Declaradas Patrimonio
de la Humanidad por la UNESCO entre la espesa selva misionera se alza
el relieve de las ruinas de la Reducción de San Ignacio, los restos de una
civilización diseñada por jesuitas y construida por manos Guaraníes que
descolló por su eficiencia hace casi 400 años y por eso mismo debió perecer. La
fachada de su templo fue realizada íntegramente con arenisca rosada en 1610 y
su diseño barroco americano fue reconstruido por un grupo de científicos
durante el siglo pasado. Es que la reducción había estado sepultada bajo la
jungla durante casi dos siglos.
Miles de turistas la
visitan por año. Se encuentra en pleno centro de la localidad de San Ignacio,
por la ruta número 12, a 60 kilómetros de Posadas.
La pared derecha del
templo hoy luce impecable, ya que durante el verano un grupo de especialistas
la estuvo acicalando. Esto es posible gracias a que la World Monuments
Foundation donó 50.000 dólares para que, paso a paso, se dejen relucientes
todas las paredes de este monumento que, debido al clima tropical de la región,
tiende a cubrirse de pequeños microoganismos que lo descomponen.
Muy cerca se
encuentran los restos de otras reducciones que no han sido reconstruidas y, por
eso, se las puede ver en toda su tragedia. Son una visita obligada para los
amantes de lo natural, las raíces de árboles centenarios se enredan entre los
pilares de las construcciones. Se puede comenzar con las ruinas de Loreto, a
tan sólo 15 kilómetros de las de San Ignacio. O con las de Santa Ana, que están
a 45 kilómetros de Posadas.
La arquitectura
impresiona hasta al turista más desinteresado. El mismo impacto causó, hace
cuatro siglos, al visitante habituado a la pobreza estética de la mayoría de
los templos de los pueblos españoles. Tanto, que la elite porteña solicitó que
el mismísimo Cabildo de Buenos Aires fuera diseñado por arquitectos jesuitas y
construido con la colaboración de obreros indígenas.
El diseño del templo
de San Ignacio constituye una excelente muestra del barroco americano: las
columnas cumplen únicamente una función estética, ya que no actúan como soporte
de las paredes. Lo hacen las vigas transversales de madera, las cuales se
hallan disimuladas en la misma edificación. ¿La finalidad de esta mega
arquitectura? Sobre todo, impresionar a los mismos indios Guaraníes. Con
semejantes bloques arquitectónicos, la presencia del Dios cristiano se sentía
hasta las entrañas.
San Ignacio Miní
Las reducciones funcionaron con la precisión de un reloj. Todo en
perfecta línea y orden. Esto se puede sentir con toda claridad, con sólo echar
una mirada a las ruinas.
La Reducción de San Ignacio fue construida de un solo envión siguiendo
los planos con los que la Compañía de Jesús construía reducciones en otras
regiones del mundo. Luego de ser reclutada por los jesuitas, la población
indígena vivió en un campamento provisional y sólo cuando todo estuvo
terminado, el pueblo pudo mudarse. Pero ninguna reducción estuvo diseñada para
un crecimiento espontáneo y el desarrollo tenía un límite: si la población
superaba los 6000 habitantes se enviaba el excedente a otra reducción que
estuviera atravesando una caída demográfica. San Ignacio llegó a alojar a 3300
personas.
En el centro está la plaza, un espacio vacío de arquitectura, pero
desbordante de contenido simbólico. Representaba lo comunitario y en ella se
realizaban las actividades culturales de la reducción. Tiras de viviendas
cercaban la plaza por tres de sus lados, y en el cuarto se ubicaban alineados
el templo (la única arquitectura que sobresale en fastuosidad y altura), el
cementerio y los talleres.
Las viviendas se agrupaban en barrios que pertenecían a un cacique y su
tribu. La casa del cacique era igual a la de los demás, pero estaba ubicada en
un lugar privilegiado: en el frente, con vista a la plaza central.
En uno de los extremos de la plaza se encontraba el temible rollo. Las
cárceles eran muy raras en las reducciones. Las cosas eran más sutiles: sólo
una columna de madera erigida sobre una base de piedra era lo necesario para
mantener el orden. Este monumento presente ante la vista de todos era el símbolo
de justicia y de vergüenza pública. Aquel que había violado alguna norma era
atado al rollo y azotado en público. Luego debía reconocer su falta y pedir
perdón.
Dentro de las misiones reinó una organización comunitaria, sin riqueza ni
lujos, donde todos trabajaban y consumían por igual. Tuvieron tanto éxito que,
un siglo y medio después de ser fundadas, la corona española las consideró una
amenaza para su sistema aristocrático y decidió expulsarlas.
La Yerba, el oro verde
El hecho de que los Guaraníes que vivían en las reducciones estuvieran
exceptuados de prestar servicio personal a los encomenderos implicaba el pago
obligatorio de un tributo anual a la corona. Como este pago debía realizarse en
metálico y en las reducciones no existía moneda, había que elaborar un producto
que se pudiera vender en el mercado.
La solución para muchas reducciones fue la elaboración de la yerba mate.
Su calidad se hizo conocida en los mercados de Chile, Perú, Mexico, España y
Portugal. Ante la sorpresa de los blancos que se preguntaban cuál sería el
secreto de yerba tan deliciosa, el padre José Sánchez escribió en 1774:
"Los españoles no quitan los palillos de las ramas, sino que con la hoja
los quebrantan y mezclan, por eso su yerba se llama de palos, y no es muy
estimada. Los Guaraníes muelen solamente las hojas. Esta es la yerba
Caámiri tan afamada".
Fuente>Argentour.com
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