La Guerra Guaranítica fue el conflicto armado que enfrentó,
entre 1754 y 1756, a los indígenas guaraníes de las
misiones jesuíticas y las fuerzas españolas y portuguesas, como consecuencia
del Tratado de Madrid (o Tratado de Permuta), firmado en 1.750.
Cerca
de 500.000 kilómetros cuadrados de territorios, dentro del cual estaban los
siete prósperos pueblos de: San Luis Gonzaga, San Nicolás, San
Francisco de Borja, San Miguel, San Lorenzo, San Juan Bautista
y Santo Ángel, además de estancias pertenecientes a las reducciones de:
Concepción, Apóstoles, Santo Tomé, Yapeyú y La Cruz que se hallaban al
occidente del río Uruguay, debían ser entregados a Portugal y en el término de
un año, 29.191 guaraníes debían salir de la región con todos sus bienes y
trasladarse al occidente del río Uruguay o quedarse y aceptar la soberanía
portuguesa.
Tratado
de Madrid
La política conciliadora
del segundo de los Borbones españoles, Fernando VI (1.746-1.759), que
entendió prudente para España el alejarse de los conflictos internacionales en
un tiempo de reconstrucción de su potencia económica y militar en el mundo es
la explicación fundamental para el Tratado de Madrid del año 1.750.
Por
el mismo, las misiones jesuíticas de la cuenca del alto Uruguay eran
permutadas por la posesión de la Colonia del Sacramento, plaza portuguesa
en la orilla izquierda del Río de la Plata, que desde su fundación
en 1.680 había pasado repetidamente de manos españolas a portuguesas.
El
fundamento de este canje era para la corona española el asegurarse el dominio
de la entrada de la cuenca del Río de la Plata, puesto en entredicho por
la existencia de Colonia, la cual, si bien los españoles habían podido
tomar militarmente durante los diversos conflictos en que se vieron enfrentados
a los lusitanos en la primera mitad del siglo XVIII, sistemáticamente
volvían a entregarla a Lisboa en las mesas de negociación que ponían
fin a las guerras.
Sin
embargo, la cesión de las misiones jesuíticas a los portugueses era un precio
oneroso para los obsesionados dirigentes políticos españoles. Desde su
establecimiento, en 1.609, los jesuitas habían podido crear una
barrera real a la penetración portuguesa en el Río de la Plata y
el Paraguay, conformando, de hecho, las únicas poblaciones permanentes en
una frontera irresoluta y tradicionalmente despoblada, hecho que había
facilitado el avance lusitano sobre ella.
Por
otra parte, los jesuitas habían conseguido con la persuasión lo que
los conquistadores rara vez pudieron con la espada: la pacificación del indio
en aquella zona de América, y su conversión en trabajador disciplinado y
convertido al cristianismo.
Este valor
agregado que los indígenas misioneros tenían (su integración social y la
productividad de que eran capaces) los convirtió en objeto de la codicia de los
bandeirantes expediciones de cacería de indios que partiendo de ciudades como
San Pablo, en el Brasil portugués, buscaban de proveer de esclavos más baratos
que los negros africanos a los hacendados portugueses para sus explotaciones
agrícolas.
Durante
todo el transcurso del Siglo XVII y la primera mitad del siglo
siguiente, las bandeiras y los indígenas misioneros, dirigidos por
los jesuitas, se enfrentaron en sangrientos choques, generalmente
favorables a estos últimos, como por ejemplo la Batalla de Mbororé (sobre un
afluente del curso superior del río Uruguay), en 1.641.
De
cualquier manera, la corona española prefirió entregar estos dominios a cambio
de Colonia, y el Tratado de Madrid así lo sancionó. Para las
comunidades indígenas, dirigidas por los religiosos, las perspectivas aparecían
como funestas, lo que desencadenó la resistencia a la entrega del territorio.
Artículo
XIV: Su Majestad Católica, en su nombre y de sus herederos, cede para siempre a
la Corona de Portugal todo lo que por parte de España se halla ocupado, o que
por cualquiera título o derecho pueda pertenecerle, en cualquiera parte de las
tierras que por los presentes artículos se declaran pertenecientes a Portugal; desde
el monte de los Castillos Grandes y su falda meridional y ribera del mar, hasta
la cabecera y origen principal del río Ibicuí. Y también cede todos y
cualesquiera pueblos y establecimientos que se hayan hecho, por parte de
España, en el ángulo de tierras comprendido entre la ribera septentrional del
río Ibicuí y la oriental del Uruguay, y los que se puedan haber fundado en la
margen oriental del río Pepirí y el pueblo de Santa Rosa, y otros cualesquiera
que se puedan haber establecido, por parte de España, en la ribera del río
Guaporé a la parte oriental.
Artículo
XVI: De los pueblos o aldeas, que cede Su Majestad Católica en la margen
oriental del río Uruguay, saldrán los misioneros con los muebles y efectos,
llevándose consigo a los indios para poblarlos en otras tierras de España; y
los referidos indios podrán llevar también todos sus muebles, bienes y
semibienes, y las armas, pólvora y municiones que tengan; en cuya forma se
entregarán los pueblos a la Corona de Portugal, con todas sus casas, iglesias y
edificios, y la propiedad y posesión del terreno. Los que se ceden por ambas
Majestades, Católica y Fidelísima, en las márgenes de los ríos Pequirí, Guaporé
y Marañón, se entregarán con las mismas circunstancias que la Colonia del
Sacramento, según se previno en el artículo XIV; y los indios de una y otra
parte tendrán la misma libertad para irse o quedarse, del mismo modo y con las
mismas calidades que lo podrán hacer los moradores de aquella plaza; solo que,
los que se fueren, perderán la propiedad de los bienes raíces, si los tuvieren.
Prolegómenos
del conflicto
En
septiembre de 1.750 llegaron a las Misiones las primeras noticias sobre el
tratado, el superior de las reducciones Bernardo Nusdorffer dio órdenes de
mantenerlas en secreto hasta que se hicieran oficiales para evitar reacciones.
En abril de 1.751 llegó a Buenos Aires la comunicación oficial del
Tratado de Madrid junto con una carta del General de la Compañía de Jesús,
Francisco Retz, ordenando el cumplimiento del mismo.
Entre
marzo y abril de 1.752 Nusdorffer comunicó oficialmente a los cabildos y
caciques de los siete pueblos y de los cinco que tenían estancias en el
territorio que tenían un año de plazo para abandonar su tierra, recibiendo por
respuesta una negativa rotunda.
A
mediados de 1.752 el cabildo y los caciques de San Juan Bautista se declararon
en rebeldía y tomaron las armas de fuego que se mantenían bajo llave por los
jesuitas, poco después ocurrió lo mismo en San Miguel, Santo Angel y luego los
demás pueblos. La situación quedó fuera de control y en mayo de 1.753 los
rectores jesuitas de cada pueblo presentaron sus renuncias, pero fueron
rechazadas por el obispo y por el gobernador de Buenos Aires.
En
septiembre de 1.752 comenzaron por parte de una comisión de las dos
coronas, los trabajos de demarcación de la frontera hispano-portuguesa en la
zona. Los demarcadores estaban al mando de Gómez Freire de Andrada (portugués,
más tarde conde de Bobadella) y de Gaspar de Munive marqués de Valdelirios
(español), quien era ministro plenipotenciario y comisario regio, con poderes
de superioridad sobre virreyes, gobernadores y demás autoridades españolas en
esa parte de América. El 23 de diciembre de 1.752 colocaron el primer marco en
Castillos Grandes en la costa del Océano Atlántico y se dirigieron
hacia el norte. Los hitos de piedra tenían labrados las iniciales de los
títulos de los reyes en la cara que estaba orientada hacia sus dominios (R.C
-Rey Católico- del lado español y R.F. -Rey Fidelísimo- del lado portugués),
además de ostentar los escudos de armas de ambos reinos y las leyendas
respectivas, escritas en latín: Sub Joanne V, Lusitanorum Rege
Fidelissimo (Bajo Juan V, rey Fidelísimo de Portugal), y Sub
Ferdinandus VI, Hispaniae Rege Catholice (Bajo Fernando VI, rey Católico
de España), además de la frase Ex pactis regendorum Finium Comentis
Matriti Idibus Januari MDCCL (Por el pacto hecho entre los reyes en
Madrid, en los idus de enero de 1.750).
Tanto
despliegue de latinismo y orfebrería fronteriza hablaba de un deseo de fijar la
frontera a perpetuidad entre ambas coronas, pero no fue argumento suficiente
como para convencer a los indígenas guaraníes.
El
27 de febrero de 1753 los demarcadores llegaron al punto de inicio del
territorio misionero en la capilla del puesto de Santa Tecla, dependiente de
San Miguel (actual Bagé).
En ese lugar debía encontrarse el jesuita Tadheo Ennis para recibir
a los demarcadores, pero estos se encontraron con una guarnición armada guaraní
que les impidió el paso a sus territorios. Los trabajos de demarcación se
suspendieron, retirándose los portugueses hacia Colonia y los españoles hacia
Montevideo. Luis Altamirano se dirigió a los pueblos para intentar convencerlos
de cumplir la orden de abandono, pero debió regresar a Buenos Aires el 3 de
marzo de 1753 sin lograrlo.
El
marqués de Valdelirios y el padre Luis Altamirano, de la Compañía de Jesús,
integrantes de la comisión de demarcación, fueron incapaces de hacer desistir a
los habitantes de las Misiones Orientales de pasar a ser súbditos de
la corona portuguesa, expresamente los pueblos (de habla guaraní) declararon en
el parlamento de Santa Tecla que querían mantenerse dentro del área
hispana, los españoles se consideraron obligados a cumplir las estipulaciones
del tratado con la corona portuguesa dando origen al conflicto (principios
de 1.754).
Desarrollo
de la guerra
A
principios de 1.754 el marqués de Valdelirios llegó a Buenos Aires
procedente de España portando una Real Cédula por la que el rey ordenaba al
gobernador de Buenos Aires, José de Andonaegui, tomar inmediatamente por
la fuerza los siete pueblos y entregárselos a los portugueses. En una junta
celebrada en la isla Martín García entre Valdelirios, Gomes Freyre y
Andonaegui, se acordó que además de los cuerpos veteranos se convocarían
milicias de Montevideo, Santa Fe y Corrientes. Andonaegui en mayo de 1.754
concentró 1.500 soldados en el lugar denominado Rincón de las
Gallinas (hoy Rincón de Haedo en la confluencia del río Negro con el
Uruguay) y avanzó hacia la estancia de Yapeyú, a donde llegó en Junio. Sin
embargo el mal tiempo imposibilitó la campaña y una columna destacada hacia
Yapeyú fue aniquilada por los guaraníes al mando de Rafael Paracatú, cacique de
Yapeyú, por lo que Andonaegui desistió de continuar y se retiró desde el río
Ibicuy hasta el Salto Chico del río Uruguay el 10 de Agosto, siendo
hostilizadas sus tropas por los rebeldes, aunque lograron capturar a Paracatú
en el combate del Daymán y llevarlo a Buenos Aires. Las fuerzas portuguesas
sufrieron los mismos problemas climáticos y los ataques guaraníes al mando del
capitán José Sepé Tiarayú, quien atacó el Fuerte Jesús, María, José de Río
Pardo donde fue vencido y capturado entre marzo y abril de 1.754,
pero la noche anterior a su ejecución burló la guardia y logró escapar. Los
portugueses también debieron abandonar la campaña tras un armisticio celebrado
en noviembre de 1.754 en el río Yacuí. Charrúas, Guenoas y Minuanes hicieron
causa común con los guaraníes y hostilizaron a los aliados además de vigilar
sus movimientos.
Combates
como el de Daymán, mostraron una superioridad ostensible de los aliados
frente a las tropas indígenas. Estas, que tenían conocimiento del manejo de las
armas de los blancos por su eterna lucha contra las bandeiras, se vieron
superadas rápidamente. En varios encuentros, los indígenas llegaron a utilizar
cañones cuya estructura era de caña tacuaruzú (del grueso de un
brazo), pero que no hicieron mella en los invasores.
Las
fuerzas españolas, mandadas por el gobernador de Buenos Aires, José de
Andonaegui y el flamante gobernador de Montevideo José Joaquín de
Viana, y las portuguesas, dirigidas por el gobernador de San Pablo y Río
de Janeiro, Gomes Freire de Andrade, decidieron combatir juntas contra los
sublevados en diciembre de 1.755, quienes siguieron como jefe supremo al
cacique Sepé o Sepee, cuyo nombre de bautismo era José Sepé Tiarayú.
Fotografía: Hermano Guaraní de Tekoa Yryapú (Puerto Iguazú-Misiones) tomada por Marcelo Lomuto |
En
febrero de 1.756 las fuerzas de Andonaegui reforzadas por 150
soldados procedentes de España, junto con 1.670 hombres del gobernador de
Montevideo 1.200 soldados portugueses al mando de Gomes Freire, se reunieron en
Santa Tecla para avanzar sobre San Miguel. Los guaraníes evitaron dar batalla y
se limitaron a realizar una guerra de guerrillas.
En
la sierra de Batoví, en uno de los encuentros de las guerrillas guaraníes
con una columna aliada, el gobernador Viana mató personalmente a Sepé de un
tiro de pistola. La jefatura del ejército indígena recayó en manos de otro
caudillo, Nicolás Ñanguirú (palabra que en guaraní significaría
"flecha del diablo"), otrora corregidor del pueblo de
Concepción.
El 10
de febrero de 1.756, al pie del cerro Caibaté, el ejército
aliado, de unos 2.500 hombres, cercó a Ñanguirú y sus hombres y los exterminó.
Quedaron en el campo de batalla 1.511 guaraníes muertos, entre ellos el
propio caudillo Ñanguirú y 154 prisioneros, unos pocos centenares lograron
huir. El ejército aliado sufrió solo 4 muertos (3 españoles y un portugués) y
30 heridos (10 españoles, entre ellos Andonaegui y 20 portugueses, entre ellos
el capitán Luis Osorio). Al día siguiente entraron en San Miguel e instaron la
rendición de los demás pueblos, que la aceptaron excepto San Lorenzo.
Luego
de este sangriento encuentro, cesó la resistencia, y las misiones jesuíticas se
despoblaron, volviendo los indios a los montes para escapar de los portugueses.
El 22 de marzo en Chumiebí se produjo otro combate en donde fueron dispersados
los guaraníes.
Grupos
guaraníes continuaron hostilizando el avance de los aliados y practicando la
táctica de la tierra arrasada, quemando los pueblos de San Miguel y San Luis,
aunque San Lorenzo fue capturado antes de que pudieran incendiarlo. Santo Ángel
fue convertido en cuartel de las tropas españolas y San Juan Bautista de las
tropas portuguesas. En mayo se produjo el último combate en San Miguel. El 8 de
junio Andonaegui dio por terminada la guerra y supervisó la evacuación de los
indígenas al occidente del río Uruguay, permaneciendo el ejército aliado
durante diez meses en las Misiones, retirándose los portugueses hacia Río Pardo
sin lograr ponerse de acuerdo sobre el límite en las cabeceras del río Ibicuy y
sin entregar la Colonia del Sacramento a España el 12 de diciembre de 1757. En
noviembre de 1756 Viana hace construir el fuerte de San Antonio del Salto Chico
(hoy ciudad uruguaya de Salto). Para resolver los puntos aún pendientes,
los comisarios acordaron reunirse en la Junta de Yacuy el 1 de junio de 1.758,
pero no se llegó a un acuerdo sobre el Ibicuy.
Un
historiador uruguayo cita al gobernador de Montevideo, Viana, que al entrar a
San Miguel, una de las misiones y pueblo que él no conocía, habría
exclamado: ¿Y éste es uno de los pueblos que nos mandan entregar a los
portugueses? Debe de estar loca la gente de Madrid...
Sea
verídica o no la anécdota y el lamento, las misiones jesuíticas no pasaron a
manos de Portugal, ni Colonia del Sacramento a España, ya que poco
después, en 1.761, durante la Guerra de los Siete Años, el rey Carlos
III de España logró anular el tratado de Madrid, que quedó sin efecto
por medio del Tratado de El Pardo.
Consecuencias
de la guerra
La
guerra guaranítica significó el fin de la resistencia que ofrecieron los
pueblos de las misiones del alto río Uruguay a la penetración
portuguesa. A pesar de la campaña victoriosa que entre 1.762 y 1.763 dirigiera
en el Río de la Plata contra los portugueses y británicos el
comandante español Pedro de Ceballos, la diplomacia volvió a dar Colonia
del Sacramento a los portugueses y las misiones (arruinadas y vacías)
a España (Tratado de París, 1.763). A pesar de que en una posterior
campaña Ceballos destruiría Colonia(1.777) y volvería a hacer
retroceder a los portugueses en el actual territorio de Río Grande do Sul,
las misiones al este del río Uruguay jamás se recuperaron del desastre aunque
fueron reconstruidas. En 1.801, durante la Guerra de las Naranjas,
los lusobrasileños las ocuparon, con una tropa mínima al mando del
comandante José Francisco Borges do Canto, luego de estos hubo breves
períodos de reconquista: entre 1.810-1.820 Andrés Guasurarí llegó
a recuperar el control de gran parte del territorio ocupado, y al casi concluir
la Guerra del Brasil las tropas argentinas y orientales al mando
de Estanislao López y Fructuoso Rivera nuevamente lograron
liberar el territorio, sin embargo la Convención Preliminar de Paz otorgó la
parte de Misiones al este del río Uruguay al estado heredero de Portugal,
Brasil. Por este motivo, gran parte de los habitantes de la zona nuevamente
debió exiliarse, siendo parte de ellos los fundadores de la ciudad de Bella
Unión (1.829).
En
cuanto a los jesuitas, acusados de ser los instigadores de la resistencia, pero
sobre todo, vistos con malos ojos por los círculos de poder de Lisboa y Madrid,
influidos por el despotismo ilustrado, y que los caracterizaron como un estado
dentro del estado, incompatible con el absolutismo, poco tiempo les
quedaba para maniobrar: en 1.758 fueron expulsados de Portugal y
sus dominios por el Marqués de Pombal, y en 1.767 de España y
los suyos por Carlos III, quienes insistentemente pidieron a la Santa
Sede la disolución de la Orden, a lo que finalmente accedería el
papa Clemente XIV en 1.773.
Algunos
historiadores estiman en 10.000 los muertos entre los indios y en 150 los
prisioneros.
Principales
líderes de la rebelión
Sepé
Tiarayú: corregidor y alférez real de San Miguel y cacique general, muerto en
1756.
Nicolás
Ñanguirú: corregidor de Concepción, sucedió a Sepé en el comando general de la
guerra. Murió en 1756 en la batalla de Caybaté.
Cristóforo
Aracatú: cacique de San Luis Gonzaga.
Bartolomé
Candiú: cacique de Santo Ángelo.
Santiago
Pindó.
Miguel
Javat: corregidor de San Luis Gonzaga.
Fotografía: Marcelo Lomuto
Fotografía: Marcelo Lomuto
Fuente:
Wikipedia, la Enciclopedia Libre.
Sensillamenmte excelente! Un saludo caribeño!
ResponderEliminarMuy buen artículo Javier. Felicitaciones.
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