Raza
caucásica se llama, todavía, la minoría blanca que ocupa la cúspide de las
jerarquías humanas.
Así fue bautizada en 1775 por
Johann Friedrich Blumenbach.
Este zoólogo creía que el Cáucaso
era la cuna de la humanidad y que de allí provenían la inteligencia y la
belleza. El término se sigue usando, contra toda evidencia, en nuestros días.
Blumenbach había reunido 245
cráneos que fundamentaban el derecho de los europeos a humillar a los demás.
Arriba, los blancos.
La pureza original había sido
arruinada, pisos abajo, por las razas de piel sucia: los nativos australianos,
los indios americanos, los asiáticos amarillos. Y debajo de todos, deformes por
fuera y por dentro, estaban los negros africanos.
La ciencia siempre ubicaba a los
negros en el sótano.
En 1863, la Sociedad
Antropológica de Londres llegó a la conclusión de que los negros eran
intelectualmente inferiores a los blancos, y sólo los europeos tenían la
capacidad de humanizarlos y civilizarlos. Europa consagró sus mejores energías
a esta noble misión, pero no tuvo suerte. Casi un siglo y medio después, en el
año 2007, el estadounidense James Watson, premio Nobel de Medicina, afirmó que
está científicamente demostrado que los negros siguen siendo menos inteligentes
que los blancos.
Eduardo Galeano. "Espejos. Una
historia casi universal".
Editorial Siglo XXI. Reproducido en El País,
23-3-2008
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