Dice el pueblo de los
jíbaros que fue el bondadoso Yus quien creó la tierra. Pero ésta, al principio,
estaba completamente desnuda. Era necesario vestirla y la vistió con selva de
árboles gigantes y plantas menores que iban a dar los más variados frutos.
Entre las ramas
altas silbaba el viento solitario, unas veces como bestia salvaje, otras como
pájaro llorón, y otras al modo del zumbido de las moscas. Entonces Yus dijo:
-¡Mi creación está
todavía incompleta!... ¡Ahora corran cuadrúpedos y serpientes por el suelo!
¡Puéblense los árboles de pájaros cantores! ¡Vuelen y anden los insectos por
donde quieran o puedan!
Y eso fue.
La tierra no estaba
completa todavía. Algo más faltaba. Entonces Yus subió a la copa del árbol más
alto llevando en su diestra una hermosa jarra de oro. Con sus ojos divinos
contempló su obra y notó que la flora inmensa se moría de sed.
-¡Sean los ríos y
los lagos! –dijo. Y volcó su jarra llena de agua milagrosa sobre el suelo; y
los ríos y los lagos fueron.
Faltaba algo más. De
algún rincón secreto sacó una tela finísima de color azul, la echó hacia la
altura y, sopla que sopla, la extendió en una comba infinita cubriendo la
tierra con el cielo.
-¡Sobre este
firmamento brillarán el Sol, la Luna y las estrellas, y cruzará el río Nayanza
-agregó-, para que, cuando desborde, llueva en la tierra!
Y eso fue.
Pero faltaba algo
más. Faltaba el hombre, pues Yus no estaba satisfecho con las criaturas
animales que creara. Eran incapaces de comprender las maravillas de su obra. Y
así subió un día al cráter del volcán Sangay, llevándose una porción de barro
del valle Upano. Al borde de esa descomunal boca de la montaña, modeló un
muñeco que parecía un hombre. Luego, en la gran hornilla del coloso prendió
fuego y puso a cocer la figura antropomorfa, obteniendo lo que quería.
Le bastó
solamente el soplo de su alegría para que el muñeco sea el mismísimo hombre
pleno de vida e inteligencia, a quien Yus le regaló cuanto había creado antes,
y además una compañera para que la raza jíbara se multiplique y pueble sus
inmensos dominios.
Fuente: Nalgas y
Libros
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