Por Diana Ramos
Historias que no se cuentan
¿Qué hay de esas mujeres perdidas de
la historia? ¿Dónde quedaron sus hazañas y sus luchas? Perdidas en la historia
oficial pero recordada en la memoria popular de los pueblos latinoamericanos,
las heroicas mujeres de la conquista americana se hacen presentes.
Las mujeres representan la
mitad mas uno de la población mundial; fueron y son las actrices invisibles de
los acontecimientos más importantes a lo largo de la historia humana. Como pequeñas
hormigas ha colaborado en la gesta de grandes suceso históricos, a la sombra de
grandes referentes históricos, en la mayoría de los casos masculinos.
¿Pero qué hay de esas mujeres que
mas que invisibles han sido borradas de la historia? Hablo de las mujeres que
han participado de la historia más allá de los márgenes conocidos, de las
mujeres que pertenecen al bando de los vencidos, de las mujeres de la tierra,
de las mujeres no occidentales, que la historia oficial ha sabido borrarlas del
mapa y que sus hazañas solo se conservan en la memoria popular de los pueblos
sometidos.
Es el turno de darle voz a esas
mujeres, las mujeres perdidas de la historia, que se conozcan sus conquistas y
sus convicciones.
Yawanawá. Fotografía: Agência de Notícias do Acre |
Vamos a hablar de la mujer
americana, de la “india”, de la esclava, de la mujer que defendió su tierra
durante la conquista española de América.
Hablar del “descubrimiento de
América”, en pleno siglo XXI, al referirse a la invasión europea al continente
americano, iniciada en octubre de 1492, nos delata un concepto eurocéntrico
según el cual las cosas y los seres comienzan a existir cuando entran en
contacto con los representantes del “viejo continente”; más bien hablaré de la
conquista americana y las consecuencias que trajo aparejadas para las mujeres
originarias del continente americano.
La conquista americana del siglo XV
ya es bien conocida. Europa se mediaba entre el feudalismo y el naciente
capitalismo empujado por la incipiente burguesía, que por esa época estaba
surgiendo. El toparse con América no fue una mera casualidad de unos marineros
aventureros que se lanzaron a la mar, más bien fue la consecuencia de la
búsqueda de nuevos mercados en ultramar. Este hecho fue un triunfo para la
burguesía comercial española en la instauración de nuevas rutas comerciales,
así mismo, para las instituciones monárquicas y eclesiásticas.
Este “encuentro entre dos culturas”
fue violento: la combinación de la propaganda de la fe cristiana y el
sometimiento y apropiación de sus riquezas supuso una intervención coercitiva
por parte de los conquistadores en los sistemas económico- sociales de los
nativos, que tuvo como consecuencia la destrucción total o parcial de sus
sistemas culturales.
La visión predominante de los
conquistadores se centro en deshumanizar a los conquistados y, como no podía
ser de otra forma a las conquistadas. Sobre ellas cayeron todas las descalificaciones
impregnadas de la tradición misógina que estaba en pleno apogeo en aquellos
años de inquisiciones, brujas y hogueras.
Esta “misoginia de exportación”,
reflejó también que las mujeres eran muy poco tenidas en cuenta en España,
así mismo, como se verá reflejado en la ausencia de las mismas en la mayoría de
las crónicas de la conquista.
El discurso dominante y recurrente
de la época fue deshumanizar a la conquistada para dar por válido el “justo
castigo” disfrazado de civilización y naturalizar los atropellos, las masacres
y las incoherencias hasta convertirlas en algo “lógico”, método que ha dado y
sigue dando buenos resultados al discurso del poder.
Es muy frecuente encontrar en las
crónicas de la época comparaciones exhaustivas entre nativas y occidentales,
obviamente en detrimento de las originarias y dando una imagen bastante alejada
de la vida cotidiana de sus congéneres europeas.
Para poder entender cuáles fueron
los cambios sociales que sufrieron las mujeres americanas es preciso que
hablemos de su cotidianidad dando ejemplos de algunas de sus formas de vidas.
Para entender esto hay que desligarse del prejuicio de que América comparte una
cultura común y homogénea, como se vio reflejado continuamente en las crónicas
de los conquistadores, cargadas de su mirada europea y su constante marco
comparativo etnocéntrico; más bien América constituyo un mosaico cultural con
una variedad de formas culturales bien distintas entre sí. Reveamos algunos
casos.
Reina Anacona |
En las sociedades del mundo andino
la estructura básica comunitaria, denominada ayllu (forma de comunidad familiar extensa con una
descendencia común que trabaja en forma colectiva en un territorio de propiedad
común), muestra que no había una marcada división sexual del trabajo. En
general se compartían las tareas y era indistinto que un hombre o una mujer se
dedicaran a la cría de ganado. La elección de la pareja se hacía en un marco de
cierta libertad aunque seguramente en los ayllus más destacados las uniones
estaban condicionadas por cuestiones estratégicas y vínculos entre linajes. Se
conoció también la poligamia dentro de un sistema estrictamente patriarcal, en
el cual la hermana y esposa legítima del Inca gozaba de más privilegios que las
concubinas.
Otro ejemplo lo constituyen los
tallanes, mochicas y huancavelicas (etnias costeras de Perú), quienes
practicaba la poliandria. Estas “kapullanas” (cacicas), dueñas de señoríos, que
incluían tanto tierras como “yanaconas” (servidores), contaban con el
privilegio de contar con varios concubinos procedentes de rangos superiores al
suyo y gobernaban sobre hombres y mujeres. Ellas se ocupaban de labraban los
campos y explotar las tierras, entretanto sus maridos permanecían en casa,
tejiendo, hilando, fabricando armas y ropas.
En las costas venezolanas la mujer
cultivaba los campos y se ocupaba de la tareas domesticas, mientras que el
hombre se dedicaba a la caza. En Nicaragua eran los hombres los que se ocupaban
de la agricultura, de la pesca y del hogar; las mujeres se consagraban al
comercio.
La cultura maya tenía una
organización patriarcal donde la mujer no ejercía cargos religiosos, militares
o administrativos, pero ellas vendían el producto de su trabajo en los mercados
y se ocupaban de la economía doméstica, puesto que sobre ellas recaía la
responsabilidad del pago de impuestos. Se sabe que organizaban bailes para
ellas y que los hombres no participaban.
Los conquistadores dan cuenta de que
en el “Nuevo Mundo” existían comunidades matriarcales y matrilineales como en
el Cuzco y las costas del Pacífico, enfrente de Panamá, donde el heredero de un
señor era su mujer legítima y luego el hijo de la hermana. En algunas etnias,
las cacicas accedían al poder por la línea de descendencia materna. Es decir,
heredaban los cargos que dejaban sus madres, así como lo hacían los hombres por
vía paterna.
Otro rasgo común que caracterizó a
las civilizaciones precolombinas era la mujer guerrera. Los cronistas de la
época, deslumbrados por el caso, aseveraban haberse enfrentado a mujeres que
peleaban con bravura. El conquistador Francisco de Orellana, quien fue el
primero en explorar el río de la América meridional en 1540, encontró en las
márgenes del río a mujeres que recordaban a las amazonas de Capadocia. Antes de
la conquista, sin embargo, algunas mujeres, al igual que los hombres,
podían ejercer funciones de gobierno y liderazgo político en sus comunidades,
que la administración española desconoció y alteró, dando paso a un nuevo
ordenamiento, donde los cargos de autoridad quedaron reservados a los
conquistadores y a los miembros varones de la jerarquía nativa, convirtiéndose
de este modo en intermediarios entre la Corona española y las culturas precolombinas.
Los cambios abruptos que supuso la
conquista provoco la pérdida de las posiciones ancestrales que las habitantes
americanas desarrollaron durante los siglos anteriores. Esta situación empeoro
aun más la esfera de las mujeres nativas que perdieron todos los privilegios
con los que gozaban dentro de cada cultura particular y se convirtieron en un
objeto de venta, dominación, abuso y abandono.
La invasión española en el siglo XV,
sin duda, modificó la situación de las mujeres indígenas, las costumbres, las
creencias y el régimen comunitario de la tierra. De hecho, la administración
colonial reservó para las mujeres un lugar secundario y subordinado.
El golpe más duro fue el sistema de
“encomiendas”. Este sistema fue una institución socio-económica mediante la
cual un grupo de individuos debía retribuir a otro en trabajo. Así fue que se
entregó a pocos propietarios grandes extensiones de tierra junto con los
indígenas que vivían en ellas, estos debían de prestar su trabajo en los campos
viviendo en condiciones infrahumanas. Peor aún, todos debían pagar tributo,
consistente en la entrega de productos agrícolas, telas o animales, a los
administradores de la colonia.
Si bien al inicio de la colonia, las
mujeres estaban libres de pagar tributo, en los hechos esta exigencia recaía
también indirectamente sobre ellas. Por ejemplo, en la cultura andina, hombres
y mujeres participaran por igual en la economía del hogar y era menester que
las esposas ayudaran a sus esposos y familiares a cumplir con la carga económica
que aquel tipo de explotación suponía.
A medida que la obligación del
tributo se hacía más pesada y los varones de la comunidad no alcanzaban a
cubrir los montos requeridos, debido a la disminución de la población y a las
migraciones de los varones, a las mujeres les tocó compensar esta situación
pagando tributo en telas y tejidos para satisfacer las cuotas que la comunidad
debía entregar a la administración colonial. Las condiciones en que muchos
españoles se aseguraban el tributo femenino no fueron precisamente las más
cristianas, pues incluyeron varias formas de brutal explotación. Muchos
procedieron a encerrar a las mujeres para lograr que tejieran e hilaran para
ellos, convirtiéndolas en sus virtuales prisioneras o esclavas.
El régimen tributario para las
mujeres no sólo significó la explotación de su fuerza de trabajo, sino también
provocó que quedaran privadas del acceso a la propiedad de la tierra. Muchos
varones indígenas se vieron obligados a disputar las tierras que sus esposas
habían heredado de sus madres, para que este modo poder pagar el tributo. De
esa manera, gracias al sistema colonial imperante, los indígenas varones
contribuyeron a romper una tradición andina que daba a las mujeres un derecho
autónomo sobre la tierra, desarrollando así una nueva situación social
coherente y vinculada con los valores y costumbres traídas de Occidente.
Yanequeo. Por: Pilar Ríos |
A pesar de que las crónicas no den
voz a estas mujeres nativas, ellas no quedaron apacibles ni sumisas ante estos
eventos. Muchas mujeres americanas se alzaron ante semejantes injusticias
y desafiaron a los colonos. Existen relatos e historias en la memoria mas
intima de los países americanos que recuerdan a estas heroínas que lucharon por
su pueblo y sus seres queridos.
Anacona
Tal es el caso de Anacona
(1474-1504), una nativa taína de la isla La Española (actual
Santo Domingo). Esta mujer acompaño a su esposo Caonabó en el primer
levantamiento de los pueblos originarios en 1493, apenas iniciada la conquista,
y que se prolongo por una década. Tras el apresamiento de su esposo, ella
continuo la resistencia por varios meses, hasta que fue capturada. Fue ahorcada
en 1504 por orden del gobernador Nicolás de Ovando.
Otra fue la Gaitana, cacica
de Timaná en los Andes colombianos, quien lideró la
resistencia de los Yalcón. Según cuenta la historia, Pedro de Añazco en 1538
fue designado para que fundara una villa en Timaná con el fin de
facilitar las comunicaciones entre Popayán y el río Magdalena.
Este quiso congregar a los habitantes de la región para comenzar a imponer el
tributo y demás obligaciones relacionadas con la encomienda. Los Yalcón se
abstuvieron a su llamado, esto causo un gran enojo al español, que ordeno
ejecutar al líder de la tribu como escarmiento por tal desobediencia. Esto
provoco gran indignación en los nativos, quienes organizaron un gran alzamiento
en toda la región comandado por Gaitana.
Gaitana consiguió derrotar a Añazco
y continuo la resistencia haciendo frente a demás españoles que fueron en su
búsqueda. Logró reunir una confederación de todos los pueblos indígenas de la
región, más de diez mil guerreros, para hacer la última tentativa con el fin de
arrojar a los españoles de Timaná. Luego de varios encuentros desafortunados
los españoles abandonaron la región.
Más al sur de Colombia, más
precisamente en la región central de Chile, nos topamos con la Yanequeo, quien
fue una mujer lonco (jefa) de origen mapuche. Tras la muerte de
su compañero en mano de los españoles, se puso al frente de sus guerreros y
tuvo a raya a los invasores desde 1586. Su preparación militar y cualidades de
líder, hicieron que se ganara el apoyo de los estrategas militares de su
pueblo. Después de varias batallas durante el año 1587, derrotó las tropas
invasoras, con la participación de grupos mapuche-puelches. Fatigada de la
guerra se retiró hacia el sur a sus tierras cerca de Villarrica donde
desapareció sin dejar rastro.
En la actual Venezuela, en
Barquisimeto, Ana Soto de la etnia Guayón era cocinera de una hacienda. Cansada
de los malos tratos huyó al monte y organizó a su gente para luchar contra los
invasores. Desde 1618, Ana combatió contra los españoles para defender sus
tierras y rescatar a sus pares de la esclavitud. Fue la pesadilla de
gobernadores y capitanes durante 50 años, hasta que en 1668 dieron con ella y
fue condenada al suplicio del empalamiento.
Los guaraníes también tuvieron una
heroína, Juliana, esclava cristiananizada luego de que su pueblo sea sometido.
Después de ver como los españoles pasaron a cuchillo a gran parte de sus
parientes masculinos, las indias guaraníes procedieron a hacer lo mismo con sus
“amos”. Juliana fue la iniciadora de esta rebelión, cansada de ser abusada
junto con sus hermanas por Nuño Cabrera decidió cortarle la cabeza en 1539. El
ejemplo cundió entre las demás muchachas.
En 1524 en la zona actual de
Nicaragua, los invasores comenzaron a traficar indígenas con destino a la zona
minera del Perú. Esto provocó una despoblación que llevo a varios caciques de
la región a rebelarse. Estos fueron derrotados y condenados a muerte. Así fue
como entonces sus mujeres comenzaron una “huelga de amores”, se reusaron a
mantener relaciones sexuales con los españoles para no traer hijos esclavos.
Estas son algunas de las historias
que no fueron contadas, estas fueron algunas de las mujeres que cargaron con la
resistencia en vía de defender su tierra, su pueblo y su libertad. En lo más
profundo de la memoria colectiva de los países latinoamericanos se las
recuerda, pero nada de ellas se dicen los libros de historia oficial.
Monumento a La Gaitana. Fotografía: Guillermo Vazquez |
La otra historia de la conquista no
es conocida ni contada. No solo existió el saqueo de recursos, ni los miles de
indígenas y esclavos muertos como consecuencia de la explotación, sino
que fue destruida la estructura económica y moral de las culturas
precolombinas, sobre cuyas bases se levantaron los cimientos de la sociedad
colonial, un régimen brutal que legitimó la violación de las mujeres indígenas
ante las miradas absortas de sus maridos, hermanos e hijos. No en vano se
cantan elogios a la bella Anacaona, reina de la región más grande de La
Española, quien por un largo tiempo supo poner en un equilibrio de fuerzas a
los ocupantes o se recuerda la resistencia que encontraron las huestes de
Pedro de Valdivia ante la heroica Yanequeo.
Aun así, y luego de tantas idas y
vueltas de la historia, las condiciones de los pueblos indígenas no han
cambiado demasiado y es por eso que siguen existiendo mujeres que defienden sus
derechos como nativas. No es muy difícil encontrar nuevas resistencias y luchas
entre las mujeres originarias, tales son los casos de Rigoberta Menchú Tum, indígena
guatemalteca y ganadora de un premio Nobel de la Paz; Martha Sanchez Nestor,
Verónica Huilipan, Tarcila Rivera Zea, la joven María del Carmen Cruz Ramírez,
la Comandanta Ramona, entre otras.
Hace más de dos siglos, Charles
Fourier aseguraba que “los progresos sociales y cambios de época se operan en
proporción al progreso de las mujeres hacia la libertad”. Cuando en el siglo
XIX, Charles, exponía estas ideas para nada estaba equivocado con esta premisa.
La historia le ha dado la razón a medida que el tiempo avanzo y las conquistas
femeninas fueron en alza. Aunque aún queda un largo trecho por andar y nuevas
conquistas que conseguir, es evidente que “el grado de emancipación de la
mujer en una sociedad es el barómetro general por el que se mide la emancipación
general“.
La historia americana, desde la
conquista española hasta la actualidad, corrobora a diario la afirmación del
socialista utópico francés. Las mujeres americanas, como protagonistas en todos
los aspectos, construyeron su identidad a través del trabajo, la cultura, los
debates, las luchas políticas y sociales, la vida familiar, barrial y
colectiva. Un papel que, por lo general, suele negarse o limitarse a la mención
de unas pocas figuras destacadas a la hora de escribir nuestra historia. No hay
que perder de vista su participación en los procesos históricos, políticos y
económicos que fue siempre mucho más destacada de los que suele enseñársenos.
Bibliografía:
Biagini, Hugo: Identidad Argentina y
compromiso Latinoamericano, Ed. Reun, Argentina, 2009.
Ellefsen, Bernardo: Matrimonio y
sexo en el incario, Ed. Los Amigos del Libro, Cochabamba, 1989.
Galeano, Eduardo: Memoria del fuego
I, Ed. Catalogos, Argentina, 2007.
Pigna, Felipe: Mujeres tenían que
ser , Ed. Planeta, Argentina, 2012.
Séjourné, Laurette: América Latina,
Ed. Siglo XXI, España, 1976.
Diana Ramos es Licenciada en
Antropología (UNLP, Argentina) con estancia académica en la Universidad de
Jaén. Arqueóloga. Participación en campañas arqueológicas, proyectos de
extensión universitaria y docencia en actividades complementarias de grado.
Fuente: Mito Revista Cultural
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