Calfucurá -Piedra Azul, en
castellano- fue el último Señor de las Pampas que negoció con gobernantes y
combatió contra el ejército criollo, hasta que en su vejez fue vencido por
tropas del presidente Domingo Faustino Sarmiento en la batalla de San Carlos, actualmente
el partido bonaerense de Bolívar.
Según la tradición,
Calfucurá nació al oeste de los Andes en Llaima, en el Ngulu Mapu; sin embargo,
otra versión sitúa su nacimiento entre Pitrufquén y el lago Colico, también en
el actual territorio chileno. Posiblemente entre 17603 y 1780. E incluso en una
fecha tan tardía como 1790. Sería por tanto, un moluche (nguluche,
“occidental”) desde el punto de vista de los mapuches asentados al este de los
Andes, posiblemente huilliche o pehuenche con algo de sangre huilliche, ya que
al llegar a las pampas iba acompañado precisamente de jinetes de esos grupos
étnicos. Era hijo del cacique Huentecurá (piedra de arriba), nacido hacia 1730,
uno de los jefes que había ayudado a José de San Martín en su cruce de los
Andes.3 Tenía por hermanos a Antonio Namuncurá (pie de piedra), padre del
cacique Manuel Lefiñancú, y al poderoso toqui Santiago Reuquecurá o Renquecurá
(piedra que hace dos -lava de volcán-), que vivió entre 1800 y 1887, líder de
numerosas tribus pehuenches, podía poner en pie de guerra más de 2.500 hombres.
Calfucurá, el soberano
absoluto de su pueblo durante unos 40 años, murió de pena, rodeado por la
“chusma” (mujeres), pocos años después de que reconociera que, al caer sus
lanzas, estaba todo perdido para los suyos. Una de las consecuencias de la
derrota fue que su tumba fuera profanada por soldados de la denominada “Campaña
del Desierto” contra el indio, que encabezó Julio Argentino Roca desde 1879, y
que sus huesos terminaran en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata.
Más allá del respeto por
todos los caciques que surcaron estas tierras, los descendientes de los
“antiguos” sienten por Calfucurá una admiración especial por haber sido el
último gran emperador de la extensa Pampa, desde Mendoza hasta Buenos Aires.
La historia de poderío de
este araucano llegado de Chile puede comenzar a contarse a partir de 1829,
cuando Rosas asumió el gobierno de la provincia de Buenos Aires y dijo que
negociaría con los indios pacíficos y enfrentaría a los insumisos. El entonces
líder de los rebeldes era el cacique pampa Toriano, secundado por Calfucurá y
su hijo Namuncurá (padre de Ceferino, “el santito de las pampas”), finalmente
vencido por tropas de Rosas y de sus amigos indios borogas. Tras el
fusilamiento de Toriano en Tandil, los borogas comenzaron a perseguir y matar a
los vencidos y cometieron varias masacres, hasta que tres años después
Calfucurá los emboscó, mató a unos mil guerreros y se llevó cautivas a todas
sus mujeres.
La venganza de Calfucurá
provocó un incesante avance de tropas de Rosas, que mataron uno a uno los
caciques que encontraban y ese fue el momento en que “Piedra Azul” tomó el
mando de todas las tribus conformando la Confederación Araucana, tras matar al
cacique chileno Railef. El cuartel central del nuevo caudillo pampa fueron las
tolderías de Salinas Grandes, donde, en forma inteligente, formó espías y
perfeccionó su lenguaje castellano para comenzar a negociar de palabra y por
escrito con Rosas (y después de la caída del Restaurador de las Leyes en la
batalla de Caseros, con otros gobernantes).
Al descubrir que los nuevos
gobernadores no tenían la mano dura de Rosas, pero persistían en usurpar las
tierras pampas, Calfucurá lanzó una nueva campaña de grandes malones, saqueando
estancias y pueblos enteros.
Mientras tanto, recibía los
diarios de Buenos Aires y Paraná y se enteraba que, aprovechando la desunión
nacional, podía negociar con el caudillo entrerriano Justo José Urquiza.
Tras sellar la paz con
Urquiza, desconoció todo poder bonaerense y sus “conas” (guerreros) llegaron
con sus “chuzas” (lanzas) hasta pocos kilómetros de la ciudad de Buenos Aires y
hasta vencieron en la batalla de Sierra Chica (Olavarría) a Batolomé Mitre.
Luego de Mitre fue el turno del general Hornos, quien enfrentó al poderoso
ejército de Calfucurá en Tapalqué y también resultó vencido, por lo que los
porteños, con la indiada a sus puertas, comenzaron a padecer el terror de ser
invadidos en la propia gran ciudad.
Cuando su poderío parecía
no tener límites, Calfucurá intentó una decisiva hazaña y le declaró
formalmente la guerra al presidente Sarmiento. Fue su último gran error: resultó
impensadamente vencido en la batalla de San Carlos y nunca más volvió a
guerrear. Recluído en Salinas Grandes, Calfucurá pasó en adelante sus días
inmerso en la tristeza hasta que el 4 de junio de 1873 dejó el legado de “no
abandonar Carhué al huinca”, porque ese era el paso obligado hacia el centro de
la Confederación, y murió.
Calfucurá fue sepultado con
los honores de un gran cacique y en su tumba fueron colocados sus ponchos, sus
armas, su platería y unas 20 botellas de anís y ginebra, las que fueron bebidas
por sus saqueadores años después, sin que les importara el valor sagrado de
esas ofrendas. El teniente Levalle fue el encargado de recolectar los huesos y
las pertenencias de quien había sido el temerario dueño y señor de las pampas,
las que finalmente recalaron a fines del 1800 en el museo platense.
El éxito de la Campaña del
Desierto terminó dándole la razón a Calfucurá como gran estratega de la guerra
contra el “huinca”: tras su muerte, Roca ordenó a su ejército ingresar por
Carhué, arrasar Salinas Grandes y terminar con Choele Choel, el lugar secreto
por el que la Confederación traficaba ganado a Chile.
Leyendas
En torno a la figura de
Calfucurá se han tejido numerosas leyendas, incluso mientras estaba con vida.
Se decía, por ejemplo, que tenía dos corazones o que tenía a su servicio a un
witranallwe (jinete fantasmal) que le ayudaba en las batallas.
Según creían sus seguidores
cuando Calfucurá era niño recibió una pequeña piedra cherüwfe (meteorito) de
color azul de manos de un huecufu (espíritu maligno), convirtiéndolo en
invencible. Fue por los años 1780 o 1790. Cuentan que apareció en el wall-mapu,
una brillante luz surcando los cielos. Que una roca cayó a la tierra cerca de
una aldea en Llaima, la parte occidental del país de los mapuches. Al tiempo
que caía del cielo se oía el llanto de un recién nacido, y como la piedra era
de color azul, bautizaron al niño con el nombre de “Calfu-Cura” que en
mapudungun (la lengua mapuches) quiere decir piedra azul.
Hicieron con un fragmento
de la roca un amuleto que colgaron al cuello, porque según dijo la machi (la
chamán), era un regalo de Ngueñechen para proteger al elegido que lideraría a
su pueblo a la libertad.
Cuentan también que el día
de su nacimiento, se despertaron los pillanes (espíritus de los volcanes) para
entregarle en ofrenda dos corazones que lo harían invencible.
Cafulcurá llegaría a ser
conocido como uno de los más grandes caciques de la nación mapuche.
Fuente
AIM Agencia de
Informaciones Mercosur (Paraná – Entre Ríos - Argentina – 1 de Junio de 2.017
Argentina, país neo-feudal, gobernada por el porteñismo mediócre sin ética, dependiente del capital foraneo, fundada s/genocidios, mentiras, traiciones, deudas externas fraudulentas, por lumpen políticos-militares inescrupulosos, explotadores de su territorio y su pueblo.. con un Bs As, que hasta el día de hoy, dia 7, del mes 8, del año 2020... una desgraciada nación repleta de nosotros pueblo, de pobre entendimiento...
ResponderEliminar