Chaltén
es el nombre con que los tehuelches denominan al también llamado Cerro Fitz
Roy. En la lengua aonikenk, quiere decir montaña que echa humo, ya que los
habitantes originarios, al igual que muchos de los primeros exploradores, lo
suponían un volcán.
El Cerro
El Chaltén “simboliza lo más preciado de las tradiciones aónikenk del pueblo
Chónek.”
Creados
por Kóoch (Dios), vivían en estado salvaje, luchando mano a mano con las
fieras, para procurarse el sustento y abrigándose en grutas. Un niño
excepcional llamado Elal, que no era de su raza, es salvado de las garras de un
gigante merced a la oportuna intervención del cisne (Kóokn) quien, en vuelo sin
etapas, lo traslada de la isla donde había nacido a las yermas tierras
patagónicas, depositándolo en la cima de la más hermosa e imponente cumbre patagónica:
Chaltén. Pasa allí tres días, alimentado y protegido solícitamente por las aves
que lo habían acompañado.
Librado
luego a sus propios medios, tiene que luchar con tres enemigos que le acechaban
para quitarle la vida: el frío, la nieve y el viento. Se defiende del primero
golpeando unos pedernales y produciendo el fuego; del segundo, fabricando el
toldo (kau) con pieles de guanaco, y del tercero, utilizando la capa (kai).
Inventos que transmiten a sus amigos los aónikenk, junto con el arco y la
flecha para defenderse de las fieras. El mismo protagonista, después de
haber vivido mucho tiempo entre sus amigos, dándoles sabias normas de vida y de
moral, fue a buscar a la hija del Sol, el lucero matinal (Kawó), conducido en
forma de pajarillo por su propia madre, que se había transformado en un
espléndido cisne de poderosas alas. Después de vencer tres sutiles ardides
tendidos astutamente por el Sol, logró la mano de la doncella al colocarle el
anillo misterioso que estaba oculto en lo más recóndito de una profunda caverna.
Allá
arriba, al lado del Sol, espera a sus amigos, los aónikenk, y les ofrece caza
abundante en los mundos del espacio. Como prueba de su buena voluntad, dejó
impreso en el cielo el rastro del choique, choiols, la constelación Cruz del
Sur, para indicarles el camino que habían de seguir. Por eso el patagónico mira
con gusto el cielo estrellado. Allá están sus compañeros divirtiéndose con
perpetuas cacerías, como lo demuestran esas nubes blancuzcas, las nubes de
Magallanes, que es el polvo que levantan las manadas de guanacos al disparar. Y
lo dice también ese gran callejón blanquecino, la Vía Láctea, por donde pasan a
la carrera los cazadores, sembrándolo con las plumas de los choiques que han
cazado.
Fuente: Nueva
Generación del Folklore
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