Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

martes, 15 de julio de 2025

Los Navajo: Una Tribu de Resiliencia y Legado


El sol se alzaba como una promesa renovada sobre las vastas tierras del suroeste de lo que hoy es Estados Unidos, tiñendo de ámbar los cañones y las mesetas de Dinétah —"la tierra del pueblo"—, como llaman los navajo a su hogar ancestral. Era el siglo XIII, según muchos estudiosos, cuando el viento silbaba entre los pinos y los riscos, trayendo consigo a sus antepasados desde el norte, quizás cruzando el mítico estrecho de Bering. El crujir de sus pasos resonaba en los valles de Arizona, Utah y Nuevo México, mientras el eco de sus cantos comenzaba a tejer una historia de resistencia y memoria. Los navajo, o Diné como se autodenominan, no solo sobrevivieron a siglos de adversidad: florecieron como una de las naciones indígenas más grandes y resilientes de América. Un torbellino de cultura y espíritu que aún arde con fuerza. Este relato es un viaje al corazón de su historia, donde el pasado y el presente se entrelazan como las fibras de sus célebres tejidos.

El Origen en la Cuarta Tierra
La niebla envolvía las montañas sagradas al amanecer —Blanca Peak al este, Mount Taylor al sur, San Francisco Peaks al oeste y Hesperus Peak al norte—, y las sombras de los venados danzaban en la penumbra mientras los ancianos navajo narraban la creación. El aroma del cedro y la tierra húmeda impregnaba el aire. Contaban cómo su pueblo ascendió a través de mundos inferiores —el negro, el azul, el amarillo— hasta emerger en el mundo brillante de Dinétah. El crujir de las ramas al construir los primeros hogans, sus viviendas rituales de troncos y barro con la puerta orientada al este, marcaba el inicio de una civilización, perhaps entre los siglos XII y XV.

Originarios de la familia atabascana del norte, los Diné fueron en sus inicios cazadores y recolectores. Con el tiempo aprendieron la agricultura de los pueblos anasazi y hopi, cultivando maíz, frijoles y calabazas: las Tres Hermanas. Cuando los españoles llegaron en el siglo XVI, trajeron consigo ovejas, cabras y caballos. El silbido de las flechas dio paso al tintineo de los cencerros, y los navajo se transformaron en pastores y expertos tejedores. Hoy, petroglifos en Canyon de Chelly y pinturas rupestres revelan escenas de jinetes, cazadores, tejedoras y ceremonias, un susurro grabado en piedra del poder de su adaptación.

El Fuego de la Adversidad
El sol ardía en lo alto del año 1863, y las llanuras temblaban con el rugido de la devastación. El coronel Kit Carson, cumpliendo órdenes del general James Carleton, arrasó los campos, quemó aldeas, taló árboles frutales y envenenó pozos. El aroma del humo y las cenizas llenaba el aire; el crujir de las cosechas al ser destruidas quedó grabado en la memoria colectiva. Así comenzó la Larga Marcha, un exilio forzado de más de 9,000 navajo hacia Bosque Redondo, a 480 kilómetros de su hogar. "El Tiempo del Miedo", como lo recuerdan, fue un infierno de hambre, enfermedad y pérdida.

Pero en 1868, el crujir de los tratados trajo un respiro: se firmó el Tratado de Bosque Redondo, permitiendo el regreso a una porción de su territorio ancestral. El silbido del viento los guió de vuelta, y el tintineo de las ovejas al multiplicarse marcó su renacimiento. Hoy, la Nación Navajo ocupa más de 27,000 millas cuadradas —un territorio más vasto que varios estados norteamericanos—, un susurro de una historia que supo reconstruirse desde las cenizas.

La Fuerza de la Cultura
El crepúsculo teñía el desierto de púrpura, y el aroma de la lana y el mezquite llenaba los hogans, donde las mujeres tejían alfombras y mantas con telares que crujían como si cada hebra contara una historia. El silbido de los cantos ceremoniales, como el Blessingway, mantenía el equilibrio entre cuerpo, mente y espíritu —el hozho, principio esencial de armonía en la cosmovisión navajo. El tintineo de la plata y la turquesa, forjadas por manos sabias, se volvió símbolo de su identidad. En su sociedad matrilineal, la tierra, el hogar y el ganado pertenecían a las mujeres, pilares del linaje y la tradición.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el crujir de las radios llevó una lengua ancestral a los campos de batalla del Pacífico: el diné bizaad, convertido en un código imposible de descifrar para los enemigos. Los Code Talkers navajo, con valentía y astucia, transmitieron órdenes clave que salvaron miles de vidas. En 2025, tras una larga lucha por el reconocimiento, el Pentágono restauró sus honores y pidió disculpas por décadas de olvido. Sus voces, alguna vez susurradas al oído de la guerra, hoy resuenan en la historia oficial.

Un Pueblo que Perdura
El siglo XXI trajo nuevas tormentas. En 2020, durante la pandemia de COVID-19, la Nación Navajo sufrió una de las tasas más altas de contagio en EE.UU., resultado de décadas de abandono en infraestructura y acceso al agua. El crujir de los confinamientos resonó en abril de ese año, las más estrictas del país. Pero el silbido de la solidaridad se alzó: jóvenes entregaban víveres a los ancianos, comunidades enteras compartían su escaso maíz. El Buy-Back Program, implementado entre 2009 y 2017, devolvió más de 155,000 acres de tierra ancestral, un eco de justicia territorial que continúa.

A 10 de abril de 2025, con más de 399,000 miembros inscritos, los navajo son la segunda tribu más grande reconocida federalmente. El crujir de las aulas en el Navajo Community College, fundado en 1968, forma nuevas generaciones, mientras el silbido del diné bizaad vuelve a escucharse en las escuelas. Desde diciembre de 2024, es oficialmente idioma de estado, gracias a una declaración del presidente tribal Buu Nygren. En Window Rock, la capital espiritual y política de la Nación Navajo, el pasado y el futuro se entrelazan como las hebras de sus tapices.

Un Legado de Resiliencia
Los navajo no son una sombra del pasado. Son un torbellino vivo: en las rocas rojas de Monument Valley, en las estelas del Cañón de Chelly, en los telares que aún vibran y en las lenguas que resisten. Su historia es un rugido de dignidad, un canto de adaptación y orgullo, un eco que invita a mirar más allá del desierto… al corazón de los Diné, un pueblo cuya resiliencia es tan eterna como las montañas que los protegen.


No hay comentarios:

Publicar un comentario