Dicen
que los cimarrones de las comunidades afro-latinoamericanas se reunían en el
patio para peinar a las más pequeñas, y gracias a la observación del monte,
diseñaban en su cabeza, haciéndoles trenzas pegadas a la cabeza o
"tropas", un mapa lleno de caminitos y salidas de escape, en el que
ubicaban los montes, ríos y árboles más altos. Los hombres al verlas sabían
cuáles rutas tomar. Su código desconocido para los amos les permitía a los
esclavizados huir.
Al igual que la cultura Yoruba, que trenzaba su cabello enviando mensajes a los dioses. El cabello es la parte más elevada del cuerpo, y por lo tanto es considerada como el portal de espíritus para pasar a las almas.
"Si
el terreno era muy pantanoso, las tropas se tejían como surcos", dice
Leocadia Mosquera, una maestra chocoana de 51 años a quien su abuela le enseñó
el secreto de los peinados por considerarla la "ananse" de la
familia, es decir, ese ser mítico representado en una araña, que con su astucia
y poder, huye de la dominación.
Lo
que fue mapa sobre el cuero cabelludo después se convirtió en papel en blanco
para el relato de lo cotidiano, de hecho, en algunos palenques al peinado le
llaman el “sucedido”. Los trabajos en las minas o los sufrimientos en las
plantaciones tomaban forma de peinado y el momento de hacerlo, como ahora, era
el espacio para socializar y compartir historias. “Mientras se trenza se tejen
historias”; historias clave para celebrar también edades significativas: el
primer año del bebé, los 15 años de las niñas, la emancipación de los varones
en la adolescencia.
Hoy
en día, las mujeres aún encuentran en el tiempo del peinado el tiempo del
relato, de la socialización. La historia ha perpetuado en todo caso el peinado
afro como “mecanismo de resistencia”, explica Vargas. Si antes era contra la
esclavitud ahora lo es contra “la estética hegemónica”.
Fuentes:
Una Antropóloga en la Luna
Otra
América de Sur a Norte
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