Fuente: Blog El Kunumi
Guaraní – Meterse con el guaraní es meterse con la vida.
Domingo 19 de Abril de 2.015
En el Día del Indígena
Americano compartimos el trabajo del periodista paraguayo Miguel H. López
acerca del genocidio del pueblo Aché, análisis en el que se basaron sus
artículos publicados en tres entregas en el Correo Semanal del diario Última
Hora. Los textos abordan relatos de terror sobre lo que padeció el pueblo
indígena Aché durante la dictadura stronista. Con el deseo que
toda la comunidad nacional e internacional tenga conocimiento y se solidarice
con la historia del Pueblo Aché, exponemos a continuación el artículo
completo.
Por Miguel H.
López.
«A la memoria le queda
la ventaja del reconocimiento del pasado como habiendo sido, aunque ya no lo
es; a la historia le corresponde el poder de ampliar la mirada en el espacio y
el tiempo, la fuerza de la crítica en el orden del testimonio, explicación y comprensión,
el dominio retórico del texto y, más que nada, el ejercicio de la equidad
respecto de las reivindicaciones de los distintos bandos de memorias heridas y
a veces ciegas a la desgracia de los demás. Entre el voto de fidelidad de la
memoria y el pacto de verdad en historia, el orden de prioridad es imposible de
decidir ». Paul RIcoeur.
Esta es una primera
aproximación a lo que cuentan los indígenas aché acerca de lo que vivieron bajo
la dictadura de Stroessner (1954-1989) y casi los extermina. Aquí se
encontrarán claves para comprender la dimensión y trascendencia de las memorias
de pueblos enteramente orales y los procesos de re-significación que van
desencadenándose a lo largo de los años como derivación de
contactos/confrontaciones/imposiciones culturales, traspasando las fronteras y
dimensiones de los universos de interpretación y cómo se transforman en relato
histórico.
El recuerdo y la
historia
El relato histórico de
la historia reciente es indiscutiblemente una reconstrucción de fragmentos de
recuerdos urdidos con una necesaria intersubjetividad sin cuya articulación
sería imposible interpretar los hechos más allá de las emociones.
Este proceso –con
impronta de silencio, olvido y trauma- necesita, para ser debidamente
encuadrado, su matriz significante, aquello que le da sentido, significación y
dimensión en un contexto y momento específicos de la historia.
El genocidio[1] aché
que tuvo su pico sistemático y masivo entre las décadas del ‘50 y ’70, con el
aniquilamiento de casi el 70% de la población, es uno de esos casos de relatos
orales sin cuya existencia no hubiera sido posible saber a cabalidad lo que
ocurrió, la escala de su impacto ni su implicancia etnocida hasta el presente.
Registros
Los relatos de
contactos con indígenas que reúnen las características propias de los aché,
silvícolas cazadores-recolectores, se da en los primeros tiempos de la
colonización española (siglo 16 al 18), tiempos del sometimiento y destrucción
cultural de pueblos originarios locales en los enclaves religiosos de
franciscanos y jesuitas. Los entonces llamados kaîngua (ka’aguygua), los
indómitos habitantes de las espesuras, estuvieron siempre signados por la
persecución física –cuando no de otros grupos tribales- por parte de capangas o
por el acoso de ideologías y propagandas de la fe con anuencia de los sistemas
políticos gobernantes: la monarquía primero (la de los gobernadores y virreyes
españoles y sus emisarios con distintos sistemas de explotación, esclavitud y
obliteración), y luego los regímenes presidencialistas, la dictadura
stronista[2] (1954-1989) en el caso que nos ocupa.
Los registros más
sistemáticos y documentados sobre la vida libre y las persecuciones, cacerías,
asesinatos, secuestros, violaciones, despojo territorial y esclavitud de aché
aparecen hacia principios del siglo 20. El caso del alemán Federico Myntzhusen,
en 1910 y hasta mediados de 1940, es el más lejano que se conoce.
Posteriormente ya entre 1960 y 1970 es cuando el mismo volumen y la escalada de
violencia en contra del grupo obliga a antropólogos, indigenistas, estudiosos y
periodistas a organizar, registrar y denunciar esos hechos.
En todos los casos ocurridos
y conocidos, la anuencia de las autoridades de turno -desde los niveles más
altos hasta el último peldaño- fue el salvoconducto para todo tipo de abusos y
atropellos en contra de los 4 grupos aché conocidos entonces: los del norte
autodefinidos Aché Gatu (gente buena, gente verdadera); los del Yñarô, la línea
antropófaga (Aché Wa o Ua), que muestra más marcadas diferencias culturales
como la casi ausencia del ritual central de rectificación ética[3]: tômumbu
(reventar cabeza) y sus creencias sobre el universo y la vida; los del
Ñacunday, llamados por los del norte Aché Irôiângi (autodefinidos también aché
gatu) y los del Sur, los extraordinarios Aché Purâ, actualmente disueltos en
los demás grupos distribuidos en 6 comunidades: Kuêtuvy-Ko’êtî y un desprendimiento
de dos familias en Kuêtuvyve, Arroyo Bandera y Chupapou en Canindeyú; Cerro
Morotî (donde fuera el campo de concentración en donde los mantuvo la
dictadura bajo la denominación de Parque Nacional Guayakí en Caaguazú, a cargo
del cazador de indígenas y militar subalterno, Jesús Manuel Pereira y luego la
iglesia estadounidense A las Nuevas Tribus); Puerto Barra-Tapy en Alto Paraná y
Ypetîmi en Caazapá (donde viven los últimos 4 aché wa –abril de 2015-
sobrevivientes del genocidio).
Los que más
tempranamente sufrieron el exterminio genocida y etnocida fueron los aché wa,
que pese a su ferocidad constituyeron los primeros en ser reducidos por los
cazadores de humanos y empleados por la dictadura como perros de rastreo de
campamentos guerrilleros en los montes y a otros aché en estado selvático. Ya
en 1959 –refiere Philippe Edeb Piragi 1999- los últimos 30 miembros de este
grupo agonizante, capitulaba en Arroyo Morotî (Caazapá)
Los territorios
tradicionales de este pueblo abarcaban una superficie de 5.000 kilómetros
cuadrados de monte subtropical, lo que en la actualidad se reduce – sumando
todas las comunidades juntas en los 4 departamentos – a poco menos de 20 mil
hectáreas altamente deforestadas e intervenidas agresivamente por cultivos mecanizados
de soja transgénica, impulsados mayormente por colonos brasileños y empresas.
La población total aché, la de mayor tasa de natalidad entre los 20 pueblos
indígenas del país, en el censo nacional de 2013 solo llegaba a 1.942, lo que
evidencia su casi exterminio en el proceso inconcluso de genocidio.
La principal razón de
la persecución, expulsión y asesinato que emprendió el gobierno dictatorial de
Stroessner en contra de los aché fue para apropiarse de sus tierras a fin de
entregarlas a la ganadería y la agricultura –a grupos agropecuarios nacionales
y transnacionales- bajo la pregonada idea de paz y progreso sin comunismo ni
comunistas. En ese sentido, las culturas primigenias representaban un obstáculo
a los planes del régimen de expandir la frontera agrícola y acaparar los
territorios aché. Para este propósito ejecutó un plan sistemático de
aniquilación física y cultural.
La memoria oral y el
relato histórico
La historia del
genocidio del pueblo aché no podría haber sido reconstruida y denunciada
convenientemente sin la memoria oral de las víctimas. Siempre entendiendo que
en los encuadres culturales se tienen los significados y símbolos que permiten
volver comprensible lo vivido[4], aún en estados de trauma. Lo que en sentido
ricoueriano serían aquellos recursos simbólicos que circulan en la cultura constituyendo
uno de los rasgos que prefiguran toda narración.
En este trabajo
abordamos tres grandes momentos de relatos y representaciones hechos por los
sobrevivientes y su descendencia, además de algunas inserciones de análisis de
narrativas recogidas en conversaciones con ellos en las distintas comunidades.
Las primeras
entrevistas sobre lo ocurrido a los aché sirvieron de base a las denuncias
hechas por Mark Münzel, Bartomeu Meliá, Luigui Miraglia, Donald McCullin,
Cristine Münzel y otros entre 1971 y 1975.
Luego, en julio de
2008, la Comisión de Verdad y Justicia realizó una histórica audiencia pública
en la sala bicameral del Parlamento donde comparecieron representaciones de
distintos pueblos indígenas a testimoniar sobre el genocidio y etnocidio bajo la
dictadura stronista, siendo el de los aché el más emblemático por su ocurrencia
tardía, la saña y sistematicidad con la que fueron ejecutados. Lo allí expuesto
constituyó la base del informe final donde el Estado reconoce la perpetración
de hechos de genocidio (Informe final. Capítulo III: Violaciones de Derechos de
los Pueblos Indígenas. Tomo III: Las Violaciones de Derechos Humanos de Algunos
Grupos en Situación de Vulnerabilid)
Posteriormente,
atendiendo a la ampliación de la querella en tribunales argentinos por
jurisdicción universal –concretamente sobre el genocidio aché- el colectivo
denominado Kuaa Reko (Memoria) realizó en Asunción en julio de 2014 el
encuentro Kuaa Reko Jue (Memoria necesaria) donde 4 ancianos sobrevivientes del
genocidio narraron sus peripecias.
Primera reconstrucción
En el primer grupo de
testimonios –el de los usados en las denuncias que logran incluso la
intervención de la ONU y la apertura de expedientes confidenciales de reclamos
al gobierno dictatorial en los años ’70 para mejorar la situación de los aché-,
quienes hablan son los sobrevivientes que en ese tiempo eran ancianos y adultos
recién despojados de sus bosques y su vida libre.
Estos relatos orales
llevan en sí la significación desde la experiencia del contacto forzado en los
distintos campos de concentración donde fueron remitidos para su
sedentarización y/o explotación (y donde fueron entrevistados), al mismo tiempo
que aún mantienen la simbología de la cosmovisión aché que estaba en estado
pleno, pese a la reciente violencia. Esta condición imposibilitaba que tuvieran
especificidades hasta lingüísticas para denominar los tipos de personas que
perpetraron las sacadas (soldados, militares o civiles facultados por las
autoridades) o la configuración de ideas que denominan las diversas violaciones
de derechos de que fueron víctimas.
Sin embargo, las
referencias comunes sobre la vida y la muerte, el sufrimiento, el despojo y la
destrucción física a que aluden recurrentemente permiten una articulación del
relato histórico muy clara sobre la violencia física y sicológica que
soportaron: Las muertes por disparos de armas de fuego, los robos o
secuestros de niños, los asesinatos y descuartizamientos para carnada de
animales salvajes, la violencia sexual, el aniquilamiento por enfermedades de
“blancos” empeorada por la omisión de auxilio, la falta de comida y decesos por
inanición, los cambios drásticos en las costumbres alimentarias, el trabajo
forzado y los usos culturales diferentes a que fueron obligados a subyugarse.
Las pérdidas humanas y de libertad incluso eran transformadas en narraciones
simbólicas a través de los pre’e o cantos como el de Jorge Chachubutavachúgi,
que lamentaba el fin de los días en que era dueño de su vida y de su tiempo en
la selva; o del chïnga de Noreta Kanechirígi que lloraba la muerte y desaparición
de algunos hijos y parientes.
Como ocurrirá en los siguientes
momentos de reconstrucción del relato, el momento de la historia nacional en
que se producen aquellos hechos y el modo en que se ejecutan, ayudan al
investigador a incorporarle la configuración final y el sentido histórico de
los acontecimientos, determinar los responsables políticos y los ejecutores.
Segunda reconstrucción
La segunda vez que se tomaron los
relatos orales de los sobrevivientes del genocidio aché fue en la audiencia pública
del 16 de julio de 2008 en la bicameral del Parlamento en Asunción.
Habían pasado más de 35
años desde que se produjeron los hechos que rememoraban. Los ancianos de
entonces estaban muertos y los adultos de aquel tiempo ya eran ancianos y
habían experimentado para entonces un prolongado proceso de reconfiguración
simbólica y cultural en su contacto intenso con la sociedad occidental
envolvente.
La base troncal de los
hechos sin embargo se mantuvo sin alteraciones esenciales en los relatos,
aunque ahora con explicaciones y adaptaciones a un lenguaje producto de la
resiliencia, la posible superación del trauma y la incorporación de valores,
referencias lingüísticas y representaciones no conocidos aún en los ’70 por
ellos. Esto se entiende claramente desde las explicaciones que se traducen en los
discursos de memoración. Aparecieron reivindicaciones que son de estos tiempos,
como la protección de los bosques o referencias explícitas a los militares, a
las armas que usaban, violaciones sexuales de mujeres, el robo y venta de niños
y valoraciones sobre la falta de asistencia médica que podría haber salvado
muchas vidas. Muestra de esto es lo que decía Roberto Chéigi de Chupa
Pou, Canindeyú:
“No queríamos permitir
que los apâ, (paraguayos) invadieran nuestro territorio, robaran a nuestros
niños, abrieran picada y vendieran nuestra madera. Nuestra área se reducía cada
vez más, ya faltaba comida, así que entrábamos también a robar mandioca y maíz
de la chacra de los blancos, hasta llegamos a faenar sus animales. Los
paraguayos respondían a estos actos a balazos. Nos perseguían hasta el monte,
mataban a mansalva a cuanto indígena encontraban a su paso, abusaban de las
mujeres y robaban a los niños que luego eran comercializados”[5].
O, lo señalado
por Julio Tykuarângi de Kuêtuvy, Canindeyú:
“(mi hermano) Mató a un
paraguayo con una flecha, por venganza. Recuerdo muy bien los atropellos por
parte de los paraguayos y militares”[6].
También lo memorado
por Antonio Mbepégi de Chupa Pou, Canindeyú:
“En el contacto con los
paraguayos nos contagiaron enfermedades que para ellos eran lo más simple, pero
para nosotros resultaban mortales, porque no estábamos preparados. Creo que si
había asistencia médica se podía haber salvado vidas. Morían niños, adultos y
ancianos, lo más triste es que morían de tos, fiebre, problema en el pecho.
Casi a diario enterrábamos a nuestros muertos”[7].
En su relato, Andresa
Tatúgi de Ypetîmí, Caazapá, hablaba de:
“…otros atropellos
cometidos por los paraguayos y militares que causaron mucho daño a los aché, ya
que mataban, sacaban maderas y contagiaban enfermedades. Varios murieron en el
monte, de tos y fiebre”.[8].
Y Margarita Jeichági de Chupa Pou,Canindeyú, expresaba:
“Luego de mucho tiempo
yo salí del monte y fui llevada con otra gente a Cerro Morotî. Allí presencié
varias agresiones cometidas por (Jesús Manuel) Pereira. Le pegaba con machete a
los aché y abusaba de las jóvenes, muchas de ellas salían de la pieza toda
ensangrentada, esto ocurría sobre todo cuando Pereira estaba borracho”[9].
Lo nuevo y que
incorpora una novedosa reconfiguración en estos relatos fueron los testimonios
de los niños que habían sido secuestrados y vendidos para servidumbre y que
ahora eran adultos. Casi ninguno de ellos recordaba el momento en que fue
despojado del seno familiar, pero en todos los casos traían las memorias de las
humillaciones, explotaciones y maltratos que recibieron como siervos de los
“paraguayos” quienes como forma de degradarles aún más se referían de modo despectivo
a su origen indígena como si se tratara de una escala inferior de la humanidad.
Joaquín Achipurângi de
Arroyo Bandera, en Canindeyú, expresaba en ese sentido:
“Yo fui cazado y
vendido a una familia paraguaya cerca de Curuguaty, mis dos hermanos menores
también, yo era el más grande, crecí con ellos, estudié en la escuela del
lugar. En la escuela y también los vecinos me decían que yo era guayakí, un
indio. Un día me animé y comencé a tomar contacto con otros jóvenes que estaban
en la misma situación. Me escapé de la casa, viví un tiempo en la comunidad de
Chupa Pou y luego me casé con una mujer de mi pueblo, de ahí vine aquí a Arroyo
Bandera, donde vivo actualmente. A uno de mis hermanos nunca más lo vi, mis
padres fueron asesinados por los apä cuando éramos aun muy pequeños. Unos
paraguayos se apoderaron de nosotros y nos sacaron del monte”
Teresa
Jakuvachúgi de Ypetïmi, Caazapá, en términos sencillos retrata el valor
degradado que daban los no indígenas a los aché secuestrados, al punto de
trocarlos por animales. Lo mismo, el trato en las casas de criadazgo donde se
violaban todos sus derechos como persona:
“Pichín (López)(cazador
de indígenas) me cambió por una vaca a la familia Arévalos de la compañía
Yvy’aty de Tava’i. La familia me reconoció como hija, pero nunca fui tratada
como ta. Hacía todos los trabajos de la casa sin recibir nada a cambio, nunca
tuve zapato ni ropas adecuadas, la señora Martha me maltrataba “nde india” me
decía, me pegaba con cualquier cosa. Cuando murió ella, los hijos me echaron de
la casa sin nada, hoy reclamo algún reconocimiento. Constantemente era
maltratada por la señora y sus hijas, “nde guayakí no sos nuestra hermana,
nosotros te compramos para que nos sirvas” me repetían. Muchas noches pasé
llorando preguntándome por qué era tratada de tan mala manera, ya que cumplía
con todos los trabajos asignados. No podía ir a la escuela por las múltiples
actividades que tenía diariamente”[10].
Margarita
Mbywángi de Kuëtuvy, Canindeyú, le otorga una dimensión incluso política
al relato e instala la idea de responsabilidad del Estado en el
genocidio-etnocidio y puntualiza claramente el delito de secuestro configurado
en el acto atroz de robo y venta de niños:
“Actualmente trato de
dar todo lo que no tuve a mis hijos, siempre lucho contra la injusticia y culpo
al Gobierno (Estado) por todo lo que pasó con el pueblo aché. Seguro que el
Presidente de entonces (Stroessner) sabía lo que pasaba en el monte, porque los
ancianos cuentan que eran militares quienes les atropellaban y llevaban
criaturas como si fueran animalitos para vender. Dos de mis hermanos también
fueron sacados del monte por paraguayos, uno se llama Martín, vive actualmente
en la zona de Curuguaty (hace 3 años se instaló en Kuëtuvy con su esposa
paraguaya e hijos) y del otro no sé nada”[11].
También estaban quienes
por primera vez hablaban sobre lo que les ocurrió durante el proceso de
sedentarización (despojo violento de sus hábitat y sometimiento a pautas y
regímenes de vida extraños a su cultura) Y aparecieron los testimonios
indirectos de aquellos que conocieron lo sucedido por el relato de sus padres y
el de los ancianos, porque eran muy pequeños cuando fueron sacados de la selva
y no tenían aún conciencia, evidenciando un nuevo nivel en los procesos de
memoria oral, la transmitida intergeneracional o socialmente.
Al respecto, Roque
Bepurángi, quien vive en Ypetimí, Caazapá, explicaba con claridad el origen de
su relato –que no escapa a la frecuencia de lo ya conocido- y los rasgos
comunes de la brutalidad de la acción de los no indígenas, el momento
aproximado del inicio de las persecuciones, los asesinatos, secuestros y la
pérdida de identidad de muchos de ellos:
“Supe a través de mis
padres y los ancianos lo que pasó con mi pueblo, ya que en esa época yo era muy
pequeño. Ellos me contaron que los paraguayos le perseguían mucho. Desde que
empezaron a abrir picadas en nuestro territorio terminó la tranquilidad para
los aché. Les mataban sin piedad a los adultos y llevaban a las criaturas para
vender. Esto es muy triste para nosotros. La familia aché se dispersó, casi
todos los que estamos aquí tenemos parientes que viven fuera porque fueron
vendidos o cambiados por animales y muchos ni siquiera saben que son aché”[12].
En esta segunda manera
del relato histórico –la Audiencia Pública- a partir de las memorias orales del
genocidio y etnocidio aché, se vuelven más visibles las incidencias del
pensamiento derivado del contacto con la sociedad no indígena. El discurso incorpora
dimensiones políticas y valoraciones occidentales, incluso dentro de líneas que
diseñan inconfundibles reclamos de derechos, figuras que en el primer tiempo no
aparecían porque no formaban parte del imaginario del pueblo aché que estaba
siendo obligado a fuego y sangre a abandonar su estado silvícola, su cultura y
su libertad.
En los casos de los
secuestrados retornados, que fueron criados –servidumbre- de familias
paraguayas o peones de obrajes o agricultores y que no conocían su lengua, la
cultura que abrevaron, la ajena a su pueblo, la de los apâ, es determinante en
sus relatos. Lo que detallan de su experiencia directa ayuda a conocer y
reconstruir cómo fue la violencia contra los aché fuera de los campos de
concentración, ya en los ámbitos domésticos que incluían a familias
distinguidas de la sociedad paraguaya donde fueron degradados como seres
humanos y explotados mediante sistemas de abuso emparentados con la esclavitud;
y en los obrajes donde realizaban el trabajo más pesado y recibían casi nada a
cambio.
Recién con estas nuevas
incorporaciones de la memoria oral sobre el genocidio aché comienza a conocerse
la otra parte del relato histórico que en su primera fase, 35 años antes,
no existía porque las víctimas aún eran niños y niñas que ni siquiera habían asumido
estado de conciencia cuando fueron despojados del seno familiar y su entorno
cultural. Durante todo ese tiempo su desgarradora historia permaneció soterrada
bajo el vértigo de la supervivencia y el avasallamiento cultural.
Este nivel del relato
no está suficientemente indagado y llega a constituir en sí mismo un capítulo
nuevo dentro del genocidio que en muchos casos sigue perpetrándose porque aún
existen numerosos aché viviendo una identidad que no es la suya porque la
propia les fue despojada, en un mundo –el de los no indígenas- al que fueron
introducidos con violencia, sin su consentimiento.
Hasta hoy siguen
apareciendo nuevos miembros del pueblo aché que regresan a las comunidades, ya
por la búsqueda de sus parientes, por averiguaciones propias o por terceros que
intervienen para permitirles al fin intentar recuperar la vida que les
arrebataron.
Tercera reconstrucción
El 17 de julio de 2014,
cuatro ancianos, dos de Kuëtuvy y 2 de Chupa Pou llegaron a Asunción para
contar sus memorias del genocidio bajo la dictadura.
Este evento al que
concurrieron masivamente personas de diversas pertenencias se denominaba en
aché gatú Kuaa reko jue (Memoria necesaria), como anticipo de lo que luego
sería una suerte de diálogo en idioma propio con traductor del mismo grupo
nativo.
Un seminario en Madrid,
España, sobre la causa judicial presentada en abril de 2014 en tribunales
argentinos por Justicia Universal contra el Estado paraguayo, servía de
pretexto para dar la palabra a los sobrevivientes y permitir que esta vez los
desencadenadores de la última parte de los relatos fueran las personas comunes
que estaban en el auditorio. La sociedad paraguaya nunca antes había tenido
este tipo de contacto con los relatos ni sus protagonistas.
Después de 6 años de la
audiencia pública de la Comisión de Verdad y Justicia y 40 años de las primeras
denuncias, los aché volvían a hablar del tema. Casi la totalidad de quienes
esta vez lo hacían no habían participado de ninguno de los momentos anteriores.
Los hechos contados se mantenían fieles en esencia a lo que se venía
describiendo desde hacía 4 décadas. Sin embargo, las referencias y
representaciones con las que eran colocados algunos protagonistas/ejecutores
permitían definiciones mucho más claras de quiénes eran los perpetradores y
responsables.
Antonio Mbepégi expresó
que las persecuciones en la selva, las muertes con golpes y armas de fuego y
los maltratos los habían ejecutado personas vestidas de verdeolivo (tyru
prana), camuflado (tyru para) y caqui (tyru iju) Esta es una de las escasas, si
no la única vez en que aparte de referencias concretas sobre los militares
aparecen policías en el proceso de exterminio aché. También explicó que los
apremios físicos y muertes los aplicaba con extrema violencia Manuel Jesús
Pereira, el mismo que debió abandonar el campo de concentración de Cerro
Morotï, llevándose consigo como esclavos a varios aché, tras violar a la hija
de un paraguayo.
Igualmente aparecen
como cómplices en el proceso de las “sacadas” los misioneros de la
controversial iglesia estadounidense Misión a las Nuevas Tribus –To the New
Tribe Mission- que en los ’80 provocaron enfrentamientos y muertes entre
ayoreos (totobiegosodes) no contactados en el Chaco. Marisol Kajági,
indicaba sucintamente que ella, siendo aún adolescente, fue arrebatada de su
bosque junto con sus hijos por los militares y entregados a aquellos
misioneros. Ella no recuerda días buenos. Relata que su universo se llenó de
sufrimiento y desolación.
Juana Chachúgi dio
otra dimensión a sus memorias. Con un tradicional canto (pre’e) –resiliente-
recordó la violencia de las incursiones de personas de civil acompañando a
militares. Contó que la primera vez que los no indígenas llegaron ella era
pequeña y logró huir. También habló de cuando mataron a dos de sus hermanos a
palos y a una hermana embarazada cortándola luego en trozos; y finalmente que
cuando era adolescente la desarraigaron de su selva y vivió días interminables
de dolor, tristeza y despojo.
El más revelador de
este conjunto de relatos fue el de Dionisio Cherýgi, de unos 50 años,
quien había retornado con sus parientes hacía apenas 4 años (2010) No recordaba
cuándo lo secuestraron, dónde, ni quiénes lo criaron. Es uno de los cientos de
niños robados y vendidos para servidumbre durante la década de los ‘60 y 70.
Contó, casi murmurando, en guaraní, el único idioma que habla, que creció entre
obrajeros y campesinos, que le hacían trabajar sin descanso ni retribución,
sometido a régimen de hambre, criado como y entre los animales. En ningún
momento levantó la mirada hacia otras personas, o si lo intentaba era furtiva.
Explicó que no había desarrollado relaciones sociales a lo largo de su vida.En
su relato se cruza Antonio Mbepégi, quien lo reconoce como sobrino y le
cuenta del momento en que fue secuestrado de la selva siendo aún muy pequeño,
durante una de tantas incursiones armadas de los apäproro (los hombres que
disparan) en sus selvas.
En este tercer momento
de la reconstrucción del relato histórico desde la oralidad, sobre el genocidio
aché empieza a emerger una de las dimensiones poco consideradas o reveladas, no
por inexistente sino por la urgencia de otros aspectos del relato: el profundo
daño sicológico y la destrucción de la condición humana en casi todos sus
niveles.
El caso de Cherýgi –que
en la selva tenía otro nombre y decidió cambiarlo como borrando el terrible
pasado para iniciar un nuevo episodio, tratando de olvidar las décadas de
aniquilamiento de su personalidad por parte de los no indígenas, como reveló-,
es el de muchos niños y niñas aché secuestrados, vendidos o canjeados por
mercaderías o ganado y que sobrevivieron a pesar de todo, mientras otras
decenas no corrió la misma suerte pereciendo bajo todo tipo de tormentos que
las autoridades gubernamentales sabían y consentían por acción u omisión.
Líneas finales
La línea de tiempo que
se sigue en el presente abordaje y las diversas circunstancias sociopolíticas e
históricas en las que aparecen las representaciones orales de miembros de una
misma población sobre el mismo tema nos muestra que además de permitir un
conocimiento progresivo de lo sucedido, eleva la complejidad de la comprensión
e interpretación de acontecimientos; porque además asume sus consecuencias como
parte necesaria del relato que se significa y resignifica no solo en los
sentidos que cobra sino porque además se sigue produciendo en la medida en que
aparecen nuevos actores y los detalles se mantienen como parte de la tradición
oral intergeneracional de ese pueblo.
La memoria oral
planteada desde la recordación del genocidio aché es el cimiento que permite
escribir el relato histórico sobre ese hecho y sus diversos momentos. No
obstante, el resultado final no es producto de la única acción del investigador
sino de la intervención sucesiva y a veces hasta superpuesta de fragmentos de
recuerdos, de voces que retornan y referencias que se amplían para producir
finalmente un producto histórico colectivamente contado.
Los aché en este siglo
XXI tratan de recuperar parte de lo que les fue usurpado –tierras, territorios,
vida, libertad-; y sobre la sabiduría de sus ancestros y los terribles
recuerdos del genocidio buscan sobreponerse y empiezan un lento proceso de
reclamos de derechos y exigencias de reparación y restitución. Sus memorias son
las de todos los pueblos indígenas que padecen y perecen diariamente desde
1492…
——
Sobre el autor
Miguel H. López,
maestrando en Historia Paraguaya Independiente por la Universidad Nacional de
Asunción y licenciado en Ciencias de la Comunicación por la misma institución.
Docente, periodista y cineasta con especialización en diversos países de
América. Desarrolla trabajos interculturales y acompaña procesos con el pueblo
aché desde 2007. Premio Nacional de Periodismo 1999, Premio Cabildo 2005 en
audiovisual histórico y Periodista Amigo de la Infancia en 2007. Realizó
publicaciones sobre el Operativo Cóndor, la dictadura de Stroessner, Libertad
de Expresión y Sistema Interamericano, Relatorías sobre DDHH, derecho
consuetudinario e investigaciones periodísticas. En 2014 fue distinguido por
los colectivos de víctimas de la dictadura por su relevante aporte en la
preservación y difusión de la memoria histórica.
Bibliografía
Comisión de Verdad y
Justicia (2008): “Capítulo III: Violaciones de Derechos de los Pueblos
Indígenas, en Informe Final. Tomo III: Las Violaciones de Derechos Humanos de
Algunos Grupos en Situación de Vulnerabilidad y Riesgo.
Comisión Interamericana
de Derechos Humanos. Caso 1802. 27 de mayo de 1977 (Comunidad Aché vs.
Paraguay). Resolución aprobada en sesión 539 a de 27 de mayo de 1977 (41º
Período de Sesiones) y transmitida al Gobierno de Paraguay el 27 de mayo de
1977.
Dirección General de
Verdad, Justicia y Reparación (2010): La Situación de Derechos Humanos del
Paraguay entre 1978 y 190: El Procedimiento 1503 de las Naciones Unidas.
Gómez-Perasso, J. A.
(1987): Crónicas de cacerías humanas: la tragedia ayoreo. Asunción. El Lector.
La agonía de los Aché
–Guayakí – Historia y cantos. Bartomeu Meliá s.j., Luigi Miraglia y Mark y
Christine Münzel, Centro de Estudios. Antropológicos de la
Universidad Católica “Nuestra Señora de la Asunción”, 1973
Melià, B. (2008):
“Pueblos Indígenas en Paraguay y Violación de Derechos Humanos (1958-2003)”, en
Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas, IWGIA, (2008): Los Achés
del Paraguay: Discusión de un Genocidio. IWGIA. Conpenhague.
Munzel, M. (2008): “Los
Indígenas Aché: Genocidio en Paraguay”, en Grupo Internacional de Trabajo sobre
Asuntos Indígenas, IWGIA, (2008): Los Achés del Paraguay: Discusión de un
Genocidio. IWGIA. Conpenhague.
Servín, J. A. (2008): Stroessner, su
dictadura y los impactos en el pueblo Aché, en Grupo Internacional de Trabajo
sobre Asuntos Indígenas, IWGIA, (2008): Los Achés del Paraguay: Discusión de un
Genocidio. IWGIA. Copenhague.
——-
[1] La Convención para
la Sanción y Prevención del delito de Genocidio fue aprobada en 1948. El
artículo 2 expresa que esta figura consiste en “cualquiera de los actos
mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o
parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal: a)
Matanza de miembros del grupo; b) Lesión grave a la integridad física o mental
de los miembros del grupo; c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones
de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; d)
Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; e) Traslado
por fuerza de niños del grupo a otro grupo”.
[2] Stronismo, es la
denominación frecuente que se utiliza en la sociedad paraguaya y entre los
estudiosos de la fase de la historia para denominar el sistema o régimen de
Alfredo Stroessner (1954-1989) caracterizada por constituir una dictadura
militar que rigió por casi 35 años con sistemática violación de los derechos
humanos y destrucción de toda base democrática y de libertad con saldo de miles
de perseguidos, exiliados, desaparecidos y torturados, cuando no eran
ilegalmente detenidos por razones de conciencia. También suele usarse el
término Stronato.
[3] (Edeb Piragi 1999)
[4]MUÑOZ ONÓFRE, Darío.
Construcción narrativa en la historia oral. Nómadas. 2012.
[5] Informe final de la
Comisión de Verdad y Justicia.
[6] Ídem.
[7] Ídem.
[8] Ídem.
[9] Ídem.
[10] Ídem.
[11] Ídem.
[12] Ídem.
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