Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

viernes, 18 de julio de 2025

Miel



La miel es el único alimento que nunca se echa a perder, confirmado por la ciencia y la arqueología. Arqueólogos han encontrado jarras de miel en tumbas egipcias de más de 3.000 años que estaban bien conservadas, como en las tumbas de Nefertari y Tutankamón.

La larga duración de la miel se debe a su baja humedad, alta acidez y al peróxido de hidrógeno natural, que dificultan el crecimiento de bacterias. Las abejas también ayudan, evaporando agua y añadiendo enzimas que mejoran sus propiedades.

Los antiguos egipcios valoraban la miel no solo por su sabor, sino también por su uso en medicina y rituales religiosos. La miel estaba presente en muchas recetas y simbolizaba la vida eterna, siendo colocada en tumbas de manera práctica y ceremonial.

- Foundation Honey Co - "Honey: The Food That Never Expires".

Todo pasa por algo . Arnau de Tera




jueves, 17 de julio de 2025

Quino



El 17 de Julio de 1932, nacía Quino, creador de Mafalda y referente del humor gráfico en el mundo hispano.

Cáscaras de mandarinas, un remedio natural



Desde niños, nos enseñaron a tirar la cáscara de la mandarina como si no sirviera para nada…
Pero lo que pocos saben es que esa parte que desechamos es una de las más poderosas fuentes de medicina natural.

Las cáscaras de mandarina han sido usadas desde hace siglos en la medicina tradicional china, no como un simple remedio, sino como una cura natural para problemas respiratorios, digestivos y nerviosos. Su aroma ya es una medicina en sí: calma, relaja, y limpia el ambiente.

Hoy, muchas personas están redescubriendo su valor. En vez de tirar las cáscaras, las están secando al sol y usándolas para preparar una infusión con increíbles beneficios para el cuerpo.

💡
 ¿Para qué sirve la cáscara de mandarina?

✔️
 Limpia las vías respiratorias y ayuda a eliminar la flema.
✔️
 Alivia la tos crónica y los síntomas de gripa.
✔️
 Mejora la digestión y combate la acidez.
✔️
 Reduce la inflamación intestinal y los gases.
✔️
 Calma los nervios, alivia la ansiedad y mejora el sueño.
✔️
 Fortalece el sistema inmune por su alto contenido en antioxidantes.
✔️
 Mejora la apariencia de la piel desde adentro hacia afuera.

Todo esto en algo que la mayoría bota a la basura.

🍵
 ¿Cómo se prepara esta infusión?

1. Lava muy bien las cáscaras de 3 mandarinas (de preferencia sin cera ni pesticidas).

2. Déjalas secar al sol hasta que estén completamente duras. Esto puede tardar 2 a 4 días.

3. Una vez secas, guarda en un frasco de vidrio en un lugar fresco y seco.

4. Cuando quieras usarla, hierve 1 litro de agua, agrega una cucharada de cáscaras secas, baja el fuego y deja hervir por 10 minutos.

5. Cuela y toma una taza tibia antes de dormir, durante 5 noches seguidas.

El sabor es suave, ligeramente cítrico y muy reconfortante. Puedes endulzar con un poco de miel si lo deseas.

⚠️
 Advertencia importante:

No se recomienda en personas con úlcera gástrica activa, alergia a los cítricos o mujeres embarazadas sin supervisión médica.
Este contenido es informativo y no sustituye una consulta con un profesional de la salud.

💬
 ¿Tienes mandarina en casa? Guárdate las cáscaras, porque lo que estás tirando podría ayudarte más de lo que imaginas. 

Comentari

Todo dentro de ti - Hermann Hesse


«Todo está dentro de ti, el oro y el barro».

Hermann Hesse

Propósito - Arnau de Tera


Verdaderas mentiras históricas


miércoles, 16 de julio de 2025

Deseos y Sueños


martes, 15 de julio de 2025

Los Navajo: Una Tribu de Resiliencia y Legado


El sol se alzaba como una promesa renovada sobre las vastas tierras del suroeste de lo que hoy es Estados Unidos, tiñendo de ámbar los cañones y las mesetas de Dinétah —"la tierra del pueblo"—, como llaman los navajo a su hogar ancestral. Era el siglo XIII, según muchos estudiosos, cuando el viento silbaba entre los pinos y los riscos, trayendo consigo a sus antepasados desde el norte, quizás cruzando el mítico estrecho de Bering. El crujir de sus pasos resonaba en los valles de Arizona, Utah y Nuevo México, mientras el eco de sus cantos comenzaba a tejer una historia de resistencia y memoria. Los navajo, o Diné como se autodenominan, no solo sobrevivieron a siglos de adversidad: florecieron como una de las naciones indígenas más grandes y resilientes de América. Un torbellino de cultura y espíritu que aún arde con fuerza. Este relato es un viaje al corazón de su historia, donde el pasado y el presente se entrelazan como las fibras de sus célebres tejidos.

El Origen en la Cuarta Tierra
La niebla envolvía las montañas sagradas al amanecer —Blanca Peak al este, Mount Taylor al sur, San Francisco Peaks al oeste y Hesperus Peak al norte—, y las sombras de los venados danzaban en la penumbra mientras los ancianos navajo narraban la creación. El aroma del cedro y la tierra húmeda impregnaba el aire. Contaban cómo su pueblo ascendió a través de mundos inferiores —el negro, el azul, el amarillo— hasta emerger en el mundo brillante de Dinétah. El crujir de las ramas al construir los primeros hogans, sus viviendas rituales de troncos y barro con la puerta orientada al este, marcaba el inicio de una civilización, perhaps entre los siglos XII y XV.

Originarios de la familia atabascana del norte, los Diné fueron en sus inicios cazadores y recolectores. Con el tiempo aprendieron la agricultura de los pueblos anasazi y hopi, cultivando maíz, frijoles y calabazas: las Tres Hermanas. Cuando los españoles llegaron en el siglo XVI, trajeron consigo ovejas, cabras y caballos. El silbido de las flechas dio paso al tintineo de los cencerros, y los navajo se transformaron en pastores y expertos tejedores. Hoy, petroglifos en Canyon de Chelly y pinturas rupestres revelan escenas de jinetes, cazadores, tejedoras y ceremonias, un susurro grabado en piedra del poder de su adaptación.

El Fuego de la Adversidad
El sol ardía en lo alto del año 1863, y las llanuras temblaban con el rugido de la devastación. El coronel Kit Carson, cumpliendo órdenes del general James Carleton, arrasó los campos, quemó aldeas, taló árboles frutales y envenenó pozos. El aroma del humo y las cenizas llenaba el aire; el crujir de las cosechas al ser destruidas quedó grabado en la memoria colectiva. Así comenzó la Larga Marcha, un exilio forzado de más de 9,000 navajo hacia Bosque Redondo, a 480 kilómetros de su hogar. "El Tiempo del Miedo", como lo recuerdan, fue un infierno de hambre, enfermedad y pérdida.

Pero en 1868, el crujir de los tratados trajo un respiro: se firmó el Tratado de Bosque Redondo, permitiendo el regreso a una porción de su territorio ancestral. El silbido del viento los guió de vuelta, y el tintineo de las ovejas al multiplicarse marcó su renacimiento. Hoy, la Nación Navajo ocupa más de 27,000 millas cuadradas —un territorio más vasto que varios estados norteamericanos—, un susurro de una historia que supo reconstruirse desde las cenizas.

La Fuerza de la Cultura
El crepúsculo teñía el desierto de púrpura, y el aroma de la lana y el mezquite llenaba los hogans, donde las mujeres tejían alfombras y mantas con telares que crujían como si cada hebra contara una historia. El silbido de los cantos ceremoniales, como el Blessingway, mantenía el equilibrio entre cuerpo, mente y espíritu —el hozho, principio esencial de armonía en la cosmovisión navajo. El tintineo de la plata y la turquesa, forjadas por manos sabias, se volvió símbolo de su identidad. En su sociedad matrilineal, la tierra, el hogar y el ganado pertenecían a las mujeres, pilares del linaje y la tradición.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el crujir de las radios llevó una lengua ancestral a los campos de batalla del Pacífico: el diné bizaad, convertido en un código imposible de descifrar para los enemigos. Los Code Talkers navajo, con valentía y astucia, transmitieron órdenes clave que salvaron miles de vidas. En 2025, tras una larga lucha por el reconocimiento, el Pentágono restauró sus honores y pidió disculpas por décadas de olvido. Sus voces, alguna vez susurradas al oído de la guerra, hoy resuenan en la historia oficial.

Un Pueblo que Perdura
El siglo XXI trajo nuevas tormentas. En 2020, durante la pandemia de COVID-19, la Nación Navajo sufrió una de las tasas más altas de contagio en EE.UU., resultado de décadas de abandono en infraestructura y acceso al agua. El crujir de los confinamientos resonó en abril de ese año, las más estrictas del país. Pero el silbido de la solidaridad se alzó: jóvenes entregaban víveres a los ancianos, comunidades enteras compartían su escaso maíz. El Buy-Back Program, implementado entre 2009 y 2017, devolvió más de 155,000 acres de tierra ancestral, un eco de justicia territorial que continúa.

A 10 de abril de 2025, con más de 399,000 miembros inscritos, los navajo son la segunda tribu más grande reconocida federalmente. El crujir de las aulas en el Navajo Community College, fundado en 1968, forma nuevas generaciones, mientras el silbido del diné bizaad vuelve a escucharse en las escuelas. Desde diciembre de 2024, es oficialmente idioma de estado, gracias a una declaración del presidente tribal Buu Nygren. En Window Rock, la capital espiritual y política de la Nación Navajo, el pasado y el futuro se entrelazan como las hebras de sus tapices.

Un Legado de Resiliencia
Los navajo no son una sombra del pasado. Son un torbellino vivo: en las rocas rojas de Monument Valley, en las estelas del Cañón de Chelly, en los telares que aún vibran y en las lenguas que resisten. Su historia es un rugido de dignidad, un canto de adaptación y orgullo, un eco que invita a mirar más allá del desierto… al corazón de los Diné, un pueblo cuya resiliencia es tan eterna como las montañas que los protegen.


Los Cuauhpilli: Los Defensores Águila de la Antigua Tenochtitlán


En el corazón del imperio mexica, cuando el sol emergía sobre los templos de Tenochtitlán y sus rayos convertían los canales en espejos dorados, un grupo de guerreros alzaba la mirada hacia el cielo: los Cuauhpilli, “príncipes águila”, la élite marcial que custodiaba no solo las fronteras de un imperio, sino el equilibrio mismo del cosmos.

Los Cuauhpilli no eran simples soldados. Eran símbolos vivos de una civilización guerrera y sagrada. Para alcanzar ese rango, el guerrero debía capturar vivos a varios enemigos en combate, un acto que combinaba fuerza, astucia, velocidad y dominio espiritual. Cada prisionero era una ofrenda para los dioses, y especialmente para Huitzilopochtli, el sol que exigía sacrificios para renacer cada día.

Sus vestimentas emulaban al águila real, el ave solar por excelencia. Llevaban tocados de plumas resplandecientes, corazas adornadas con símbolos celestiales y escudos circulares como el disco solar. Sus ojos, como los del águila, no pestañeaban ante el peligro. Eran temidos y reverenciados por igual, pues su presencia en el campo de batalla representaba el juicio divino en movimiento.

Desde jóvenes, eran educados en el Calmécac, donde se les instruía no solo en las artes del combate, sino en la astronomía, la poesía ritual, la cosmovisión mexica y el honor. Allí se forjaban los futuros Cuauhpilli: no para matar, sino para capturar y ofrecer. Porque en la guerra mexica, el objetivo no era exterminar al enemigo, sino mantener el flujo cósmico mediante el sacrificio ritual.

En las guerras floridas, los Cuauhpilli descendían como relámpagos sobre sus adversarios. Se decía que su llegada era como el vuelo del sol al mediodía: imparable, brillante, letal. La captura de un enemigo era considerada un acto sagrado; el guerrero era mediador entre la tierra y los dioses.

Y cuando el horizonte trajo consigo las sombras del conquistador, los Cuauhpilli no retrocedieron. Combatieron hasta el último suspiro, defendiendo los templos incendiados y los códices sagrados, sabiendo que una muerte con honor los elevaría al Tonatiuhichan, el paraíso solar, donde continuarían su vuelo eterno al lado del Sol.

Aunque el imperio mexica fue abatido, la memoria de los Cuauhpilli no cayó. Vive en códices, en esculturas, en la sangre de los pueblos originarios, y en cada águila que cruza los cielos de Anáhuac, recordándonos que hubo un tiempo en que los guerreros no luchaban por gloria, sino por el equilibrio del universo.