepotá)[10] Con respecto a la complementariedad de ambos rituales dice Alejandro Benitez, cacique de Pindo Poty:[11]

En el Ñemongaraí los varones acompañan con miel verdadera (eí eté) de la abeja Jateí, y las mujeres acompañan con mboyapé -torta de maíz- . Se lleva al Templo para hacer la bendición: para que cada uno, en cada familia tenga su nombre propio. Llevamos al Opy –el Templo- y hacemos un círculo para escuchar la palabra de Ñanderú Eté, el Creador de la Tierra y el Monte.

Porque ahí no existen, para nosotros como espiritualidad, para el Opyguá; no existen los papeles del libro. No es como el blanco, que para saber la verdad tiene que ver dónde está la palabra de Dios. Es costumbre mbya, como pueblo indígena que el Opyguatrabaja en directo con el Creador. Siempre ellos, los Opygua, hablan entre ellos, no todos están escuchando, pero a través del sacerdote, estamos hablando con Dios. El Kochí-Pecarí- eso es sagrado también, es un don a compartir. En nuestra espiritualidad es sagrado porque es para nuestra “fiesta de unión”. Por ejemplo si se caza un Kochi tienen que juntarse todos a compartir el patio del Templo y después se hace un saludo para el Opyguá. Algunos no van a creernos; pero no somos ignorantes, nosotros tenemos la computadora en nuestra cabeza, eso que nos enseñaron nuestros padres y abuelos; siempre lo guardamos en nuestra cabeza; esa es nuestra computadora. Esa es la memoria que no va a olvidar.

Este relato muestra dos caras de una misma moneda, el bautismo y la bendición se yuxtaponen y el resultado es una naturaleza culturalizada: el cuerpo fruto y el monte parlante de las cosas que tienen “alma” que se designa con la voz ñe´e si es superior que supone el significado “palabra”; o angué, parte del alma que queda en la tierra, inferior. También observamos una lógica interna de usar en complementariedad los cuatro elementos de la alimentación a bendecir: (maíz, miel, yerba y gwembé) y los cuatro dioses del linaje posible de los nombres (Tupá, Karaí, Jakairá y Ñamandú). Pero un niño no tiene el mismo estatuto simbólico que el maíz. Así lo expresa Ñande Jary Victoria Almeida, Kuñá Karaí de Aldea Jejy, acerca del ritual de bendición y bautismo como modo de evitar que los espíritus se lleven lo que aún no tiene nombre: el niño que recién camina, como el primer maíz de estación que se cosecha: La ceremonia de Mbae Ñemongaraí es la bendición que nos dió Dios y que nosotros tenemos que hacer siempre, para no olvidar (…) Es una bendición para la salud de los niños, para bajar la gracia de la palabra en los nombres del mundo. En la tierra parece que no hay nada malo, pero hay cosas que nos quieren llevar a otro mundo. El Ñemongaraí es para que los niños se queden en esta Tierra y todos tengamos salud.

IV
La experiencia de curación y el resucitar: ery pyahu. Dos casos
El Año Nuevo consagra el maíz, la miel, el gwembé y la yerba /

Rezo con la danza de las abejas en el Templo /

El Señor escucha la voz del Padre Verdadero

que dice los Nombres: hijos de Tupá, Karaí, Jakairá, y Ñamandú./

El humo sagrado se asienta en el Alma del niño ya que camina /

Y aquellos que no se encuentren, serán vueltos a nombrar [12]

Por lo observado, el procedimiento religioso con la verdad ubica a Ñande Ru, la divinidad máxima mbya, como causa final y dador de los nombres reversibles. Como el inconsciente intérprete en la cura analítica de las neurosis, ese significante resuelve el conflicto de los nombres y re-significa su falla cuando la etiqueta del “ser mbya” declina en un síntoma. 1- Una joven de 30 años de Tekoa Arandú (Pozo Azul) relata lo siguiente:[13]

Ahora ando muy hallada, feliz, porque cuando era chica no me hallaba. Los abuelos Karai decían en la ceremonia del Ñemongaraí, que era porque no tenía mi nombre propio, el verdadero. Me acercaron al Opyguá para que cuenten cual era mi nombre propio. El Opyguá dijo que si Ñande Ru no me daba un nombre, yo podía morir…

Por eso me sentía muy mal. Recién cuando crecí (?) me pusieron mi nombre verdadero. Por eso ahora me siento hallada, sé que voy a vivir mucho, voy alcanzar a ver a mis nietos, por eso estoy orgullosa. Jachuká Reté Jera´ï me llamo y para el blanco mi nombre es Fermina.

2- Un hombre mbya de Tekoa Jejy relata que a los veinte años cambiaron su nombre propio después de sentirse muerto y sin alma durante un mes. Dice:[14]

Trabajaba en una changa cuando frente al fuego me desmayé, después de una discusión con el patrón polaco. El Opygua me despertó con las palabras sagradas. Después no debía salir del templo por un tiempo en ayunas. Luego solo podía comer mboyape, jety (batata) y beber kaaguyju. A los tres meses me levanté con un Ñemongaraí y pude bailar el Tangará… pero no cambiaron mi nombre, seguía débil.

Siete años después cuando fui padre y mi mujer se fue con el bebé a otra comunidad volví a enfermar de tristeza, perdí el sentido de nuevo…me empezaron a molestar los mbogua (almas de muertos), como el de mi madre y no me dejaban dormir en los sueños… El sacerdote me dijo que tenía el ñee vaí (espiritu maligno), el payé.

De eso me curó con Tatachiná el Opygua. Sacó algo de mi cuerpo, una piedrita y me dieron un che rete tëmbiu –una dieta para mi cuerpo- … pero recién en un Ñemongarai cuando cambiaron mi nombre me sentí fuerte. Los yvyraicha –ayudantes- me acompañaron en el cuidado y revivió mi alma. El Opygua vio como bajó una luz parecida a la del Sol –Kuaray rechaka– a mi cuerpo, luego vino el nombre nuevo (ery pyahu) Deje de ser un Verá y soy ahora de Karai: ahora puedo cazar y jugar al futbol… resucité.

El acto de nominación es decisivo tanto para fabricar la “persona” mbya (razón de identidad étnica) como para mantenerlo lejos de “la vida imperfecta” (pragmática de causa religiosa) y ambas son complementarias para responder a la misma “cosa”: al agujero de la falta-en-ser viene a suturar una causa final –Ñande Rú, Dios- quien organiza con sus nominaciones una ontología del “ser mbya”. Pero la pérdida del nombre –en los casos aquí registrados- y la caída vital que causa una enfermedad de características psíquicas mas que físicas, demuestra que lo innominado conduce a un estado de alteración identificatoria, plasmado en el ser social. Hay también un corte temporal de la vida, un antes y un después de la pérdida del nombre, hasta que se asiente otra alma nueva en su “resucitar”, luego de otra ceremonia del bautismo-bendición que designa el nuevo nombre (ery pyahu), liberando al enfermo que fuera atacado por el alma maligna (ñeé vai). De ese modo observamos que los nombres de Ñande Ru siguen la lógica de la religión que segrega un sentido infinito, donde quedan disponibles las palabras-almas para dar otra vuelta en la rueda de la vida mbya. Sin embargo en esta muerte y resucitar del nombre que altera el cuerpo innominado, deja una experiencia sobre los límites del lenguaje a cada mbya que caiga del paraíso de los dioses -de los nombres del padre- para saber quién es.

Notas:

[1] Nos referimos a los desarrollos de Jacques Lacan sobre su teoría de los nombres en relación al sujeto del inconsciente como Otro simbólico. Es la inscripción en un significante primordial, el Nombre-del Padre, la que organiza la estructura de la neurosis en referencia a un Nombre-propio, que no es el nombre común sino un efecto segundo de su goce, la cifra no-sabida de su singularidad.-

[2] Cito aquí a J.-A. Miller: “El Padre tiene tantos Nombres como soportes. ¿Su función? La función religiosa por excelencia: unir el significante y el significado, la Ley y el deseo, el pensamiento y el cuerpo.” (Nota preliminar a “Los nombres del padre”, de Jacques Lacan)

[3] León Cadogan: Ayvu Rapyta –op.cit. pag. 81

[4] Jacques Lacan en “Función y campo de la palabra…” lo refiere así: “Es conocido el uso que se hace en las tradiciones primitivas de los nombres secretos en los que el sujeto identifica su persona a sus dioses hasta el punto que revelarlos es perderse o traicionarlos (…) no es raro que el niño vuelva a encontrarlo espontáneamente en virtud de este uso”

[5] León Cadogan: Ayvu Rapyta– op.cit. pag. 79

[6] Testimonio del Opygua Ciriaco Villalba de Aldea Pindo Poty registrado en el documental La sombra del jaguar- Kuaray´á Chivi- , en el apartado “Bendición y Bautismo”.

[7] Claude Levi-Strauss: “Sur le rapports entre la mitologie et le rituel”. Conferencia en la Sociedad Francesa de Filosofía, con una intervención de Jacques Lacan (1956).

[8] Destaco aquí que el medio vehiculizante de las palabras-alma puede ser también el agua, como en el ritual de profetización llamado “Mitákaraí”, tal como relatan los Ava Guaraní (Chiripá) de Paraguay en el documental Engaí –la verdadera compasión-(2010)

[9] Lucio Villalba, Aldea Pindo Poty; comunicación personal (2013)

[10] Ver Miguel A. Bartolomé: Parientes de la selva –los guaraníes Mbya de la Argentina, Capitulo IV; “Los Parientes del jaguar”.

[11] La sombra del jaguar- Kuaray´a Chivi– documental dirigido por Enrique Acuña- Producción: Asociación de Amigos Guaraníes –A.A.GUA.- 2012.

[12] Separata del capítulo “Bautismo y bendición” en el documental La sombra del Jaguar, 2012.

[13] Testimonio recogido en el film documental Tekoa Arandu, producido por Canal Encuentro. Argentina, 2008.-

[14] Testimonio de Karai , en Aldea Jejy –comunicación personal- 2012.-

Bibliografía:

• Cadogan, León: Ayvu Rapyta – textos míticos de lo Mbya Guarani del Guayra– Edición preparada por B.Meliâ, Biblioteca Paraguaya de Antropología, Asunción- Paraguay, 1997.

• Lacan, Jacques: “Función y campo de la palabra…” en: Escritos 1; Ed. Siglo XXI, Bs. As., 1985.

• Lacan, Jacques: “Intervención sobre una ponencia de C. Levi-Strauss” en El mito individual del neurótico, Ed. Paidos, Bs.As., 2006.

• Lacan, Jacques: De los nombres del padre, Ed. Paidós, Bs.As., 2005.

• Descolla, Philippe: Más allá de naturaleza y cultura, Ed. Amorrortu, Bs.As., 2012.

• Bartolomé, Miguel A.: Parientes de la selva –los guaraníes mbya de la Argentina– Ed. Biblioteca Paraguaya de Antropología, Asunción, 2009.

• Elizeche, J. Antonio: Mitakarai. La tradición espiritual Ava Guaraní, Ed. Fondec, Paraguay, 2008.

• Melià, Bartomeu y Temple, Dominique: El don, la venganza, C.E.P.Guasch, Paraguay, 2004.

• Levi-Strauss, Claude: “Las relaciones entre mito y ritual” (Inédito).Versión de traducción al castellano en: www.aplp.org.ar/etexts.

• Zanardini, José (comp.): Culturas indígenas, C.E.A.D.U.C. Biblioteca Paraguaya de Antropología, Vol. 87- Asunción, 2013.

• Cebolla Badie, Marily: Etnografia sobre la miel, Ed. Abya-Yala, Ecuador, 2009.

• Viveiros de Castro, Eduardo: Metafísicas caníbales, Ed. Katz, Bs.As., 2010.

• Remorini, Carolina: “Aporte a la Caracterización Etnográfica de los Procesos de Salud-Enfermedad en las Primeras Etapas del Ciclo Vital, en Comunidades Mbya-Guarani de Misiones, Tesis Doctoral”, UNLP, 2010. (Inédito)

• Fava, Ricardo: “La singularidad mbya y los derechos universales”, Revista Fri(x)iones Nº 2, Posadas, 2012.

• Testimonios del documental La sombra del jaguar, Dirección Enrique Acuña (2012). Véase: www.lasombradeljaguarmbya.blogspot.com .

Investigación por
Enrique Acuña
(1959-2021) Fue Psicoanalista, Miembro A.P. de la escuela de la Orientación Lacaniana (E.O.L) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (A.M.P). Director de Enseñanza de la Red A.A.P.P, del Instituto PRAGMA-APLP, Instituto Sigmund Freud, Biblioteca Freudiana de Bahía Blanca, Biblioteca de Oberá. Fundador y asesor de la Asociación Psicoanalítica Paraguaya Arandu. Fundador de las revistas: Conceptual, Fri(x)iones, Analytica del Sur (virtual). Autor de Resonancia y silencio y compilador de: Las paradojas del objeto en Psicoanálisis, Curarse del lenguaje, Locuras y psicosis y Vidas pulsionales.

Publicado en Analytica del Sur - Psicoanálisis y Crítica - 1ro de Julio de 2014

https://analyticadelsur.com.ar/los-nombres-de-nande-ru.../ 

miércoles, 2 de agosto de 2023

El buen vivir se aprende Bartomeu Meliá


El territorio guaraní, que en realidad es un espacio cultural, se puede representar en cinco palabras, que concatenadas significan el buen vivir: apyka, ava pire, teko, tekoha, teko porã. El camino hacia ese espacio, que lo predice y lo expresa, es el ñe’ẽ −la palabra− y el ñembo’e –hacerse palabra.
Esta formulación parece tanto más extraña cuanto es, creo, más auténticamente guaraní. Y nosotros por cultura y lengua no somos Guaraníes. El territorio guaraní no es una porción de la superficie terrestre; territorio es cultura y cultura es territorio. El territorio guaraní no es un algo anterior a los Guaraníes; es su creación. De ahí que el territorio guaraní no es ocupado ni conquistado, sino pensado, dicho y vivido. Usando un barbarismo, se tendría que decir que es un cultura-torio.

APYKA: el banquito ceremonial y el seno de la madre
El apyka es el primer territorio o cultura-torio, y éste es el seno de la madre, el lugar donde se sienta y se asienta la primera y única palabra de la persona, que se hace carne y habita entre nosotros. Es la primera palabra del ava, que en guaraní significa persona; la palabra nos visita y toma asiento, como baja sobre el sabio la palabra inspirada, estando él sentado en el banquito ceremonial, la recibe y él mismo se hace palabra. Sin este asiento, no hay posibilidad de ser persona. Ñande Ru Papa Tenonde, “Nuestro padre último-último primero”, surge de las tinieblas primigenias sentado en un apyka, desde donde se abre como flor. En ese espacio mínimo y total, pequeño y global la palabra de Dios se abrió en flor, palabra divina y fundamental, de la cual nacerán todas y cada una de las palabras humanas. 

Ñande Ru Papa Tenonde
gueterã ombojera
pytũ ymágui.
Yvára pypyte,
apyka apu’a i,
pytũ yma mbytére
oguerojera.
Nuestro padre último-último primero
hizo que se abriera como flor
de las tinieblas primigenias.
su propio cuerpo.
Las divinas plantas de los pies,
el pequeño asiento redondo,
en medio de las tinieblas primigenias
los creó, como un abrir en flor.

La explicación que los sabios y líderes religiosos le dieron a León Cadogan, el primer no-indio que registró esos textos míticos de los Mbyá-Guaraní del Guayrá, al preguntarles sobre el sentido de este apyka apu’a i, fue la siguiente:
Apyka apu’a i es pequeño asiento redondo en que aparece Ñande Ru en medio de las tinieblas. Al referirse al hecho de ser engendrado, concebido, un ser humano, dicen los Mbyá: oñemboapyka: se le da asiento, se le provee de asiento; locución que da a entender que el ser humano, al ser engendrado, asume la forma que asumió Ñande Ru (Cadogan, Ayvu Rapyta; textos míticos de los Mbyá-
2 Melià. El buen vivir se aprende
Sinéctica 45 www.sinectica.iteso.mx
Guaraní del Guairá, Asunción, 1997, p. 30).

En el Diccionario Mbyá-Guaraní Castellano del mismo Cadogan (2011) se da una traducción más sintética y compleja del mismo término:
Apyka asiento, es el emblema de la encarnación: apyka apu’a i asiento individual, en forma de animal…; ñe’ẽ porã ijapyka vae palabra alma que se encarna, también los genios, buenos o malignos, se trasladan por el espacio en un apyka; apykáre oĩ vae “los sentados”, los ancianos; el apyka se hace de cedro. <<moapyka; ñemboapyka: ñe’ẽ porã oñemboapykala la palabra buena se ha encarnado, ha tomado asiento; tembiapoapyka: aquel a quien se provee de asiento, a quien se hace encarnar; Tupã Ru Ete remimboapyka aquellas personas cuyas almas provienen del paraíso de Tupã.
Este mismo año 2015, dos alumnos Mbyá de la Licenciatura Intercultural Indígena do Sul da Mata Atlântica con énfasis en el área de lenguaje en la Universidad Federal de Santa Catarina, en Florianópolis, hijos de los renombrados líderes espirituales de Yynn Morotĩ Verá, en Biguasú, costa Atlántica de Santa Catarina (Brasil), el señor Alcindo Verá Moreira, de ciento cinco años, y la señora Rosa Mariano Cavalheiro, de noventa y ocho, me acotaron el significado de este mismo apyka como “el lugar donde todo se encuentra, donde los ancestros se reunían”, y por metáfora y antonomasia también “… el bastón, casa de oración, todo lo que guarda las informaciones del Cosmos, el receptáculo tangible de la Sabiduría”.
La persona que va a nacer es una palabra soñada que se asienta en el seno de la madre, que es el apyka poético y profético, un territorio propio, que anuncia en síntesis el espacio de su vida, de su historia pasada como pueblo y su futuro como proyecto que será dicho con palabras y con hechos durante toda su vida.

En ese territorio contenido en el seno de su madre, el Guaraní respira ya los sonidos y las influencias de su medio ambiente social y cultural; danza con su madre danzando y oye los ritmos de los cantos que ella misma canta, escucha la música
y, en una perspectiva chomskiana, construye los contrastes pertinentes de la fonología y gramática de su lengua materna.
Esta filosofía, por otra parte, no es del todo extraña a la sociedad occidental, sólo que la llevamos de manera vergonzosa escondida y sólo la consideramos con seriedad cuando se manifiesta tristemente en nacimientos de criaturas deformes y monstruosas, como resultado de las agresiones externas de una atmósfera poluída, de un agua envenenada por los agrotóxicos, o de un estrés incontrolado de la madre que trabaja en ambientes insalubres y denigrantes o en correrías sin descanso. El seno de la madre no ha estado en condiciones para recibir en su apyka, en su asiento, la sabiduría.

AVA PIRE: la piel que el hombre habita
El segundo territorio guaraní es la piel, un guante ajustado y agradable en el que venimos contenidos, que nos manifiesta y mediante el cual nos decimos. La piel es nuestro genio y figura; sólo a través de la piel nos damos a conocer, para bien o para mal; es la tela de juicio que dirá lo que somos y lo que aparentamos ser. Nuestra lengua es piel; es la piel que habitamos. Por vanidad, cubrimos con cosméticos esa piel para que no se nos descubra nuestro ser auténtico; hacemos de esa piel, de la palabra un escondrijo y un trompe-l’oeuil, un truco visual.
Como la piel que habitamos, la lengua limita nuestro ser y nos da a conocer también como diferentes en nuestra identidad; las identidades se manifiestan clara e inmediatamente en esa piel, tan tenue, tan frágil, pero que contiene toda la vida de la persona, su salud y su enfermedad, su alegría y su angustia; la piel del pulgar –ésa que nos exige la policía– es la identidad irrepetible de la persona. En esa piel se muestran las quemaduras y el cáncer de piel crónicas de muerte anunciada.
Hay muchas más pieles que lenguas, pero también hay analogías de color, de rugosidad, brillantez, suavidad, diafanidad entre pieles, de modo que a veces se ha hecho de esa lengua-piel un índice de raza. La tipología de las lenguas es también
una categoría sintética y análoga. La percepción sensible del decir, sobre todo en el canto, es una vía posible de acercamiento a una lengua, que no se fundamenta en jerarquías, sino más bien despierta emociones.
El cuidado de la piel no es, pues, solo vanidad aparente. La gramática, la precisión en el vocabulario, la frase bien hecha, el buen gusto en el decir, son propiedades de la buena oratura: el placer de escuchar a quien habla bien, y la satisfacción de hablar bien.
La piel permite también contactos, que no se registran necesariamente en marcas dejadas en la piel, si no es en circunstancias que dejan cicatrices y tatuajes más o menos indelebles. Los aché del Paraguay, mediante las sajaduras en relieve que corren paralelas por su espalda, nos relatan la historia de sus hechos heroicos. Entre los Guaraníes tenemos también al Ava kuatia, el hombre pintado, y ese diseño y pintura significativa pasó a designar el papel.

Antonio Ruiz de Montoya, en el Tesoro de la lengua guaraní, primer diccionario de esa lengua, elaborado a partir de los primeros contactos y publicado en Madrid en 1639, da cuenta en el lema kuatia, del ava ikuatia que significa “hombre pintado con varios colores”. Ahora bien, la palabra kuatia ya se presenta con varios y diversos significados, en los cuales se entreveran el primitivo y primordial de cosa pintada y el ya “reducido” según la semántica colonial, como papel en el que se escribe: kuatia (-r-), escritura; papel; carta; libro, sin dejar de ser pintura y dibujo corporal. Que era su primera acepción. El soporte de esa pintura era sobre todo el cuerpo humano, pero había aparecido ahora con esos ‘otros’, asimilados a sus hechiceros, algo nuevo, otro modo de comunicación de mensajes, a través de otro soporte que no es la piel, sino el papel, en el que la palabra y su voz, un sonido, son pintados mediante rasgos, líneas y rayas. El papel soporta la huella de la voz.
Pues bien, a través de una serie de mutaciones semánticas, como ñe›ẽ ikuatiáva, “la palabra pintada”, el adjetivo se hace sustantivo para significar el papel y el libro, que serán llamados: kuatia.

Es el gusto por la propia lengua. Y a veces el desprecio instintivo hacia otras lenguas, que por no entenderlas consideramos no lengua y las asimilamos a barbarie, a un “bababa” que los griegos endosaban a los que no eran de su lengua.
Discriminamos al hacer que el otro se sienta bárbaro.
La lengua guaraní le parecía a Félix de Azara “ladrido de perros”. Y por ladrido de perros se traduce hoy en el guaraní paraguayo el guahu, uno de los cantos sagrados de los Guaraníes. 
La semántica es huella y retrato de historia.
Los contactos entre hablantes de diversas lenguas son posibles, porque se toma conciencia de que hay estructuras comunes de comunicación, aunque son diversas
sus formas y su realización física. La comunicación es siempre física, sea a través de la voz u otros signos sensibles. Hay contactos de lenguas que se dan en contextos de guerra: el grito, el sapukái, el silbido de desaprobación, la pitada contra el Himno Nacional de España en la reciente Copa del Rey jugada en el Camp Nou de Barcelona.
¿Se puede cambiar de piel? Todos cambiamos de piel como cambiamos de voz con los años. Hay un hablar de niño y otro hablar de adulto; un hablar de mujer y otro de hombre. Hay hablas mujeriles, como en el guaraní. La voz nos delata. En el teléfono nos reconocemos por la voz.
¿Es posible vestir dos pieles alternadamente? Hablar dos lenguas es posible y lo que llamamos bilingüismo es deseable, pero no hay que confundir piel con ropa, que es segundo pellejo. Hay que desconfiar de los fáciles y engañosos bilingüismos. El auténtico bilingüismo es muy raro, aunque se da en casos especiales.
Como madre hay una sola, así también hay una sola piel. Me hace dudar la persona que me dice que es enteramente bilingüe. Y son muy engañosos los programas de educación bilingüe −tal vez apenas lo que son intrasistemáticos, y aun así requieren un examen crítico−. Porque la piel permanece y nos traiciona; conocí a un jesuita, el director del archivo romano de la Compañía de Jesús en Roma, que hablaba diez lenguas, todas en francés. Por otra parte, aun cuando la lengua sea tenida por jerigonza y algarabía, como calificaban los jesuitas de la Misiones Guaraníes –el aragonés José Cardiel o el austriaco Martín Dobrizhoffer, por ejemplo− a
la lengua de los paraguayos, era esa su lengua y había que respetarla.
La lengua como frontera y como puente es otra manera de encarar la lengua como límite revelador y espléndido y como contacto de diálogo, pero también de agresión y de cambio. La lengua es en sí una revelación; “desnudas las cosas en sí las da vestidas de su naturaleza”, como decía Montoya en su Tesoro de la lengua guaraní, de 1639. La lengua es separación y es contacto posible; es frontera y puente.

¿Qué tiene que ver todo esto con el territorio guaraní? Simplemente que la lengua es la piel del guaraní; es su identificación y es simplemente monstruoso lo que ha hecho el proyecto colonial desde los inicios y sigue haciéndolo hasta ahora,
de obligar, mediante alicientes, subterfugios y amenazas a que los Guaraníes cambien de lengua, se despellejen; que el tigre se vuelva cordero. A Mickel Jackson le costó caro cambiar el color de su piel. Los sistemas de educación nacionales han gastado y gastan millones en ese intento. Es cierto que, si lo consiguen, acaban con el territorio guaraní, si es que lo pretenden.
La colonia no llega nunca a la victoria plena mientras no haya conquistado la lengua del vencido hasta hacerla desparecer.

TEKO: modo de ser y sistema
El niño y la niña al nacer caen en una tierra, en un hueco que lo acoge como nuevo seno, de cual poco a poco se levantará, como plantita que brota y crece, para no confundirse con la mera tierra. Al caer como semilla en la tierra, en realidad cae en un campo cultural, en un teko. Si yo tuviera que elegir una palabra en la cual esté sintetizada la lengua guaraní sería ésta, palabra de varias acepciones, tonos y relaciones. La traducción que da el jesuita Antonio Ruiz de Montoya, en su Tesoro de la lengua guaraní, de 1639, es la siguiente: “ser, estado de vida, condición, estar, costumbre, ley, hábito”; prácticamente, los indicadores que da la antropología moderna del concepto de cultura, tal como la definió dos siglos y medio después Edward B. Taylor en Primitive Culture (Londres 1871): “Cultura, tomada en su amplio sentido etnográfico, es un todo complejo que incluye conocimientos,
creencias, arte, moral, leyes, costumbres, o cualquier otra capacidad o hábitos adquiridos por el hombre como miembro de una sociedad”.
Los sintagmas, calificaciones y frases a que da lugar el uso del término teko se extiende sobre unas veinte columnas del Tesoro, indicando la importancia y centralidad de este término y su uso en la vida. El teko es la noción que más acerca al esquivo concepto de identidad de las naciones.
Este teko es una tríade en la que se comunican y relacionan el teko katu, el modo de ser auténtico, ley y norma tradicional, el teko porã, el buen vivir y el vivir bien, y el teko marangatu, el modo de ser religioso de creencias, canto y danza, con líderes espirituales y sabios.

Tekoha
Una superficie terrestre se vuelve espacio geográfico y territorio en la medida en que los lugares físicos ocupados se vuelven lugar de relaciones humanas, de cultura e imaginarios propios. Una tierra –yvy– se torna entonces espacio –tekoha– por obra cultural humana –teko–, que es el modo de ser particular vivido históricamente por un pueblo o nación; es el lugar donde somos lo que somos y queremos seguir siendo; es una cultura diferente de otra, con su propio dinamismo, respondiendo a los nuevos tiempos desde su propia matriz. Cada uno de los tekoha es diferente y, sin embargo, responde a un modo de ser identitario. Se forma, así, un ñande rekoha –nuestro espacio ‘inclusivo’–, pues incluye a un grupo humano definido por lengua, cultura y economía, al mismo tiempo que excluye otros espacios donde hay gentes y culturas diferentes, frente a las cuales se hablará de ore
rekoha –nuestro espacio ‘exclusivo’ donde no están los “otros”–. El tekoha no es un espacio indefinido, aunque no esté marcado con mojones ni fronteras.
En realidad, los Guaraníes del Paraguay habían vivido siempre en su tekoha, sin mayores interferencias. Para muchos tekoha esta situación se prolongó hasta bien entrado el siglo XX. Los ava de más de cincuenta años recuerdan siempre que había monte, y ahora no hay más. Que había animales del monte, que ahora no hay más.

¿Qué dicen los Guaraníes sobre su tierra y territorio?
La tierra, lugar de cultura.
Muchas palabras tienen significados especiales según la cultura en que aparecen.
Una palabra tan simple como tierra no tiene el mismo significado en una cultura indígena o en una cultura colonial o capitalista. Yvy, dentro de modo de ser y vida guaraní, tiene un significado propio, aunque con matices de acuerdo con las historias
y los modos de vida da cada pueblo, sea Mbyá, Pãi-Tavyterã, Avá-Guaraní o Aché.
Cuando un Pãi-Tavyterã, por ejemplo, habla que la tierra es como el cuerpo, esa metáfora no es un recurso literario, sino un símbolo de vida práctica. Y así como
usted no despedazaría el cuerpo de su madre, ni la vendería en pedazos, usted no va a carnear y vender el cuerpo de su madre tierra, de su hijo, de su hermano.
Hay otras palabras como tekoha que ofrecen una construcción ideológica bastante diferente de la tierra. Si bien la tierra es el lugar que pisamos con nuestros pies, el sentido del tekoha −compuesto de teko− es “lugar donde estamos y somos
lo que somos”, es cultural; teko es “modo de ser, sistema, hábito, costumbre”, conforme el significado que presenta el primeiro dicionário guarani de Antonio Ruiz de Montoya, Tesoro de la lengva Gvarani (Madrid, 1639).
El tekoha es el lugar de nuestro sistema. Por eso, en general, el Guaraní no suele hablar del tekoha en la forma absoluta, sino siempre en la forma de genitivo, esto es, de posesión, de referencia. Ñande rekoha es nuestro lugar, es el lugar
donde nosotros somos.
¿Tierra es lo mismo que yvy? ¿Es lo mismo que tekoha? Un Guaraní dará una traducción de esos conceptos como él los entiende. “Tierra es tekoha”, responderá probablemente. Puede decir que es lo mismo porque él también, con toda razón, considera que nuestro pensamiento es su pensamiento y se estructura de la misma forma. En realidad, no es la misma cosa. Nuestro concepto de tierra no tiene la profundidad del pensamiento de ellos. Tratar de las tierras de los indios desde nuestro punto de vista, que sigue siendo colonial, es una aberración contra derecho. No es cuestión de dar o devolver tierras a los indígenas, sino de reconocer territorios indígenas.
Volvamos a la palabra pueblo. No hay pueblo sin tierra, por lo menos en su origen. Y esto nos lleva a preguntar qué es la tierra para cada pueblo. En el caso guaraní, hay que reconocer que en la práctica el tekoha no puede darse sin algún tipo de territorialidad. Existen pueblos que se desenvuelven sin territorialidad. Es verdad; es el caso de los romaníes, llamados también gitanos, o del pueblo de Israel, que durante muchos años vivió sin territorialidad –aunque en estos casos
crean en general territorialidades mínimas.

Tekoha, historia e identidad.
Ese tekoha, lugar del ser, es también espacio de modo de ser histórico. No hay tekoha sin historia. ¿Qué historia?
Una de las cosas que llama más la atención es la poca memoria que nosotros, los “civilizados”, tenemos, o sea, nuestra incapacidad de recordar. Casi no recordamos nada de lo que oímos, y es que no lo hemos vivido con otros; recordar es
haber vivido y escuchado. Sin embargo, cuando uno mira la propia vida personal, ve que las experiencias de las cuales hemos hecho memoria son mucho más creadoras de personalidad que los libros que uno leyó o las lecciones escolares. Es ahí donde nace la memoria histórica. El pueblo indígena continúa siendo un pueblo
de memoria tradicional, porque no lee, y gracias también a que no lee la pseudomemoria de los “otros”.
Esos caminos de la memoria son muy importantes, pues son los que forman la tradición. En el Paraguay hay territorios con tradición; los hay también –en general, las tierras compradas o usurpadas recientemente, en los últimos treinta años– sin tradición. Un territorio tradicional puede continuar siéndolo aunque se interrumpa en él durante unos años la presencia de los guardianes de la tradición, pero al que volvemos en busca de nosotros mismos.
Este es un concepto importante porque los nuevos y recientes propietarios suelen justificar la ocupación de territorios indígenas diciendo que los indios son nómades, ya que pasan de unas tierras a otras sin fijarse de modo definitivo en ninguna. Ahora bien, lo normal es que el pueblo indígena siga ocupando sus tierras tradicionales aunque sus pobladores se renueven y recambien. Los lugares tradicionales indígenas en el Paraguay tienen una ocupación continua de siglos y hasta milenios en algunos casos. Sociológica e históricamente, los nómades son los neoparaguayos que vienen de otros lugares y que expulsan a los habitantes tradicionales empujándolos a rincones de su propio territorio, y empleando incluso amenaza y engaño. La casi totalidad de las tierras del Paraguay están hoy en manos de recién llegados, que en algunos casos ni siquiera han llegado al país, pero tienen los papeles de las tierras usurpadas como bienes de capital anónimo.
El sistema jurídico de propiedad privada tiene memoria corta; le falta sobre todo imaginación para ir a buscar los argumentos en favor de los territorios indígenas donde en realidad están; los derechos indígenas han sido sepultados en el olvido.
Si el Estado no entiende esto, nunca podrá tener una política de territorio indígena, pero ni siquiera de territorio nacional.

Teko porã: formas del buen vivir guaraní, memoria y futuro
Me permito hacer memoria de mis primeras experiencias de convivencia entre los
Mbyá y Avá-Guaraní de Caaguazú y Alto Paraná. Era el año de 1969, cuando me torné aprendiz de antropólogo, guiado por don León Cadogan, el mejor conocedor no indio de la cultura guaraní en el Paraguay.
Solía bajar del ómnibus o de algún camión que entraba al monte en busca de madera de ley o palmito y me iba a pie hasta encontrar el grupo de casas de una comunidad guaraní. Siempre fui bien recibido, menos cuando una vez un acompañante casual, sin que yo me diera cuenta supiera y sin el permiso de los Guaraníes, comenzó a sacar fotos.
Desde el primer momento que entré el mundo guaraní quedé fascinado; escuchaba, observaba y participaba en cuanto podía de la vida guaraní, sobre todo de los rituales de su religión que me llenaban el espíritu de consolación y fuerza, que de hecho no encontraba tan intensamente en mi vida religiosa católica. Sin grandes lucubraciones, pasé a vivir esa especie de “bilingüismo” religioso en el que no había ni primera ni segunda lengua, primera ni segunda religión. Escuchar como niño que aprende los rudimentos de una nueva vida era mi única ocupación. Los Guaraníes, con mucha paciencia, desde entonces hasta ahora me educaron con métodos más humanos y efectivos que los ejercitados en la Universidad de Estrasburgo de la que acababa de salir en aquel año de 1969. Era doctor ¿En qué? ¿En ciencias religiosas, en filosofía? Mi único campo de investigación había sido la biblioteca, esa selva de libros con hojas de papel, a veces más ingrata, con sus secretos escondidos, y sin nadie a quien poder preguntar, casi todos eran autores muertos.
La selva que conocí en ese año de 1969 estaba casi intacta, era todavía aquel ka’a marane’ỹ del que hablaba ya Montoya en su Tesoro de la lengua guaraní de 1639, casi cuatro siglos atrás: “monte de donde no se han sacado palos ni se ha traqueado [removido]”, así como yvy marane’ỹ es “suelo intacto (que no se ha edificado)”. De hecho este mismo adjetivo marane’ÿ se traduce por “bueno, entero, incorrupto”; incluso por virgen: Tupãsy marane’ỹ, la Virgen Madre de Dios.
Lo mismo puedo decir de las selvas de Amambay que empecé a recorrer y conocer por dentro desde 1972. En esas felices selvas se desarrollaba ese teko porã, que me cautivaba y asombraba, no sólo intelectualmente, sino también, y sobre todo como experiencia de vida. Estas notas biográficas se justifican, creo, porque el teko porã es vivencia y convivencia.
El teko porã es un concepto que atraviesa la experiencia de vida de todos los Guaraníes que conozco y aun otros pueblos de la familia tupí-guaraní esparcidos durante más de dos tercios de la superficie de América del Sur. No es, pues, una filosofía de límites estrechos. Ya conocemos el significado de teko, como el registrado también por Montoya corresponde a: “ser, estado de vida, condición, estar, costumbre, ley, hábito”. Entre las numerosas calificaciones que recibe el teko está el teko porã. Es un buen modo de ser, un buen estado de vida, es un “vivir bien” y un “buen vivir”, más sentido que filosofado. Es un estado venturoso, alegre, contento y satisfecho, feliz y placentero, apacible y tranquilo. Hay buen vivir, cuando hay armonía con la naturaleza y con los miembros de la comunidad, cuando hay alimentación suficiente, salud, paz de espíritu. Es también identidad cultural plenamente poseída y libre de amenazas.
De los primeros Guaraníes que fueron conocidos en 1504 en la costa del Brasil, dice el capitán francés Binot de Gonneville, que “esos indios son gente simple, que no piden más que llevar una vida simple, sin gran trabajo, viviendo de la caza y pesca y de algunas raíces que plantan”. Este buen vivir lo describirá Ulrico Schmidl, que viene con la primera expedición que llega en 1537 al Ambaré, la Asunción de hoy:
Ahí nos dio Dios el Todopoderoso su gracia divina que entre los susodichos Carios o Guaranís hallamos trigo turco [maíz] y mandiotín, batatas, mandioca poropí, mandioca pepirá, maní, bocaya y otros alimentos más, también pescado y carne, venados, puercos del monte, avestruces, ovejas indias, conejos, gallinas y gansos y otras salvajinas las que no puedo describir todas en esta vez. También hay en divina abundancia la miel de la cual se hace el vino; tienen también muchísimo algodón en la tierra.
Sí, hubo tiempos de la divina abundancia que por cierto acabaron con la llegada de esos conquistadores parásitos y colonos egoístas y codiciosos, que sólo producen aquello que pueden acumular, enviándolo al exterior, sin preocuparse lo más mínimo del bienestar del prójimo, su conciudadano, si es que el dinero se rige por criterios de ciudadanía y de sana política.
Desde muchos siglos antes existía una agricultura guaraní planificada y fecunda —se puede hablar incluso de una verdadera y auténtica ciencia agronómica—.
Los Guaraníes no eran —ni son— nómades, sino agricultores y mejores productores de alimentos que los colonos que les sucedieron después, sin necesidad de privatizar tierras que producen para empobrecer; no se habían puesto en marcha todavía las fábricas de pobreza, que hoy conocemos, en las que hay que trabajar por salarios mínimos, o quedarse sin trabajo.
El tekoha es hasta hoy para todos los guaraníes —sean ellos Mbyá, Avá-Guaraní o Paĩ/Kaiowá, en Argentina, Bolivia, Brasil o Paraguay— el lugar de teko, es decir, el lugar
del ser, del hábito y de la costumbre, del sistema propio, de la familia y de la política, de la economía y la religión. Es lugar “donde somos lo que somos”. Ese espacio físico y
mental es la condición de posibilidad del teko porã del buen vivir; eso lo que la colonia se ha empeñado en destruir sistemáticamente mediante la usurpación de los territorios indígenas, destrucción ambiental, acumulación privada de bienes, desintegración del sistema social y secularización de los elementos de la vida religiosa.
El conquistador europeo, cuando, empobrecido, se convirtió de mal grado en campesino, acabó por pedir prestados al guaraní esos conocimientos, y los reconoció como los más adecuados para cultivar esa tierra. Sólo los jesuitas reconocieron esta habilidad y sobre ella hicieron descansar el desarrollo de sus pueblos.
De una u otra forma, a ese teko porã se refieren los pueblos guaraníes que lo vivían hasta hace apenas unos cuarenta años, y más concretamente desde que el Tratado de Itaipú y la agricultura mecanizada, en especial para el cultivo de la soja, trastocaron de manera definitiva y rápida las reglas del buen vivir y sus condiciones.
En este punto se impone un inciso y alusión al sistema económico guaraní, que es parte esencial del teko porã.

JOPÓI: manos abiertas uno para otro.
El buen vivir que supone un territorio —y lo necesita— se manifiesta en un tipo de economía que los guaraníes han definido como jopói, y que no es sino la versión de
la economía de reciprocidad tan extendida por todo el mundo y desde los primeros tiempos de la humanidad. Âge de pierre, âge de l’abondance; l’économie des sociétés primitives es el acertado título en francés de la obra de Marshal Sahlins, Stone Age Economics (1974), la economía más democrática que ha habido en el planeta.
Al llegar y vivir aunque no sea más que unos pocos días en una aldea indígena de las selvas tropicales de nuestra América, una de las cosas que más llama la atención es el modo como administran lo que tienen y lo que producen, es decir, su economía.
He tenido la suerte de poder convivir, no de modo continuo, es verdad, pero sí durante largas temporadas con Guaraníes de Argentina, Bolivia, Brasil y Paraguay.
También con varios pueblos de la Amazonía legal, como los Rikbaktsa, los Iranxe, los Mynkỹ, las Kayabí, y algo menos con Nambikuára y Paressí, y sobre todo con los Enawené Nawé del río Juruena en el Brasil, contactados por primera vez en 1974, con quienes permanecí hasta 1981. En todos ellos domina en lo profundo de su modo de ser la economía de reciprocidad, por ella se definen, para ella trabajan y en ella viven.
Los Guaraníes han condensado ese tipo de economía en una palabra extraordinaria: jopói. Su etimología se compone de tres elementos: jo, partícula de reciprocidad; po, mano; i, abrir: manos abiertas uno para otro, mutuamente. Hay mucha vida y mucha historia en ese jopói, que define un modo de estar en el mundo y una cultura, en la que la distribución e intercambio de bienes se hace no sólo de una manera justa, sino también digna, libre y alegre. Se es más feliz dando que recibiendo.
Convidar y dar de comer y de beber al convidado es el centro de la fiesta guaraní.
De ordinario, concebimos la economía como un proceso cuyo primer paso es la producción, el intercambio después y al fin la distribución, que en principio podría ser equitativa. Ahora bien, en las economías de reciprocidad que conozco la economía no comienza por la producción, sino por la fiesta, la distribución festiva de lo que se tiene, como don gratuito. La fiesta es la primera inversión, de la cual el crédito es el trabajo en común, en que se ponen todas las manos. Se produce para dar, y porque se ha dado se produce de nuevo para que el círculo de reciprocidad no se quiebre. El don llama al don, aunque no se está obligado a él. En realidad, el verdadero pobre no es el que no tiene nada para sí, sino el que no tiene nada para dar.
La reciprocidad es una comunicación no sólo de cosas, sino de palabras, de cantos, de relaciones personales. El jo de la reciprocidad entra en los verbos más característicos de la comunidad: conversamos unos con otros, nos convidamos, nos amamos mutuamente. Por el contrario, la tacañería es el miedo a recibir, porque no se quiere dar.
El proceso de trabajo y de producción está, en el Guaraní, no sólo condicionado, sino esencialmente determinado a reproducir el don; es decir, tiene en la reciprocidad, en el jopói, su razón práctica económica. De este modo, el convite y la fiesta, el “convite festivo”, son el primero y el último “producto” de esta economía de trabajo. Sin reciprocidad no se entiende el trabajo guaraní, ni siquiera el individual. 
Potirõ, pepy, jopói son tres palabras sustanciales de la economía guaraní:
manos juntas en el trabajo, convite y don, son apenas momentos de un mismo movimiento en el que el modo de ser guaraní se hace ideal y formalmente, pero no de un modo abstracto, sino en lo concreto de la producción de las condiciones materiales de su existencia, que nunca son de mera subsistencia y miran la excedencia y disponibilidad para continuar la producción.
Contrariamente a lo que se piensa, aún hoy el potirõ, la minga, puxirão o mutirão, como se dice en el Brasil, y el pepy, convite, se dan en sociedades   guaraníes contemporáneas e incluso en sociedades rurales paraguayas y brasileñas, lo que confirma que las formas de trabajo guaraní no han muerto.
Algunos hechos registrados en las crónicas jesuíticas aluden de manera directa a la relación entre trabajo en común y convite: “En viniendo de alguna caza o pesca y al tiempo de labrar sus chacras todos se juntaban a beber y emborracharse y en acabando el vino de una casa pasan a otra con muchos plumajes, muy pintados y adornados”. El trabajo, en último término, es una forma de reproducir el don y el don es historia social, memoria y futuro.
En términos más teóricos, decíamos con Dominique Temple, en el libro El don la venganza y otras formas de economía guaraní (Asunción, 2004): “La reciprocidad simétrica instituye la naturaleza del trabajo en otra dimensión, ya que la definición del hombre no es reductible aquí a lo biológico. Esta dimensión es la del hombre total, comprendido lo que lo especifica, es decir, su naturaleza espiritual”.
En palabras de los mismos Guaraníes, esta forma de trabajo es, a fin de cuentas, tan humana, porque es “divina”: tupã reko, un modo de ser, una costumbre, un hábito, un sistema divino, propio de Dios.
El teko porã ha guiado el ideal de vida de los pueblos guaraníes del continente; es lo que ellos mismos dicen y recuerdan, en contraste con su situación actual, en la cual la desgracia, la destrucción del ambiente y el paisaje, las enfermedades, la dependencia de otras formas de vida moderna, en realidad más absurdas, injustas y denigrantes, se les imponen.
La historia del Paraguay desde los tiempos coloniales hasta ahora sigue una tendencia tenebrosa que es precisamente la sustitución del tekoha, esos espacios de armonía ecológica, por la compra-venta de tierras en el mercado, que se ha afirmado sobre todo en los últimos años. Ahora bien, la extensión de latifundios, base económica de nuestros tiempos, no ha producido sino pobres; los “productores” no se sabe qué es lo que producen, pues ni siquiera pagan impuestos sobre las tierras que han privatizado para uso propio exclusivo ni tributan al Estado, por los graves daños que vuelcan sobre el país; en realidad, son productores de exilios, de masas de campesinos que se vuelven extranjeros en su propia tierra; productores de problemas que envían a las ciudades, productores de incultura y
desintegración social —el paraguayo medio tiene mucho menos cultura que los indígenas, pues éstos tienen una estructura, un teko más firme y consistente—;por desgracia, la educación de las sociedades rurales y operarias va a la deriva,
perdido el norte de un teko porã, que va despareciendo de su horizonte.
La eliminación sistemática de los tekoha indígenas es el paso estratégico fatal para impedir que haya un teko porã, no sólo para los indígenas, sino para toda la población del país.
Por todo eso, el teko porã guaraní no es solo memoria de un pasado nostálgico e idílico, sino proyecto de futuro, mediante el cual pensamos y decimos lo que queremos ser, y ya lo comenzamos a ser: es memoria de futuro. Y lo es para todos, pues es un buen vivir universal. Ese teko porã es posible y el buen vivir es todavía utopía que tuvo y puede tener lugar. El teko porã es el modo bueno y posible para vivir hoy y en el futuro.
ÑE’Ẽ HA ÑEMBO’E: palabra y hacerse palabra.
El complejo de apyka, avapire, teko, tekoha y teko porã no es una relación natural ni tampoco una idea abstracta aplicable a todos los lugares y culturas por igual. Las naciones que salieron de las independencias del siglo XIX en su intento de homogeneizar poblaciones y estados han querido imponer una educación para todos,
que resulta en la mayoría de los casos absurda y ridícula, al perseguir resultados discriminatorios en el uso del lenguaje y el poder.
Para los Guaraníes, la educación es la construcción progresiva de la propia palabra, dicha en el discurso de la propia vida. Nadie enseña a nadie; solamente nos colocamos en situaciones de recibir la sabiduría de lo Alto. La educación, como señalaba ya el libro de Edgar Faure, es Apprendre à être: Aprender a ser.
En las sociedades primitivas, la educación era múltiple y continua. Se fundaba sobre el carácter, las aptitudes, las competencias, la conducta, las cualidades morales del sujeto, que más que recibir educación se puede decir que se educaba él mismo por simbiosis. Vida familiar o vida de clan, trabajos o juegos, ritos, ceremonias todo constituía, en el curso de los días, una ocasión para instruirse: desde los cuidados maternales a las lecciones del padre cazador, desde la observación de las estaciones del año, a la de los animales domésticos, desde los relatos de los ancianos, a los sortilegios del chamán. Estas modalidades informales, no institucionales del aprendizaje han prevalecido hasta nuestros días en vastas regiones del
mundo, donde constituyen todavía el único modo de educación de que disponen millones de seres (Faure 1972, p. 5).
Los niños aprenden las reglas de la gramática sin haberla estudiado; practican una especie de gramática innata, repetidamente escuchada en las más diversas situaciones de vida. No siguen las reglas; las hacen. La lengua es la primera filosofía de la vida, pues gramática es relación y esta relación se aprende escuchando. La educación no empieza en la escuela, sino siguiendo el ciclo de la vida; los niños juegan a ser adultos, y los adultos trabajan alegres como cuando eran niños.
El primer cultura-torio cada uno se lo construye en la medida en que participa en una comunidad que va construyendo ese espacio de conocer y sentir, haciendo y sintiendo. Para el Guaraní, los territorios no existen, se hacen: desde su cultura aprendida, el Guaraní se guaraniza y guaraniza los espacios de su teko en formación. En esta fase de aprendizaje, escuchando, imitando, haciendo y ensayando soluciones la persona es el principal educador de sí mismo. El que mucho habla difícilmente aprende. La ciencia tiene que llevar a la sabiduría; conocer el tiempo –arakuaa– es siempre menos que sentir el tiempo –arandu.
El teko, que representa el centro de su esencia, es modo de ser, su identidad, el niño que ha nacido en un apyka de intimidad y centralidad de su cultura, su madre, lo va construyendo sin escuelas, ensanchando su piel, su lenguaje, su lengua y su modo de ser, costurando finamente las diversos aspectos de su teko, en vistas a la consecución de un teko porã.
El nosotros es más importante que el yo. Por eso, el cultura-torio, el lugar donde se puede ser cultura, es también el espacio donde se dan las condiciones de posibilidad del vivir bien, en comunidad y con libertad.
Examinando los diversos procesos del proyecto educativo nacional, que en algunos casos comienza ya en el jardín de infantes y en el preescolar, se percibe claramente que se pretende la transformación de territorios y sustitución de identidades, de lo cual el empobrecimiento de los pueblos, no sólo económico, sino cultural y moral, es la consecuencia más visible.
Los pueblos son conquistados cuando su proceso educativo es ocupado por potencias externas e imperialismos interesados. Se pretende cambiar la piel de los pueblos y se comienza por negar su lengua. El proceso de conquista, el proceso colonial, es llegar y destruir; lo que queda es negado y empujado a la clandestinidad y al desprecio. La religión como espacio sagrado e íntimo pasa a ser una payasada, a lo más un accidente folclórico. Una manera más sutil de negación es la deformación para llegar a la sustitución.
América es un continente sustituido, las poblaciones actuales sustituyen a las poblaciones anteriores. En el plan de sustitución entra la educación masiva y a la vez elitista a fin de llegar a transformaciones irreversibles. Estas transformaciones que suelen dar en dos campos paralelos: transformación de la ecología de los territorios y transformación del cultura-torio mediante una nueva educación. Es la destrucción del tekoha, para cerrar el camino al teko porã.
Nacido de la lengua y en la lengua, ese apyka fundamental, la educación se desarrollará por la lengua propia. Aprender es hacer el decir –‘e– y hacerse decir en la oración, en la palabra reflexionada, que suele ser también canto y danza –ñembo’e.
¿Cómo se hará palabra comunicativa y amiga la verborragia de una escuela en castellano para los niños indígenas, destetados violentamente de los pechos de su madre?
Como lo advertía Edgar Faure, cómo podríamos aprender de lo que somos y noir en busca de lo que no somos y ni siquiera entendemos.
Frente a la educación indígena, se lleva siglos en construir una escuela para el indígena. Las misiones religiosas consideraron “misión” el enseñar la lengua de la colonia para dar la buena nueva del evangelio, cuando ellos mismos eran cristianos porque escucharon la palabra de Dios en su propia lengua. Los Estados siguieron el mismo esquema, llevándose al pez fuera del agua para después culparle de su muerte. Se empeñan en educar mal y saben muy bien cómo hacerlo,
instruyendo en otra lengua y en otro tekoha transformado.
Recuperar las grandes virtudes de la educación indígena, teniendo en cuenta que la historia de la persona es la historia de su palabra, mediante la cual podrá establecer diálogos de igual, de verdadera interculturalidad. Que no es hacer que el otro sea asimilado a mi modo de ver, sino que yo entre en el río e historia del otro. Para ello, la educación indígena nos puede enseñar más que nosotros a ella.
El tekoha, esa palabra que en realidad no tiene traducción en castellano, es la puerta de entrada y el espacio del buen vivir.
Los indígenas deben y quieren volverse protagonistas de su propio destino. El
pensamiento educativo de los pueblos indígenas no tiene por qué esconderse, Lo positivo es que aparecen grupos y pueblos que se manifiestan mucho más activos y clarividentes en sus propuestas y exigencias. Son generosos y no ocultan las raíces y fuerza de su educación, de su palabra y de su decir. Existen todavía y no es inventarlas, es necesario escucharlos.

Compartido en Territorio guaraní
Programa Workshop II
3 al 5 de junio de 2015, Posadas, Misiones, Argentina.