Escribe: Karmen
Ramírez Boscán
Desde que somos niñas,
las wayuu aprendemos nuestras costumbres y tradiciones. Las mujeres wayuu somos
creadoras, tejedoras, artistas, soñadoras. Yo no soy tejedora, soy
wayunkerrera, porque lo que hago son Wayunkerras, y aunque no hablo fluidamente
mi lengua tradicional, desde que tengo memoria he aprendido a hacer nuestra
tradicional wayuu bag (como le dicen en inglés) o “mochila” (como se le dice en
español), o simplemente “susu”, como se le llama en wayuunaiki, la lengua del
pueblo Wayuu. El tipo de trabajo que hacemos se realiza a mano, sin ningún tipo
de ayuda mecánica, que incluye una serie de elementos originales que le dan el
certificado intrínseco de calidad natural: involucra el trabajo no sólo de una
mujer sino de hasta tres, y en ocasiones el de hombres, niños y niñas, que
conlleva cuando menos 20 días para que una de estas piezas de arte esté
completa.
Las circunstancias de
mi pueblo me hacen pensar en las historias detrás de cada mochila que, insisto,
sólo puede ser comparada con una pieza de arte única e irrepetible. Estas
historias deberían brindarles un valor añadido, pues son elaboradas por una
artista wayuu en un país que enfrenta una situación muy difícil en términos de
derechos humanos, conflicto armado, corrupción y pobreza. Desafortunadamente,
son ignoradas debido a la ceguera producida por el consumismo.
La Fuerza Mujeres
Wayuu, con el apoyo del Fondo Global de Mujeres, inició un proceso de
fortalecimiento y empoderamiento económico hace más de ocho años en la
Comunidad Wayuu Nouna de Campamento, donde, sin ser el único ni el primer
ejercicio de este tipo que se desarrolla en el territorio, 40 mujeres dieron
inicio al programa que se basa en el tejido como una estrategia de protección
frente al conflicto armado y las violaciones de derechos humanos. El principio
fundamental de esta iniciativa ha sido la protección de Wounmainkat – Nuestra
Tierra, contra las amenazas de las multinacionales, a la presencia de grupos
armados legales e ilegales y la reclamación de justicia. Además procura la
obtención por parte de la artista de una remuneración digna por su trabajo, en
aras de promover la independencia financiera de las mujeres wayuu que, entre
otros factores, enfrentan la barbarie de la guerra. Tristemente, el proceso
terminó solo con siete mujeres después de todo este tiempo, pero ellas han sido
constantes en sus objetivos y se han comprometido con la defensa de sus
derechos, al mismo tiempo que han aprovechado sus conocimientos en el tejido
para sacar adelante a sus familias.
Ahora, respecto al caso
de la diseñadora española Stella Rittwagen, que me ha sido enviado por varias
fuentes y me motivó a escribir este artículo; debo declarar que no es el único
en el que personas externas y ajenas a nuestra cultura se lucran descaradamente
apropiándose de las creaciones indígenas. Esta diseñadora, que conste, declaró
que ella misma fue a comprar las mochilas en las rancherías de Riohacha. No
obstante, estos agravios se suman a un creciente número de agresiones hacia
nuestro patrimonio inmaterial, cultural y artístico. Para comprobarlo basta con
recordar el reciente escándalo que se armó por la venta del famoso sombrero
‘vueltiao’, patrimonio del pueblo Zenú de Colombia, que resultó ser “made in
China” y que se pretendía vender en las calles del país.
Estas situaciones
tampoco suceden únicamente en Colombia. Otras comunidades indígenas se ven
afectadas alrededor del mundo, como es el caso de los Massai, un pueblo
indígena seminómada que habita en el sur de Kenia y el Norte de Tanzania en el
continente africano. En el 2013 varios medios electrónicos hicieron eco a la
voz de Isaac Ole Tiaolo, indígena Massai y director de la organización
Iniciativa de la Propiedad Intelectual Massai. Él asegura que según
estadísticas de diferentes oenegés como Light Years Indigenous Peoples
–especialista en asegurar los derechos de los pueblos indígenas sobre la
propiedad intelectual de sus creaciones en países desarrollados–más de 80
compañías alrededor del mundo utilizan la imagen y el nombre Massai para
obtener beneficios económicos.
Es pertinente también
mencionar otras situaciones que con nombre propio afectan al pueblo Wayuu en su
conjunto. Por ejemplo, el lanzamiento de la colección primavera–verano 2013 de
la diseñadora Sophie Anderson, a quienes los medios electrónicos en el Reino
Unido aclamaron por sus diseños “basados en la mochila amerindia”. A la
diseñadora Anderson la califican como “de ojo particularmente ecléctico”, ya
que en cada pieza combina lo moderno con lo antiguo, pero lo que más llama la
atención de “su colección” es la vibración de los colores que ella combina en
“sus” diseños, diseños y colores que, valga la pena decir, no son otra cosa
distinta a lo que llamamos en wayuunaiki: kanaas, dibujos únicos y exclusivos
de las artistas wayuu, los cuales ni siquiera existen en patrones impresos,
porque cada una de nosotras los lleva guardados en la memoria.
Esta situación es sólo
comparable con nuevas formas de colonización y de esclavitud, donde las mujeres
wayuu han tenido que tejer en materiales de menor calidad que les permitan
finalizar en tiempos súper reducidos, lo que los alijunas[1] llaman “productos”
con el objetivo de cubrir la alta demanda que es subestimada por los
compradores, además de ser mal pagada por los comerciantes.[1] Para una fácil
comprensión, un alijuna es a un wayuu lo que un extranjero es a un nacional de
un país.
Inclusive se conocen
casos de “marcas” registradas que usufructúan nombres que han puesto a sus
empresas perteneciendo éstos al wayuunaiki, nuestra lengua tradicional. De la
misma forma utilizan los fonemas propios de nuestra lengua para poder abarcar
más compradores del producto. Conocemos también casos de amenazas directas por
parte de personas que están detrás de esas marcas, y que impiden el uso de
nuestra lengua y tradición en las optimizaciones de los motores de búsqueda
online, con el argumento de que estas palabras han sido registradas en países
de Europa, utilizando el degradante juego del uso de los fonemas.
Cuando hablo del uso de
los fonemas, sin ser lingüista (incluso sería interesante si un lingüista
pudiera aclararme esto), me refiero a que para un estadounidense, un
canadiense, un suizo o un alemán, al pronunciarles por primera vez la palabra
¨wayuu¨ ellos la escuchan como ¨why you¨ o ¨vayu¨ ¨uayu¨ o ¨uaju¨ o ¨wayo¨ o
¨wayoo¨ o como ¨wow you¨, y así la escriben cuando quieren guardar o buscar
información online, por ejemplo. Conozco marcas nombradas como ¨Susu Wayúu¨ una
tienda en España, ¨Pulowi¨ una marca de joyas en Colombia, Wayuu Bag en Estados
Unidos, ¨Guay you¨ una iniciativa de estudiantes en Colombia, Wayuu Tribe,
Mochila Bag, Wayuu Mochila, Mochila Bags, Wayuu Life, entre cientos de otros
nombres de negocios que venden la mochila wayuu. Las mochilas wayuu son
ofrecidas en plataformas de comercio electrónico donde se puede adaptar un
perfil con lo que se conoce como un frontpage de venta, que no es más que una página
para ofrecer productos, y hay aún más, páginas donde se pueden comprar
productos, precisamente, “made in China ” al por mayor, en donde hay mochilas
wayuu. Todas estas, ofertas comerciales, son manejadas por alijunas, pero
ninguna por wayuus.
No se puede dejar de
mencionar a Sapia C.I. S.A.S, más conocida como Salvarte, exitosa empresa
basada en la compra y venta de artesanías, que fue la primera sociedad de
propiedad de Tomás y Jerónimo Uribe Moreno, los hijos del actual, e innombrable
por mis letras, senador de Colombia. Según información publicada por El
Espectador, Salvarte, de la cual los hijos del senador dicen que ahora son
accionistas minoritarios, hoy cuenta con diez almacenes en Bogotá y
exportaciones a distintos países. En 2010 empezó a reportar balances ante la
Superintendencia de Sociedades, en los que registraron ingresos operacionales
por $6.500 millones, ganancias brutas de casi $3.000 millones y ganancias netas
de $200 millones, tras pago de impuestos. Cifras que evidentemente deberían ser
cuestionables por cualquier artista indígena que alimenta con sus creaciones
las arcas de empresarios de este tipo.
Pero quiero referirme
en particular a dos casos que me han afectado personalmente. El primero se
trata de ¨Wayoo¨ una tienda online alojada en Suiza, país en el que vivo hace
tres años. Mi tienda www.wayunkerra.com, se encuentra alojada en un servidor de
Estados Unidos. Como diseñadora gráfica que soy, aunque hace años no ejerzo la
profesión, sé que para posicionar las búsquedas de los potenciales clientes
online, hay que optimizar dichas búsquedas, lo que es conocido en el argot del
e-commerce como Search Engine Optimization – SEO por sus siglas en Inglés. En
las muchas conferencias y charlas que he dictado alrededor del mundo sobre la
situación de derechos humanos de los pueblos indígenas en Colombia, me he dado
cuenta, como lo he mencionado anteriormente, que la forma como se escriben
algunas palabras depende de cómo sean escuchadas por los hablantes de un idioma
particular. En el SEO de mi página de Internet, entonces, he colocado un sin
límite de palabras para que la búsqueda sea productiva. Precisamente por
utilizar esta estrategia de optimización de búsqueda efectiva, el día 2 de
septiembre de 2013, después de haber recibido otros, me encuentro con el
siguiente mensaje, que más que un mensaje, considero una intimidación o
amenaza, que fue enviada a mi casilla de Facebook:
¨Estimada Karmen y Arne
Escribo con respecto a
este enlace;http://www.wayunkerra.com/#!native-wayoo-bags/zoom/c9ts/image19zh
Ahíi aparece el nombre de la organización “wayoo”. Wayoo es un nombre
registrado y se relaciona exclusivamente con la actividad que estamos haciendo.
Por razones éticas y de transparencia te pido cordialmente que elimines el
nombre wayoo de tu pagina. No quisiera tener que activar a mi abogado.
Muchas gracias de
antemano.
Cordialmente. Katherine
Portmann¨
Algo así como si un
colombiano registrara la marca ¨Gruller¨ y le mandara abogados a un suizo que
vive en Colombia por importar, o comer o hacer y vender quesos tipo Gruyère,
que si bien no son una creación artística, su fabricación sí, que es un arte cuya
primera referencia histórica de producción data del siglo XII.
También recibí un
mensaje que, traducido del inglés al español, dice lo siguiente:
¨Hola, Mi nombre es
Yessie soy de Bélgica y tengo mi propia marca de moda. Estoy interesada en
distribuir las Wayuu Bags en Bélgica y hacer mi propia colección. Puede usted
dejarme saber si trabaja de esta manera, si es posible agregar mi propia marca.
Puede aconsejarme en precios para distribuidores.
Atentamente,
Yessie ¨
Esta dueña de su propia
marca de moda de la cual nunca conocí el nombre, me pidió incluso, que quería
visitar mi “fábrica”, lo que simplemente evidencia el desconocimiento absoluto
de la cultura y la forma en cómo se trabajan las mochilas.
Otra cuestión detrás de
esta realidad, es que estas marcas pretenden apropiarse de procesos de
empoderamiento de mujeres indígenas que nos han costado años de trabajo y los
¨venden¨ junto con los ¨productos¨, anunciando en sus estrategias de publicidad
que ¨ayudan¨ a las mujeres wayuu a mejorar sus condiciones de vida, familiares
y comunitarias, publicando las fotografías de nuestros procesos sin
consultarnos, cuando la realidad es que compran las mochilas en la calle 1a o
en el mercado de Riohacha para luego decir que las han comprado en Venezuela,
porque como sabemos, el territorio ancestral del pueblo Wayuu se encuentra
dividido por las fronteras de Colombia y Venezuela.
Me asaltan aún, más
cuestionamientos y preguntas que no pueden ir dirigidas sino a este tipo de
empresarios que desarrollan sus capitales sin consideración por quienes
intervienen en el proceso de creación de valor. ¿Qué es lo que están haciendo
para garantizar el bienestar y sobre todo el buen vivir de las y los artesanos
y artistas indígenas? y particularmente, ¿qué están haciendo para enfrentar
estos casos en los que se desconoce la autoría de las artesanías?. Desde mi
punto de vista, éste tipo de situaciones, también son de su responsabilidad y
competencia.
Ante estos contextos,
es pertinente que se tomen medidas drásticas y estas tienen que ser, más que de
tipo asistencialista, de tipo legal. La pregunta que sigue entonces viene
siendo: ¿cuáles son las medidas que se deben aplicar? Para el caso de los
sombreros ‘vueltiaos’ que son parte del patrimonio cultural del pueblo Zenú,
Artesanías de Colombia aplicó sanciones de tipo económico a los importadores
del sombrero ‘fake’ (falso) made in China. Dichas medidas funcionaron en
Colombia, pero lo que no sabemos es si el sombrero falso se esté vendiendo en
otros lugares del mundo, como tampoco sabemos si los chinos ya están planteando
la producción en masa de las mochilas wayuu.
Para el caso de las
mochilas wayuu, ¿cómo se puede controlar cuando una diseñadora tipo la
Rittwagen de España, o la Anderson del Reino Unido o la comerciante Portman de
Suiza, viajan de paseo por una o dos semanas a territorio Wayuu, bien sea de
Colombia o Venezuela, se toman fotos con las mujeres wayuu para decir luego que
trabajan por las mujeres indígenas, compran varias decenas de mochilas, las
empacan en una maleta y las transportan como su equipaje personal, para luego
hacerse famosas y ricas a costa del trabajo de las artistas wayuu?
En casos de registros
de marcas que son creadas a partir de nombres indígenas y que luego prohíben su
uso, pueblos indígenas como el Massai están tomando cartas en el asunto para
poner límites legales, que les permitan sancionar casos como los de diseñadoras
y diseñadores que lanzan colecciones sin reconocer que las y los verdaderos
artistas son otros. Sin duda los Massai están marcando un precedente
internacional importante en material legal que habrá que seguir con lupa y
aplicar. En todo caso, también se pueden demarcar condiciones que impidan estos
abusos, especialmente desde los medios de comunicación, difundiendo en el mundo
cómo estos personajes utilizan piezas únicas realizadas por indígenas, pagando
precios indignantes y vendiéndolos en cantidades de dinero astronómicas e
insultantes.
Una mochila wayuu,
elaborada en lo que en castellano se conoce como de doble hilo, que no es otra
cosa que un hilo grueso de menor calidad que permite que una mochila esté
terminada en menos de 5 días, vale entre 30.000 y 60.000 pesos colombianos (15
y 30 dólares estadounidenses); es decir, que la artista wayuu recibe entre 3 y
6 dólares diarios por su trabajo. Una mochila tejida con hilo fino, de alta
calidad, en la que la artesana se demora 20 días para dar más de 3.000 anudadas
de crochet, es vendida entre 80.000 y 120.000 pesos (40 y 60 dólares), lo que
significa que la artesana recibe entre 2 y 3 dólares diarios por su trabajo.
Entre tanto, diseñadoras como la Anderson, venden no solo una sino muchas
mochila de las que empacan en las maletas de su viaje de turismo, hasta en 600
euros, tanto en tiendas físicas como virtuales (online).
Un tema extenso y
complicado. Las medidas de control como la Denominación de Origen, pueda que
funcionen efectivamente dentro del territorio colombiano, pero para proteger
nuestros conocimientos tradicionales, así como otros aspectos relacionados al
patrimonio cultural, intelectual e inmaterial del pueblo Wayuu e incluso de los
pueblos indígenas en general, se deben aplicar instrumentos internacionales
relacionados con la protección de estos derechos, incluyendo el derecho al
consentimiento previo, libre e informado que nos asiste.
Es entonces también
responsabilidad del Estado, y con esto no quiero decir que al respecto no se
estén tomando medidas. Pero se debe hacer llegar la información a las
comunidades sobre los instrumentos internacionales que contemplan estos
derechos, de manera que converjan en un solo sentido, para poder mejorar lo que
ya existe en el país. También es importante que se garantice la participación
de hombres y mujeres indígenas en procesos de negociación internacional de los
Estados donde se discuten estos temas, relacionados con nuestro conocimiento
tradicional y patrimonio cultural, intelectual e inmaterial, para que podamos
aportar desde nuestras experiencias y sabiduría a la obtención de soluciones
que no resulten contraproducentes para las comunidades.
En escenarios como la
OMPI –Organización Mundial de la Propiedad Intelectual-, los Estados discuten
temas relacionados con los conocimientos tradicionales de los pueblos
indígenas. Sin embargo, la participación de las comunidades ha sido limitada,
siendo que es justo allí donde también debemos estar.
Las mujeres wayuu que
continuamos soñando con la consolidación de este proceso, estamos convencidas
de que para las mujeres indígenas en general, no sólo las wayuu, se podrá
conseguir que principios como el de la remuneración digna por nuestro trabajo,
sólo podrá cumplirse una vez que el mundo entero valore debidamente nuestras
habilidades como artistas, artesanas y creativas capaces de innovar a partir de
la armonización de nuestros conocimientos tradicionales, y aún más: cuando se
nos respete y reconozca también como socias comerciales, sin intermediarios. No
podemos olvidar que en el pueblo Wayuu –que es uno solo, sin importar la
división que han impuesto Colombia y Venezuela para marcar sus fronteras- el
comercio es una de las principales actividades económicas.
De hecho, otra estrategia
que estamos intentando poner en práctica desde la Iniciativa Wayunkerra
Internacional, es la de avanzar más en el manejo de medios electrónicos y
nuevas tecnologías, para garantizar la presencia efectiva en redes sociales y
plataformas e-commerce, que promuevan el contacto directo entre las artistas
que elaboran sus mochilas con los consumidores finales. Al respecto hemos
adelantado alianzas incluso con mujeres indígenas Na´Savi (Mixtecas) de México,
interesadas en potenciar estas estrategias de empoderamiento económico.
Lamentablemente, este
tipo de procesos organizativos requiere de mucho tiempo y dinero, sobre todo
cuando tienen que ver con la concientización de nosotras como mujeres indígenas
para re-valorar y re-valorizar nuestro trabajo. Este es el resultado del
paternalismo estatal y de las multinacionales presentes en el territorio, que
simplemente han regalado hilos pensando que con limosnas se puede solucionar
una situación que ha sido estratégicamente pensada para promover el
empobrecimiento y el desarraigo de las comunidades.
También debo mencionar
que procesos como el nuestro no el único y que existen grupos de artesanas
wayuu que son altamente exitosas en sus asociaciones.
No puedo decir tampoco
que todo es funesto, porque hay procesos de buenas prácticas que son
emblemáticos. Artesanas que se han dado a la tarea de reivindicar el trabajo no
solo desde el valor ancestral, sino también desde el valor económico que debe
ser reconocido por la sociedad consumidora. También ha habido estrategias trabajadas
de la mano con diseñadoras y diseñadores de talla internacional, donde se han
desarrollado innovaciones maravillosas y encantadoras, que enriquecen lo
tradicional.
Conozco mujeres wayuu
que trabajan incansablemente en la protección del conocimiento tradicional de
nuestro pueblo, a través de la aplicación e implementación de la Denominación
de Origen, iniciativa importante pero pensada para proteger el nombre de un
¨producto¨ y la imitación de creaciones artísticas como la mochila wayuu, o sea
que no está pensada para evitar o al menos controlar su comercialización
indiscriminada. Se supone además que la Denominación de Origen debería mejorar
la calidad de los ¨productos¨. Sin embargo, al no ser la mochila wayuu un
producto, ha terminado reducida a esto, cuando la demanda de la misma es tal
que las artistas wayuu han terminado bajando la calidad de los hilos con que se
tejen las mochilas tradicionales, para abastecer un mercado que no reconoce el
valor característico en cada una de las creaciones.
Solamente se tiene
conocimiento de pocas iniciativas lideradas por mujeres wayuu en redes
sociales, blogs y páginas de Internet. Wayuu Taya, es una fundación manejada
por Patricia Velázquez, wayuu de Venezuela y famosa actriz de Hollowood.
Fundación Susu Wayuu, dirigida por la wayuu Arelis Pana Epieyu. Casa Juliru,
una interesante y prometedora apuesta de la también famosa escritora wayuu
Estercilia Simanca que vende no mochilas sino mantas y Wayunkerra International
Initiative.
Paradójicamente, las
mujeres wayuu que hemos creado nuevas marcas haciendo uso de nuestro
conocimiento ancestral (así como las que hemos intentado innovar a partir de lo
tradicional), somos subestimadas y cuestionadas, especialmente por nuestra
propia gente, por estar supuestamente enriqueciéndonos a partir de nuestra
cultura, mientras que a diseñadoras o comerciantes que llegan al territorio y
regatean precios con las artesanas, además de abusar de la buena fe de algunas
de ellas, se les idealiza y venera. Entre tanto, este tipo de negociantes crea
espectaculares y folclóricas campañas de marketing que son alabadas y altamente
publicitadas por los medios fashionistas.
Para desgracia nuestra,
este hecho que no es el primero seguirá alimentando los patrones de trabajo en
condiciones que exponen a las mujeres wayuu –que dedican sus vidas a la
tejeduría, como ya lo dije- a nuevas formas de esclavitud bajo la ilusión de la
¨ayuda¨, término judeocristiano que hace que la gente compre a través de
intermediarios pensando que salvan a la comunidad. Esto promueve el hecho de
que siguen haciendo a las comunidades indígenas dependientes de una cadena de
consumo que les impide llegar directamente a los consumidores finales.
El hecho de que
diseñadoras o diseñadores se apropien de nuestros tradicionales kanaas,
palabras y fonemas para nombrar sus marcas y vender lo que laman ¨sus¨
colecciones, es cuestionado más por gente de afuera que por
nosotros mismos. Pero apropiarse de un legado colectivo, transmitido de
generación en generación a través del pensamiento y la palabra, como en los
casos que he mencionado, solo tiene un nombre: ¡robo! Y éste delito contra el
patrimonio de los pueblos indígenas, debe ser penalizado.
* Karmen Ramírez
Boscán, su nombre tradicional es Wayunkerra Epinayu. Indígena Wayuu del Clan
Epinayu. Escritora. Activista de los derechos de las mujeres indígenas y de los
pueblos indígenas. Epaya’a Miou (Consejera Mayor) – Delegada para Relaciones
Internacionales de la Sütsüin Jiyeyu Wayuu – Fuerza de Mujeres Wayuu,
organización de la cuál es fundadora. Editora para Centro y Sur América del
www.indigenousportal.com y del www.notiwayuu.blogspot.com En el año 2013 es
homenajeada por el Fondo Global de Mujeres. Actualmente vive en Suiza donde
dedica la mayor parte de su tiempo a hacer Wayunkerras de tela, ocupación que
combina con su Iniciativa para Mujeres indígenas a fin de eliminar
intermediarios para la venta de creaciones artísticas.
[1] Para una fácil comprensión,
un alijuna es a un wayuu lo que un extranjero es a un nacional de un país.
Fuente: Las Dos
Orillas. Escrito por Karmen Ramírez Boscán / 25 de Marzo de 2.015
Mas de lo mismo con los pueblos originarios...pena y verguenza es lo que siento....pero hasta la fecha ningún gobierno toma cartas en el asunto, para que se los respete como corresponde.
ResponderEliminarQUE BELLEZA!! LO QUE HACEN NUESTRAS ABORIGENES MUJERES ARTISTAS ! SON PIEZAS UNICAS Y COMO TAL.... ESTO NO LO HACE CUALQUIERA
ResponderEliminarPena q se lucren empresas con el esfuerzo ajeno... Hay bolsos valuados en $350000 y $370000 dinero q debería estar en manos de sus artistas... Hasta donde iremos a llegar
ResponderEliminarno estoy segura, pero cuando era chica se decía que con Mary Tapia pasaba algo asi
ResponderEliminarmuy buen artículo, está muy bien que se sepan estas cosas
saludos cordiales
Y debería circular por todas las redes sociales y dejar en mal a esta gente wue abusa.
ResponderEliminarMínimo una pena de dos años de cárcel y una multa que se les caiga el pelo. Haber si aprenden lo que es respeto y a no robar.
ResponderEliminarque se le interponga una denuncia ante los ente de control international
ResponderEliminarQuerida Karmencita,
ResponderEliminarGracias por escribir esto, ojalá mas gente lo leyera, especialemente en Colombia. La "mochila intervenida" de diseñadores como Silvya Tcherasy es otro claro ejemplo de este aprovechamiento. Resalto la importancia de divulgar esta situación, mira que por facebook se ha comunicado acerca del caso de la diseñadora francesa y la blusa mexicana. Me parece que si hubiera una iniciativa donde claramente se reconozcan estas piezas como la mcohila wayuu y la blusa mexicana como patrimonio cultural de la humanidad podría detenerse este colonialismo, faltan líderes como tu. Un saludo desde Bogotá. Adriana Rozo