Echado en la estera, boca arriba, el sacerdote-jaguar de Yucatán escuchó
el mensaje de los dioses. Ellos le hablaron a través del tejado, montados a
horcajadas sobre su casa, en un idioma que nadie más entendía.
Chilam Balam, el que era boca de los dioses, recordó lo que todavía no
había ocurrido:
-Dispersados serán por el mundo las mujeres que cantan y los hombres que
cantan y todos los que cantan… Nadie se librará nadie se salvará… Mucha miseria
habrá en los años del imperio de la codicia. Los hombres, esclavos han de
hacerse. Triste estará el rostro del sol…
Se despoblará el mundo, se hará pequeño y humillado…
Eduardo Galeano – Memoria del Fuego
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