Escrito>Bibiana Fulcheri
El
Museo del Barro, en la ciudad de Asunción, es único en su tipo. Trabaja en un
mismo nivel obras de arte popular, indígena, suburbanas y eruditas. Así, su
concepto de "arte contemporáneo" se amplía.
Ubicado
en Asunción, Paraguay, en el barrio Isla de Francia, donde abundan las
orquídeas de los varios viveros circundantes, el Museo del Barro luce
fulgurante en su azul cobalto mezclado con terracota. Apenas comenzamos el
recorrido, al pasar de sala en sala, entre las colecciones de arte indígena,
campesino y urbano, coincidimos en la descripción que hace del lugar la crítica
de arte paraguaya Luly Codas: “Es un espacio plural de la inacabada fe y el
irremediable entusiasmo… espacio de memoria y deseo donde descubrimos la pasión
de un pueblo y la melancolía de su cultura/flor cortada”.
Los
orígenes del museo datan de 1972, cuando era una colección circulante (de
pintura, dibujos, grabados) por lugares públicos. Más tarde se instaló en la
ciudad de San Lorenzo e incorporó cerámicas arqueológicas y de los centros
alfareros de Itá y Tobatí. Y desde 1992, con la incorporación del Museo de Arte
Indígena (madera, tejido, arte plumario, barro) reúne, preserva y difunde obra
artística con carácter pluricultural y multiétnico.
Máscaras. Kamba ra’anga es un personaje colonial que usa máscara para representaciones o fiestas. |
¿Qué
es lo que hace tan particular a este museo? Ticio Escobar, el fundador y
director del Centro de Artes Visuales Museo del Barro es también curador,
escritor, crítico cultural, y exministro de la Secretaría Nacional de Cultura
de Paraguay. Responde: “Lo que hace especial al Museo del Barro es su abordaje
de la diversidad cultural. Trabaja en un mismo nivel el arte popular, el
indígena y el erudito de filiación ilustrada. Es difícil distinguir este último
como ‘contemporáneo’, porque nosotros partimos del supuesto de la
contemporaneidad de las otras formas de arte, las indígenas, populares y
suburbanas. El museo no sólo proclama el derecho de la diferencia cultural,
sino que lo pone en práctica”.
Y
agrega: “El Museo del Barro se opone por eso a las políticas ‘museales’, que
reservan el museo del arte a las obras ilustradas y relegan las populares a los
museos de arqueología, etnografía o historia, cuando no de ciencias naturales.
Argumentar en pro de la paridad entre sistemas diferentes de arte requiere una
conceptualización de lo artístico contemporáneo. Sin sacrificar la
particularidad de un ámbito propio del arte, el concepto curatorial del museo
cuestiona el elitismo etnocentrista de origen moderno”.
–¿Existen
experiencias similares a la del Museo del Barro en Latinoamérica o el mundo?
–Este
año estuve en Madrid y en Berlín, en congresos de museología. En ambos
encuentros se habló de que la experiencia de articular en un espacio museal, y
con la misma importancia, paradigmas populares, indígenas y eruditos ilustrados
era propio del Museo del Barro y, hasta donde se sabía, no existían otras
experiencias similares; con ese formato al menos. El Micromuseo de Lima,
dirigido por Gustavo Buntinx, trabaja de manera similar, pero centrado en las
culturas suburbanas; es un caso único en esta línea.
–También
hay otra singularidad en el Museo del Barro, su gran vínculo con organismos de
defensa de los Derechos Humanos…
–El
propio concepto de diversidad supone un enfoque de derechos humanos: el derecho
de la diferencia se basa en la asunción de un modelo inclusivo de arte,
desarrollado paralelamente al programa hegemónico, aunque inevitablemente
vinculado con él. El museo ha desarrollado distintos programas y campañas en
pro de los derechos étnicos y populares. Durante la dictadura militar de
Alfredo Stroessner (1954 a 1989) fue un lugar de resistencia cultural.
En
síntesis, el Museo del Barro es un territorio liberado, donde habita “la
belleza de los otros”, como dice Ticio Escobar, que añade: “Aquí se pueden
conjurar tiempos ajenos y capturar en su levedad insoportable un instante
intenso y fugaz, hermoso y real cómo un relámpago”.
Fuente
> La Voz – 13 de Diciembre de 2.016
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