El primer y fundamental arte de los guaraníes es la palabra.
Sin templos y sin
ídolos, los Guaraní no podían ofrecer manifestaciones de arte plástica a
aquellos conquistadores y misioneros especialmente sensibles al arte barroco.
Aún así, los Guaraní
impresionaron siempre por su elocuencia al decir, eran “señores de la palabra”.
Toda la lengua guaraní, reconocían admirados los misioneros jesuitas, era un
arte.
Es cierto que la
palabra guaraní, durante el proceso colonial, fue “reducida” de muchos modos,
en parte destruida y en parte trivializada por masificación de sus hablantes.
Sin embargo, la palabra
guaraní, la verdadera, nunca fue del todo silenciada y fue el patrimonio más
entrañable de los Guaraní “libres”, los que pudieron mantenerse en la ecología
tradicional, en las florestas subtropicales, libres de trabajo esclavo y del
comercio, libres para mantener su sistema de economía de reciprocidad, libres
para practicar su religión tradicional, libres incluso para guaranizar ciertas
formas de vida ajena que se les había pegado con el contacto del mundo
colonial.
No deja de ser
significativo que la primera y hoy clásica obra de Nimuendajú (1914) sea, ante
todo, una “etnografía de la palabra”. El mito de la creación y el mito de la
destrucción del mundo que él transcribe textualmente, son dos monumentos de
tradición oral que pueden figurar en la más exigente antología de literatura.
Pero lo más importante
del trabajo de Nimuendajú es la constatación etnográfica de cuan nuclear es la
palabra para la vida del Guaraní. La palabra es su alma. Ayvu: palabra-alma;
alma-palabra. La vida y la muerte del guaraní son la vida de su palabra y la
medida de sus realizaciones y de sus crisis está dada por las formas que toma
su palabra.
La historia del Guaraní
es la historia de la palabra, la palabra que se le impone con el nombre, la
palabra que escucha, la palabra que el mismo dirá, cantará y rezará, la palabra
que en su muerte todavía es palabra que fue: ayvukue.
La religión, en sus
creencias y en sus rituales, es un decir, o mejor, un decirse: ñembo’e.
Profecía, poesía y retórica son apenas formas del acto constitutivo del Guaraní,
que es “decirse”. Ahí está el arte en su vida. Incluso la búsqueda de la “Tierra
sin Mal” que expresa una marcha fuertemente enraizada en lo económico en
procura de mejores condiciones de vida, no se realiza indepen dientemente del
canto y la danza, que la simbolizan y le dan fuerza.
Bartomeu Melia “El
guaraní, experiencia religiosa”.
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