Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

domingo, 10 de agosto de 2025

Martina Chapanay, la leyenda




Corría el año 1800. Las Provincias Unidas ni siquiera soñaban con existir. San Juan no era desierto: era pantano, laguna, barro caliente, donde la historia todavía no se atrevía a meter los pies. Allá, en medio del humedal salvaje, nació Martina Chapanay. Hija de un cacique huarpe, Ambrocio, y de una blanca tomada por la fuerza de los tiempos, Mercedes González. Desde la cuna tuvo dos sangres cruzadas en el pecho: una que galopaba como yegua cimarrona, otra que lloraba como cautiva vieja.

Montó antes de caminar. Se trepó al lomo de un potro como quien se trepa a la vida: sin permiso. Aprendió a nadar en charcos turbios, a rastrear huellas como si fueran versos rotos, a resistir el frío como un jarillal seco y el calor como médano pelado. Le quisieron enseñar buenas costumbres. Le enseñaron la cárcel del vestido, el rosario forzado, la sonrisa bajita. Un día cerró por dentro la puerta de su casa de pupilas, encerró a todos los que la querían amaestrar, y se fue. Nunca más volvió.

Por eso la llamaban la machorra. No era insulto: era leyenda. En el campo, una machorra es una hembra que no pare. En los labios de los hombres, una que no se deja montar, ni domar, ni callar. Le decían así porque se vestía como gaucho, dormía con el cuchillo envuelto en cuero bajo el poncho, escupía donde quería y no se ruborizaba ante ningún varón. Parecía hombre, decían. Pero no era ni macho ni hembra: era ella misma. Indómita. Incómoda. Libre.






En 1816, cuando San Martín reunía hombres en El Plumerillo, se presentó sola. Sin escolta, sin apellido ilustre, sin carta de recomendación. “Conozco los pasos”, le dijo al general. “Y tengo lanza para abrirme camino.” San Martín la miró de arriba abajo y asintió. Se convirtió en chasqui. Cruzó los Andes con la boca cerrada y los pies sangrando. Dicen que una vez, durante una tormenta de nieve, llegó a un campamento con los labios agrietados, el poncho helado y un silbido de viento en los huesos. Entregó el parte, se calentó las manos con el aliento y nadie volvió a quejarse del frío esa noche.

Cuando terminó la guerra contra los realistas, empezó la otra. La de adentro. La que no terminó nunca. Martina no colgó las armas ni se volvió a tejer alpargatas. Se metió con las montoneras. Peleó con Facundo Quiroga. Con el Chacho Peñaloza. Con Nazario Benavidez. Con Felipe Varela. Con Severo Chumbita. No porque fueran santos, sino porque querían un país con voz del interior. Un país sin mozos de levita ni catedrales de mármol que se comieran la sangre del pueblo. Luchaba por el federalismo real, no por el disfraz. Y cuando alguno de los suyos se vendía o se torcía, Martina lo miraba fijo. No hablaba. Pero el cuchillo silbaba en la bota.

En 1863, mataron al Chacho a traición. Lo acribillaron como a un perro. El asesino fue el mayor Pablo Irazábal. Martina lo esperó en un cruce de caminos. Lo desafió a duelo. Él alegó una descompostura. Una falsa fiebre. Una cobardía de esas que se cubren con galones. Ella lo miró. No lo mató. Pero lo dejó muerto de vergüenza.






En los caminos fue ladrona. Sí. Pero no de esas que roban por codicia. Era justiciera con lanza. Robin Hood de chiripá. Robaba a los ricos, a los comerciantes usureros, a los generales con manos limpias y conciencia sucia. Repartía entre las viudas, entre los niños que no conocían el pan, entre los gauchos quebrados por la leva. La seguían el Tuerto Caliba, que leía rastros como mapas secretos; la Chinita Olguín, curandera de noche, espía de día; y el Cacuy, gurí salvado del hambre que la llamaba madre sin que ella lo supiera.

Martina tenía sus reglas: no se mata por gusto. No se roba por codicia. No se deja atrás al caído.

Y sí, también amó. A su manera. Con furia. Con lanza. Con deseo urgente. Amó a Agustín Palacios, montonero de mirada firme. Lo mataron en combate. Ella lo lloró sin decir palabra. Después vino Cuero Cruz, otro bandido bravo. Lo quiso. Hasta que un día, por celos, Cuero mató a un inocente. Martina lo enfrentó, lo cortó en el pecho, le apoyó la daga en el cuello… y no lo mató. “Viví con esto”, le dijo. Y se fue.

Se fue de vieja. Como los zorros sabios. Como los caballos sin marca. A Mogna. A los 87 años. Algunos dicen que la picó una yarará. Otros, que la atacó un puma al que ella misma fue a cazar. Otros dicen que simplemente se dejó morir. Porque no quedaban guerras limpias. Porque los traidores ya eran gobierno. Porque hasta el barro se había secado.


El cura Bustillos, que había sido oficial de San Martín, la enterró bajo una piedra blanca, sin nombre. “Todos saben quién está ahí”, dijo. Tenía razón.

Hoy, los libros no la nombran. Porque fue india. Porque fue mujer. Porque no se dejaba retratar ni sobornar. Porque decía cosas como:

“Ser porteño es ser ciudadano exclusivista. Ser provinciano es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derechos.”

Y eso no entra en el bronce. No entra en los actos escolares. No entra en los discursos vacíos.

Martina no fue personaje.

No fue mártirNo fue moda.

No fue prócer. Fue fuego.

Y todavía arde en la memoria de los nadies.

Si deseas profundizar puedes hacerlo en Amazon o Kindle: LA MUJER EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ARGENTINA


Bibliografía

La mujer en la guerra de la independencia argentina, Roberto Claudio Arnaiz, 2024, Amazon Kindle Edition.

Martina Chapanay: heroína de los montoneros, Raúl Larra, 1973, Ediciones Colihue, Buenos Aires.

Martina Chapanay, la lanza y la rebelión, Susana Ghirardi, 2009, Editorial de la Universidad Nacional de San Juan, San Juan.

Mujeres argentinas: historia y cultura, María Sáenz Quesada, 2011, Editorial Sudamericana, Buenos Aires.

La historia oculta: protagonistas y olvidados de la historia argentina, Felipe Pigna, 2013, Editorial Planeta, Buenos Aires.

Martina Chapanay: la mujer, la leyenda, el cuchillo, Oscar Pringles, 1997, Ediciones del Nuevo Cuyo, Mendoza.


Mujeres silenciadas: voces indígenas y criollas en la historia, Graciela Hernández, 2018, Editorial Biblos, Buenos Aires.

Investigación de Roberto Arnaiz

https://www.robertoarnaiz.com/post/martina-chapanay-la-leyenda?fbclid=IwY2xjawMFI0RleHRuA2FlbQIxMABicmlkETFqWGdLTGZwQ3NkMVJ4c0tkAR7aQjhHF4mbPNaVpidUX3VjZdIteqy-46nS4k3yx88R_6OrwYhfguMFNlPNug_aem_Okuu4iU7bEr5g6m2FEDYcg

sábado, 9 de agosto de 2025

9 de Agosto - Día Internaconal de los Pueblos Indígenas



El 9 de agosto se celebra el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, una fecha establecida por la ONU para conmemorar y reconocer la importancia de las culturas y los derechos de los pueblos originarios. 
Esta fecha recuerda la primera reunión del Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas sobre Poblaciones Indígenas en 1982.

¿Por qué se celebra el 9 de agosto?
La fecha se eligió para conmemorar la primera reunión del Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas sobre Poblaciones Indígenas, que tuvo lugar el 9 de agosto de 1982. Esta reunión fue un hito importante en el reconocimiento y la protección de los derechos de los pueblos indígenas a nivel internacional.

¿Cuál es el objetivo de la celebración?
El Día Internacional de los Pueblos Indígenas busca:


Promover la conciencia:
Aumentar la comprensión y el respeto por las culturas, tradiciones y conocimientos de los pueblos indígenas.

Proteger los derechos:
Reconocer y proteger los derechos individuales y colectivos de los pueblos indígenas, incluyendo sus derechos culturales, territoriales y lingüísticos.

Fomentar la participación:
Asegurar la participación activa y significativa de los pueblos indígenas en la toma de decisiones que les afectan.

Combatir la discriminación:
Luchar contra la discriminación y la exclusión que enfrentan los pueblos indígenas.

¿Cómo se celebra en Argentina?
En Argentina, el Día Internacional de los Pueblos Indígenas es una oportunidad para:


Reconocer la diversidad cultural:
Valorar la riqueza de las culturas indígenas presentes en el país.

Reflexionar sobre la historia:
Recordar la historia de los pueblos indígenas y sus luchas por la tierra, la autodeterminación y el reconocimiento.

Apoyar las iniciativas indígenas:
Promover y apoyar las iniciativas de las comunidades indígenas para preservar sus culturas, lenguas y territorios.

Promover la educación intercultural:
Fomentar una educación que valore y respete la diversidad cultural y los conocimientos indígenas.

En resumen, el Día Internacional de los Pueblos Indígenas es una fecha para celebrar la riqueza cultural de los pueblos originarios y para reafirmar el compromiso de proteger sus derechos y promover su desarrollo sostenible.


viernes, 8 de agosto de 2025

Ciencia - Nikola Tesla


jueves, 7 de agosto de 2025

Otredad y Atención



"La atención es la forma más rara y pura de generosidad". 
Simone Weil

Creación, Destrucción y Preocupación


Palabras y Acciones


miércoles, 6 de agosto de 2025

Cantos




"Tu manera de cantar dice mucho de quién eres.
Si cantas bien, podrás ayudar a la gente.
Si tu canto les llega a los demás es que la Medicina está actuando.

La canción no es un juego.
Viene de la mente.
Si tus pensamientos son buenos, esa canción te brota del cuerpo clara y fuerte.
Es como rezar, como el humo del cedro.

El tambor y las maracas llevan las canciones a todo lo que existe.
La canción penetra en las cosas y la gente, las pone bien.
Su vibración cambia lo que te rodea para que se conecte contigo como si oraras, igual que cuando las plumas de tu abanico están impregnadas de humo de cedro, tú meneas el buen humo sobre una persona y ésta se siente limpia.

El del tambor es tu principal asistente.
Si va muy rápido o despacio te puede estropear la canción.

Su manera de tocar te permite saber de la persona, si es tu amigo y si está bien de la cabeza.
Lo mejor para tus canciones es que cuentes con un viejo conocido en quien puedes confiar.
El percusionista se supone que debe seguirte, pero también te lleva.

Tu cascabel es tan importante como los tambores. Necesitas guajes que vayan con el tono de tu voz. A cada individuo le toca averiguarlo.
Necesitas probar muchos guajes antes de que encuentres el adecuado.

Ignoro el significado de mis canciones.
No trato de interpretar a qué se refieren.
Muchas de las canciones viejas de los indios son así. Sólo trato de cantarlas bien.
Sólo conozco mis propios sentimientos. Nada más las entono, las canciones sacan de mí mis pensamientos.

Algunas suenan alegres. Otra tienen sonidos tristes. Pero eso es sólo la manera en que tú te sientes al cantarlas.
Sabes lo que son. No necesitas explicar nada. Tú sabes cuando la canción es buena.

Pongo atención a la forma en que canta cada persona. Así sé todo acerca del que canta. Cuando lo hago yo, cada canción forma parte de mí.
No puede ser mejor que yo.
Así que cuando canto, no es como en la radio o para pasar el rato.

Trato de levantarme lo mejor que puedo.
No canto solamente, estoy viajando.
Cuando canto estoy orando en el Tipi y entonces recorro el Camino".

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Relatos de los seguidores del Camino del Tipi recogidos por Warren L. d’Azevedo hacia 1955 en California y Nevada, entre washoe miembros de la Native American Church, también llamada Iglesia del Peyote, una construcción sincrética en torno al cacto sagrado que data del siglo XIX y tiene practicantes en diversas tribus de Estados Unidos.

El valor de un alma - Arnau de Tera


La Historia de los Olmecas: La Cultura Madre de Mesoamérica



En las tierras fértiles del golfo de México, donde la selva se encuentra con los ríos, nació hace más de tres mil años una civilización que sembraría las raíces del pensamiento mesoamericano: los Olmecas, la primera gran cultura que elevó templos, talló mitos y dio forma al alma ancestral de estas tierras.
Nacimiento de una sabiduría profunda
Alrededor del 1500 a.C., en lo que hoy conocemos como Veracruz y Tabasco, comunidades agrícolas se convirtieron en sociedades complejas. Cultivaban maíz, frijol y calabaza; pescaban en los ríos y comerciaban jade, obsidiana y conchas marinas con regiones lejanas. De estos pueblos surgieron centros ceremoniales que brillaban con rituales, arte y poder: San Lorenzo, La Venta y Tres Zapotes.
Cabezas colosales: guardianes de piedra
Entre sus vestigios más impresionantes destacan las cabezas colosales, gigantes de basalto que alcanzan hasta tres metros de altura. Con rostros serenos, labios gruesos y cascos ceremoniales, representan posiblemente a líderes o guerreros sagrados. No eran solo esculturas: eran custodios del orden cósmico, testigos de rituales que unían al cielo con la tierra.
Escritura en piedra y jade
Aunque su escritura aún no ha sido descifrada por completo, los Olmecas desarrollaron uno de los primeros sistemas simbólicos de Mesoamérica. Pequeños glifos tallados en piedra y cerámica muestran que ya tenían una forma de registrar ideas, nombres y rituales. Era un lenguaje visual que anticipaba lo que siglos después perfeccionarían los mayas.
Religión, jaguares y dualidad
Para los Olmecas, el mundo estaba hecho de dualidades: día y noche, agua y fuego, vida y muerte. Veneraban a seres mitad humanos, mitad animales, como el jaguar, símbolo de poder, misterio y fertilidad. En sus rituales ofrecían jade, copal, alimentos y, en ocasiones, sangre. Todo para mantener el equilibrio entre los dioses y el mundo terrenal.
Arte que respira
El arte olmeca es profundamente simbólico. Máscaras de jade, figurillas de cerámica, altares tallados y monumentos que aún nos hablan. Su estilo es reconocible: formas redondeadas, expresiones sobrias, cuerpos infantiles con ojos almendrados. Cada pieza parece contener un mensaje, una plegaria o una advertencia de tiempos antiguos.
Un legado eterno
Aunque sus grandes ciudades fueron abandonadas hace más de dos mil años, la huella de los Olmecas no se borró. Su forma de ver el mundo, su manera de construir, de venerar a la naturaleza y de narrar con símbolos, fue adoptada y transformada por otras culturas como los mayas, zapotecos y mexicas.
Hoy, cuando miramos una cabeza colosal o una máscara de jade, no solo vemos una reliquia: vemos el inicio de un camino. El inicio de la historia profunda de Mesoamérica.

martes, 5 de agosto de 2025

Haz lo que viniste a hacer - Arnau de Tera