En el Tahuantinsuyo, casarse no era solo una decisión personal... era un deber sagrado hacia la comunidad y los dioses.
Los incas creían que el hombre y la mujer formaban una unidad inseparable, conocida como “chacha–warmi”, símbolo de equilibrio y armonía entre el cielo y la tierra.
El matrimonio del Inca
El soberano no se casaba por amor, sino por cosmos y política.
Su esposa principal, la Coya, era muchas veces su hermana, elegida para preservar la pureza del linaje solar.
También podía tener otras mujeres secundarias (acllas), que representaban alianzas entre regiones del vasto imperio.
Cada unión aseguraba la continuidad del poder y el equilibrio del orden universal.
El matrimonio del pueblo
Para los pobladores comunes, el matrimonio era un acto comunitario lleno de simbolismo y sencillez.
Antes de casarse, la pareja convivía un tiempo en el “servinacuy”, una especie de “convivencia a prueba” para conocerse mejor.
Si todo marchaba bien, el curaca o jefe local realizaba una ceremonia sencilla pero significativa:
el entrecruzamiento de manos sellaba la unión.
Desde ese día, la pareja compartía el trabajo en los campos, la crianza de los hijos y el bienestar del ayllu.
Casarse era formar una alianza con la vida misma.
Más que amor: reciprocidad
En el mundo andino, el matrimonio era un acto de reciprocidad (ayni): cada miembro daba lo mejor de sí para el bien común.
El amor existía, pero se expresaba en el trabajo compartido, la solidaridad y el respeto mutuo.
El hombre y la mujer eran complementarios, no opuestos.
Fuente: Cultura peruana
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