Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

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sábado, 20 de noviembre de 2021

Los indígenas en las Invasiones Inglesas y las Malvinas



Pampas, Ranqueles y Tehuelches dispuestos a defender la patria.

Cuando se acerca el 180 aniversario de la ocupación de las Islas Malvinas por Inglaterra y cumpliéndose algo más de los dos siglos de las Invasiones Inglesas al Río de la Plata, cabe recordar unos episodios acaecidos inmediatamente después de la Reconquista, que injustamente no figuran en los textos escolares de Historia Argentina.

Dichos episodios fueron rescatados en 1934 por el doctor Wellington F. Zerda, en un libro de 93 páginas con el título de “Los indios y las invasiones inglesas” que para este breve artículo he modificado ligeramente para incorporar la cuestión de las Malvinas y para utilizar el término indígena (el que tiene los genes del lugar), más apropiado que el de indio que tiene que ver con la India. En el libro de Zerda se sintetiza y comenta lo siguiente.

Hubo algo más, aparte del batallón “Naturales”, compuesto por cuatro compañías de 60 hombres cada una, sumando un total de 240 soldados aborígenes, cantidad de relevancia si tenemos en cuenta que por ejemplo los “Montañeses” contaban con 200 efectivos y los “Húsares de Pueyrredón” con 204, lo cual es ampliamente conocido.

Felipe y Catetmilla y la representación aborigen:

Lo que es ampliamente ignorado es que el 17 de agosto de 1806, a los escasos cinco días de la Reconquista, se presentó en el Cabildo de Buenos Aires un indígena pampa llamado Felipe, en compañía de Manuel Martín de la Calleja, quien ofició de intérprete. El aborigen expuso que venía en representación de 16 caciques pampas y tehuelches, manifestando: “…que estaban prontos a franquear gente, caballos y cuantos auxilios dependiesen de su arbitrio para que ese I.C. (insigne cabildo) echase mano de ellos contra los colorados (ingleses), cuyo nombre dio a los ingleses…” y “…que tendrían mucho gusto que se les ocupase contra hombres tan malos como los colorados…”.
El 15 de septiembre de 1806, el Cacique Catetmilla junto con el ya nombrado intérprete o lenguaraz, y con Felipe a su lado, ratificó el ofrecimiento de gente y caballos en nombre de 16 caciques pampas para proteger a los cristianos contra los ”colorados” y que habían hecho la paz con los ranqueles para enfrentar juntos a los “colorados”…

A fines de diciembre de 1806 se insistió en ofrecer al Cabildo un total de 20.000 guerreros y 100.000 caballos (acta del 22 de diciembre) ocasión en la que ingresaron en la Sala Capitular 10 caciques pampas, insatisfechos de que no se les hubiera utilizado, informando que cada uno de sus guerreros contaba con cinco caballos y manifestando: “…queremos ser los primeros en embestir a esos colorados que parece que aún os quieren incomodar…”.

El turno de Epugner, Errepuento y Turruñamquii:

El 29 de diciembre se apersonaron los caciques pampas: Epugner; Errepuento y Turruñamquii representando a los caciques capitanes pampas Chuli Laguini; Paylaguan; Catetmilla; Negro; Marciuus; Lorenzo; Guaycolam; Peñascal; Luna, y Quintuy.
El cacique Epugner ofreció 2862 lanzas”…gente de guerra bien armada de chuza, espada, bolas y honda…”. Los otros, Errepuento y Turruñamquii tenían dispuestos 7000 hombres, que estaban apostados en Tapalquen, bien armados como los anteriores. Justo es de señalar que ninguno de estos ofrecimientos fue hecho a cambio de algún tipo de demanda o pedido de retribución.

Estos gestos aliviaron a las autoridades que esperaban una segunda invasión, La que se concretó con éxito en la Banda Oriental, como primer paso, y que después fracasó en Buenos Aires, ciudad que le impuso al invasor como condición de rendición, que abandonasen Montevideo y el resto la Banda Oriental que tenían bajo su dominio. Pero antes de ello, las autoridades (ya en semi rebeldía puesto que habían defenestrado a su Virrey), no sabían por dónde podrían llegar a desembarcar los “colorados” y la extensas costas Atlánticas del Virreinato estaban totalmente desprotegidas, a excepción de Carmen de Patagones. La oferta de colaboración de los pueblos originarios cuidaba las espaldas de la Ciudad, no sólo por la vigilancia que efectuarían en todo el litoral oceánico, sino que también por su disposición de enfrentar a los “colorados”, contando con fuerzas suficientes para ello, y con la ventaja de ser conocedores del territorio patagónico.

Es tiempo de un homenaje:

Cabe algún homenaje oficial, aunque tardío, a estos hombres corajudos, en sus descendiente, hoy mayoritariamente en mestizaje, de reconocimiento por la gesta de sus antecesores, quienes quisieron luchar en contra de los “colorados” en 1806, y que mestizados criollos, cruzaron Los Andes libertando medio Continente; que después de cruentas guerras civiles, organizaron la Nación y abrieron sus puertas a la inmigración que llegaba paupérrima, no produciéndose los rechazos con la magnitud que se manifestó en otras latitudes, (aparentemente más civilizadas) rechazo que hoy sufren ellos por parte de muchos nietos de los que “vinieron de los barcos”, quienes si vivieran en Europa serían hoy “sudacas”.

Hoy sufren nuestros aborígenes de un insano racismo a pesar de ser la base histórico social y fundadora del país, presentes mayoritariamente dentro de las clases más pobres de nuestra sociedad, y que hacen más viable la Integración americana (a la que entre otros, aspiraban Simón Bolívar, José Gervasio de Artigas y José Francisco de San Martín) ya que constituyen socialmente un puente natural con el resto de nuestra la América mestiza y morena, blanca y negra, a la que pertenecemos.

A pesar de la frívola afirmación de algunos “periodistas” quienes pontifican que "los argentinos venimos de los barcos” ya que los argentinos también venimos de la tierra, de la “Pacha Mama”, y de los que sí vinieron de los barcos como esclavos, y de los criollos, de los “cabecitas negras”, quienes juntos y en gran mezcla social, con la descendencia inmigratoria, unidos, debiéramos decidirnos de una buena vez a ser Americanos del Sur, asumiendo nuestra real identidad.

Debiéramos aceptar que transcurridos los tiempos desde la sanción del Día de la Raza, el 12 de Octubre, (día que siguen conmemorando algunos de nuestros países hermanos siguiendo la inspiración de don Hipólito Yrigoyen), que en la Argentina se ha revertido en “Día de la Diversidad”, que se tendría que revisar el tema en toda América actualizando la intención que compartimos, ya que se ha tornado indiscutible el hecho que raza hay una sola, que es la humana, y que no caben festejos, aunque sí conmemoraciones, ya que somos la resultante de todo lo bueno y de todo lo malo de nuestra historia, y como afirmaba un Santo: “…lo que no se asume, no se redime…”.

Por lo cual, somos lo que somos y “a mucha honra”, proponemos una idea que consideramos superadora: que el 12 de Octubre se transforme en el Día de la Patria Grande, ya que ella también es fuente integradora de la diversidad, y proclamemos un justo reconocimiento a “…nuestros paisanos los indios…”, según la conocida proclama del general San Martín. Y en este 180 aniversario de la usurpación de las Malvinas no podemos olvidar que del total de los ocho hombres, incluido su líder, “el gaucho” Antonio Rivero, más de la mitad, cinco, fueron aborígenes.

Juan Carlos Espeche Gil

Fuente: Revisionismo Històrico Argentino 

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jueves, 2 de abril de 2020

2 de Abril



Yo era, lo que nadie más quería ser.
Yo fui donde nadie más quería ir.
Yo termine lo que nadie más quería empezar.
Yo nunca pedí algo a los que nunca dan nada.
Yo mire al terror a la cara.
... Yo sentí el escalofrió del terror.
Yo me regocije en momentos de amor.
Yo llore, sufrí y tuve esperanza. Pero sobre todo, viví esos momentos que otros dicen es mejor olvidar.
Cuando llegue mi hora,
Yo podré decir a los demás que estoy orgulloso de ser lo que he sido…

Un Soldado

Fotografía: Soldado Argentino Prisionero - Batalla Pradera del Ganso.

Escrito por Teresita Seminara


lunes, 2 de abril de 2018

2 de Abril - Dìa del Veterano y de los Caídos en la Guerra en Malvinas

  

Las huellas de la Guerra: un documento histórico sobre cómo están hoy las Malvinas


Un fotógrafo de Clarín visitó los lugares de las batallas más cruentas. Aún hay restos de armas y hasta de vestimentas. Un viaje al pasado que ayuda a reflexionar en el presente.


Las huellas de la guerra en Malvinas: cruces recuerdan a los caídos argentinos y británicos (Fernando de la Orden/Enviado Especial)

Islas Malvinas

Después de que se fueron los familiares del cementerio argentino de Darwin que vinieron a homenajear a los 90 ex combatientes identificados, aproveché para recorrer por mi cuenta todos los caminos que pude de la Isla Soledad, buscando huellas de esos chicos de la guerra de 1982.

Mi primer encuentro con ellas lo tuve frente al Monte Kent, a una hora de distancia de la ciudad, que hoy tiene una base de observación militar en su cima. Fotografié dos helicópteros argentinos destruidos que, por suerte, según nos contó después un isleño que organiza tours por los campos de batalla (y que cobra 200 libras por día, más de 5.500 pesos) no ocasionó víctimas porque estaban en tierra estacionados.

Después de varios días de sol, me tocó el primero con clima “malvinense”: viento, frío y llovizna. Acerca del clima, mi nuevo amigo brasileño -un periodista que está escribiendo un libro sobre las tumbas y quien conocí cuando encontramos los helicópteros-me preguntó sonriendo: "¿Por qué quieren tanto estas islas?". Mientras intentaba parar la lluvia y el viento con un paraguas (adivinen si lo logró), siguió. "Los brasileños no estamos preparados para el frío", bromeó. Y no me puedo imaginar el frío que habrá tenido que soportar un soldado, por ejemplo de Corrientes, mal comido y mojado durante días.

Las huellas de la guerra en Malvinas: memoriales de la armada británica frente a Bahía Agradable (Fernando de la Orden/Enviado Especial)

Bien abrigado me animé a una recorrida a pie por los montes donde se sucedieron las últimas y más cruentas batallas de la guerra, cuando los soldados británicos avanzaron en el último asalto para recuperar “la ciudad” (que para ellos es Port Stanley y para nosotros Puerto Argentino).

Las huellas de la guerra en Malvinas: recorrida a pie por los montes Tumbledown y Longdon (Fernando de la Orden/Enviado Especial)

Lo primero que encontré, y me impactó, fueron unas zapatillas de lona, en una posición de artillería argentina. Se me vino a la cabeza la tristeza que sentí al fotografiar las zapatillas de los chicos que murieron en Cromañón. Sin querer entrar en polémicas sobre la guerra, creo que toda muerte joven es absurda.

Seguí caminando. Tuve que esquivar varios cráteres en la tierra, de aproximadamente dos metros de diámetro, hechos por las bombas de la Armada británica disparadas desde sus destructores estacionados en la bahía.

Las huellas de la guerra en Malvinas: una cocina de campaña en los montes donde se libraron las últimas batallas (Fernando de la Orden/Enviado Especial)

Subí al Monte Tumbledown o Monte Destartalado: el nombre lo grafica perfectamente, porque parece un monte que se cayó de costado. Cuando llegué a la cresta rocosa de la cima, la vista del valle era imponente.

Tanto más cuando las nubes se abrieron y dejaron pasar unos rayos de sol en el centro, como cuando Cristo es bautizado en una de esas películas que pasan en la tele en estos días de Semana Santa.

Pude ver varios puestos de combate de los soldados argentinos, una posición escondida por una pared de pequeñas piedras en la salida de un cañadón. Adentro todavía había una mini petaca de whisky y botones oxidados.

El viento sopló y alejó todas las nubes. Con el cielo despejado continué mi camino hacia el Monte Longdon (sin nombre en español). Llegué a la cima y leí, en inglés, en una gran cruz de hierro: “Nadie me asalta con impunidad”. Y recordé algunas preguntas que siempre me hice sobre el conflicto: ¿Realmente el gobierno militar creía que una vez que recuperaron las islas en un ataque sorpresa el gobierno británico les iba a responder con un “OK, ahora son suyas de nuevo”? Y cuando ya vieron que una guerra era inevitable, ¿creían realmente en sus posibilidades de ganarla? ¿Podrían haberse retirado a tiempo y seguir las discusiones por la vía diplomática, sin derramar tanta sangre?


Las huellas de la guerra en Malvinas: zapatillas de lona, cerca de un puesto argentino en los montes donde se libraron las últimas batallas (Fernando de la Orden/Enviado Especial)

Me siento un rato a descansar, caminé por tres horas. Me detengo a leer otros memoriales británicos que recuerdan a sus soldados caídos. Emocionan las historias de amor trunco que cuentan, esta vez en placas de bronce, algunos de sus familiares. En total, en esas dos batallas, murieron más de treinta soldados británicos y más de sesenta argentinos.

Las islas me parecieron hermosas. Paisajes y atardeceres de película. Montes pedregosos, amplios valles, praderas, mar azul y hasta playas con arena blanca que en verano se llenan de pingüinos de cuatro especies distintas. Sólo vi unos pocos en esta visita. Pero todo lo lindo que tienen no me alcanza para desanudar, o más bien aprietan más, el nudo que tengo en la garganta mientras escribo estas líneas.

Levanto la vista por la ventana del hotel y veo una bandera de las islas, que incluye una bandera inglesa en el ángulo superior izquierdo, que en realidad es una superposición de tres banderas, a su vez una superposición de más cruces. Flamea muy fuerte por el viento, como queriendo salir volando del mástil.

Fuente: Diario Clarin (Buenos Aires) - 1º de Abril de 2.018


"Mujeres invisibles", la historia silenciada de las veteranas de Malvinas



El libro de Alicia Panero habla acerca de las enfermeras e instrumentadoras quirúrgicas civiles que estuvieron en las islas.

Las voces de las mujeres veteranas de la guerra de las Malvinas son rescatadas por primera vez en un libro a través del cual la escritora Alicia Panero asume el desafío de contar cómo es vivir en el olvido, pasados ya 33 años del conflicto bélico cuyo fecha de inicio se recuerda hoy.

"Estas mujeres no figuran ni en un libro de historia; se las omitió y no formaron parte de los procesos de construcción de la memoria colectiva", refiere la autora de "Mujeres Invisibles" acerca de las enfermeras e instrumentadoras quirúrgicas civiles que curaron a los soldados argentinos heridos en las batallas por las islas.
Panero cuenta que algunas de ellas no habían vuelto a hablar del tema, hasta ahora.

"Todas sufrieron traumas muy fuertes por estar en contacto con los heridos", relata la escritora e investigadora, que trabaja y vive en una institución militar de Córdoba junto a su marido, que es militar.

Todas sufrieron traumas muy fuertes por estar en contacto con los heridos.


Algunas a bordo del buque argentino Irízar, otras en una suerte de hospital ambulante en la ciudad patagónica de Comodoro Rivadavia y otras en centros militares, la edad de las decenas de mujeres que participaron en la guerra oscilaba los 25 años, aunque también las hubo de 15.

"El rol fundamental de estas mujeres, además de la parte médica, era la contención afectiva a los soldados, que volvían con frío, con hambre -porque no les daban de comer- golpeados, amputados o quemados", explica la escritora.

"Cuando estas chicas volvieron a sus hogares, en diferentes puntos del país, nunca mas hablaron, estaban en estado de bloqueo", asegura Panero, quien resalta que "ellas sabían que no tenían que hablar ni durante ni después de la guerra, y ni siquiera se les permitía llorar".
Cuando estas chicas volvieron a sus hogares, en diferentes puntos del país, nunca mas hablaron, estaban en estado de bloqueo.

El conflicto bélico representó durante mucho tiempo para estas mujeres "un hecho vergonzante porque se las vinculaba a la dictadura", según describió la autora en una entrevista con la agencia EFE.

En su libro, Panero comparte historias como la de Alicia Reynoso, una exenfermera que, luego de haber sufrido un accidente cerebrovascular en 2010, mencionó a su terapeuta que la estaba "pasando tan mal como en la guerra" y se abrió a hablar de lo que había callado tantos años.

A pesar de haber prestado servicio y vivido la crudeza del conflicto en primera persona, estas varias decenas de mujeres no fueron reconocidas socialmente por su labor, no reciben pensión ni fueron incluidas en la ley que reconoce a los veteranos y los caídos de la guerra de las Malvinas.

"En la ley argentina, sólo es considerado veterano de guerra el que estuvo dentro de cierto perímetro de las islas y ellas no entran en esta categoría", explicó Panero, quien aclara que sólo una de ellas, Liliana Collino, pisó el archipiélago según los registros y recibe pensión, pero la mujer prefiere "no volver a hablar del tema".

En tanto, las que sirvieron en los centros de la Fuerza Aérea son reconocidas simbólicamente como "veteranas" por esta institución, pero en los hechos no reciben la pensión vitalicia otorgada a los militares y civiles que estuvieron en el teatro de operaciones.

"Recién 30 años después del conflicto, el Congreso mandó una medalla a estas mujeres y se las invitó por primera vez a participar de un desfile", cuenta la investigadora.

A partir de la lectura del libro de Panero, Hilda Aguirre de Soria, senadora nacional riojana por el Frente para la Victoria, redactó un proyecto para que se reconozca a las veteranas y se les otorgue el derecho a una pensión vitalicia.

Diario Los Andes (Mendoza-Argentina) – 2 de Abril de 2.015

Mujeres de Malvinas: las otras protagonistas de la guerra



Escrito por Teresa Sofía Buscaglia

Son madres, abuelas, esposas, novias, hijas, hermanas de los combatientes; aunque vivieron la angustia y las 
heridas del conflicto armado, de ellas la historia no habla.


Las mujeres de Malvinas en una vigilia el 2 de abril pasado en San Andrés de Giles, provincia de Buenos AiresCrédito: Patricio Pidal/AFV

Ellas son las que esperan, las que sostienen, las que reciben, las que curan las heridas, las que los hacen renacer. De ellas la historia casi nunca habla. Para muchos, son invisibles, porque permanecieron en silencio todos estos años. Aquel 2 de abril de 1982, con una mezcla de orgullo y angustia, ellas sentían que las cosas no estaban bien, a pesar de la euforia general. Ellas son madres, esposas, hijas, hermanas, novias, amigas, primas, abuelas... Todas vivieron el mismo dolor y tuvieron la misma esperanza: que sus guerreros, los hombres que fueron a Malvinas, vuelvan con vida. Como sea, pero que vuelvan. Algunas pudieron hacer realidad su deseo. Otras, no.

Todas vivieron el mismo dolor y tuvieron la misma esperanza: que sus guerreros, los hombres que fueron a Malvinas, vuelvan con vida.

"Papi, andá hablar al club, deciles que me guarden el puesto de arquero, cuando vuelva quiero defender los colores del club así como ahora estoy defendiendo la Patria", escribía Marcelo Daniel Massad desde las islas Malvinas en mayo de 1982, soñando con regresar a las inferiores de Banfield, donde jugaba. Pero nunca volvió. Como tantos soldados que fueron a las islas, Marcelo cumplía su servicio militar obligatorio en el Regimiento 7 de La Plata. Estaban por darle la baja, pero lo retuvieron sin explicarle por qué, recuerda su mamá, Dalal Abd de Massad. "Él estaba contento, decía que iba a defender a la Patria. Nunca demostró miedo. Vivimos esos momentos con ilusión porque se habían recuperado las Malvinas. Pero cuando partió el camión, sentí una desazón tremenda. Mi corazón de madre sintió una puñalada. Rezaba y lloraba. Se mezclaban las alegrías con las tristezas."

"Cuando partió el camión, sentí una desazón tremenda. Mi corazón de madre sintió una puñalada. Rezaba y lloraba. Se mezclaban las alegrías con las tristezas."
Muchas de las cartas que ellas les escribieron nunca les llegaron. Las que ellas recibían, sin embargo, coincidían en transmitir ánimo y decirles que estaban bien, que pronto se volverían a ver. Algunos de ellos contaban que tenían frío y hambre, pero aclaraban que estaban orgullosos de defender la Bandera, con mayúscula. "La única forma de saber de ellos era por los diarios y la televisión", agrega la mamá de Marcelo Daniel Massad. "Cuando el 1° de mayo nos enteramos del primer bombardeo inglés, nos estremecimos. Sentimos que ese crimen de guerra era el comienzo de cosas peores. En la noche del 11 de junio, a mi hijo le habían dado la orden de repliegue, pero él quiso avisarles a los compañeros que habían avanzado y, en ese intento, una ráfaga de ametralladora le dio en el pecho. Al partir, yo le había dado un rosario blanco, y en Malvinas le dieron otro de color marrón. Él unió ambos para rezar con los chicos. Cuando lo fueron a buscar, el sargento que estaba en su grupo lo reconoció por su rosario."

Al igual que muchísimas madres, Dalal tuvo que esperar muchos días desde la capitulación del 14 de junio hasta saber qué había pasado con su hijo. Nadie los llamó ni apareció. Recién lo supo 10 días más tarde. Les pidieron disculpas: "Todo es confuso, no sabemos cómo manejarlo", le dijeron. Luego le entregaron el rosario de su hijo. "Desde ese momento no hubo odio ni rencor. Sólo amor, porque pensamos que si él dio todo ese amor por la Patria, nosotros no vamos a ser menos acá. Son 649 caídos, aunque nuestro hijo sea sólo uno. Nuestra vida continuó gracias a la causa Malvinas", concluye Dalal.

En el caso de Susana Maier de Triers, las cosas fueron un poco diferentes. Si bien el dolor y la angustia fueron iguales para todas estas mujeres a las que la guerra bombardeó sus hogares, Susana pudo volver a ver a Esteban, que había partido a la guerra al poco tiempo de haber comenzado a cursar su carrera de Ingeniería. "Cuando lo llamaron, nos dio mucha emoción porque habíamos recuperado las islas. No tuvimos tiempo de ir a despedirlo al regimiento. Cuando se fue de casa, recuerdo que insistí en que llevara un pullover y un cepillo de dientes", detalla Susana.

"En sus cartas, siempre era optimista, decía que estaban bien, que era muy húmedo, que hacía frío, pero nunca nos transmitió desesperación. Mientras él estaba allá, yo lloraba mucho en mi casa, regaba el jardín con mis lágrimas, pero cuando salía a la calle, me mostraba fuerte. Tenía fe en que Dios lo traería de vuelta a casa", agrega.

"Regaba el jardín con mis lágrimas, pero cuando salía a la calle, me mostraba fuerte. Tenía fe en que Dios lo traería de vuelta a casa"

Esteban Triers tardó 20 años en empezar a hablar. Desde 2002 conduce un programa en Radio Soldados junto a otro ex combatiente de Malvinas con quien invitan a pensar, debatir y entender el tema de la soberanía sobre aquellas islas desde un lugar más optimista, resaltando el orgullo de haber participado.

En 1982, muchos de los actuales veteranos de guerra tenían novias y algunos hasta se habían casado e incluso ya tenían hijos. Estas mujeres novias, esposas y madres debieron madurar de golpe. Luego de la euforia y la celebración de los primeros días, la confusión y la desinformación empezaron a silenciar a la sociedad argentina y nadie entendía bien qué estaba sucediendo en las islas. La propaganda oficial dibujaba un panorama triunfal inexistente, pero nada de lo que informaban se podía comprobar ni discutir. No había comunicaciones telefónicas entre los combatientes y sus familias y eso aumentaba la incertidumbre.

Gabriela Castagna pertenece a una familia de militares y en mayo de 1981 se casó con Alejandro Arrojo, que recién recibido de subteniente integraba el Regimiento 6 de Infantería, en Villa Mercedes, San Luis. Ella tenía sólo 21 años y él, 22. En su primer aniversario de casados ya tenían una hija de dos meses, pero su marido estaba en Malvinas. "La guerra se sufre igual desde cualquier lugar. Yo estaba muy enojada con la gente que celebraba la guerra porque no sabían lo que era vivir la angustia de perder a alguien. La guerra te transforma, lo único que me importaba era que mi marido se salvara, nada más. Cada vez que tocaban el timbre, no quería salir porque no quería que nadie me avisara nada", dice Gabriela.

El final de la guerra fue abrupto y su marido volvió a casa, pero sus vidas habían cambiado, la guerra iría doliendo cada vez más con el paso del tiempo. "Mi marido jamás contó nada. Hasta el día de hoy no sabemos qué vivió allá. Cuando regresaron, llegaron en una noche oscura, como castigados, estaban destruidos física y mentalmente. Yo recién lo vi cuatro días después de saber que ya estaba en el regimiento. Volvió cambiado, dolido por haber tenido que rendirse. Yo crecí de golpe, estaba orgullosa de él, pero fue difícil, porque no sabía qué hacer, no nos habían preparado para algo así. Muchas mujeres alrededor mío habían perdido a sus maridos y el sufrimiento era mucho, sumado a la sensación de derrota y castigo social por ser militares", concluye.

"Mi marido jamás contó nada. Hasta el día de hoy no sabemos qué vivió allá."

La Argentina tuvo 649 bajas y 1085 heridos, de acuerdo con los datos oficiales. A estos números tan dolorosos habría que sumar los más de 500 suicidios que hubo en estas tres décadas, según denuncian los diferentes organismos de ex combatientes. Depresión, estrés postraumático y diferentes adicciones afectaron a cientos de estos jóvenes que nunca se imaginaron vivir aquel infierno.

Depresión, estrés postraumático y diferentes adicciones afectaron a cientos de estos jóvenes que nunca se imaginaron vivir aquel infierno.

El Estado no supo darles contención de ningún tipo a su regreso, incluido el cuidado médico y psiquiátrico que necesitaban. La inequidad social también los afectó, ya que muchos soldados provenían de sectores sociales de pocos recursos y les costaba reinsertarse en el mundo laboral. Luego de 30 años de finalizada la guerra, en abril de 2012, recién se inauguró el Centro de Salud para Veteranos de Guerra, para darles atención médica y psiquiátrica integral, a donde muchas mujeres acompañan a sus familiares ex combatientes, que necesitan sanar sus heridas.

Éste es el caso de Adriana, esposa de Carlos Correa, que hacia 1981 hizo el servicio militar en el Regimiento 3 de Infantería de La Tablada. Ambos tenían 19 años y un bebe cuando él fue llamado a reincorporarse y partió a Malvinas. No llegaron a despedirse. Adriana sintió un gran desamparo y se fue a vivir a lo de su papá con su pequeño hijo, hasta que él volviera.

"Fue tan fuerte todo lo que estaba pasando que no supe que estaba embarazada de cuatro meses. Conseguí trabajo, quería mantener la casa para cuando él regresara. Yo siempre tuve fe en que Dios me lo devolvería sin secuelas físicas ni psíquicas graves. Cuando llegó, al principio lo veía bien, pero una psicóloga nos dijo que no lo presionaran con preguntas, que le diéramos tiempo para hablar de lo que él quisiera. Durante los primeros meses, yo lo despertaba a mitad de la noche porque estaba empapado en sudor y hablaba en sueños. Me empezó a contar de los bombardeos y de la falta de comida. Uno de sus recuerdos más nítidos fue cuando, durante un bombardeo, él y otros soldados se refugiaron en un galpón y encontraron toneladas de comida en latas. El hambre era tan intensa que abrieron las latas con las bayonetas y comieron con una avidez casi animal. Estas vivencias no pasan sin dejar secuelas, pero recién hace un año hizo terapia con un profesional del Centro de Veteranos. La mejoría fue notable, gracias a Dios." Carlos Correa se reúne con los ex combatientes cada dos meses y no quiere volver a Malvinas mientras haya que ingresar con pasaporte. Junto a Adriana, formaron una familia con dos hijos que fueron compartiendo las anécdotas de la guerra a medida que su papá les fue contando.

El martes 13 de abril de 1982, María Fernanda Araujo tenía 9 años y, sin imaginarlo, saludó por última vez a su hermano Elbio, que se había presentado voluntariamente en el Regimiento 7 de La Plata. Desde los portones, esa tarde, ella y sus padres vieron salir camiones y soldados cantando "Volveremos, volveremos. Vamos a ganar". Él la saludó con un pulgar hacia arriba y una sonrisa. Iba orgulloso a luchar por su país y así lo describe en una carta que les mandó un par de meses más tarde. "Quédense todos tranquilos que el soldado Araujo monta guardia por la Argentina (la de todos), próspera y soberana y que es fiel a su juramento."

Elbio Araujo murió el 11 de junio tras un bombardeo a la trinchera donde él estaba. Al igual que la familia Massad, los Araujo no tuvieron noticias hasta días después de que los soldados arribaron a Campo de Mayo. "La misma bomba que le cayó a mi hermano le cayó a mi hogar, porque nunca volvió a ser el mismo. Tuvimos muchos años de tristeza, de búsqueda, de saber qué pasó. Toda esa tristeza la transformamos en amor, en obra. Nos duele cuando escuchamos que les dicen «esos pobres chicos». Desde que empuñó un arma, mi hermano era un soldado que fue a defender a la Patria, era un gran hombre, y por eso queremos que se recuerden el valor y el coraje que tuvo en Malvinas", aclara María Fernanda. "A las mujeres nos dan la fuerza para parir y también para seguir. Mi papá se apagó, pero mi mamá fue más fuerte y homenajear a su hijo la hizo salir adelante. Ésa fue su obra para tenerlo presente con ella."

Los hijos de quienes fueron a Malvinas hoy tienen entre 20 y 40 años. Son jóvenes y todos sienten un orgullo muy fuerte por lo que hicieron sus padres. Andrea Cachón tiene 37 años y era muy pequeña cuando su papá, Carlos Cachón, partió a la guerra como primer teniente de la 5» Brigada Aérea de Villa Mercedes, la misma que hundió el buque inglés Sir Galahad y les provocó muchas bajas a los ingleses. "En Villa Mercedes, los ex combatientes fueron bien recibidos al regresar de la guerra, porque la unidad militar es muy querida. Pero él se sentía muy triste y eso duró mucho tiempo. Siempre nos contó lo que vivió, sin esconder el temor que sintió en muchos momentos, y así lo cuenta también en las escuelas a donde va a dar charlas.. Siento mucho orgullo de él y así se lo enseño a mis hijos", relata.

En el caso de Jessica Codrington, de 26 años, ella aún no había nacido cuando estalló la guerra. Su papá era piloto de la Fuerza Aérea y estaba en la IV Brigada Aérea, en Mendoza. Con 25 años y recién casado, fue llamado para ir a combatir a las islas. "Me da un orgullo inexplicable cada vez que él habla o se lo nombra en un reconocimiento por la guerra. También siento admiración por mi mamá, por la fortaleza que tuvo para sobrellevar todo eso, sólo teniendo 21 años y acompañando con su amor a mi papá, en cada momento", dice Jessica, que es diseñadora en Artes Visuales y aprovecha su formación profesional para participar de distintos documentales y proyectos que rindan homenaje a los ex combatientes. "No debemos olvidarnos de ellos. Todos los que fueron a luchar estaban convencidos de que fue una causa justa. Hay que dejar de lado los prejuicios y las diferencias ideológicas para conmemorarlos."

"No debemos olvidarnos de ellos. Todos los que fueron a luchar estaban convencidos de que fue una causa justa. Hay que dejar de lado los prejuicios y las diferencias ideológicas para conmemorarlos."

Cuando en 2009 se inauguró el Salón de la Mujer en la Casa de Gobierno, no había allí un lugar para las mujeres de Malvinas. María Fernanda Araujo le pidió a la Presidenta que incluyera, entre las allí homenajeadas, la imagen de estas otras mujeres silenciosas que dieron todo por Malvinas. Desde 2010, cuelga allí también una foto de ellas, anónimas, de espaldas, ingresando al Cementerio de Darwin, para reencontrarse con sus guerreros, que se quedaron allí.

Pensión para las veteranas de la guerra
En marzo de este año, la senadora por la provincia de La Rioja Hilda Aguirre de Soria presentó un proyecto de ley para que las 13 mujeres que prestaron servicios como enfermeras y asistentes de salud en la Guerra de Malvinas sean reconocidas como veteranas de guerra y reciban una pensión correspondiente, tras la lectura de la investigación que había realizado Alicia Panero, que tituló "Mujeres invisibles".

Estas 13 mujeres fueron silenciadas por la dictadura y olvidadas por la democracia. Algunas de ellas tenían entre 15 y 18 años y vieron hechos terribles. Sufrieron de estrés postraumático y de todas las afecciones que tuvieron los demás veteranos, pero sin ayuda ni conocimiento de nadie. A diferencia de las enfermeras inglesas, que eran profesionales y fueron condecoradas, las argentinas eran estudiantes, algunas menores de edad, que recién estaban comenzando.

"Todas ellas tuvieron una vida muy difícil, y por eso deseo que reciban una pensión y todos los reconocimientos que se merecen. Han pasado por experiencias muy traumáticas y lo más conmovedor es que estas experiencias no tienen sólo que ver con las heridas de los soldados que debían curar, sino que aún tienen en sus oídos los gritos de los soldados pidiendo por sus mamás", explica la senadora.

Fuente: Diario La Nación (Argentina) – 6 de Abril de 2015