Hoy, Estados Unidos celebra el natalicio número 89 de uno de los
primeros líderes de los derechos civiles en Estados Unidos, el reverendo Martin
Luther King Jr. Quien hizo templar y erizar la piel con su
discurso, “Tengo un sueño” el cual causó grandes cambios en la sociedad
estadounidenses e inspiró a otras sociedades, a seguir el mismo ejemplo de valentía
de éste gran líder.
Recordar la dura lucha por
la que atravesaron los negros para liberarse de la esclavitud a los que estaban
sometidos y a la segregación que los acompaño.
El discurso que estremeció
a los Estados Unidos: (Siempre es bueno re-leerlo)
Estoy orgulloso de reunirme con ustedes hoy, en la que sera ante la historia la mayor manifestacion por la libertad de nuestro pais.
Hace cien años, un gran
estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la
emancipación. Este trascendental decreto significó como un gran rayo de luz y
de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una
marchita injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga
noche de cautiverio. Pero, cien años después, el negro aún no es libre; cien
años después, la vida del negro es aún tristemente lacerada por las esposas de
la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el negro
vive en una isla solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad
material; cien años después, el negro todavía languidece en las esquinas de la
sociedad estadounidense y se encuentra desterrado en su propia tierra.
Por eso, hoy hemos venido
aquí a dramatizar una condición vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a
la capital de nuestro país, a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de
nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y de
la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense
habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los
hombres, les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad
y la búsqueda de la felicidad.
Es obvio hoy en día, que
Estados Unidos ha incumplido ese pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos
negros. En lugar de honrar esta sagrada obligación, Estados Unidos ha dado a
los negros un cheque sin fondos; un cheque que ha sido devuelto con el sello de
“fondos insuficientes”. Pero nos rehusamos a creer que el Banco de la Justicia
haya quebrado. Rehusamos creer que no haya suficientes fondos en las grandes
bóvedas de la oportunidad de este país. Por eso hemos venido a cobrar este
cheque; el cheque que nos colmará de las riquezas de la libertad y de la
seguridad de justicia.
También hemos venido a este
lugar sagrado, para recordar a Estados Unidos de América la urgencia impetuosa
del ahora. Este no es el momento de tener el lujo de enfriarse o de tomar
tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el momento de hacer realidad las
promesas de democracia. Ahora es el momento de salir del oscuro y desolado
valle de la segregación hacia el camino soleado de la justicia racial. Ahora es
el momento de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios.
Ahora es el momento de sacar a nuestro país de las arenas movedizas de la
injusticia racial hacia la roca sólida de la hermandad.
Sería fatal para la nación
pasar por alto la urgencia del momento y no darle la importancia a la decisión
de los negros. Este verano, ardiente por el legítimo descontento de los negros,
no pasará hasta que no haya un otoño vigorizante de libertad e igualdad.
1963 no es un fin, sino el
principio. Y quienes tenían la esperanza de que los negros necesitaban
desahogarse y ya se sentirá contentos, tendrán un rudo despertar si el país
retorna a lo mismo de siempre. No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados
Unidos hasta que a los negros se les garanticen sus derechos de ciudadanía. Los
remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación
hasta que surja el esplendoroso día de la justicia. Pero hay algo que debo
decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio de la
justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el
lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de
libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para
siempre nuestra lucha por el camino elevado de la dignidad y la disciplina. No
debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física.
Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas donde se encuentre
la fuerza física con la fuerza del alma. La maravillosa nueva militancia que ha
envuelto a la comunidad negra, no debe conducirnos a la desconfianza de toda la
gente blanca, porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su
presencia aquí hoy, han llegado a comprender que su destino está unido al
nuestro y su libertad está inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos
caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia
adelante. No podemos volver atrás.
Hay quienes preguntan a los
partidarios de los derechos civiles, “¿Cuándo quedarán satisfechos?”
Nunca podremos quedar
satisfechos mientras nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan
alojarse en los moteles de las carreteras y en los hoteles de las ciudades. No
podremos quedar satisfechos, mientras los negros sólo podamos trasladarnos de
un gueto pequeño a un gueto más grande. Nunca podremos quedar satisfechos,
mientras un negro de Misisipí no pueda votar y un negro de Nueva York considere
que no hay por qué votar. No, no; no estamos satisfechos y no quedaremos
satisfechos hasta que “la justicia ruede como el agua y la rectitud como una
poderosa corriente”.
Sé que algunos de ustedes
han venido hasta aquí debido a grandes pruebas y tribulaciones. Algunos han
llegado recién salidos de angostas celdas. Algunos de ustedes han llegado de
sitios donde en su búsqueda de la libertad, han sido golpeados por las
tormentas de la persecución y derribados por los vientos de la brutalidad
policíaca. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo. Continúen
trabajando con la convicción de que el sufrimiento que no es merecido, es
emancipador.
Regresen a Misisipí,
regresen a Alabama, regresen a Georgia, regresen a Louisiana, regresen a los
barrios bajos y a los guetos de nuestras ciudades del Norte, sabiendo que de
alguna manera esta situación puede y será cambiada. No nos revolquemos en el
valle de la desesperanza.
Hoy les digo a ustedes,
amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un
sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño “americano”.
Sueño que un día esta
nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: “Afirmamos
que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales”.
Sueño que un día, en las
rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los
antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad.
Sueño que un día, incluso
el estado de Misisipí, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y
de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia.
Sueño que mis cuatro hijos
vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel,
sino por los rasgos de su personalidad.
¡Hoy tengo un sueño!
Sueño que un día, el estado
de Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposición entre las razas y
anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los niños y niñas
negras, puedan unir sus manos con las de los niños y niñas blancas y caminar
unidos, como hermanos y hermanas.
¡Hoy tengo un sueño!
Sueño que algún día los
valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más
escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de
Dios será revelada, y se unirá todo el género humano.
Esta es nuestra esperanza.
Esta es la fe con la cual regreso al Sur. Con esta fe podremos esculpir de la
montaña de la desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos
trasformar el sonido discordante de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de
fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos,
ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día
seremos libres.
Ese será el día cuando
todos los hijos de Dios podrán cantar el himno con un nuevo significado, “Mi
país es tuyo. Dulce tierra de libertad, a ti te canto. Tierra de libertad donde
mis antecesores murieron, tierra orgullo de los peregrinos, de cada costado de
la montaña, que repique la libertad”. Y si Estados Unidos ha de ser grande,
esto tendrá que hacerse realidad.
Por eso, ¡que repique la
libertad desde la cúspide de los montes prodigiosos de Nueva Hampshire! ¡Que
repique la libertad desde las poderosas montañas de Nueva York! ¡Que repique la
libertad desde las alturas de las Alleghenies de Pensilvania! ¡Que repique la
libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve en Colorado! ¡Que repique la
libertad desde las sinuosas pendientes de California! Pero no sólo eso: ! ¡Que
repique la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia! ¡Que repique la
libertad desde la Montaña Lookout de Tennesse! ¡Que repique la libertad desde
cada pequeña colina y montaña de Misisipí! “De cada costado de la montaña, que
repique la libertad”.
Cuando repique la libertad
y la dejemos repicar en cada aldea y en cada caserío, en cada estado y en cada
ciudad, podremos acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios,
negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir
sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: “¡Libres al fin!
¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!”
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