Hace poco, la cámara baja del parlamento
australiano reconoció, con bastante retardo, a los aborígenes como los primeros
habitantes originales de este gran país insular.
La noticia podrá sonar como un
chiste de mal gusto, y no a propósito de que esta revelación, aparentemente
elucubrada por la clase política australiana, raye en sospecha o en una
reverenda falacia, sino porque dicha aseveración es una perogrullada, oficialmente
reconocida por uno de los cimientos coloniales más crueles después de América y
África.
Y no es para menos, tomando en
cuenta que el background de esta propuesta de ley, está manchada por una suerte
de "arrepentimiento histórico" por parte de las clases blancas
dominantes.
Pero el decreto de esta ley, en cuyos estatutos
reconoce a todos los indígenas con un "estatus especial", no
solamente cuenta con el respaldo del parlamento y del senado, sino que además
contempla a los habitantes ancestrales dentro de la isla, y a todos los nativos
de las Islas del Estrecho de Torres, enclavadas entre Australia y Papúa
Nueva Guinea. La propuesta es muy tentadora, ya que prepara los cauces para la
celebración de un referendo que prometa los mecanismos jurídicos y políticos
encaminados a la autodeterminación de estos pueblos.
Hace una semana fue un día muy significativo para los diversos grupos étnicos de Australia, comenzando por las memorables tribus Ngunnawal, Walgalu, los Yuin y los aguerridos Ngarigo, quienes habitaron las vastas tierras donde irónicamente se edificó la ciudad diplomática de Camberra en 1908, actualmente sede de las instituciones de gobierno, el palacio de justicia, diversos edificios ministeriales y el soberbio parlamento de Canberra.
La palabra "Kanberra" es un vocablo
autóctono, viene de la lengua Ngunnawal, y significa "lugar de los
encuentros". Quizá los aborígenes australianos tuvieron que esperar
más de dos siglos desde aquel día gris en que los primeros colonos británicos
arribaron atiborrados con pertrechos de guerra y aires de vaqueros, al mejor
estilo de un western americano; con caballos, escopetas y ávida sed de riqueza,
para que, paradójicamente, 225 años más tarde, en las mismas tierras aborígenes
donde está ubicada la cámara parlamentaria de Camberra, se hable de un
verdadero lugar de los encuentros.
Escrito: Larry
Montenegro Baena
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