Los guaraníes de la selva misionera mantienen la creencia ancestral en la
existencia de una tierra justa y sin dolor. Confían en que la encontrarán antes
del agotamiento de nuestro ecosistema. Es por ello que son los primeros en
advertir el peligro y en resistir a quienes arrasan con el bosque autóctono.
"Transportan de memoria sus cosmogonías, las más viejas leyendas con
sus hacedores del bien y del mal. Transportan de memoria la antigua y delicada
sabiduría de los hombres que aprendieron a convivir con las cosas del mundo sin
destruirlas. La sabiduría de recrear en la plegaria la planta, el animal, el
agua”. (Nicolás Capaccio 1984:8).
Alrededor de
8.500 indígenas guaraníes viven hoy en la selva de la provincia de Misiones. Su
origen remoto está en el corazón de la Amazonia, cuando en tiempos
prehispánicos migrantes de la familia lingüística tupí-guaraní llegaron hasta
estas tierras. En tiempos más recientes, se sumaron grupos mbya (gente, su
significado) provenientes del Paraguay, población mayoritaria en nuestros días.
Vivían en
aldeas compuestas por grandes casas comunales y rodeadas por empalizadas para
la defensa. Eran guerreros, y la denominación guaraní probablemente sea una derivación
de la palabra guaraní que significa, justamente, guerrero. Cazadores,
recolectores, pescadores y agricultores de batata, mandioca y maíz, los
guaraníes utilizaban la técnica del quemado del terreno -llamado roza o milpa-
para poder realizar sus cultivos. Muchas de estas prácticas tradicionales las
mantienen hoy en día, y las complementan con la venta de artesanías. A la vera
del camino, muchos guaraníes instalan sus puestos y comercian hermosas tallas
en madera y cestería, mientras que más en el interior, en el ambiente protector
de la selva, resguardan una original idea del mundo.
Tierra justa y sin dolor
Tierra justa y sin dolor
Cuenta la
tradición que Jakaira Ru Ete, el dios de la primavera y de la "neblina
vivificante" depositó en el cuenco de las manos de "los médicos de
campo" el poder de curar. Les otorgó el poder de recibir los mensajes
divinos en las manos, con las que pudieran tocar los cuerpos enfermos y
sanarlos. Algunos llaman a esta parte tan especial tatachina rupa -lecho de
neblinas-, una hermosa imagen para describir el cuenco de las manos.
La neblina es en la provincia de Misiones un fenómeno muy característico, que
aparece a principios de la primavera. Para los mbya, esa neblina infunde
vitalidad a todos los seres vivos. Al igual que el humo, especialmente el de
las pipas sagradas, la neblina está asociada, en la creencia de muchas
culturas, con los espacios de pasaje entre los mundos, con esos territorios
intangibles y sutiles donde el hombre puede acceder a la posibilidad de
transitar por una realidad que tiene múltiples planos.
Esta idea es la que también parece acompañar a la noción de la Tierra sin Mal, Yvy Marae’y, la creencia ancestral en la existencia de una tierra justa y sin dolor a la que el hombre guaraní podría acceder antes del fin del mundo.
Esta idea es la que también parece acompañar a la noción de la Tierra sin Mal, Yvy Marae’y, la creencia ancestral en la existencia de una tierra justa y sin dolor a la que el hombre guaraní podría acceder antes del fin del mundo.
La Travesía
Junto con los
Arawak y los Caribe, los Tupí-Guaraní fueron la cultura de mayor expansión en
Sudamérica. Cuando llegaron los conquistadores españoles, se encontraron con
comunidades enteras que migraban por distintos ámbitos del continente. Y
existen constancias de que estas grandes migraciones se llevaban a cabo desde
mucho tiempo antes.
Distintas investigaciones dan cuenta de que una de las razones de estas singulares travesías fue la búsqueda de la Tierra sin Mal. Es interesante resaltar que ellas se siguieron realizando en tiempos recientes, como la de grupos chiriguanos -también de origen tupí-guaraní- desde Bolivia hasta la región chaco-salteña, y los mismos mbya, desde Paraguay hasta la actual provincia de Misiones.
Distintas investigaciones dan cuenta de que una de las razones de estas singulares travesías fue la búsqueda de la Tierra sin Mal. Es interesante resaltar que ellas se siguieron realizando en tiempos recientes, como la de grupos chiriguanos -también de origen tupí-guaraní- desde Bolivia hasta la región chaco-salteña, y los mismos mbya, desde Paraguay hasta la actual provincia de Misiones.
La Tierra sin
Mal es algo muy parecido a un paraíso. A ella se retiró el "héroe
civilizador" luego de haber creado el mundo y dejado a los hombres los
conocimientos fundamentales para su supervivencia. Hasta allí llegan los
muertos privilegiados, los guerreros y los chamanes. Pero ese mundo también
está abierto a todos los hombres que, cumpliendo con los preceptos de los
antepasados, descubran el camino hasta él.
Presididas
por un chamán que hacía las veces de un profeta anunciador del Apocalipsis,
estas migraciones colectivas dirigían sus pasos hacia un mundo real pero
ambiguo, difuso y "neblinoso", donde la vida continuaba como siempre
pero ya fuera del tiempo, sin injusticias, sin enfermedades, sin miseria.
Refugio del
fin del mundo
Es difícil
precisar dónde ubicaban ellos este lugar esencial. Algunos grupos lo imaginaban
hacia el oeste, en dirección al mar. Otros hacia el interior de la selva. Lo
cierto es que no sólo era un espacio de felicidad que el hombre podía encontrar
en esta vida, sino el único refugio que le quedaría cuando llegara el fin del
mundo, una idea también muy presente entre los guaraníes, asociada en este caso
con la noción de "fatiga cósmica" o agotamiento de la Tierra.
Los traslados
se realizaban en medio de danzas que durante días y noches enteras procuraban
acelerar la destrucción del mundo, al mismo tiempo que favorecían la revelación
del camino hacia la Tierra sin Mal. El objetivo último era alcanzar el aguyje:
la felicidad suprema, la perfección.
Una idea central en esta creencia era la de la "fatiga cósmica". Para los tupí-guaraníes, el Apocalipsis se produciría porque la Tierra estaba cansada de vivir y sólo deseaba descansar. Cíclicamente el mundo decae, degenera y por eso debe ser periódicamente regenerado, vuelto a crear. La humanidad acompañaría a la Tierra en esa situación límite.
Esta noción del cansancio cósmico nos remite también a la profunda relación de los pueblos indígenas con la naturaleza y el universo, una relación que entiende a la Tierra como un ser vivo, que asume como un deber del hombre el tener que cuidarla, que liga espiritualmente al hombre con el suelo que habita, que sabe que allí descansan los antepasados, y que allí también se asientan los valores de la comunidad. Una relación con la naturaleza y el universo en la que se respeta a las otras formas de vida, como los animales y las plantas. En el caso de los animales y, como buenos cazadores, los guaraníes disponían sólo de aquellos que eran indispensables para la subsistencia, haciendo de la consigna de no matar de más, un mandato sagrado. En cuanto a las plantas, ellos conocen desde hace miles de años el inmenso valor que encierran.
Por eso son conscientes de que la actual depredación del entorno natural es una señal de alarma. Y tal vez con esa idea del cansancio cósmico, nos estén dando un mensaje de alerta, nos estén haciendo un llamado para que el proceso de destrucción del medio ambiente que hoy asola a nuestro planeta, finalmente se detenga.
Una idea central en esta creencia era la de la "fatiga cósmica". Para los tupí-guaraníes, el Apocalipsis se produciría porque la Tierra estaba cansada de vivir y sólo deseaba descansar. Cíclicamente el mundo decae, degenera y por eso debe ser periódicamente regenerado, vuelto a crear. La humanidad acompañaría a la Tierra en esa situación límite.
Esta noción del cansancio cósmico nos remite también a la profunda relación de los pueblos indígenas con la naturaleza y el universo, una relación que entiende a la Tierra como un ser vivo, que asume como un deber del hombre el tener que cuidarla, que liga espiritualmente al hombre con el suelo que habita, que sabe que allí descansan los antepasados, y que allí también se asientan los valores de la comunidad. Una relación con la naturaleza y el universo en la que se respeta a las otras formas de vida, como los animales y las plantas. En el caso de los animales y, como buenos cazadores, los guaraníes disponían sólo de aquellos que eran indispensables para la subsistencia, haciendo de la consigna de no matar de más, un mandato sagrado. En cuanto a las plantas, ellos conocen desde hace miles de años el inmenso valor que encierran.
Por eso son conscientes de que la actual depredación del entorno natural es una señal de alarma. Y tal vez con esa idea del cansancio cósmico, nos estén dando un mensaje de alerta, nos estén haciendo un llamado para que el proceso de destrucción del medio ambiente que hoy asola a nuestro planeta, finalmente se detenga.
Cuando llegaron los conquistadores españoles, se encontraron con
comunidades enteras que migraban por distintos ámbitos del continente. Una de
las razones de estas singulares travesías fue la búsqueda de la Tierra sin Mal.
Guardianes
del bosque
Contaminación
de las aguas, deforestación sistemática, agotamiento de los suelos, son
síntomas de una Madre Tierra progresivamente agredida. Muchas de sus reacciones
no son escuchadas por aquellos que lo único que piensan es en seguir extrayendo
de ella sus riquezas sin que importen las consecuencias de la degradación
ecológica. El mundo vive hoy un momento sumamente delicado en que la concepción
guaraní de la fatiga cósmica se está haciendo realidad.
La Tierra es
el hogar, y su cansancio vital puede llevar a un punto de no retorno para todos
los seres humanos. Los pueblos originarios, por esa relación profunda con ella,
son los principales interesados en advertir sobre esta situación. Al ser los
que mejor la entienden, son entonces los que mejor pueden cuidarla.
Hoy muchas
voces se alzan para decir que valorando y reivindicando a los grupos indígenas
también estamos protegiendo millones de hectáreas de biodiversidad. En la selva
misionera, nuestros guaraníes sostienen las formas de vida originarias mientras
resisten los embates de aquellos que arrasan con el bosque autóctono.
Afortunadamente
ellos permanecen allí, defendiendo el suelo del cual aún se los quiere
despojar, mientras nos enseñan acerca de los secretos del mundo que nos rodea.
Continúan transmitiendo así un mensaje esperanzador, que nos habla de alcanzar
nuestra propia Tierra sin Mal, salvada, cuidada, curada, y esta vez como tarea
impostergable de todos, ya no sólo de ellos, los sabios hombres y mujeres del
bosque.
Escrito por: Carlos Martínez Sarasola
Fuente:
Revista Cardon Edición Nº 6 – Página 61 a 63
Fotos:
Revista Cardón
Carlos Martínez Sarasola es antropólogo. Licenciado por la Universidad de Buenos Aires en 1974, se ha especializado en los estudios indígenas, etnohistóricos y de la frontera como metáfora de la construcción del país.
Ha
sido docente e investigador de las Universidades Nacionales de Buenos Aires, Salta, Río
Cuarto y del Salvador. Profesor en actividades de posgrado en las
universidades de Buenos Aires, Río Cuarto, Tres de Febrero y la
Católica Argentina.
Es
autor de varios libros que son de referencia en la temática indígena. Nuestros
paisanos los indios (vida historia y destino de las comunidades
indígenas en la Argentina), cuya primera edición apareció en 1992, fue su
primer libro, fruto de más de quince años de investigación. En los últimos años
investiga acerca de la cosmovisión indígena americana, la concepción
de realidad que la sustenta y el chamanismo, en el marco de los procesos de
reetnización y espiritualidad emergentes en América. Fue miembro del Consejo
Interamericano sobre Espiritualidad Indígena (Morelia, México).
Co-fundador
y Director de la Fundación desde América, una ONG de Buenos Aires, Argentina
(1994-2012) dedicada a promover el conocimiento de la sabiduría, el arte y la
cosmovisión de los pueblos indígenas de la Argentina y América en su encuentro
con los nuevos paradigmas emergentes en Occidente a través de la investigación,
la docencia, la difusión y los programas de fortalecimiento de comunidades
indígenas.
En
la actualidad es Profesor e Investigador de la Maestría y el Instituto en
Diversidad Cultural de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF).
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