Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

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miércoles, 27 de noviembre de 2019

La importancia de la memoria histórica de los pueblos originarios


Escrito: Martín Delgado Cultelli 

América Latina es un continente construido por sucesivas olas colonialistas. Cada una parada sobre los hombros de las otras. Hemos sido condenados a ser proveedores de materias primas a los grandes centros económicos y políticos del mundo. Si bien el colonialismo tiene una faceta de dependencia económica tiene otra que es la subjetiva. Esta dependencia esta plasmada en la negación constante de nuestras raíces indígenas y la admiración casi ciega de toda la producción intelectual de Occidente. De ahí no solo la importancia de descolonizar las relaciones de producción sino descolonizar las mentes y sentires.

Uno de los pilares básicos del colonialismo que nos agobia es la denominada “Doctrina del Descubrimiento”. Dicha “doctrina” es el corpus de preceptos básicos que se mantienen prácticamente inmutables desde hace 500 años. Esta “doctrina” esta basada en los conceptos de terra nulis y de paganismo. El terra nulis sostiene que el territorio descubierto por los colonizadores al no ser explotado de una forma racional y capitalista, se lo considera tierra salvaje, tierra vacía de gente. No es casualidad que en el siglo XIX a los territorios controlados por indígenas y gauchos se les denominara “Desierto”. Hoy en día vemos esto cuando se refieren a la Amazonia como territorio deshabitado y en donde solo hay naturaleza salvaje, cuando en realidad allí viven miles de indígenas.

El precepto del paganismo estaba basado en que como las culturas indígenas tienen creencias y tradiciones distintas a las de Occidente, representado en la moral judeo-cristiana, entonces esta justificada su violentación o, en el mejor de los casos, tratar de que se asimilen a la civilización occidental. A principios del siglo XX, la totalidad de los países del continente tenía expresado tanto en sus constituciones como en otro tipo de legislaciones y políticas estatales, que los pueblos originarios debían asimilarse a la cultura de los Estados Nacionales, osea la civilización occidental. Incluso hoy en día las regiones donde habitamos preferentemente los pueblos originarios son las regiones que reciben más visitas de misioneros evangélicos. Además, en pleno siglo XXI, el reconocimiento de las autonomías territoriales y culturales sigue siendo un tema urticante para la mayoría de los países de la región.

Cabe destacar que los preceptos de la Doctrina del Descubrimiento fueron esgrimidos hace casi 500 años por Juan Gines de Sepulveda en su texto La Justa Guerra Contra los Indios. Recordemos que Sepulveda fue quien debatió con Fray Bartolome de las Casas en el famoso “Debate de Valladolid”. Famoso debate entre prestigiosos intelectuales para determinar si los indígenas eramos seres humanos o eramos animales y por lo tanto si se nos podía esclavizar y masacrar. Si bien se considera que el debate lo gano De las Casas y así surgió la primer legislación indígenista de la historia. En los hechos, el que triunfo, fue Sepulveda.

El triunfo de Sepulveda se debe a que seguimos con los pilares de terra nulis, de que antes de que llegaran los europeos no había nada en el continente. La historiografía de la mayoría de los países comienza con la llegada de Cristobal Colon al continente. Olvidando por completo que el continente tiene presencia humana de al menos 24.000 años. Cuando se quiere ir más atrás en la historia, siempre se va a Europa. ¿Pero acaso no hemos nacido en esta tierra? Tengamos o no raíces indígenas, es importante conocer la historia y la memoria del territorio donde vivimos y donde queremos realizarnos como seres humanos.

Hay una serie de estereotipos construidos por los colonizadores basados en la inferioridad de los pueblos originarios del continente frente a la civilización occidental. A las experiencias de Estados Indígenas Precolombinos como el Tawaintisuyu, el Estado Mexica (azteca) o los Señoríos mayas y muiscas siempre se les destaca la brutalidad, lo sanguinario y lo despótico de sus regímenes. Si bien eran sociedades estatales, osea había desigualdad social, estos estados no eran mono-culturales sino plurinacionales y garantizaban la comida a todos sus súbditos. Incluso hoy en día los Estados de matriz occidental les cuesta el reconocimiento de la pluralidad cultural al interior de sus territorios y no garantizan que todos los ciudadanos tengan alimento básico. Además esos Estados no eran más represores y sanguinarios de lo que eran la mayoría de los Estados en el Mundo de la época. Recordemos que en la época que florecía el Tawaintisuyu y los Mexica en Europa quemaban vivas a las mujeres acusándolas de Brujería.
Si bien los pueblos indígenas con experiencia estatal merecieron la atención de los estudiosos de Occidente, la realidad es que la mayoría de los pueblos del continente somos pueblos pre-estatales. Osea jamás conformamos Estados. Se podría decir que la organización social por excelencia en el continente son las aldeas agrícolas y las bandas de cazadores-recolectores. Osea que la horizontalidad y el igualitarismo esta en la base de las sociedades latinoamericanas. Base que continuamente se ha querido borrar.

Como nuestros pueblos no construían ciudades, se nos redujo a sujetos cuasi-animales, con casi nula atención por parte de los estudiosos. Pero que no construíamos ciudades no significa que no tengamos nuestras complejidades y nuestro valor. El desarrollo de los relatos míticos, la cosmogonía y el conocimiento sobre el ecosistema donde se vive son muy superiores en pueblos pre-estatales que en pueblos estatales. Incluso los saberes de nuestros pueblos sobre biodiversidad actualmente son más relevantes debido a la gran crisis medioambiental que atraviesa nuestro planeta.


La colonización de nuestro pensamiento es de tal magnitud, que cuando pensamos en el medioevo, pensamos en una época oscurantista. Una época en donde se limitaba el libre pensamiento, donde habían guerras constantes y donde la mayor parte de las personas pasaban hambre. Esa fue la experiencia Europea alrededor del año 1000 DC. Pero esa experiencia no representa para nada al resto del Mundo. En esa misma época es el florecimiento de la gran civilización islámica. Y en Abya Yala (América antes de la colonización) fue una de las épocas de florecimiento cultural más ricas de todas. En los primeros años del medioevo tenemos al Maya Clásico, tan esplendoroso como la Grecia Clásica o Egipto, tenemos a Teotihuacan, tenemos a los Moche y sus señoríos gobernados por mujeres y tenemos a Tiahuanaco.
En esa misma época en la región que actualmente conocemos como Entre Ríos, Uruguay y Río Grande do Sul también fue una época esplendorosa. El desarrollo de la cerámica llego a estilizaciones super complejas plasmadas en la tradición cultural Goya-Malabriego. En la Cuenca de la Laguna Merin floreció la denominada cultura de los “Cerritos de Indios”, con enterramientos mortuorios super elaborados y con las primeras expresiones de cultivos de maíz y zapallo en la región. Una cultura mucho más compleja de lo que se nos han querido presentar. En torno al año 1000 DC es que florece el arte rupestre en el Uruguay, plasmado principalmente en sitios como Chamangá, Modesto Polanco y Cerro Pan de Azúcar entre otros.
Como vemos el medioevo no fue para nada una época de oscurantismo en el Abya Yala. Nuestra memoria ha sido moldeada por lo que le paso a nada más una parte de la humanidad.
En estas épocas de destrucción ambiental, vorágine capitalista, expansionismo militar y oligopolios de la comunicación, es sumamente importante que sepamos quienes somos y hacía donde queremos ir. Nuevos colonialismos se avistan en el horizonte. Por eso para poderlos resistir, es muy importante rescatar la memoria ancestral de los pueblos que han resistido por más de 500 años. Conectarnos con el territorio y con su historia nos permitirá ser un árbol de raíces profundas, el cual no podrá ser volteado por las tempestades.
Fuente: La Tinta - 4 de Junio de 2018

martes, 5 de marzo de 2019

La importancia de la memoria histórica de los pueblos originarios



América Latina es un continente construido por sucesivas olas colonialistas. Cada una parada sobre los hombros de las otras. Hemos sido condenados a ser proveedores de materias primas a los grandes centros económicos y políticos del mundo. Si bien el colonialismo tiene una faceta de dependencia económica tiene otra que es la subjetiva. Esta dependencia esta plasmada en la negación constante de nuestras raíces indígenas y la admiración casi ciega de toda la producción intelectual de Occidente. De ahí no solo la importancia de descolonizar las relaciones de producción sino descolonizar las mentes y sentires.

Uno de los pilares básicos del colonialismo que nos agobia es la denominada “Doctrina del Descubrimiento”. Dicha “doctrina” es el corpus de preceptos básicos que se mantienen prácticamente inmutables desde hace 500 años. Esta “doctrina” esta basada en los conceptos de terra nulis y de paganismo. El terra nulis sostiene que el territorio descubierto por los colonizadores al no ser explotado de una forma racional y capitalista, se lo considera tierra salvaje, tierra vacía de gente. No es casualidad que en el siglo XIX a los territorios controlados por indígenas y gauchos se les denominara “Desierto”. Hoy en día vemos esto cuando se refieren a la Amazonia como territorio deshabitado y en donde solo hay naturaleza salvaje, cuando en realidad allí viven miles de indígenas.

El precepto del paganismo estaba basado en que como las culturas indígenas tienen creencias y tradiciones distintas a las de Occidente, representado en la moral judeo-cristiana, entonces esta justificada su violentación o, en el mejor de los casos, tratar de que se asimilen a la civilización occidental. A principios del siglo XX, la totalidad de los países del continente tenía expresado tanto en sus constituciones como en otro tipo de legislaciones y políticas estatales, que los pueblos originarios debían asimilarse a la cultura de los Estados Nacionales, osea la civilización occidental. Incluso hoy en día las regiones donde habitamos preferentemente los pueblos originarios son las regiones que reciben más visitas de misioneros evangélicos. Además, en pleno siglo XXI, el reconocimiento de las autonomías territoriales y culturales sigue siendo un tema urticante para la mayoría de los países de la región.

Cabe destacar que los preceptos de la Doctrina del Descubrimiento fueron esgrimidos hace casi 500 años por Juan Gines de Sepulveda en su texto La Justa Guerra Contra los Indios. Recordemos que Sepulveda fue quien debatió con Fray Bartolome de las Casas en el famoso “Debate de Valladolid”. Famoso debate entre prestigiosos intelectuales para determinar si los indígenas eramos seres humanos o eramos animales y por lo tanto si se nos podía esclavizar y masacrar. Si bien se considera que el debate lo gano De las Casas y así surgió la primer legislación indígenista de la historia. En los hechos, el que triunfo, fue Sepulveda.

El triunfo de Sepulveda se debe a que seguimos con los pilares de terra nulis, de que antes de que llegaran los europeos no había nada en el continente. La historiografía de la mayoría de los países comienza con la llegada de Cristobal Colon al continente. Olvidando por completo que el continente tiene presencia humana de al menos 24.000 años. Cuando se quiere ir más atrás en la historia, siempre se va a Europa. ¿Pero acaso no hemos nacido en esta tierra? Tengamos o no raíces indígenas, es importante conocer la historia y la memoria del territorio donde vivimos y donde queremos realizarnos como seres humanos.

Hay una serie de estereotipos construidos por los colonizadores basados en la inferioridad de los pueblos originarios del continente frente a la civilización occidental. A las experiencias de Estados Indígenas Precolombinos como el Tawaintisuyu, el Estado Mexica (azteca) o los Señoríos mayas y muiscas siempre se les destaca la brutalidad, lo sanguinario y lo despótico de sus regímenes. Si bien eran sociedades estatales, osea había desigualdad social, estos estados no eran mono-culturales sino plurinacionales y garantizaban la comida a todos sus súbditos. Incluso hoy en día los Estados de matriz occidental les cuesta el reconocimiento de la pluralidad cultural al interior de sus territorios y no garantizan que todos los ciudadanos tengan alimento básico. Además esos Estados no eran más represores y sanguinarios de lo que eran la mayoría de los Estados en el Mundo de la época. Recordemos que en la época que florecía el Tawaintisuyu y los Mexica en Europa quemaban vivas a las mujeres acusándolas de Brujería.

Si bien los pueblos indígenas con experiencia estatal merecieron la atención de los estudiosos de Occidente, la realidad es que la mayoría de los pueblos del continente somos pueblos pre-estatales. Osea jamás conformamos Estados. Se podría decir que la organización social por excelencia en el continente son las aldeas agrícolas y las bandas de cazadores-recolectores. Osea que la horizontalidad y el igualitarismo esta en la base de las sociedades latinoamericanas. Base que continuamente se ha querido borrar.

Como nuestros pueblos no construían ciudades, se nos redujo a sujetos cuasi-animales, con casi nula atención por parte de los estudiosos. Pero que no construíamos ciudades no significa que no tengamos nuestras complejidades y nuestro valor. El desarrollo de los relatos míticos, la cosmogonía y el conocimiento sobre el ecosistema donde se vive son muy superiores en pueblos pre-estatales que en pueblos estatales. Incluso los saberes de nuestros pueblos sobre biodiversidad actualmente son más relevantes debido a la gran crisis medioambiental que atraviesa nuestro planeta.
La colonización de nuestro pensamiento es de tal magnitud, que cuando pensamos en el medioevo, pensamos en una época oscurantista. Una época en donde se limitaba el libre pensamiento, donde habían guerras constantes y donde la mayor parte de las personas pasaban hambre. Esa fue la experiencia Europea alrededor del año 1000 DC. Pero esa experiencia no representa para nada al resto del Mundo. En esa misma época es el florecimiento de la gran civilización islámica. Y en Abya Yala (América antes de la colonización) fue una de las épocas de florecimiento cultural más ricas de todas. En los primeros años del medioevo tenemos al Maya Clásico, tan esplendoroso como la Grecia Clásica o Egipto, tenemos a Teotihuacan, tenemos a los Moche y sus señoríos gobernados por mujeres y tenemos a Tiahuanaco.

En esa misma época en la región que actualmente conocemos como Entre Ríos, Uruguay y Río Grande do Sul también fue una época esplendorosa. El desarrollo de la cerámica llego a estilizaciones super complejas plasmadas en la tradición cultural Goya-Malabriego. En la Cuenca de la Laguna Merin floreció la denominada cultura de los “Cerritos de Indios”, con enterramientos mortuorios super elaborados y con las primeras expresiones de cultivos de maíz y zapallo en la región. Una cultura mucho más compleja de lo que se nos han querido presentar. En torno al año 1000 DC es que florece el arte rupestre en el Uruguay, plasmado principalmente en sitios como Chamangá, Modesto Polanco y Cerro Pan de Azúcar entre otros.

Como vemos el medioevo no fue para nada una época de oscurantismo en el Abya Yala. Nuestra memoria ha sido moldeada por lo que le paso a nada más una parte de la humanidad.
En estas épocas de destrucción ambiental, vorágine capitalista, expansionismo militar y oligopolios de la comunicación, es sumamente importante que sepamos quienes somos y hacía donde queremos ir. Nuevos colonialismos se avistan en el horizonte. Por eso para poderlos resistir, es muy importante rescatar la memoria ancestral de los pueblos que han resistido por más de 500 años. Conectarnos con el territorio y con su historia nos permitirá ser un árbol de raíces profundas, el cual no podrá ser volteado por las tempestades.

Por Martín Delgado Cultelli para ZUR
Fuente: La Tinta. Publicado el día 4 de Junio de 2.018.



lunes, 4 de marzo de 2019

Tradiciones indígenas que aún sobreviven en Latinoamérica


Entre América del Sur y Centroamérica hay unas 50 millones de personas pertenecientes a comunidades indígenas. A lo largo del tiempo los pueblos originarios han luchado por preservar sus tradiciones y culturas.




Los wajapi habitan al norte de la Amazonía, en Brasil, y se caracterizan por su particular y colorido arte gráfico llamado kusiwa, para el cual utilizan tintes vegetales y otros objetos de su entorno. Ellos utilizan el kusiwa para transmitir a la comunidad sus conocimientos esenciales, sobre todo, aquellos relacionados con el origen y la aparición del hombre. Las competencias para desarrollar la técnica del kusiwa se alcanza hasta los 40 años y estas abarcan desde la preparación de los tintes hasta la representaciones artísticas.




Ubicados entre Colombia y Venezuela, los wayuus se caracterizan por su singular manera de resolver los conflictos, ya que desde tiempos ancestrales recurren a los pütchipü’üis o “palabreros”. Los palabreros son los encargados de intervenir y hacer uso de principios, procedimientos y ritos para dar litigio a un conflicto y se basan en medios pacíficos para lograr la armonía social.




En el pueblo El Mito, en Perú, desde tiempos ancestrales, las comunidades indígenas de la zona realizan la popular danza de La Huaconada, en la que el personaje Huacon tiene una doble identidad. Huacon representa, en el mundo terrenal, el consejo de ancianos y en el mundo divino al cóndor, símbolo ancestral de los pueblos andinos. Solo aquellos hombre que se consideren moralmente íntegros pueden llegar a ser Huacon.




El Wiñol Tripantu es una fiesta que marca el inicio del año nuevo mapuche y “la nueva salida del sol”. Esta celebración se lleva a cabo entre el 21 y 24 de junio, en el solsticio de invierno. El We Tripantu está determinado por el ciclo lunar, el cual controla la naturaleza, el tiempo, las lluvias, la vida animal y vegetal, pero a la vez este ciclo tiene relación con el estilo de vida mapuche, su religión y concepción de mundo.

Telesur


Fuente: La Tinta - 12 de Julio de 2018

Una comunidad calchaquí fundó la primera bodega gestionada por indígenas





Hace 300 años que en Amaicha se produce vino. Un gran número de familias amaicheñas mantiene su parral, con el que producen patero y mistela. Desde 2015, la comunidad decidió aunar esos saberes y producciones en un proyecto. Así nació la Bodega Comunitaria Los Amaichas.

En la Bodega Comunitaria Los Amaichas, los productores tuvieron su primera vendimia en 2015 y buscan que el proyecto impulse el turismo en una región olvidada de Tucumán. Con la creación de la bodega incorporaron la cepa Malbec y comenzaron a producir vino fino. Ahora, están desarrollando su estrategia de venta.

“Me voy pa los cerros altos…” escribió Rolando “Chivo” Valladares en la vidala “Subo”. Cuando el ómnibus remonta la Ruta 307 camino a los valles, la canción del poeta tucumano cobra real dimensión. El vehículo es apenas una mancha blanca; el camino, una lengua de asfalto entre tanta inmensidad de montañas, cardones y una luz clara que ciega.
Rodeada de montañas, a 165 kilómetros de la capital tucumana, está Amaicha del Valle, una comunidad rural de cinco mil habitantes que nunca interrumpió su gobierno indígena. Los comuneros poseen una Cédula Real de 1716, que los convierte en dueños de las tierras desde que los españoles pactaron con sus antepasados, los amaichas, quienes no adhirieron a las guerras calchaquíes.

Desde la presencia de los españoles, hay algo que se mantuvo inalterable en este poblado: la producción de vino. Un gran número de familias amaicheñas mantiene su parral, con el que producen patero y mistela. Desde 2015, a partir de un programa de Economías Regionales de Nación, la comunidad decidió aunar esos saberes y producciones en un proyecto. Así nació la Bodega Comunitaria Los Amaichas, la única del país administrada por una comunidad indígena.

Como en todos los proyectos comunitarios, nadie ocupa solamente un rol. Gabriela Balderrama trabaja en el área administrativa y de atención al público, pero también colabora en el proceso de molienda y envasado del vino. Los Amaichas es una de las ocho bodegas que forman parte de la Ruta del Vino de Tucumán, que se distribuye a lo largo de los Valles Calchaquíes.


“Trabajando en grupo y unidos se pueden lograr muchas cosas. Queríamos un proyecto que sea de la comunidad y que pueda ser manejado por nosotros. Desde Nación, nos sugerían que armáramos un hotel o un museo. Nosotros decidimos apostar a la bodega”, cuenta Balderrama, integrante del proyecto que reúne a unas 50 familias y de la comunidad, que aún conserva instituciones ancestrales como el cacicazgo y el Consejo de Ancianos.

Con el dinero que recibieron, construyeron la bodega en el Km 115 de la Ruta 307, en una de las tierras comunitarias. El lugar tiene una capacidad para producir 50 mil litros de vino. La construcción respondió a los principios que solían usar sus antepasados. “Fue pensada por la gente de la comunidad y los productores, junto con el cacique y el Consejo de Ancianos. Es circular porque así eran las viviendas en nuestra cultura ancestral. Además de la construcción principal, se hicieron otras dos en forma de semicírculo de cada lado. La piedra nos ayuda a lograr una temperatura óptima para estacionar el vino naturalmente, sin la necesidad de refrigeración”.

Gabriela muestra todas las instalaciones de la bodega: las máquinas, los tanques de acero inoxidable, el proceso de etiquetado manual y se detiene en la cava. “Es una excavación que le hicimos a la loma donde estamos. Se pretendía que la cava fuese más grande, pero nos encontramos con una piedra inmensa que abarcaba este sector y rompió tres máquinas. ¡Era durísima! El cacique nos dijo: ‘La Pachamama nos pide que la construcción no avance más allá de esto’”.

El proceso para profesionalizar la producción no fue fácil. Aunque ya llevan cinco moliendas, los productores, que son dueños de la bodega y se comprometen a entregar la totalidad de su producción, aprenden día a día. Actualmente, tienen dos líneas de vino: Sumak Kawsay Criolla y Malbec; el nombre significa “Buen Vivir”.

La decisión del precio que se debe pagar por las uvas de cada productor la toma un Comité de Viñateros; algunos entregan sólo 200 kilos anuales y están los que aportan unos tres mil. La visita a los productores no es tarea fácil porque están dispersos en toda la región en un radio de 30 kilómetros rodeados de montañas.


La Bodega Comunitaria Los Amaichas cuenta con el apoyo del área de de Agricultura Familiar de la Secretaría de Agroindustria. El ingeniero agrónomo Vicente López Curia conoce el proyecto de cerca. Vio cómo se fue sumando a los viejos parrales de uva criolla, la “uva fina” del Malbec con espalderos. Y fue asesorando en todo el proceso desde el vino patero al vino fino, con la incorporación de máquinas moledoras, despalilladoras, prensas y llenadoras.

“Ellos hacen vino desde hace 300 años. Saben el proceso y el cultivo del parral, pero quizá no conocían tanto del manejo y del acompañamiento que necesita la cepa fina. ¿Cómo acompaño el proceso? Convoco a los productores a distintos lugares para una reunión técnica y luego visito los viñedos del lugar, además de estar en la cosecha y la poda”, cuenta el agrónomo, que también se mostró preocupado por los recortes presupuestarios de su área en Tucumán.
Orgullo calchaquí

López Curia dice que el proyecto va mucho más allá de la producción y comercialización de botellas. “El vino de la bodega es un orgullo para todos ellos porque significa una carta de presentación ante la sociedad. Llevar su vino implica llevar su cultura. Todos los años lo presentan en la Casa de Tucumán en Buenos Aires, con un rito que incluye a la Pachamama. Con el pretexto del vino, muestran su cultura”, analiza.

En la actualidad, Gabriela Balderrama combina su trabajo en la bodega con su oficio de docente, al igual que los otros integrantes del proyecto. Con entusiasmo, cuenta que su sueño es poder vivir de un emprendimiento propio. “Sería óptimo que esto no sólo sea una pequeña ayuda sino algo propio. Y nos gustaría poder manejarlo exclusivamente nosotros. La bodega no sólo impactó en la economía de los productores. También tuvo una repercusión en el turismo de nuestra comunidad”, contó.

Amaicha del Valle siempre fue un lugar de paso dentro del mapa turístico del norte argentino. Los viajeros pasan por el Museo Pachamama y por la Ruina de los Quilmes y luego siguen hacia Tafí del Valle o Cafayate en Salta.

Sebastián Pastrana tiene un doble rol. Por un lado, es director de Turismo de la comuna y además participa como productor de la bodega. Califica a la bodega como el “caballito de batalla” para el desarrollo turístico de Amaicha del Valle. “Es un emprendimiento comunitario único en el país y el tercero en su tipo en el mundo (los otros dos están en Canadá y Australia). La instalación de la bodega hace que mucha gente ingrese al pueblo. En el mismo predio, estamos desarrollando un centro de informe turístico y un paseo de artesanos. Hay una revalorización de la actividad, que estaba siendo desplazada por lugares fuertes como Cafayate. Y la gente se engancha con esta forma más justa y equitativa de distribución”, analizó.


Aunque la Bodega Comunitaria Los Amaichas tiene una capacidad para 50 mil litros, sólo está produciendo alrededor de 16 mil anuales, de los cuales alrededor de un 80% corresponden a Malbec y el resto a Criolla.

El próximo gran desafío es la comercialización, que por ahora tiene poco desarrollo. “Recién estamos arrancando en ferias y presentaciones. Por ahora, nuestros vinos sólo se pueden comprar en el stand de venta de la bodega. Recién estamos armando nuestro sitio de venta en Internet. Incluso el vino todavía no se consigue en San Miguel de Tucumán”, informa Balderrama.

El sol es un disco dorado que se esconde detrás de las montañas y nuestra guía abandona el salón central de la bodega porque allí darán una capacitación. La vendimia de Malbec se hará a mediados de febrero. En un poblado con economía rural y primaria, la bodega genera esperanza en Amaicha del Valle. Buscan el “buen vivir” y quieren hacerle honor al nombre de su vino.

*Por Diego Jemio para para Red/Acción

Fuente: La Tinta - 26 de Septiembre de 2018

https://latinta.com.ar/2018/11/una-comunidad-calchaqui-fundo-la-primera-bodega-gestionada-por-indigenas/

sábado, 23 de diciembre de 2017

La misión del último hablante chaná




Cómo se recuperó una lengua originaria de América gracias al encuentro entre un jubilado y un lingüista.


Blas Wilfredo Omar Jaime nació en El Pueblito, cerca de la ciudad de Nogoyá, Entre Ríos, en 1934. Cuando tenía 12 años su mamá le empezó a enseñar la lengua de sus antepasados: el chaná. Aunque no terminó la escuela primaria, Blas estudió el idioma rigurosamente hasta los 25 años. A fines de 2004, ya jubilado y con 70 años, quiso dar con otros hablantes del chaná en Entre Ríos pero se dio cuenta de que él era el último. Unos meses más tarde, el investigador de Conicet y lingüista Pedro Viegas Barros recibió cintas con las grabaciones de la voz de Blas. En cuanto pudo, viajó a visitarlo y corroboró que Blas, efectivamente, hablaba el chaná, una lengua que se consideraba extinta desde hacía 200 años.

En diálogo con PáginaI12, don Blas y Viegas Barros recordaron cómo salvaron el chaná, una de las 15 lenguas nativas que aún se hablan en Argentina, y que en 2013 fue plasmada en el libro y diccionario, “La lengua chaná, patrimonio cultural de Entre Ríos”, publicado por el Ministerio de Cultura y Comunicación de la provincia. La historia de don Blas, además, derivó en la realización de “Lantéc chaná”, un documental de Marina Zeising, estrenado el año pasado en Paraná y en agosto de este año en el porteño cine Gaumont.

“Yo no tenía la menor idea de cuántos hablantes de chaná había, pero pensaba que éramos muchos, por eso cuando me jubilé empecé a buscarlos. Busqué un tiempo y no encontré a nadie. Después fui a la radio de un amigo para que difundiera la búsqueda. Siguió sin aparecer nadie”, contó don Blas. “Sentí una gran decepción y tristeza. Me sentí muy solo; me arrepentí de haber callado tanto tiempo”. Como último hablante, Blas tenía un tesoro ancestral, y, sin embargo, se enfrentó a un dilema de la tradición chaná: en esa cultura las mujeres son las únicas que pueden transmitir la lengua; pero si él no quebraba la regla, el chaná desaparecería.

“Mis maestras fueron mi madre, mi abuela y mi bisabuela; ellas me enseñaron la lengua chaná. Mi mamá se decidió a enseñarme porque no tenía hijas mujeres. Desde los 12 años hasta cerca de los 25 me dio clases. Las tomé con gusto y era muy estudioso, a pesar de que no terminé la escuela. Éste era otro tipo de conocimiento; un conocimiento más puro, más directo, de siglos de transmisión oral”, aseguró Blas.

Otras cosas de la cultura, consideradas parte de la vida de los hombres, se las enseñó, recuerda, “un indio en el monte”. “Yo vivía en la ciudad, pero desde joven empecé a ir al monte. Este hombre era un viejo que nunca se había calzado. Me enseñó a preparar trampas, como por ejemplo atar víboras atrás de la canoa. Y me enseñó también a escuchar el silencio, los sonidos del monte; la cultura chaná era una cultura del silencio”, recordó.

Pedro Viegas Barros, lingüista especializado en lenguas originarias de América Latina, se enteró de la búsqueda de don Blas mediante una nota publicada por un diario entrerriano. Inmediatamente después de leerla se comunicó con el diario para contactar al redactor. “Cuando me atendió el periodista me dijo: ‘yo hace más de 20 años que soy periodista; hablé con muchos políticos, empresarios, sindicalistas, me doy cuenta cuando una persona me quiere engañar. En el caso de este señor me parece absolutamente verídico lo que dice’. Tuvo la gentileza, además, de mandarme las cintas grabadas de la entrevista con Blas. En la primera oportunidad que tuve lo fui a visitar a Paraná”, contó Viegas Barros.

La tarea del lingüista, cara a cara con Blas, era corroborar si realmente se trataba de una lengua originaria y no un dialecto, una deformación de otro idioma, o sencillamente un invento. “Las cuestiones que se presentan con las lenguas obsolescentes es cómo validar el material. En este caso, es un caso único en Sudamérica y no se si en el mundo, de una lengua que se mantuvo en secreto durante dos siglos”, explicó Viegas Barros. Desde el primer encuentro, según el investigador de Conicet, para un experto queda claro si en verdad se trata de una lengua: “Los lingüistas en media hora se dan cuenta si la persona lo está engañando porque el que inventa algo, por las razones que fuera, comienza con mucha seguridad y después empieza a trastabillar; no recuerda lo que dijo hace 15 minutos y ya a la media hora es incapaz de seguir”.

Blas Jaime junto al lingüista Pedro Viegas Barros.

Como siguiente paso de verificación luego de la entrevista, el lingüista buscó documentos que coincidieran con los relatos de Blas. El último registro que existía del chaná era un cuaderno del sacerdote Dámaso Antonio Larrañaga, del año 1815. “Larrañaga era bastante inteligente. Tenía curiosidad por muchos temas; desde las historia política de su época hasta las ciencias naturales, y también hizo observaciones etnológicas sobre los minuanes. En un viaje en el que José Artigas lo había mandado a Paisandú, Larrañaga pasó por Soriano y visitó la iglesia. Habló con el cura de ahí, que le presentó a tres viejos chaná y escribió dos cuadernos, uno de los cuales se perdió, que tenía las frases más comunes de la lengua”, relató Viegas Barros. De todas formas, el cuaderno que sí se conservó contenía unas 70 palabras en chaná, que le sirvieron para comparar con lo que había hablado con Blas. El lingüista quedó sorprendido de la precisión del cura jesuita para distinguir fonemas particulares, sin tener una formación específica en el tema: “distinguió sonidos que no existían en castellano ni en guaraní; distinguió dos sonidos tipo ‘k’ y uno lo escribió con un diacrítico; dos sonidos tipo ‘j’, también distintos, uno como la hache inglesa; consonantes silábicas. Él conocía el francés, el inglés, el italiano, el latín, el griego. Era una especie de renacentista. Además le escribía los discursos a Artigas y fue el primer director de la Biblioteca Nacional de Montevideo”.

Los otros métodos que utilizó Viegas Barros para la validación fueron la comparación con “las lenguas emparentadas, que son el charrúa y el genoa, pequeños vocabularios de 40 palabras cada uno”, y “el análisis interno de los datos”. “Una lengua que tiene morfología difícilmente pueda ser algo inventado por alguien que no tiene la menor idea de las estructuras lingüísticas. El estudio de los préstamos del guaraní y del castellano, que siguen pautas de correspondencia fonológicas regulares y la coherencia, con lo esperable en un estado de obsolescencia”, apuntó el lingüista.

Las enseñanzas de don Blas
En base al trabajo que hicieron en conjunto, Blas y Viegas Barros escribieron el libro “La Lengua Chaná, patrimonio cultural de Entre Ríos”, que cuenta la historia y las características de la cultura chaná. El libro explica el criterio de validación de la lengua, incluye un diccionario chaná-español, describe la fonología, la escritura y la gramática de la lengua, y contiene textos, cantos, oraciones y leyendas chanás en ambos idiomas.

Desde que se descubrió que era el último hablante, don Blas se encarga de enseñar su cultura a quienes estén interesados en aprenderla, y hace unos años la provincia lo contrata para dar un curso de lengua y cultura chaná en el Museo Antonio Serrano de Paraná. “Si le quiero transmitir la cultura chaná a alguien, lo primero que les digo es que las mujeres deben ser las encargadas de enseñar la lengua. Lo mio es una excepción porque sino la lengua moría”, remarcó don Blas. Para que la costumbre vuelva a su cauce, le enseña la lengua a su hija: “ella es la nueva adá oyé nden (mujer encargada de transmitir la lengua y la cultura chaná o “guarda-memoria”). Yo fui el primer hombre ‘guarda-memoria’; tenía una misión que cumplir y ahora todo tiene que volver a la normalidad”.

Viegas Barros aseguró que no conoce otro caso de una cultura en la que las mujeres sean las encargadas de transmitir la lengua. Lo que sí ocurre usualmente, según el lingüista, es que en muchas oportunidades “las mujeres hablan mejor las lenguas indígenas porque por lo general se quedan más tiempo en la casa, si los hombres son los que salen a trabajar”.

“Como es un estigma muchas veces ser indio, mantener la lengua también lo es, al igual que tener una pronunciación que lo delate. Por eso los varones intentan ocultarla desde chicos, mientras que las mujeres que no están tan expuestas a eso mantienen mejor la lengua”, explicó luego.

Blas se encontró con una resistencia similar a la que describió Viegas Barros cuando intentó por primera vez enseñarle el chaná a su hija: “Ella de chica no quería ser india porque antes los indios eran víctimas de burla. Ahora todo cambió y hay mucha gente que quiere ser indio; les enseño, por ejemplo, a unos hombres que viven en Tigre, sobre el río, y en Santa Fe hay gente que también está aprendiendo”.

Por Juan Funes para Página/12

Publicado el 3 de Octubre de 2.017