Mientras en las ciudades la diversión
infantil cada vez más se restringe a largas horas frente a pantallas de
tablets, celulares o play station, en las comunidades aborígenes de la
provincia de Misiones, todavía los niños se divierten con juegos colectivos al
aire libre, en contacto con el entorno natural y con valores culturales
ancestrales. También es cierto, que las escuelas bilingües han posibilitado que
los pequeños mbya tomen conocimiento y practiquen ciertos juegos que sus padres
no jugaron cuando niños: Poliladron, Martín Pescador y otros harto conocidos en
la cultura “blanca”.
A la hora de la diversión los pequeños
aborígenes siguen eligiendo la libertad del monte y los juegos autóctonos,
aquellos que jugaban sus antepasados. Además saben pescar, cazar y nadar en
arroyos.
Embopa en el monte
Todo el mundo jugó alguna vez en su vida
a la “embopa escondida”, uno de los juegos infantiles más populares del
planeta. Pero sin duda, no es lo mismo una embopa en la ciudad que en el
monte, dónde las posibilidades de escondite se magnifican notoriamente.
“Cuando jugamos en la escuela hay poco
lugar para esconderse, pero acá en la aldea tenemos el monte y nos escondemos
entre los árboles o trepando. Es más divertido en el monte” dice Daniel (10),
en guaraní. La traducción se hace posible gracias a la gentileza de Rosalino
Duarte (24), joven de la aldea Guavirá Poty de San Pedro.
A la hora de trepar árboles, los niños
guaraníes exhiben una destreza asombrosa que los lleva a situarse en pocos
segundos en las alturas máximas de árboles de varios metros. Pero además,
conocen a la perfección los nombres de cada especie y las características de
cada uno de ellos, al menos, de los que suelen trepar. “El árbol de níspero es
el mejor para trepar porque tiene ramas por todos lados, como escaleras, es
fácil para subir y bajar. Cuando es época de frutas subimos y nos quedamos
comiendo en la cima del árbol” comentó Víctor (11).
Mangá y matasapo
Después de jugar a la embopa en el
monte, los chicos pasaron a dos juegos que se practican con una pelota – muy
liviana - hecha de hojas de chala. Uno de ellos es el mangá, que consiste en
pasarse la pelota con las manos unos a otros sin orden, con el objetivo de no
dejar caerla. Podría decirse que este juego tiene cierta similitud con el
vóley, aunque sin red ni puntajes.
También con la pelota de chala, se juega
al “matasapo”. Más allá del nombre, el juego no representa riesgo alguno para
uno de sus protagonistas: un sapo real, que los niños consiguen en el monte.
“Se pone el sapo en un lugar, y desde lejos se patea la pelota hasta que le
toque al sapo. El que le toca con la pelota gana y ahí se devuelve el sapo al
monte. Cuando el sapo se pone a saltar es divertido, pero si se queda quieto es
más aburrido” explicó Marcos (11), de la aldea Katu Piry.
Tape poí
La traducción de tape poí, explica
Rosalino Duarte, sería “camino angosto”. Así se llama un juego que hace
estallar en carcajadas a los niños mbya. Entrelazados en fila, los pequeños
forman una suerte de tren humano en el cuál el primero (la “locomotora”) se
aferra al tronco de un árbol. “Y ahí los otros chicos estiran para atrás hasta
que se desprenda el de adelante y ahí todos caemos para atrás. Es el juego que
más me divierte” dijo la pequeña Patricia (9), de Andresito, y alumna de la
Escuela Bilingüe 44.
Inocencia y Naturaleza
Los chicos de la comunidad Andresito
saben pescar, nadar, trepar árboles, cazar coatís para mascotas, jugar con
lagartos y pasear por el monte a sus anchas desde muy temprana edad.
“A mí me enseñó a pescar mi papá. Saco
bagres y mojarritas. Me gusta pescar pero a veces me aburre un poco. Más me
gusta meterme al agua y jugar o nadar” dice el pequeño Daniel.
Para Alejandro (13), lo más divertido es
“jugar al tocororí (especie de gallito ciego”) o a encontrar mariposas”.
En los juegos, participan tanto varones
como niñas, aunque hay ciertos juegos que practican sólo las niñas. “A mí me
gusta jugar con todos. Pero en la escuela a veces jugamos solo con otras nenas,
a las muñecas o al elástico. Me gusta más jugar en la aldea, pero en la escuela
tengo muchas amigas y me llevo bien con todas” cuenta Patricia.
Sobre el final de la jornada, los niños
regalan algunas canciones que dejan al desnudo valiosos dotes vocales innatas.
El canto se eleva en la aldea afinado, dulce y profundo. Los adultos dejan la
asamblea por un rato y se dan vuelta a ver a sus niños cantar.
Fuente: Agencia Pelota de Trapo
Escrito: Sergio Alvez – 2 de Agosto de
2.016
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