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Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

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lunes, 1 de junio de 2020

Reconstruyendo los pasos de Belgrano en Misiones


Cada 20 de junio, se recuerda el fallecimiento de Manuel Belgrano, creador de la Bandera Argentina.

El abogado, que fue clave en la Revolución de Mayo, de la cual hace unos días se cumplieron 200 años, también lideró la expedición a Paraguay a donde sembró la semilla de la revolución libertadora. Pero antes de combatir en el vecino país llegó a Misiones donde hizo base con sus tropas y redactó distintos documentos que son considerados como los primeros ensayos constitucionalistas de la historia nacional.

El vocal de la Junta, estuvo en Misiones entre noviembre de 1810, hasta abril de 1811. A pedido de El Territorio, los historiadores Jorge Francisco Machón y Esteban Ángel Snihur reconstruyeron aquellos días de Belgrano en la tierra colorada.


“Con Belgrano llegó la revolución a Misiones. Él fue el que vino a informar todo lo sucedido en el cabildo y a llevar la semilla revolucionaria a Paraguay”, comentó  Machón.

Snihur reconstruyó el viaje desde Buenos Aires, que arrancó en octubre de 1810: “La expedición sale de Buenos Aires con el objetivo de reclutar solados en el camino. Sale con un contingente de porteños, cruza por la Provincia de Entre Ríos, Corrientes, bordeando los Esteros del Iberá y sale a la altura de Ituzaingó y llega a la provincia por la ruta que llevaba a las Misiones. Ingresan a lo que hoy es Posadas, cruzan el arroyo Garupá y se instalan en Candelaria. Ese es el derrotero del viaje de ida para cruzar a Paraguay”, explicó.

“En ese trayecto se incorporan soldados correntinos, soldados de los pueblos misioneros de la época y en Candelaria cruzan el río Paraná de noche”.

“En la expedición de Belgrano, no se tiene bien el número y es impreciso porque uno de los problemas que tuvo que padecer Belgrano, fue la deserción de soldados correntinos y misioneros”, recalcó el Licenciado en Historia.

“Belgrano tenía un concepto militar muy clásico. Por ejemplo los soldados deberían ir solos sin familiares, pero los soldados guaraníes que se incorporaban a la expedición de Belgrano se resistían a ir solos, pretendían incorporar a la expedición al grupo familiar, llevar a sus mujeres a sus hijos, en una especie de caravana lo que se contraponía a la organización clásica que tenía Belgrano. Esa fue una de las causas por la que se generaba mucha deserción en la tropa de Belgrano”, agregó.

En noviembre de 1810, Belgrano se encontraba en Curuzú Cuatiá, donde nombró gobernador misionero a Tomás de Rocamora. En noviembre llega a Candelaria, donde empieza a construir su estrategia para invadir Paraguay.

“La expedición a Paraguay tuvo  objetivos más fraternales que opresoras, de ahí la designación de un político para comandarla y no de un militar, aunque hubiese recibido Belgrano el grado de Coronel Mayor”, documenta el libro Herencia Misionera.

El campamento estuvo en el pueblo mismo de Candelaria, “que tenía la estructura necesaria para contener a la tropa que llegó con Belgrano” comentó Snihur.

“El cruce del río no fue en un momento, sino que fue paulatino y en varios puntos de la costa, con el fin de que una avanzada pueda hacer un trabajo de inteligencia, previo al paso definitivo del resto de las tropas que quedaban. El cruce en si no es un hecho puntal sino un hecho en proceso que se va dando, por varios puntos, en Candelaria, más al Sur y más al Norte del río y el paso final se da en una madrugada”, rememoró el historiador.

Un adelantado
Mientras alistaba su tropa para cruzar al Paraguay, realiza una Proclama a los guaraníes y criollos que vivían en esta tierras y redacta el Reglamento, un documento que es tomado por muchos historiadores como el primer ensayo de una Constitución.

El documento se presenta a los pueblos misioneros el 30 de diciembre de 1810 y según sus palabras “‘es obra de mi deseo del bien, conforme a las instrucciones de nuestra superioridad’”, escribió Machón en el libro Misiones después de Andresito.

“Desde su campamento de Tacuarí redacta el reglamento para los pueblos misioneros. En ese reglamento él organiza institucionalmente la provincia de Misiones”, aclaró Snihur.

“Entre las disposiciones de relevancia de ese reglamento se encuentra la igualdad de derecho que otorga a los guaraníes respecto a los criollos y españoles que habitaban en esa época en Misiones, lo cual es un hecho revolucionario desde el punto de vista social”, explicó el historiador apostoleño.

Además, “reorganiza los cabildos de los pueblos, establece un sistema educativo para los pueblos, medidas que son acordes y propias a la Revolución de Mayo”, agregó sobre el Reglamento de Manuel Belgrano.

“El pueblo guaraní fue uno de los primeros en adherir a la Primera Junta de Buenos Aires. Por eso Belgrano hace la Proclama y les da los mismos derechos que los criollos”, explicó Snihur.

“Después hay un giro político de la población misionera, abandona la alianza con Buenos Aires, porque ve traicionado sus aspiraciones con el unitarismo porteño y gira al Federalismo, que le proponía al pueblo guaraní el acceso a la tierra, a autogobernarse, reconocimiento de derechos”, contó.

Lamentablemente las derrotas en Paraguay llevan a que el documento de Belgrano no pueda ser tratado en los cabildos de la época: “Él había dispuesto en el mismo reglamento que se debía tratar en cada cabildo misionero y que debía ser avalado por los cabildos para su puesta en práctica en los pueblos misioneros. De hecho eso por las contingencias que se sucedieron posteriormente no sucedió, pero de todos modos el reglamento que redactó Belgrano, quedó en la historia del país como uno de los primeros ensayos constitucionales. Tiene un valor jurídico importante e interesante dentro del contexto de la región y del país”, relató el historiador.

“Los sucesos posteriores a la expedición, la derrota militar en Paraguay, la situación política en que queda Misiones, luego del retiro de las tropas de Belgrano, lleva a que este reglamento redactado para los pueblos misioneros no se ejecute y no se pueda llevar a la práctica tal como lo había establecido el propio Belgrano”, comentó Snihur.

Una victoria diplomática
La expedición a Paraguay termina con dos derrotas para Manuel Belgrano. La primera fue el 19 de enero de 1811 en Paraguarí. “Allí acometió Belgrano con sólo 600 hombres frente a un enemigo que contaba con más de 7 mil soldados. Retrocedió el ejército belgraniano hasta el río Tacuarí, donde estaban asentadas desde tiempo atrás fuerzas guaraníes de Yapeyú”, figura en el libro Herencia Misionera.

Y continúa señalando que “Belgrano las hizo volver hasta Itapúa, lo que constituyó un grave error, pues pudo haber enfrentado el combate decisivo de Tacuarí con el doble de los sólo 400 efectivos con que contó. Derrotado el 9 de marzo de 1811, y luego de firmar un honroso armisticio, Belgrano y sus fuerzas abandonaron el territorio paraguayo”.

Finalmente esta expedición termina con un tratado de límites, que para muchos historiadores misioneros, significó una grave pérdida para el histórico territorio de Misiones.

“Belgrano firma un acuerdo de comercio y límites con Paraguay y cede parte del departamento de Candelaria, en el que están incluidos los actuales pueblos de Encarnación, San Ignacio Guazú, Jesús, es decir la banda occidental de Paraná y cede en custodia de los paraguayos los cincos pueblos paranaenses que eran Santa Ana, Candelaria, Loreto, San Ignacio y Corpus”, rememoró Snihur.

“Los paraguayos aprovechando ese contexto del tratado se apoderan de la margen oriental de Paraná y de los cinco pueblos Paranaenses, que después van a ser recuperados por Andresito”, explicó.

“La expedición de Belgrano a Paraguay si bien es una derrota en el campo militar y es un triunfo para la revolución en el campo diplomático, porque de hecho Belgrano logra inculcar las ideas revolucionarias en muchos paraguayos, en lo específicamente a los territorios de Misiones, significó un cercenamiento territorial de Misiones, a partir del tratado que se firma con Paraguay en 1811”, evaluó Snihur.

“Belgrano era abogado, no era militar, se lo designa general y se lo envía a Paraguay con la misión de someter a ese foco contrarevolucionario. Es un mérito de Belgrano, de haber obtenido un triunfo en el campo diplomático y haber sembrado la semilla revolucionaria en Paraguay, aun cuando militarmente fue derrotado en Tacuarí y en Paraguarí”, explicó el historiador.

“Evidentemente las circunstancias de su derrota habían obligado a Belgrano a olvidarse de sus promesas a los naturales misioneros”, reflexionó Machón en su libro.

“En el hecho puntual del territorio de Misiones, hubo un costo, hubo una consecuencia negativa y ese desmembramiento de los pueblos misioneros. De hecho antes de eso el límite de Misiones con Paraguay era el río Tebicuary y esa frontera pasa al río Paraná a través de ese tratado de 1811”, reconoció Snihur.

El mito del Sarandí
Para muchos, el Sarandí de Candelaria es la imagen más cercana que se tiene de Manuel Belgrano en Misiones.
Pero para los historiadores, ese árbol es “parte de un mito histórico”.
“De hecho el Sarandí que estuvo era un árbol centenario, se supone que pudo haber estado cuando cruzó el general Manuel Belgrano, pero no hay nada que diga que el general Manuel Belgrano descansó a la sombra del Sarandí”, reflexionó Snihur. 

Igual el historiador consideró que “es un testimonio de la época, como lo son los restos de los talleres que persisten en Candelaria, los escasos vestigios de las reducciones que todavía persisten en Candelaria, donde seguramente Belgrano se alojó previo al cruce del río Paraná”.

Fuente: Diario El Territorio - 20 de Junio de 2010 (Posadas-Misiones)

jueves, 22 de agosto de 2019

Clase 2 - La Herencia Misionera - Historia de la Provincia de Misiones - Capítulo 2: Los avá y su modo de vida

Los Avá y su modo de vida


Los guaraníes o avá –como ellos mismos se denominaban y denominan– definieron y caracterizaron culturalmente un singular espacio geográfico a su ingreso en la región misionera, siguiendo los cursos de los ríos Paraguay, Paraná y Uruguay. 

La región no constituía en aquel momento un espacio vacío. 

Varios pueblos, de procedencia incierta, portadores de una cultura protoneolítica, constructores de túmulos y grabadores de petroglifos, cuyos vestigios hoy persisten como enigmáticos testimonios, sucumbieron ante la presencia imponente de los guaraníes. 

Las imágenes dramáticas de aquellas luchas por el dominio del espacio quedaron sepultadas en el tiempo. El resultado fue la definición de una nueva geografía humana para la región misionera, aquella que encontraron los primeros conquistadores y colonizadores españoles y portugueses. 

El paisaje fue ocupado con la sucesiva instalación de aldeas o tavas. Estas aldeas,  señalaban la ocupación real de la tierra frente a los demás grupos no guaraníes que se alejaban cada vez más hacia el interior de la selva o el monte. El guaraní prefirió, para la instalación de sus aldeas, los terrenos ubicados sobre las riberas de los grandes ríos, arroyos y lagunas de la región. Eran los sitios más propicios para la pesca y la caza, para la recolección del ñai’ú o arcilla para la cerámica, y fundamentalmente para el aprovechamiento de la fértil capa de humus en las labores hortícolas, mientras que el monte cercano ofrecía sus frutos silvestres y abundante madera.


El guaraní conocía y visualizaba con claridad su hábitat geográfico, se sentía parte de él. Su propia lengua identificaba con toda lucidez, con nombres propios, ríos, arroyos, lagunas, cerros, montes, sitios significativos y otros de orden mitológico.


La aldea o tava instalada, por ejemplo junto a la laguna del Iberá, no constituía un hecho poblacional aislado. Todo lo contrario. Era parte de una amplísima red intercomunicada por caminos o tapés. En este ámbito las relaciones se establecían por el parentesco, o por alianzas circunstanciales de carácter ofensivo o defensivo. El guaraní conocía la existencia de los cazadores-recolectores que vagaban en torno de su ámbito geográfico, sabía de la existencia del imperio inca y de sus características, y había llegado inclusive hasta sus fronteras. Tampoco se le escapaba el conocimiento de la existencia del océano Atlántico. La geografía guaraní era un espacio racionalmente administrado. En él se conjugaban el hombre y la naturaleza en un armonioso equilibrio. Esto era sentido así por el guaraní. Lo que quedaba fuera de aquella geografía pasaba a ser la “tierra del otro”, del no guaraní.


Un modo de vivir y de producir
Los guaraníes habitaban en aldeas compuestas por tres o cuatro grandes casas comunales. Cada una de ellas contenía a todos aquellos que se hallaban relacionados por vínculos de parentesco, de tal modo que algunas podían albergar hasta un centenar de personas. Las casas, de forma alargada, consistían en una estructura portante de madera cubierta con ramas u hojas de palmera. En el interior, muy austero, se destacaban las hamacas colgantes y el fogón comunitario. En algunos casos, según las circunstancias, la aldea podía estar rodeada defensivamente por una empalizada. El ordenamiento de las casas comunales dejaba un amplio espacio abierto en medio de ellas. Esta especie de plaza comunal, era el sitio de la oración, la danza, la distribución comunitaria del alimento y asambleas.

Los lazos de parentesco actuaban como ordenadores de la estructura social y económica de los guaraníes. Cada casa comunal representaba un tey'i (parentesco, linaje, casta) formado por todos los descendientes de un antepasado común con sus respectivas mujeres. Cada tey'i poseía un jefe y toda la actividad económica productiva se organizaba en función del tey'i. Dicha organización se basaba en el concepto de reciprocidad en el trabajo y en la disponibilidad de los bienes. Los lazos de parentesco obligaban al socorro mutuo, a compartir la cosecha, el animal cazado en el monte y la miel recolectada. La reunión de varios tey'i, formaban un tekoá (querencia, residencia). La reunión no era arbitraria, sino producto de algún lazo de parentesco, generado por ejemplo por el casamiento de un varón de un tey'i con una mujer perteneciente a otro tey'i. Entonces se formaba un tava, es decir la aldea o el pueblo.

Si alguna situación especial lo requería, como podía ser el caso de una guerra, los diversos te-y'i elegían un jefe para el tekoá. Este tipo de designación se realizaba en casos muy especiales y el poder depositado en el jefe del tekoá se extinguía con la desaparición de la causa que diera fundamento a su elección. En realidad lo que cohesionaba al grupo, dándole identidad propia y persistencia, era la red de lazos de parentesco y el principio de la reciprocidad. El poder que detentaba el jefe del tey'i o cacique, era en la mayoría de los casos meramente nominal, ya que el poder real residía en la asamblea de ancianos. El cacique sustentaba su autoridad en la capacidad que poseía de dar o regalar graciosamente bienes a sus súbditos, en el valor y destreza que demostraba en la guerra, en su habilidad oratoria y en su poder de convocatoria. Si fallaba era destituido inmediatamente, pudiendo inclusive caer en desgracia.


Frente al cacique se alzaba otra figura de poder: el chamán, opyguá o payé. No sólo ejercía una gran fascinación sobre el pueblo, sino que también constituía una amenaza para la autoridad que representaban los caciques. Se lo suponía portador de poderes portentosos, capaces inclusive de causar la muerte de alguna persona, de hablar con los espíritus de los muertos, de cambiar el curso de los ciclos de la naturaleza, de provocar y curar enfermedades. Conocedor profundo de la herboristería, tenía carácter de médico y al mismo tiempo de brujo, ya que la enfermedad era explicada desde lo sobrenatural. A diferencia del cacique cuyo poder era generalmente hereditario, el payé se imponía al grupo por sí mismo, esgrimiendo sus presuntos dones sobrenaturales. Los estados alterados de conciencia que lograba a partir del consumo de hongos de propiedades alucinógenas generaban una atmósfera irreal que arrastraba a los integrantes de la comunidad a vivenciar experiencias de tipo místico. De esta manera el poder religioso se confundía con el político en la figura del payé. Su capacidad de convocatoria era tan fuerte, que su sola prédica podía generar grandes migraciones de población.

Una de las funciones del cacique era la de administrar el trabajo comunitario y de distribuir equitativamente los bienes del consumo, además de vigilar y controlar las diversas actividades. Existía una división del trabajo por sexos. La preparación de la cerámica era, por ejemplo, una tarea exclusiva de las mujeres, como la de plantar e hilar los lienzos. El varón era básicamente pescador, cazador recolector y guerrero. Labraba troncos para construir canoas, preparaba las armas, rozaba algún sector del monte destinado al cultivo del maíz, del zapallo, la mandioca, la batata y diversas variedades de porotos.

El concepto de propiedad privada de los bienes no existía en la sociedad guaraní. Todo lo que se cosechaba en los cultivos hortícolas, el producto de la caza y la pesca, los frutos recolectados, eran distribuidos solidariamente entre todos los miembros del tey'i. Solamente algunos pocos bienes podían ser detentados como personales, tal el caso de las armas, las hamacas, algunos utensilios de cerámica. En el mismo sentido, la tierra era considerada como un bien del que se podía disponer pero sobre el cual nadie podía pretender derechos de propiedad exclusiva. Eran comunitarios la tierra cultivable, las fuentes de abastecimiento de agua, el monte y la selva, con todos sus recursos aprovechables. El sentimiento individual de la propiedad privada prácticamente no existía, no ocurría lo mismo con el concepto colectivo de posesión de un suelo determinado y específicamente el sentimiento de íntima comunión existente entre los miembros de la comunidad, entendida como un todo absoluto, y la tierra que se habitaba.

La divinidad, el universo y la muerte
La faceta espiritual del guaraní constituye uno de los aspectos más llamativos y atrayentes de su cultura. Múltiples investigaciones se han realizado, desde el mismo momento de la conquista y hasta nuestros días, tratando de comprender e interpretar el complejo sistema de creencias religiosas y de concepción del universo elaborado por el pueblo guaraní.

Desde el mismo momento de la conquista hispánica, llamó la atención de los conquistadores y colonizadores el hecho de que los guaraníes no poseyeran templos, ni ídolos o imágenes para venerar, ni grandes centros ceremoniales. Muchos cronistas de la época no dudaron en concluir que se trataba de un pueblo sin ningún tipo de creencias religiosas. La verdad era otra, la religiosidad existía y era profundamente espiritual, a tal punto de no necesitar de templos ni de ídolos tallados.

Ñanderuvuzú o Ñande Ru Ete Tenonde, el primero, el origen y principio, o Ñandeyara, nuestro dueño, eran los nombres que hacían referencia a una divinidad que era concebida como invisible, eterna, omnipresente y omnipotente. Una entidad espiritual concreta y viviente que podía relacionarse con los hombres, por ejemplo bajo la forma perceptible de un trueno. Se manifestaba en la plenitud de la naturaleza y del cosmos, pero nunca en una imagen material. Ñanderuvuzú no era el dios exclusivo de los guaraníes, era el dios padre de todos los hombres. Esta idea de universalidad de la divinidad resulta realmente asombrosa por su grado de desarrollo, si la visualizamos en el concierto de las concepciones de la divinidad elaboradas por las otras culturas prehispánicas americanas.

Frente a Ñanderuvuzú, el padre bondadoso, el dador de vida y sustento del equilibrio del orden universal, estaba la otra dimensión de la realidad espiritual, el Mal, expresado en el concepto de Añá. Esta fuerza maléfica era la generadora de la muerte, la enfermedad, la escasez de alimentos y las catástrofes naturales. La realidad era comprendida como un débil equilibrio que podía ser roto por Añá en un instante cualquiera. De allí la trascendencia otorgada socialmente a la figura del chamán o payé, única persona capáz de conjurar con sus poderes sobrenaturales a las fuerzas del mal, pero al mismo tiempo muy temida por su capacidad de dominar y de valerse del mal como instrumento.

Para los guaraníes esta tierra y esta vida eran y son la imperfección. Existía un lugar donde todo era perfecto, la Tierra sin Mal. La vida del hombre era un andar hacia aquel sitio, al que se podía llegar luego de la muerte física, y –en algunos casos excepcionales– corporalmente, sin pasar por el trance de la muerte. La Tierra sin Mal no constituía un mito para los guaraníes. Era un lugar real, concreto, que se ubicaba imprecisamente hacia el este, más allá del Gran Mar (Océano Atlántico). Esta creencia en la Tierra sin Mal generaba periódicamente grandes migraciones en su búsqueda, inspiradas por el mesianismo de algunos chamanes o payés.

En esta compleja red de creencias y conceptos religiosos la muerte adquiría un profundo significado, pleno de simbolismos. Creían en la inmortalidad del espíritu y en el hecho de que la muerte consistía en el acto por el cual el alma o anguera abandonaba el cuerpo físico ya sin vida o teongué. Esta separación no era concebida como un hecho instantáneo, sino lento en el tiempo y que podría ser penoso para el alma si estaba demasiado apegada a la vida terrenal y a los bienes materiales. Era el deber de los parientes del difunto facilitar por todos los medios posibles la separación del espíritu del cuerpo, para que pudiese abandonar en forma definitiva el mundo de los vivos. Muerto el individuo, sus familiares procedían a la destrucción de todas aquellas pertenencias del mismo que pudieran retenerlo indebidamente en el mundo de los vivos. Si el alma quedaba, por simpatía hacia algún objeto, en el mundo terrenal, se transformaba en un angüe o alma en pena. El angüe inclusive, podía manifestarse a los vivos bajo el aspecto de un pora o fantasma. Entonces la única alternativa era la de recurrir al payé para que éste atrapara al anguerú en algún objeto, por ejemplo una pequeña hacha pulida.

El difunto era enterrado en un yapepó, una vasija de cerámica de dimensiones considerables, que generalmente permitía que en su interior yaciera una persona en posición fetal. El yapepó no tenía una utilización específicamente fúnebre sino que cumplía múltiples funciones. Su uso en el ritual fúnebre constituía el punto terminal de una trayectoria funcional. Concebido por las manos alfareras de la mujer guaraní, servía para la cocción de los alimentos, para la fermentación de las bebidas alcohólicas y para servirlas en los agasajos, y luego finalizaba convertido en urna funeraria.
Existían dos formas de tratar al cadáver. Una consistía en dejar abandonado el cuerpo del difunto durante algún tiempo prudencial en el monte, para que sufriera el proceso del descarne. Luego, los huesos eran recogidos y depositados en el interior del yapepó. Otra forma era la de introducir el cadáver completo en el interior de la urna, acomodándolo en una posición fetal.
La urna era enterrada en el mismo sector que ocupaban las viviendas. Junto al yapepó que contenía al difunto, se depositaban otras pequeñas vasijas cerámicas que contenían alimentos y bebidas, ya que se consideraba que en sus primeros estadios de desprendimiento del mundo terrenal, el alma aún conservaba ciertas apetencias humanas.


El ser guerrero. Una condición vital
El pueblo guaraní poseyó desde un inicio, un carácter intrusivo en la región platense. Su entrada fue violenta y determinó una existencia constantemente ofensiva y defensiva respecto a las poblaciones aborígenes no guaraníes que habitaban la región. La guerra era una necesidad a fin de conservar el espacio vital. Fuera de su espacio y de su etnia, no poseían amigos; todos eran enemigos. Aunque cada tekoá o aldea era autónoma, en caso de guerra se confederaban bajo la dirección de un jefe. Estas alianzas culminaban naturalmente con la finalización de la campaña guerrera.

Los ataques se realizaban en forma masiva, embistiendo directamente al enemigo. Previo al ataque, se hacía caer sobre las fuerzas adversarias una lluvia de flechas y piedras. Luego venía la embestida directa con lanzas, macanas o garrotes. La crueldad con los vencidos era extrema. Algunos de los prisioneros eran reservados para esclavos, mientras que otros lo eran para ser comidos en banquetes rituales. La antropofagia era una práctica común entre los guaraníes. Se consideraba que al ingerir la carne del enemigo vencido, existía una apropiación del valor y de las virtudes guerreras del mismo.

La cotidianidad del guaraní
La unión entre el varón y la mujer no tenía un carácter sacramental entre los guaraníes. Era simplemente una forma institucional de ampliar los lazos de parentesco y de consolidar el sistema de reciprocidad productiva y económica. Por este motivo, entre los caciques la poligamia era de práctica común, ya que con ella ampliaban e incrementaban su poder político y económico. En realidad el concepto de familia iba mucho mas allá, ya que involucraba a todos los que se hallaban vinculados por lazos de parentesco.

El guaraní se refería a su lengua como el avañe-é, el habla de la persona o del hombre. El lenguaje era concebido como una fuerza creadora, capaz de transformar y hacer surgir realidades. Según la mitología guaraní, el mismo Ñanderuvuzú había creado el avañe-é cuando por medio de las “palabras almas” había creado el mundo. La oratoria, muy preciada entre los guaraníes, constituía uno de los rasgos que distinguía a los caciques y chamanes y en el cual sustentaban el gran poder de convocatoria sobre sus seguidores.

La vestimenta de los varones estaba formada por un simple taparrabos y en la mujer, el tipoí, una especie de larga camisa sin mangas. Los adornos sobre el cuerpo no estaban ausentes. Plumas coloridas, collares y pendientes lucían sobre el cuerpo de la mujer. En el varón se destacaba el tembetá, pequeño objeto de piedra pulida, madera o hueso, introducido en una perforación en el labio inferior. La aplicación de pinturas sobre el cuerpo era muy común. Los colores se obtenían de sustancias vegetales y se aplicaban sobre el cuerpo para diversos fines, por ejemplo rituales religiosos o simplemente como repelente para molestos insectos.

La enfermedad consistía en la ruptura del equilibrio interior de la persona, causado por un espíritu malo, o Añá. La curación, por lo tanto, consistía en un acto de conjura, en el que tenía una participación clave el payé. Junto a los rituales del payé estaba la utilización de las hierbas medicinales, ampliamente conocidas y usadas por los guaraníes. Pero éstas no eran valoradas por sus principios activos, sino por su capacidad mágica para restablecer el equilibrio perdido y conjurar el mal.

Por su condición de agricultores, los guaraníes eran un pueblo básicamente vegetariano. La carne ocupaba un lugar secundario en la alimentación y dependía de la cacería de animales y aves silvestres y de la pesca. Consumían también el tambú, una larva que se desarrolla en los tallos de palmeras.
La producción agrícola era muy variada, destacándose el maíz, la mandioca, el zapallo, el tabaco, la batata dulce y una gran variedad de porotos. Otros productos vegetales eran obtenidos directamente del monte o la selva, tal el caso de las hierbas medicinales, frutos como el guayabo y la piña o ananá y la yerba mate.

Fuente: La Herencia Misionera - Identidad cultural de una región americana.
Autores: Alfredo Poenitz y Esteban Snihur. Con la colaboración de Jorge Francisco Machón.

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Video: Misiones Tiene Historia -  Los Guaraníes

miércoles, 21 de agosto de 2019

Curso Clase 1 - La Herencia Misionera - Historia de la Provincia de Misiones - Capìtulo 1: El hombre primitivo misionero



El hombre primitivo misionero

Las actuales provincias argentinas de Corrientes y Misiones, así también los territorios limítrofes de las repúblicas del Paraguay y del Brasil, se definen como una región guaranítica. Más de cuatro siglos de historia caracterizados por diversos procesos sociales, políticos y culturales, en los que han intervenido españoles, portugueses y más recientemente pueblos de una diversidad de orígenes, no han borrado esa impronta particular guaraní que define en muchos aspectos a la región misionera. El área comprendida en las cuencas del río Paraná y Uruguay al momento del arribo de los conquistadores españoles y portugueses era el ámbito geográfico donde un pueblo, el guaraní, se hallaba en pleno auge expansivo. Se trataba de un grupo humano relativamente nuevo en el área que había logrado imponerse a otras culturas preexistentes mucho más antiguas. La cuenca del Plata constituyó un hábitat atractivo para el hombre desde los más remotos tiempos prehistóricos. El medio natural del Alto Paraná y el Alto Uruguay adquirió, por sus características geográficas, una condición de corredor de ingreso para diversas corrientes migratorias de pueblos prehispánicos. Pero simultáneamente fue una región de asentamiento para culturas de tradición agrícola, tal el caso de los guaraníes. Una naturaleza exuberante y plena de vitalidad, caracterizada por la presencia de grandes ríos, el Paraná y el Uruguay, y un sinnúmero de arroyos, una flora y fauna abundantes, actuaron como condicionante decisivo sobre los grupos prehispánicos en la región misionera. La prehistoria de la región misionera es una materia muy poco definida científicamente. Son más los interrogantes que las certezas. Abundan los sitios y restos arqueológicos prehistóricos en todo el territorio misionero. No faltan tampoco los trabajos de intervención arqueológica metódicamente y sistemáticamente realizados. Pero aún quedan densas áreas problemáticas por resolver. La exacta datación de los restos hallados es una de ellas. A esto debemos sumar el escaso sustento de los conocimientos que hoy permiten entrever una visión macroespacial e integradora de la prehistoria de la región. A pesar de ello, los estudios realizados hasta el momento permiten una caracterización descriptiva a grandes rasgos de lo que fue el poblamiento prehistórico del área misionera.

La cultura prehistórica altoparanaense

La región ubicada en las márgenes del río Paraná y Uruguay, el sur del Brasil y el este del Paraguay, revela un gran número de hallazgos de instrumentos líticos, conocidos generalmente como hachas de mano. Esto nos habla de un poblamiento prehistórico muy antiguo de la región misionera, correspondiente en sus características al Paleolítico. Fueron los trabajos realizados por el sabio Mayntzhusen los que evidenciaron la existencia de una industria lítica con ciertos rasgos de homogeneidad, calificada como altoparanaense, por su ubicación geográfica. Estudios más profundos que posteriormente fueron realizados por Menghin, permitieron lograr una tipificación del material lítico. Los intrumentos típicos son las clavas de tipo bumerán, las hachas cuneiformes de sección oval, las azuelas, raederas y raspadores aquillados. Para este período se estima una datación que comprendería desde el 9000 al 1600 a.C. Los utensilios hallados se encuentran en los estratos superiores de la tierra roja, y en muchos casos cubiertos por una capa de humus de hasta 50 cm. Se deduce que su procedencia se remonta por lo menos al postglacial temprano, a fines de las últimas glaciaciones. Las condiciones geofísicas de la época suponen un clima templado y una sabana húmeda con abundante vegetación. El altoparanaense hace referencia a un grupo cultural bien definido a partir de un específico empleo de materias primas y técnicas en la confección de utensilios líticos. Gran parte de los utensilios hallados proceden de yacimientos arqueológicos ubicados en terrenos geológicos semejantes. El hallazgo de clavas curvas muy cerca de la costa atlántica podría representar un eslabón entre el altoparanaense y la cultura sambaquí. Podríamos deducir que la cultura altoparanaense se vinculó con otras culturas prehistóricas americanas o se dispersó por Sudamérica. En la región es posible apreciar dos tipologías líticas: una arcaica en la parte norte de Sudamérica, y la meridional que se extiende por la zona altoparanaense‚ incluyendo parte del Uruguay. El instrumento representativo es el hacha de mano con filo pulimentado, sin llegar al pulimento logrado en el Neolítico pleno. La cultura arcaica sambaquí se desarrolló en la región hasta la llegada de los guaraníes. El centro de irradiación habría sido la Altiplanicie Central Brasileña, mientras que Minas Gerais habría sido el centro de la cultura básica o meridional del hacha de mano que a fines del Cuaternario habitó todo el sur brasileño incluída la provincia argentina de Misiones y el este del Paraguay. El hallazgo de hachas de mano en el sur de la provincia de Buenos Aires, La Pampa y la Patagonia permiten suponer una penetración norte-sur de corrientes migratorias cuyo foco sería la cuenca del Alto Paraná y la alta meseta brasileña. En el altoparanaense es posible diferenciar dos tecnologías de tallado: una bi-facial y otra fundamentalmente unifacial. En ambas tecnologías se hacen presente la tajadera y el hacha de mano. Se pueden diferenciar dos tipos de tajaderas unifaces: un tipo muy primitivo de tamaño mediano o grande, o muy grande sin empuñadura. El otro tipo es plano convexo‚ más elaborado y con un evidente acondicionamiento en la empuñadura. Simultáneamente aparecen hachas de mano muy primitivas, realizadas con cascotes, donde el filo consiste en el desprendimiento con fuertes golpes de una lasca en uno de los extremos. En la tipología del tipo bifacial el artefacto representativo es el que Menghin denomina clava y Wachnitz, hacha de mano de forma arqueada. Ambas caras están talladas en su totalidad, mientras que el filo está minuciosamente retocado. La materia prima utilizada es la roca meláfira, dura y de óptima fraccionabilidad.


La cultura prehistórica eldoradense
Se trata de una cultura Neolotíca que se extendió hasta los estados sureños del Brasil, recibiendo la denominación de tradición taquara, caracterizada principalmente por la presencia de una industria alfarera. La cerámica eldoradense tiene su origen en la región amazónica. Se considera que ingresó en la cuenca altoparanaense por los ríos Tapajoz o desde el Atlántico remontando el río San Francisco, o por la zona de Minas Gerais. Existe la presunción de que la alfarería eldoradense era de uso doméstico y que sería una consecuencia de las primeras experiencias plantadoras en el Alto Paraná, ocurrida entre el 2000 a.C. y el 1000 a.C. La alfarería eldoradense puede clasificarse en tres tipos. Las cazuelas, sin decoración ni pintura, de tamaño moderado, de forma globular y paredes verticales, teniendo algunas piezas curvaturas hacia adentro con engrosamiento de los bordes. Otro tipo de alfarería son los vasos, de forma globular, ensanchados en la panza, achicándose en la parte superior y abriéndose nuevamente en los bordes hacia afuera. Algunas piezas se encuentran decoradas con franjas punteadas que circundan el vaso y otras con puntos triangulares, presentando en algunos casos engobe. Finalmente están los pucos, muy simples, de forma globular y con un diámetro de boca de alrededor de 10 cm. De una confección buena y delicada, no poseen ningún tipo de decoración. Simultáneamente, junto a esta refinada cerámica, aparece otra muy primitiva, decorada con líneas o líneas cruzadas. Los yacimientos son aislados y pocos en la región. Sobresalen las cazuelas, las palanganas y algunos recipientes cilíndricos. La cerámica es porosa y de una cocción deficiente. Podría tratarse de un tipo de cerámica primitiva, previa a la cerámica eldoradense, o posiblemente un caso de aculturación de algún grupo proto o epiprotolítico. Los utensilios líticos eldoradenses corresponden a un primitivo Neolítico. Parecería tratarse de una transición de una tecnología paleolítica a un Neolítico incipiente. Son notables también la presencia de complejo de túmulos, de alturas y diámetros variables. La presencia de cerámica y de utensilios líticos en la circunferencia de los túmulos estaría indicando que podría tratarse de un área de emplazamiento de viviendas. Algunos investigadores, como Menghin, ven en el altoparanaense un pueblo protoagrícola que se conecta con el eldoradense cerámico. Otros, en cambio, como Ibarra Grasso‚ niegan esta conexión y toda posible relación entre las dos culturas prehistóricas. Inclusive pretenden refutar el carácter protoagrícola del altoparanaense. Los aspectos antropológicos y etnográficos no ofrecen mayores certezas. Se considera que grupos de láguidos ocuparon la región, íntimamente vinculados con el grupo lingüístico gé que había poblado el sur y el este del Brasil, antes de la llegada de los guaraníes. Los caingang y guayaná parecerían tener un parentesco con los gé, así como los sambaquí arcaicos. Establecer la identidad de aquellos primitivos habitantes continúa siendo un aspecto problemático aún hoy. Prehistoriadores brasileños‚ por ejemplo, consideran al altoparanaense como perteneciente a la tradición humaitá dentro de un epiprotolítico. El origen eldoradense habría sido una oleada de cazadores recolectores portadores de punta de proyectil de piedra. Los mismos habrían ingresado en la región en el 6000 a.C., cubriendo toda Sudamérica, produciéndose su extinción hacia el 1500 a.C. En muchos casos, como en el eldoradense, la adaptación a un medio selvático habría provocado el cambio de la piedra por la madera dura en la confección de puntas.

Los túmulos se presentan en vastas zonas del continente americano. En la provincia argentina de Misiones se encuentran vinculados a la cultura eldoradense. La imágen permite una aproximación hipotética de lo que había sido la ocupación prehistórica en el sureste de Misiones /Arg., en el departamento de Apóstoles a orillas del arroyo Cuñamanó. Se trata de un montículo artificial generalmente de forma circular y dimensiones variables, utilizado para la instalación de viviendas y realización de ceremonias fúnebres.

La irrupción de los guaraníes
El complejo guaranítico comprende a un gran número de pueblos que se identifican por su lengua y determinados rasgos culturales comunes. Probablemente de origen amazónico, el complejo guaranítico se expandió desde el Caribe a la región pampeana, y desde el Atlántico hasta los contrafuertes cordilleranos de los Andes. Puede ser dividido genéricamente en tres grupos: los caribes, que ocuparon el norte de las Antillas; los tupís, que ocuparon el centro y sudeste del Brasil y los guaraníes, que ocuparon el sur brasileño, este y sudeste del Paraguay y parte del litoral argentino, incluyendo la provincia argentina de Misiones. Ingresaron en la región misionera en forma de aluviones desde el año 1000. La irrupción de los guaraníes en el área implicó, en algunos casos, el desplazamiento forzoso, y en otros, la aculturación, de grupos que ya estaban establecidos, como los kaingangs y guayanás.

Ivyra Kua del guaranì Yvyra (Palo, madera) y Kua (Hoyo, agujero). Era un método de cultivo utilizado por el pueblo guaraní consistente en la perforación del terreno mediante un palo con punta que servía para hacer el hoyo donde se sembraba la semilla. Usualmente constituía un trabajo propio de la mujer.

Mientras los guaraníes se asentaron en la zona de campos y a las márgenes de los ríos, y arroyos, los grupos subyugados se desplazaron hacia las zonas selváticas, cuando no sucumbieron ante la violencia de las irrupciones. De hecho, al arribo de los primeros conquistadores europeos a la región, en el siglo XVI, el fenómeno aún mantenía toda su dinámica. Eran portadores de formas organizativas, productivas y tecnológicas, que los situaban en una posición de poder y dominio cultural en toda la región misionera. Esta línea cultural en parte está definida por la industria cerámica, con sus peculiares técnicas, ornamentación, grabados y funcionalidad. La utilización del ibirá-cuá, un palo con punta que servía para hacer el hoyo para la semilla, constituyó desde su implementación toda una revolución en el ámbito de la horticultura.

Fuente: La Herencia Misionera - Identidad cultural de una región americana.
Autores: Alfredo Poenitz y Esteban Snihur. Con la colaboración de Jorge Francisco Machón.

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