Sucedió hace muchísimos
años.
Tupá había decidido que las
almas de los que morían y que debían llegar al cielo, lo hicieran volando con
unas alitas que Él enviaba a la tierra por medio de sus emisarios. Claro que
para los mortales esas alitas eran invisibles.
Una vez que el alma llegaba
al ibaga, Tupá destinaba esa alma a un ave que Él creaba con tal objeto, de
acuerdo a las características que hubiera tenido en vida la persona a quien
pertenecía.
En un pueblito guaraní
vivía Eíra con su madre. Ésta, que había quedado imposibilitada, dependía para
todo de su hija, que a su vez se dedicaba a atenderla y cuidarla, ganándose la
vida con su trabajo.
Eíra era costurera, y para
tener a mano la yetapá que tantas veces necesitaba, la llevaba colgada a la
cintura, sobre su blanco delantal, por medio de un cordón oscuro.
Muy trabajadora y
diligente, a Eíra nunca le faltaban vestidos para confeccionar, de manera que
era muy común verla con tela y tijera, cortando nuevos trabajos.
Se hubiera dicho que la
tijera formaba parte de ella misma. Por la mañana, al levantarse y luego de
haberse vestido, lo primero que hacía era atarla a su cintura teniéndola pronta
para usarla en cualquier momento.
Viejecita y enferma como
estaba, y a pesar de los cuidados que le prodigara, la madre de la laboriosa
Eíra murió una noche de invierno, cuando el frío era muy intenso y el viento
soplaba con fuerza.
Grande fue la pena de esta hija buena, dedicada siempre y únicamente a su madre y a su trabajo.
Fotografía: Tijereta por Jorge La Grotteria en Campo Ramón (Misiones-Argentina) |
Desde ese momento quedó
sólo con su tarea, a la que se entregó con más ahínco que nunca tratando de
distraerse, porque su pena era muy intensa y la desgracia sufrida la había
abatido de tal forma que perdió el deseo de vivir.
No mucho tiempo después de
la muerte de su madre, la dulce y sufrida costurera enfermó de tristeza y de
dolor, tan gravemente que no fue posible salvarla.
Eíra había sido siempre
buena, excelente hija y laboriosa y diligente en sus tareas, por lo que Tupá
llevó su anga al cielo.
Allí creó para albergarla
un pájaro de plumaje negro, con la garganta, el pecho y el vientre blancos.
Omitió los matices alegres y brillantes considerando que su vida había sido
humilde, opaca y oscura, aunque llena de bondad y sacrificio.
Cuando Tupá hubo terminado
su obra, Eíra se miró y miró a Tupá como intentando pedirle algo.
El Dios bueno, que conoció
su intención, dijo para animarla:
-¿Qué deseas, Eíra? ¿Qué quieres pedirme?
Conociendo la amplia bondad de Tupá, comenzó humilde y avergonzada a pedir... ¡ella que jamás había pedido nada!
-Tupá... Dios bueno que complaces a los que te aman y respetan... yo desearía...
-¿Qué deseas, Eíra? ¿Qué quieres pedirme?
Conociendo la amplia bondad de Tupá, comenzó humilde y avergonzada a pedir... ¡ella que jamás había pedido nada!
-Tupá... Dios bueno que complaces a los que te aman y respetan... yo desearía...
-¿Qué es lo que quisieras,
Eíra?
-Tú sabes que durante toda
mi vida sólo al trabajo me dediqué y quisiera tener un recuerdo de lo que me
ayudó a vivir...
-Dime, entonces... ¿qué es
lo que deseas?
-Yo desearía tener una tijerita que me recordara la que tanto usé en mi vida en la tierra y que contribuyó a que sostuviera a mi madre...
-Yo desearía tener una tijerita que me recordara la que tanto usé en mi vida en la tierra y que contribuyó a que sostuviera a mi madre...
Encontró Tupá muy de su
agrado el pedido de la muchacha, por la intención que lo inspiraba, y tomando
las plumas laterales de la cola las estiró hasta dar a la misma la apariencia
de una yetapá, como lo deseara la costurera, otorgándole, además, la propiedad
de abrirla y cerrarla a su voluntad, tal como hiciera durante tanto tiempo con
la de metal con que cortara las telas.
Por la semejanza,
precisamente, que tiene la cola de esta ave con la tijera, la llamamos
tijereta.
Tupá: Dios Guaraní
Ibaga: Cielo
Eíra: Miel
Yetapá: Tijera
Anga: Alma
Jhuguay: Cola
Jhuguay yetapá: Tijereta
Estas leyendas fueron
adaptadas de la Biblioteca "Petaquita de Leyendas", de Azucena
Carranza y Leonor M. Lorda Perellón, Ed. Peuser, Bs. As. 1952 y de "Antología
Folklórica Argentina", del Consejo Nacional de Educación, Kraft, 1940
Fuente: http://www.redargentina.com/leyendas/
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