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Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

miércoles, 15 de febrero de 2017

Ruinas de San Ignacio – Misiones (Argentina)



Declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO entre la espesa selva misionera se alza el relieve de las ruinas de la Reducción de San Ignacio, los restos de una civilización diseñada por jesuitas y construida por manos Guaraníes que descolló por su eficiencia hace casi 400 años y por eso mismo debió perecer. La fachada de su templo fue realizada íntegramente con arenisca rosada en 1610 y su diseño barroco americano fue reconstruido por un grupo de científicos durante el siglo pasado. Es que la reducción había estado sepultada bajo la jungla durante casi dos siglos.
Miles de turistas la visitan por año. Se encuentra en pleno centro de la localidad de San Ignacio, por la ruta número 12, a 60 kilómetros de Posadas.

La pared derecha del templo hoy luce impecable, ya que durante el verano un grupo de especialistas la estuvo acicalando. Esto es posible gracias a que la World Monuments Foundation donó 50.000 dólares para que, paso a paso, se dejen relucientes todas las paredes de este monumento que, debido al clima tropical de la región, tiende a cubrirse de pequeños microoganismos que lo descomponen.


Muy cerca se encuentran los restos de otras reducciones que no han sido reconstruidas y, por eso, se las puede ver en toda su tragedia. Son una visita obligada para los amantes de lo natural, las raíces de árboles centenarios se enredan entre los pilares de las construcciones. Se puede comenzar con las ruinas de Loreto, a tan sólo 15 kilómetros de las de San Ignacio. O con las de Santa Ana, que están a 45 kilómetros de Posadas.

La arquitectura impresiona hasta al turista más desinteresado. El mismo impacto causó, hace cuatro siglos, al visitante habituado a la pobreza estética de la mayoría de los templos de los pueblos españoles. Tanto, que la elite porteña solicitó que el mismísimo Cabildo de Buenos Aires fuera diseñado por arquitectos jesuitas y construido con la colaboración de obreros indígenas.

El diseño del templo de San Ignacio constituye una excelente muestra del barroco americano: las columnas cumplen únicamente una función estética, ya que no actúan como soporte de las paredes. Lo hacen las vigas transversales de madera, las cuales se hallan disimuladas en la misma edificación. ¿La finalidad de esta mega arquitectura? Sobre todo, impresionar a los mismos indios Guaraníes. Con semejantes bloques arquitectónicos, la presencia del Dios cristiano se sentía hasta las entrañas.

San Ignacio Miní
Las reducciones funcionaron con la precisión de un reloj. Todo en perfecta línea y orden. Esto se puede sentir con toda claridad, con sólo echar una mirada a las ruinas.

La Reducción de San Ignacio fue construida de un solo envión siguiendo los planos con los que la Compañía de Jesús construía reducciones en otras regiones del mundo. Luego de ser reclutada por los jesuitas, la población indígena vivió en un campamento provisional y sólo cuando todo estuvo terminado, el pueblo pudo mudarse. Pero ninguna reducción estuvo diseñada para un crecimiento espontáneo y el desarrollo tenía un límite: si la población superaba los 6000 habitantes se enviaba el excedente a otra reducción que estuviera atravesando una caída demográfica. San Ignacio llegó a alojar a 3300 personas.


En el centro está la plaza, un espacio vacío de arquitectura, pero desbordante de contenido simbólico. Representaba lo comunitario y en ella se realizaban las actividades culturales de la reducción. Tiras de viviendas cercaban la plaza por tres de sus lados, y en el cuarto se ubicaban alineados el templo (la única arquitectura que sobresale en fastuosidad y altura), el cementerio y los talleres.

Las viviendas se agrupaban en barrios que pertenecían a un cacique y su tribu. La casa del cacique era igual a la de los demás, pero estaba ubicada en un lugar privilegiado: en el frente, con vista a la plaza central.
En uno de los extremos de la plaza se encontraba el temible rollo. Las cárceles eran muy raras en las reducciones. Las cosas eran más sutiles: sólo una columna de madera erigida sobre una base de piedra era lo necesario para mantener el orden. Este monumento presente ante la vista de todos era el símbolo de justicia y de vergüenza pública. Aquel que había violado alguna norma era atado al rollo y azotado en público. Luego debía reconocer su falta y pedir perdón.



Dentro de las misiones reinó una organización comunitaria, sin riqueza ni lujos, donde todos trabajaban y consumían por igual. Tuvieron tanto éxito que, un siglo y medio después de ser fundadas, la corona española las consideró una amenaza para su sistema aristocrático y decidió expulsarlas.

La Yerba, el oro verde

El hecho de que los Guaraníes que vivían en las reducciones estuvieran exceptuados de prestar servicio personal a los encomenderos implicaba el pago obligatorio de un tributo anual a la corona. Como este pago debía realizarse en metálico y en las reducciones no existía moneda, había que elaborar un producto que se pudiera vender en el mercado.

La solución para muchas reducciones fue la elaboración de la yerba mate. Su calidad se hizo conocida en los mercados de Chile, Perú, Mexico, España y Portugal. Ante la sorpresa de los blancos que se preguntaban cuál sería el secreto de yerba tan deliciosa, el padre José Sánchez escribió en 1774: "Los españoles no quitan los palillos de las ramas, sino que con la hoja los quebrantan y mezclan, por eso su yerba se llama de palos, y no es muy estimada. Los Guaraníes muelen solamente las hojas. Esta es la yerba Caámiri tan afamada".

Fuente>Argentour.com


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