Durante siglos, las ruinas de Tiwanaku han sido un enigma. Sus monumentos megalíticos, de precisión milimétrica, desafiaban la lógica y alimentaban teorías de tecnologías perdidas o influencias extraterrestres. Sin embargo, la verdad, más oscura y fascinante, ha salido a la luz. Un equipo internacional de científicos del Institut Geopolymere de Francia y la Universidad Católica San Pablo de Perú ha desentrañado el secreto de estas estructuras: no fueron esculpidas, sino creadas. Roca artificial, moldeada y endurecida hace 1,400 años.
En noviembre de 2017, los investigadores recolectaron muestras de la arenisca roja y la andesita de Pumapunku, un complejo que parece desafiar el tiempo. Estas muestras, analizadas por primera vez con microscopía electrónica, revelaron una composición que no correspondía con formaciones naturales. Los bloques fueron fabricados con una mezcla de arcilla roja, la misma que los tiwanacotas usaban para su cerámica, combinada con sales de carbonato de sodio extraídas de la laguna Cachi. Para la roca arenisca gris, crearon un aglutinante órgano-mineral usando ácidos orgánicos obtenidos de plantas locales.
No se necesitó tecnología alienígena ni ciencia prohibida. Solo un conocimiento profundo del entorno y de los materiales. Moldearon estos compuestos en formas precisas, dejándolos endurecer durante meses. Un proceso que, a simple vista, se oculta tras la solidez pétrea de sus construcciones. La química detrás de los geopolímeros no es ajena a la capacidad humana. Es una extensión natural del dominio de los tiwanacotas sobre la cerámica y los minerales. Sin este conocimiento, esas estructuras que hoy desafían la erosión y el olvido jamás habrían existido.
Lo más perturbador es cómo este hallazgo conecta con antiguas leyendas. Relatos transmitidos de generación en generación hablaban de plantas capaces de ablandar la piedra. Los arqueólogos siempre descartaron estas historias por absurdas. Hoy, la ciencia les da razón.
Fuente: FB Los testigos de Mendoza
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