Recopilado por Alfredo
METRAUX y recreado por Miguel Angel PALERMO.
En los tiempos antiguos,
luego del gran incendio que quemó toda la tierra, los árboles volvieron a
crecer y todo estuvo como antes, menos una cosa: con Jualá ( el Sol )
tan enojado, ahora ya no había quien cocinara para la gente- en esa época puros
animales- y después de tantas llamas nadie tenía el más mísero fueguito.
En realidad nadie no,
porque el Jaguar -(vaya uno a saber cómo)- había conseguido hacer una
buena fogata, que mantenía siempre encendida. Pero que
el Jaguar tuviera fuego era lo mismo que nada, porque era
tan bravo como amarrete y habían sido inútiles todos los ruegos que le habían
hecho.
"¡No!"-
contestaba siempre que le pedían aunque fuera una brasita, nada más que una
llamita, "¡No, no, y he dicho que no!".
Y los que habían ido
como delegados de los demás animales se habían tenido que volver corriendo - o
volando, según los casos- si habían sido muy insistentes, un bramido de esos
que ponen los pelos de punta venía como respuesta, si lo impacientaban, y
algunos más porfiados habían estado a punto de que les diera un zarpazo.
Viendo que era inútil
pedir, los Animales decidieron sacarle el fuego.
Aunque no quisiera.
"El que no quiere compartir- decían- no merece que lo respeten".
Pero como no había
ninguno más fuerte que el Jaguar, tenía que ser cosa de astucia, nomás. Y
tenía que ser mucha astucia, porque el Jaguar, además de no ser ningún
sonso, estaba siempre vigilando.
El primero en probar
fue un bicho que en el Chaco llaman Oculto y en otras partes del
país Tucu-tucu, es un roedor del tamaño más o menos de una rata, pero
con la cola más corta. Y ¿por qué le habrán puesto ese nombre? Le dicen así
porque se pasa el día metido en sus cuevas, hace largas galerías subterráneas
con entradas que abre y tapa cuando quiere, y sale nada más que de noche para
buscar su comida. Nombre bien puesto: se la pasa oculto. Y ¿por qué hay quien
lo llama Tucu-tucu? Por un ruido, una especie de retumbo
(tucu-tucu justamente) que hace bajo tierra.
Buen cavador como era
el Oculto pensó un plan bastante interesante: haría un túnel bien
largo, que empezara donde el Jaguar no lo viera y acabara al lado de
la fogata. Allí se asomaría despacio, sacaría una brasa, taparía el agujero y
se volvería enseguida.
El plan era bueno, pero
a último momento falló.
Es que, demasiado
confiado, el Oculto hizo su famoso ruido -tucu-tucu- dentro del
pasadizo y el Jaguar; que tiene muy buen oído, lo sintió. Sonrió, escuchó
bien para calcular por dónde iba a aparecer el ladrón y se sentó a esperarlo.
Apenas se empezó a remover la tierra en el lugar en que el Oculto se iba a
asomar, el Jaguar preparó la garra. Y cuando salió la cabecita, ¡zas!
le pegó un flor de golpe. Tan fuerte fue que, desde entonces, al Oculto le
quedó el hocico achatado, y así son todos los Ocultos hoy. Dolorido, ñato, y
para colmo oyendo las carcajadas guarangas del Jaguar, el pobre se
volvió por su túnel, y no volvió a insistir.
Cuando lo volvieron a
ver en ese estado y con las manos vacías, los demás animales se desilusionaron
bastante, pero entonces se presentó otro voluntario el Conejo. No era un
conejo doméstico de esos blancos, lanosos y orejudos, sino un conejo chaqueño,
marrón y de orejas cortitas, muy parecido a las liebres patagónicas o maras, de
las cuales es pariente.
El Conejo pensó
que tratar de llegar al fuego sin que el Jaguar se diera cuenta era
imposible: el grandote tenía tan buena vista, tan excelente olfato y un oído
tan fino (como vimos recién) que siempre se iba a dar cuenta. Y esperar a que
se durmiera era perder el tiempo, no porque no se echara a dormir - en realidad
se manda unas siestas de locos- sino porque tenía el sueño más liviano que una
pluma, el rumor más chiquito lo despertaba.
Y era mejor no seguir
haciendo pruebas raras, porque si el Oculto había terminado con el
hocico aplastado, otro podía acabar despachurrado o adentro de la panza
del Jaguar.
Así que la cuestión era
acercarse abiertamente con algún pretexto.
Después, con otra
excusa, quedarse un rato junto al fuego hasta que el manchado se
distrajera, y en ese descuido sacarle una brasa y correr, correr
desesperadamente para dejar atrás al Jaguar.
El problema
del Conejo era encontrar un buen pretexto.
" Pasaba por acá
cerca y quise venir a saludarte". Mmm, poco le gustaban las charlas
al Jaguar.
" Vine a ver si no
encontraste unas frutas que se me perdieron el otro día". Mmm,
el Jaguar lo iba a sacar corriendo.
" Vengo a traerte
un regalito" ¡Eso!. Un regalo era lo que podía hacer el milagro de que
el Jaguar lo dejara acercar. Pero el Conejo ya se imaginaba
cómo la fiera le decía :"Dejalos ahí y andate".
Entonces vio qué tenía
que hacer: llevaría algo para comer - el Jaguar siempre estaba hambriento- pero
algo que fuera bueno para cocinar.
Podría ofrecerse para
asarlo y de esa manera iba a poder estar un buen rato cerca
al fuego , sin que el Jaguar sospechara, hasta que fuera la
oportunidad de salirse con la suya.
Así fue que, con la
ayuda de la Garza , gran pescadora, el Conejo consiguió
unos hermosos pescados, los ensartó en una piola y se fue muy sonriente a
visitar al Jaguar.
De lejos nomás el otro
le pegó el grito:-"¡Fuera de acá!".
Pero
el Conejo , disimulando el miedo que tenía, gritó por su parte:
-" Pero Tío, ¡Si
te traigo un regalito! "; le decía Tío en señal de respeto, no porque
fuera el sobrino.
Al Jaguar le
interesó el asunto y, aunque ya olfateaba pescado (que le gustaban mucho),
preguntó-"¿Qué traés?"
-"Unos pescados
muy lindos" - contestó el Conejo .
-"Bueno, dejalos y
andate"- le dijo el Jaguar.
-"Pero Tío, déjeme
que le haga el regalo completo. ¡Estos pescados quedan buenísimos asados!
¡Crudos no valen nada! Y no va a andar cocinando usted. Si no, ¿qué clase de
regalo es? Yo se los voy a cocinar, bien asaditos, con gustito a ahumado, ya va
a ver cómo sé preparar el pescado yo".
-"Mmmmmbué"-
dijo el Jaguar - "Metele nomás!
El Conejo sacó
los pescados del hilo, los abrió por el lomo- como se usa en el Chaco- y los
puso a asar, abiertos, en unas ramas verdes.
A cada momento los daba
vuelta y los acomodaba, los tocaba para ver cómo estaban, los olía y los
miraba. Al fin, el Jagua r se aburrió de vigilarlo- auque no dejaba
de desconfiar- y el Conejo , haciéndose el distraído, apoyó sobre las
brasas la cola de un pescadito chico, una mojarra -"Ffff"-, hizo al
tocar el fuego y se pegó una brasa chiquita. El Conejo echó una
mirada al Jaguar - que estaba bostezando y mirando para otro lado-,
manoteó la mojarra con la brasita pegada, la dobló, se la puso debajo de la
mandíbula, la apretó así contra el pecho y salió corriendo.
De reojo, el
Jaguar lo vio y pegó un brinco: "¿Qué le pasaba a ese Conejo chiflado?".
Enseguida alarmado miró su fuego: los pescados seguían asándose tranquilamente.
Volvió a mirar al Conejo que corría y vio que de debajo de la
mandíbula le salía un poco de humo: aunque la brasa iba envuelta en la mojarra
se le estaban quemando algunos pelos.
Cuando
el Jaguar se dio cuenta de la trampa, saltó como un rayo y empezó a
correr, rugiendo furioso.
El Conejo se
daba vuelta y veía como la ventaja que le había sacado de entrada, ahora se
perdía, que la fiera estaba cada vez más cerca, más cerca.
Entonces, dándose
cuenta de que ya lo agarraba, tiró la brasa entre los yuyos. Pero los yuyos
estaban resecos, porque hacía bastante que no llovía, así que enseguida se
levantó una llamarada y el viento la hizo crecer y crecer..
Desesperado
el Jaguar trató de apagar el fuego, soplando y dando manotazos y
pisotones por todas partes, pero ya era tarde.
Del pasto, las llamas
se pasaron a un árbol y después a otro y a otro más.
Loa animales corrieron
con ramas y se llevaron cada uno un poco de fuego.
A partir de ahí, todos
tuvieron su propia fogata.
El Jaguar se
quedó con mucha bronca, más intratable que antes. Y a partir de entonces tuvo
las plantas de las patas secas, medio quemadas desde que trató de apagar el
fuego ( algunos también dicen que tiene la piel más manchada desde esa
historia).
Como recuerdo de esta
aventura, el Conejo del Chaco tiene una manchita blanca en la
garganta, allí donde se quemó con la brasa que se robaba.
Desde entonces, además,
el Fuego se metió en la madera de los árboles y por eso se puede
encenderlo frotando dos palitos.
Contextualización
Este es un relato
tradicional del pueblo Wichí, al cual algunos denominan Mataco.
Fue recopilado a
principios del siglo XX por E. Nordenskjöld. Unos treinta años después,
lo escuchó Alfredo Matraux, narrado por otro wichí y lo publicó en 1946.
Mucho más tarde Miguel
Angel Palermo reelaboró el texto y le dio un estilo ágil y ameno. Luego lo
incluyó en su obra "Cuentos que cuentan los Matacos" ( 1987).
Así llega hasta
nosotros, afirmando que, en tiempos remotos, el fuego estaba en poder
del tigre americano, yaguareté o jaguar.
Este es un animal muy
temido, no sólo por su tamaño y ferocidad, sino también porque se lo asocia a
fuerzas espirituales muy potentes y peligrosas para los humanos. No obstante
esto, existen muchos relatos en los cuales el tigre sale perdiendo o es burlado
por otro más pequeño. Así sucede en éste que estamos estudiando.
Lo trabajó Mercedes Silva en un
Taller realizado en Pampa del Indio (Chaco) en Junio de 2.004
Fuente: Asociación Guadalupe
nada mal
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