Un desvencijado portón de madera es todo lo que resta de la casa de infancia de Augusto Roa Bastos, en Iturbe. La comunidad lo cuida como su más valiosa reliquia, junto al museo de la vieja Estación del Ferrocarril. El escritor y el portón tienen su propia historia.
"Los padres del niño Augusto Roa Bastos solían cerrar con un candado el portón de su casa, para que él no salga a vivir sus aventuras con los mita'i del pueblo, pero él se escapaba igual a la hora de la siesta, gracias a eso pudo experimentar todo lo que cuenta en sus mágicos relatos", recuerda la ex maestra de literatura Reina Gallinar, a la sombra del corredor de su casa, en Iturbe.
La docente coordina actualmente el Centro Cultural Comunitario en la antigua Estación del Ferrocarril, donde está la Biblioteca Augusto Roa Bastos, y en el patio, en medio del jardín, alumbrado por reflectores en horas de la noche, se encuentra la reliquia literaria más preciada: Un rústico y desvencijado portón de madera, reconstruido bajo un pequeño tinglado.
"Ese es el portón de los sueños de don Augusto, lo único que queda de lo que fue su casa de infancia, en su pueblo de Iturbe...", explica la profesora Reina.
El despertar al realismo mágico campesino
Augusto Roa Bastos nació en Asunción, el 13 de junio de 1917, pero cuando tenía apenas 2 años de edad, su mamá Lucía viajó con él en brazos al entonces remoto y aislado pueblo de Iturbe (que originalmente se llamó Santa Clara), en el Departamento del Guairá, a 210 kilómetros de la capital, donde su padre Lucio trabajaba como empleado del ingenio, que entonces se denominaba Azucarera Nacional.
Al futuro literato le tocó vivir "la experiencia de un chico de pequeña burguesía capitalina, que se traslada cuando no tiene todavía uso de razón, a un lugar en el que se estaba instalando un ingenio de azúcar: una región semisalvaje, en donde pasaban carpincheros, en donde había pequeñas compañías de unas cuantas familias, niños con enormes vientres, anquilostomiasis y todas las endemias habidas y por haber...", según le contaría años después al escritor Rubén Bareiro Saguier, en un libro sobre su vida y su obra.
Como empleado de la azucarera, a don Lucio le permitieron habitar una antigua casona dentro de los predios de la empresa, a unos 50 metros de las orillas del río Tebicuary-mí, junto a un recodo con playa de arena blanca, donde Roa imaginó varios de los cuentos de su posterior libro "El trueno entre las hojas".
La casona de los Roa Bastos estaba rodeada de un cerco de alambre y separada de la barranca del río por un pequeño portón de madera, pintado de color verde, al que el niño adoptó como su símbolo de transición hacia la libertad, hacia la realidad, hacia la aventura, hacia el mundo que poblaría su prolífica obra literaria.
"El portón marcaba una frontera prohibida. Un límite que no se podía traspasar y desde el cual no había retorno", describe en su novela Contravida.
El portón reconstruido junto al Museo de la Estación, en Iturbe,
Aquel portón, que lo estaba esperando tras haber regresado al Paraguay de un largo exilio, luego de la caída de la dictadura en 1989, Augusto Roa Bastos pudo también retornar finalmente al pueblo de su infancia en el año 1994, luego de casi 54 años de haber estado ausente.
Fue un regreso en muchos sentidos, para terminar de escribir su novela Contravida, que es un viaje interior, en proceso deconstructivo de toda su producción literaria, como también para grabar escenas del documental que el cineasta Hugo Gamarra estaba realizando sobre la vida y obra del escritor.
"En aquel viaje, Roa Bastos encontró que la casa en la que vivió su infancia ya no existía, pero estaba aún el portón de madera en la entrada al terreno. Recuerdo que se emocionó mucho y cuando intentó abrir, se le quedaron pedazos en la mano, de tan vieja que estaba la madera. Tuvimos que armar de nuevo ese portoncito", recuerda la profesora Reina Gallinar, quien actualmente está terminando de escribir un libro sobre la infancia del escritor en Iturbe.
El portón fue el elemento simbólico que dio título a la película documental que el cineasta Hugo Gamarra filmó durante aquella visita, y que fue lanzada originalmente en formato VHS, en 1998.
"Aquel fue un regreso muy emotivo de Roa, de reencuentro con su pueblo Iturbe y con las raíces de su obra. Tuvimos el privilegio de poder documentar ese momento mágico", apunta Hugo.
El portón tuvo que ser desmontado y vuelto a armar en medio de un jardín, en el patio de la antigua Estación del Ferrocarril de Iturbe, donde actualmente funciona el Museo Maestro Ildefonso Franco, un ilustre docente iturbeño. La Municipalidad también le dio el nombre "Portón de los sueños" a una de las calles principales de la ciudad.
"Para Iturbe, Roa Bastos es el principal patrimonio cultural. Lástima que no se haya podido mantener en pie la casa en la que vivió con sus padres cuando era niño, pero quedó este portón, que lo cuidamos como nuestra mayor reliquia", destaca el actual intendente de Iturbe, Darío Cabral.
El autor de "Yo el Supremo" lo describe así, con su voz que sobrevive, en los minutos iniciales de la película de Hugo Gamarra: "Un pequeño portón que no pertenece ni a la realidad, ni a la fantasía, ni a la naturaleza, ni al mundo secreto del hombre, porque ese portón está ahí desde el comienzo de los tiempos...".
Fotografía
Roa Bastos, el día en que reencontró el portón de su casa de infancia, en 1994, tras 54 años de ausencia.
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