Los pueblos indígenas sabemos, desde una memoria más profunda, desde
nuestras historias más antiguas, desde nuestras experiencias diversas, desde
los recuerdos y preceptos que están inscritos en nuestras lenguas, desde
nuestros usos y costumbres y sobre todo desde el dolor, el maltrato y la
incomprensión, que la historia desde la conquista, la historia del capital y de
quienes a su nombre lo acumulan, es un proyecto de muerte que terminara por destruir la naturaleza toda, incluida la vida de los seres
humanos.
Para nosotros, la tierra es la madre y contra ella se comete un crimen del
que vienen todos los males y miserias. Nuestra madre, la de todos los seres
vivos, está sometida, según la ley que se impone, tiene dueños, es propiedad
privada. Al someterla como propiedad para explotarla, le quitaron la libertad
de engendrar vida y de proteger y enseñar el lugar, las relaciones y el tiempo
de todo lo que vive. Le impiden producir alimentos, riqueza y bienestar para
todos los pueblos y seres vivos. Los que se apropian de ella causan hambre,
miseria y muerte que no deben ser. Le roban la sangre, la carne, los brazos,
los hijos y la leche para establecer el poder de unos sobre la miseria de
todos. Así como los que se sienten herederos de los conquistadores niegan y
desconocen a la madre indígena que les dio la vida, así mismo, quienes aceptan
la propiedad privada de la tierra para ser explotada por intereses
particulares, se niegan a defender la libertad colectiva y el derecho a la
vida.
Pero nosotros decimos, mientras sigamos siendo indígenas, o sea, hijos de
la tierra, que nuestra madre no es libre para la vida, que lo será cuando
vuelva a ser suelo y hogar colectivo de los pueblos que la cuidan, la respetan
y viven con ella y mientras no sea así, tampoco somos libres sus hijos. Todos
los pueblos somos esclavos junto con los animales y los seres de la vida,
mientras no consigamos que nuestra madre recupere su libertad.
Ama Pachamama
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