Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

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lunes, 13 de febrero de 2017

Libros jesuíticos de Misiones son parte del tesoro de la Biblioteca Nacional Argentina


El tesoro de la Biblioteca Nacional guarda en su interior gran parte de la literatura realizada hace 300 años en lo que hoy es la provincia de Misiones, donde convivían jesuitas y guaraníes que fueron los creadores de la primera imprenta y de los primeros libros que se hicieron en América del Sur.

El Territorio visitó días atrás la sala del tesoro que funciona en el tercer piso de la Biblioteca Nacional que fue creada en 1810 por el Cabildo de Buenos Aires y que actualmente se encuentra ubicada en un edificio en el barrio porteño de Recoleta. En esa sala, permanecen protegidos bajo estrictas medidas de seguridad algunos de los ejemplares hechos con la imprenta que los sacerdotes jesuitas Juan Bautista Neumann y José Serrano armaron en la misión de Loreto.

Dentro del tesoro, están Vocabulario de la lengua guaraní, hecho en el año 1722 por el sacerdote jesuita Antonio Ruiz de Montoya y Lunario de un siglo, del astrónomo y sacerdote jesuita Buenaventura Suárez, que corresponde a una segunda edición impresa en el año 1748. Se conservan muy pocos ejemplares de este texto, cuya llegada a la Biblioteca Nacional no está claramente definida, según sus autoridades. Este padre jesuita forjó sus teorías astronómicas en las reducciones de Candelaria y San Cosme, cuando esta última todavía se encontraba en lo que es hoy la provincia de Misiones, entre 1638 y 1740. Un informe de este matutino publicado el pasado 15 de enero refleja su invaluable obra y el vínculo con el rojizo terruño.


Las obras
En la sala del tesoro, hay cerca de 25.000 obras, algunas de las cuales son libros, otros manuscritos y también periódicos que forman parte de la historia del país y del resto del mundo. Para entrar a este sector de la Biblioteca Nacional, se requiere un permiso especial que generalmente se les otorga a investigadores,  porque se trata de obras que no pueden ser manipuladas a la ligera pues por sus años de antigüedad requieren un tratamiento especial. “Afortunadamente gran parte de nuestros tesoros están digitalizados y por lo tanto pueden ser vistos por investigadores que estén en Misiones o en cualquier parte del mundo, que ingresando a la página web de la Biblioteca pueden tener un acceso directo a estas obras entre las que también están los incunables”, explicó el jefe del área del tesoro, Juan Pablo Canala.

Seguidamente, comentó que “se consideran incunables a los libros hechos a partir de la primera imprenta inventada por Gutenberg, alrededor del año 1440 hasta el 31 de diciembre de 1500 que por ser la época de cuna en la que nació la imprenta se los denomina así”. 

El especialista en letras agregó que “por extensión también se llaman incunables a los primeros libros hechos en otras partes del mundo, como por ejemplo los realizados en las misiones jesuíticas que fueron los primeros de Sudamérica”. 

En el tesoro de la Biblioteca Nacional, hay 21 incunables, entre los que figuran originales de  una hoja de la primera Biblia que imprimió Gutenberg entre 1455 y 1460, La ciudad de Dios de San Agustín y La Divina Comedia de Dante Alighieri.

Canala señaló que “originariamente contábamos con una colección mucho más grande de libros jesuíticos pero en 1999 durante la presidencia de Fernando De La Rúa se realizó el envío de la colección de  textos jesuíticos al Colegio Mayor de Córdoba, donde se encuentran en la actualidad”.  

Estas obras que fueron hechas en siglos pasados se encuentran cuidadas y protegidas de todo tipo de daño, como por ejemplo de los efectos de la humedad o de los cambios bruscos de temperatura. Por eso permanecen custodiadas bajo estrictas normas de seguridad en un sector especialmente acondicionado para su conservación, que también incluye alarmas, circuitos cerrados de cámaras que registran todo tipo de movimiento durante las 24 horas y sensores especiales para detectar esos libros dentro o fuera del edificio, casi como si se tratara de la bóveda de un banco.

Finalmente, dijo que la Biblioteca Nacional “hace tiempo viene trabajando en la digitalización de todo sus materiales para hacerlos accesibles a todas las personas del mundo que deseen leerlos, sin la necesidad de ingresar físicamente al edificio, por eso desde el espacio  que denominamos Trapalanda trabajamos para la puesta en acceso digital de todos nuestros fondos”. 

Vocabulario de la Lengua Guarani por Antonio Ruiz de Montoya (1.722)
Historia de libros que son tesoros 
El tesoro nació en octubre de 1932 como una zona reservada para investigadores acreditados en lo que fue la tercera sede de la Biblioteca Nacional en la calle México. Su primera sede había sido durante dos años el Cabildo de Buenos Aires y luego la Manzana de las Luces, donde comenzó a funcionar a partir del 13 de septiembre de 1810. 

“Obviamente se trata de un conjunto de obras con características de antigüedad, rareza, lujo o valor histórico que las hacen únicas y por lo tanto es uno de los sectores más protegidos de todo el edificio”, explicó finalmente Canala.

El fondo primitivo de la institución que también se encuentra en la sala del tesoro y está conformado por las piezas bibliográficas reunidas al momento de su fundación en 1810, tales como la librería del obispo de Buenos Aires, Manuel Azamor y Ramírez, la del obispo Orellana, las donaciones de Manuel Belgrano, Saturnino Segurola, Luis José de Chorroarín y Mariano Moreno.

Fuente>Diario El Territorio (Posadas) 13 de Febrero de 2.017


lunes, 18 de enero de 2016

El aporte Guaraní a la cultura mundial, la invención del fútbol



Escrito: Julio Cantero (Historiador)

Recientemente trascendió, a partir de un documental producido por la Secretaria Nacional de Cultura del Paraguay estrenado en el festival de cine independiente de Mar del Plata 2014  y fue creciendo en popularidad, una tesis que sostiene que serían los “Guaraníes” quienes habrían inventado el Fútbol o más bien el “balón pie”, al parecer que los pueblos originarios del Paraná superior practicaban originalmente el juego que habría inspirado el fútbol moderno como hoy lo conocemos.

Esta noticia relatada con tono anecdótico circuló por la prensa internacional con inusitada rapidez y alcanzó a los medios más importantes, podemos encontrarla en la prensa europea, norte americana y hasta incluso en el Vaticano donde el  famoso Osservatore Romano, que pocas veces se dedica a temas relacionados con el fútbol, le dedicó un meticuloso artículo.

En la realización del documentalista paraguayo se expone la idea a partir de testimonios de  distintos entrevistados. Quien en nuestra opinión más aporta a la tesis, es el investigador Bartomeu Meliá, es él quien desliza de manera coloquial las fuentes históricas que a ciencia cierta sustentan la hipótesis.


Como decíamos antes, la cobertura fue muy extensa, pero los términos en que se divulgó una y otra vez la noticia fueron, en nuestra opinión, muy repetitivos. Hurgamos entre los resultados de la búsqueda para saber más sobre el tema, pero en uno y otro artículo sólo hallamos casi las mismas palabras, en distintos formatos y caracteres, que se leen en los principales medios de comunicación on line, ya sean británicos, estadounidenses, españoles, argentinos y por supuesto paraguayos. Las fechas de publicación hacen pensar en una onda expansiva con epicentro en Asunción.

Pero aquí nos dedicamos a la historia y no al análisis de los medios y mucho menos al fútbol, y notamos con esta perspectiva histórica que siendo tan interesante la línea de investigación iniciada por el realizador paraguayo Marcos Ybañez y producida por Agu Neto para la Secretaria de Cultura de Paraguay, esta puede perder la fama inicial si no se le acompaña o anexa una investigación histórica propiamente dicha, por lo que fuimos tras los testimonios enunciados por Meliá y los exponemos aquí para fomentar el debate histórico o simplemente para todos aquellos que quieran profundizar en las fuentes que avalan esta hipótesis.

En muchos de estos casos, en los artículos sobre el tema de la prensa digital, incluso la ilustración es la misma, un fragmento de la obra de Léonie Mathis, “la plaza de San Ignacio Miní”.

Según el investigador y divulgador de arte argentino, Ignacio Gutiérrez Zaldivar, en esta obra se observa que los guaraníes del pueblo “juegan al ‘fútbol’ con una pelota hecha con una vejiga de vaca inflada”[1]. Aunque esta obra es de fines de la década de 1930 está basada en las investigaciones de Guillermo Furlong de quien Mathis era amiga y en dibujos de Nadal Mora con quien el hijo de Léonide trabajó en San Ignacio Miní (Misiones, Argentina) a principios de la década de 1930. Éstos dos prestigiosos investigadores del jesuitismo, Furlong y Nadal Mora, prestaron asesoría a Mathis, Furlong además es responsable de una re edición del libro de José Manuel Peramás “La república de Platón y los Guaraníes”, donde se expone el comentario más extenso que conocemos que relaciona muy tempranamente a los guaraníes con el "juego de la pelota", testimonio que resulta ahora fuente principal y que citaremos luego.


Deseamos aquí retomar la tesis “los guaraníes inventaron el fútbol” y dejar asentado nuestra adhesión a la propuesta inicial de la Secretaria de Cultura del Paraguay citando las fuentes que se mencionaron inicialmente y contextualizándolas para así poder brindar un punto de partida que permita profundizar la temática.

Las fuentes que menciona Meliá son: Montoya, Cardiel y Peramás;  vayamos en busca de sus respectivas obras y analicemos sus testimonios.

Ruiz de Montoya
En  su célebre obra “Tesoro de la Lengua Guaraní”, define las dos palabras  que se mencionan en el documental:

“Mangaì . Árbol que da las pelotas que llaman de neruio. Mangaá: fruta deste árbol. Mangaici, recina de que hacen las pelotas.”[2]

Queda claro que Montoya entiende que no hace falta mayor explicación con respecto a “las pelotas” pues no explica para que eran usadas ni como, esto nos da a entender que su uso era extendido y naturalizado, tan común que describirlo hubiera resultado impertinente.
Y para el término Ñembosarai da una más contundente definición expresada por el famoso jesuita en una sola palabra:

 “ñemboçaraÎ. Jugar”…[3]
Luego de terminar sus estudios en Córdoba, Montoya fue destinado al Guairá donde llegó en 1612, para 1620 era designado auxiliar del Superior de las misiones para esta misma región y poco después pasó a ser el Superior a cargo de todas las reducciones. En total vivió 25 años en estas misiones de guaraníes durante los cuales fundó 13 pueblos, a saber: San Javier (Tayatí), Encarnación (Nautingui),  San José (Tucutí), San Miguel (Ibianguí), San Pablo (Iñieay), San Antonio (Biticoy), Concepción y San Pedro (Gualacos), Siete Ángeles (Tayaoba), Santo Tomás y la reducción de Jesús María. Pero quizás la hazaña por la que adquirió mayor fama fue el traslados de los habitantes de estos pueblos del Guairá, para protegerlos de las invasiones reiteradas de los bandeirantes, quienes capturaban a los nativos para venderlos como esclavos. En esa ocasión, en 1628, organiza la migración de más de 12.000 guaraníes que aceptaron trasladarse, aguas abajo del río Paraná hasta lo que hoy es territorio de Misiones (Argentina), donde funda las reducciones de San Ignacio Miní y Nuestra Señora de Loreto.

Este religioso aprendió y manejó el idioma y las costumbres de este pueblo con un grado de maestría que no pasó desapercibido entres sus co-hermanos. Hacia 1636/37 se estima tenía terminada su obra “El Tesoro de la lengua guaraní”, una suerte de diccionario y gramática del guaraní con grageas de costumbrismo, geografía, botánica y lo que llamaríamos etnografía de este pueblo. En 1639 la obra es editada en Madrid con todas las licencias pertinentes.

Montoya se encontraba en Madrid, pues la compañía le encomendó tramitar en la corte del rey Felipe IV una autorización para que los guaraníes ejercieran su legítima defensa y mantuvieran a raya a las invasiones luso-portuguesas, obtenidas estas licencias para el uso de armas de fuego de parte de los guaraníes se retira de Madrid en 1642. Una vez en América se le pide en 1646 que asuma como procurador en la famosa causa que Cárdenas mantuviera contra los jesuitas, desde entonces y cumpliendo estos trámites litigantes su salud comienza a deteriorarse hasta que fallece en 1652. Se dice que guaraníes de Loreto caminaron hasta Lima para traer sus restos y enterrarlos en el altar principal de la iglesia de este pueblo.

Cardiel  
Otro autor mencionado es José Cardiel, famoso misionero jesuita que recorrió gran parte de América del sur y estuvo en contacto directo con varios pueblos originarios, su obra es de gran valor heurístico, este religioso escribió en 1780 desde el exilio en Faenza.

“se van a comer y jugar a la pelota o a la chueca que son sus ordinarios juegos”[4]
En este escueto pero contundente enunciado, Cardiel al igual que Montoya nos lega el testimonio de una práctica del “juego de la pelota” como un accionar cotidiano y natural, que no precisa mayor descripción, el autor no ve la necesidad de ahondar en un tema, quizás por juzgarlo trivial, pero también puede verse en esta oración que los conceptos vertidos no merecen para el autor mayor profundización, no considera necesario explicar a qué se refiere cuando dice “se van a comer” y de igual manera “jugar a la pelota” es para Cardiel una actividad natural y conocida en la que no profundiza.


¿De qué experiencia de su vida toma Cardiel la imagen que luego relata? Puede ser de muchos los sitios. Estando en Asunción en 1751 se trasladó poco después a San Ignacio Guazú (Paraguay), sitio en el cual el documental sitúa, aunque sin mayor explicación, el origen del futbol, poco después Cardiel, partió hacia Itapúa (Encarnación Py.) luego de esto estuvo en san Borja, San Miguel, San Nicolás, (Brasil) en todas esta reducciones permaneció lapsos breves y sin ser el cura encargado de ellas.

Pero luego de la guerra guaranítica desencadenada por el tratado de permuta al que Cardiel se opuso vehementemente y de la guerra con el Brasil que le siguió, Cardiel ya mayor pasó sus últimos años en América como párroco del pueblo de Concepción, hoy Concepción de la Sierra (Misiones, Arg.),  pueblo del que fue párroco por cinco años desde 1763, es de presumir que cuando en Italia escribiera su obra apelara a recuerdos de escenas vistas y vividas en este pueblo, donde vivió sus años más tranquilos, allí estaba cuando llegaron los soldados de Bucarelli a apresarlo a fin de expulsarlo de América junto a los demás jesuitas.

Peramás 

Por último se menciona a Peramás, Meliá lee una cita de este escritor en el documental, incluso se reproduce la portada de un libro de edición reciente de este autor. La cita que usamos aquí pertenece a una reedición de 1946, prologada por Guillermo Furlong, de donde tomamos varios datos de su biografía. La obra es: “La República de Platón y los Guaraníes”, en ella Peramás, también desde el exilio, nos comenta:

“solían jugar también a la pelota, la cual, aunque de goma maciza, era tan liviana y ligera que, una vez recibido el impulso seguía dando botes por un buen espacio, sin pararse, y repitiendo los saltos al rebotar por su propio peso. Los guaraníes no lanzan la pelota con la mano, como nosotros, sino con la parte superior del pie descalzo, enviándola y devolviéndola con gran ligereza y precisión”[5]
Es esta la explicación más extensa y clara del “juego de la Pelota”, no queda lugar a dudas de los elementos que lo componen y en qué se caracteriza su práctica, una “pelota […] de goma maciza [que da] botes […] repitiendo saltos al rebotar”. ¿Y cómo juegan los guaraníes con ella?, “no lanzan la pelota con la mano […] sino con la parte superior del pie”. Peramás está dirigiéndose aquí a un lector europeo, contándoles sobre el modo de vida en las reducciones de los guaraníes, que siente fueron difamadas en el viejo continente; es consciente que sus lectores desconocen los detalles y particularidades de la cotidianidad en estos pueblos y por ellos describe de modo didáctico esta práctica y otras que le son propias a los guaraníes. A diferencia de Montoya, Peramás da testimonios de hechos que tuvo oportunidad de observar en un periodo más reciente, ya con los pueblos asentados, no recién reducidos o migrados.

San Ignacio Guasu en la actualidad, lugar donde los guaraníes jugaban al fútbol
Este autor, proveniente de Cataluña, siendo estudiante de filosofía de la universidad de Cervera con solo 22 años pidió ser destinado a las misiones que tenía la orden entre los guaraníes. Llega a Buenos Aires en 1755 y de inmediato se dirige a Córdoba, allí le asignan una tarea que le permitirá empaparse de la realidad de la Compañía en la provincia del Paraguay, debe redactar las Anuas para ser enviadas a Roma, culmina ésta tarea con un éxito singular al punto que recibe el reconocimiento del historiador jesuita italiano encargado de recopilarlas. Luego de haber culminado sus estudios y ser ordenado sacerdote en Córdoba, es destinado a San Ignacio Miní, hoy Misiones (Arg.), la misma reducción que fundara Montoya después del traslado de los pueblos del Guairá. Menos de dos años permaneció Peramás en este pueblo, fue requerido por sus superiores para hacerse cargo de de la cátedra de retórica de la Universidad de Córdoba.

Se encontraba trabajando de rector del Colegio de Córdoba cuando éste fue invadido por los soldados de Bucareli y apresados los jesuitas para ser remitidos con escoltas a Buenos Aires, escribió un diario en el que relata este destierro, pero ésta no fue la única desgracia que le todo vivir pues nuevamente se encontraba dando clases de retórica en Faenza cuando recibió la noticia que su orden fue suprimida.

Lo que conocemos hoy como “La republica de Platón y los guaraníes” es parte de una obra más amplia[6] escrita y editada en el exilio en 1791, en Faenza (Italia). El mismo Peramás explica que en este trabajo refiere a “lo que se practicaba entre los guaraníes”[7], en contraste con lo que teorizaba el famoso filosofo griego.

Reflexiones que nos suscita este superficial análisis del las fuentes que cita el documental 

Estos testimonios nos dan una idea parcial pero clara de la práctica que los jesuitas describen como “jugar a la pelota”, una actividad perteneciente al rico, aunque poco documentado, repertorio  lúdico guaraní. Los testimonios son coincidentes a pesar de su distancia cronológica y geográfica, Montoya desarrolla su obra desde el Guairá y luego de la epica migracion funda San Ignacio miní y Loreto, en Misiones (Arg). Cardiel fue párroco de Concepción de la Sierra, Peramás colabora en San Ignacio Miní y fue rector del colegio de Córdoba, el denominador común de todos ellos es su conocimiento personal de muchos de pueblos reduccionales por sus reiterados viajes y servicios como misioneros, el espacio probable de donde cada uno de ellos pudo ser testigo de la práctica que luego describen como juego de la pelota, es abarcativo y dilatado por casi todo el territorio de las misiones, desde el Guairá hasta Yapeyú y desde San Ignacio Guazú a San Lorenzo.

En ningún caso en sus relatos se circunscribe la práctica de este juego a un sitio particular o a una de las reducciones determinada, de hecho si estamos ante la presencia de un juego anterior al contacto con la cultura europea, como se presume, es válido entender que su práctica se extendió por todo el espacio de ocupación guaraní en la Cuenca del Plata.

No es descabellado inferir que los autores de las fuentes que hoy son la clave de esta incógnita hayan basado sus testimonios en lo observado de las actividades recreativas de los guaraníes mientras servían como religiosos en los pueblos, los mismos hoy forman parte de nuestra provincia que debe su nombre justamente a la antigua existencia de estas reducciones, pueblos o Misiones... 

En el documental existe una breve mención a las Anuas como fuentes testimoniantes de esta costumbre guaraní de jugar a la pelota, lamentamos decir que no hemos logrado hallar referencia alguna  a esta práctica en las Anuas publicadas.  

Para finalizar aportamos interrogantes y ensayamos respuestas ¿Los guaraníes inventaron el fútbol? si lo entendemos, como lo entiende el documental paraguayo, como “balón pié” o juego a la pelota usando los pies, entonces la respuesta es positiva en nuestra opinión. ¿Colaboraron los jesuitas  con la expansión mundial de la práctica del juego de la pelota? Es probable… si bien los guaraníes se dispersaron por los territorios que hoy ocupan Paraguay, Brasil y Argentina luego de la expulsión (1768), luego de ésta también los jesuitas se dispersaron, aunque en su mayor parte por Italia. Si se pudiera establecer el destino que le cupo a cada jesuita que recibió la orden de expulsión estando en un pueblo Guaraní, o siendo conocedor del juego, y contrastar con los primeros relatos históricos del juego, quizás encontremos en algunos de los numerosos colegios jesuitas de Europa un viejo misionero enseñando a los pupilos un juego nuevo, para ellos, pero ya practicado hace siglos por los guaraníes en las Misiones.

Bibliografía consultada:
[1] Gutiérrez Zaldívar, Ignacio. Léonie Mathis. Bs. As.: Zurbaran, 1992. p. 149.
[2] Ruiz de Montoya, Antonio. Tesoro de la Lengua Guaraní. Madrid: Sánchez, 1639. p. 206. (Edición facsimilar. Leipzig: Teubner, 1876).
[3] Ruiz de Montoya, Antonio. Tesoro de la Lengua Guaraní. Ídem p. 250.
[4] Cardiel, José. Compendio de la historia del Paraguay (1780). Bs. As: Fundación para la Educación, la Ciencia y la Cultura, 1984. p. 98.
[5] Peramás, José Manuel. La República de Platón y los Guaraníes. Bs As: Emecé, 1946. p. 93.
[6] “De vita et moribus tredecim virorum” (vida y costumbre de trece hombres) P. Peramás. Faenza. 1791.
[7] Furlong, Guillermo. En prólogo a la primera edición en español de “La República de Platón y los Guaraníes”. Emecé: Bs. As., 1946.

miércoles, 13 de enero de 2016

Pueblo Jesuítico de Loreto: el de la Primera imprenta del Río de la Plata, Juan Yaparí y el Padre Antonio Ruíz de Montoya

Escribe: Julio Alejo Gómez (Periodista, profesor de Historia y miembro de la Junta de Estudios Históricos de Misiones).

Fundada por los jesuitas José Cataldino y Simón Masseta en 1610, luego de las transmigraciones impuestas por los ataques bandeirantes, la reducción de Loreto se asentó definitivamente en 1686.


Populosa para la época, alcanzó los seis mil habitantes y llegó a contar con barrios bien diferenciados, denominados Pirapó, Los Ángeles, Encarnación y San Javier.

Sus vecinos se disputaban cristianamente y a veces no tanto, la organización de las principales festividades religiosas, ocasiones en que junto a los curas se lucían caciques como Marcos Tacuarí, Bartolomé Pará, Nicolás Moroatá o José Ariapú.

Loreto, hoy
Como en cada una de las reducciones guaraníes, también en Loreto el edificio de la iglesia dominaba toda la misión. Levantada por el hermano arquitecto José Brasanelli, quien además dirigió la construcción de los templos de Santa Ana, San Ignacio y San Javier, la majestuosa catedral de Loreto de 75 varas de largo por 30 de ancho (vara =0, 84 metros) constaba de tres naves, paredes de piedra, techo de madera cubierto de tejas, un altar mayor adornado con diez hermosas estatuas y otros cuatro retablos laterales con imágenes. Sobre la puerta principal una estatua de Nuestra Señora.

Fue entre sus muros donde el padre Claudio Ruyer ofició la misa de acción de gracias y trazó la estrategia que derivó en la gran Victoria de Mbororé. Sus campanas doblaron a triunfo en aquellos heroicos días de la Semana Santa de 1641. Fue entonces, que los guaraníes tallaron en madera una imagen de la Virgen María, e iniciaron su adoración bajo la advocación de "Nuestra Señora de Mbororé". 


Pero Loreto encierra dos historias excepcionales. Allí se construyó y funcionó la primera imprenta del Río de la Plata, y además, bajo los bloques de asperón rojo derrumbados por el tiempo, descansan los restos de un insigne y devoto varón, el padre Antonio Ruiz de Montoya.

La imprenta
Con recortes de hierros viejos nuevamente trabajados, madera del monte misionero y gracias a una aleación de plomo y estaño, los jesuitas Juan Bautista Neumann y José Serrano diseñaron un prensa que permitió, en el año 1700, la edición del primer libro impreso en estas latitudes: "El Martirologio Romano".

La provincia de Misiones solicitó la devolución de la Primera Imprenta del Río de la Plata según se enmarca en la Ley Provincial VI - N° 145 en la cual se la declara Patrimonio Cultural Misionero
La imprenta histórica fue construida íntegramente en la Reducción Jesuítica de Loreto a fines del siglo XVII por los padres Juan Bautista Neumann y José Serrano. Ese equipo fue pionero en el territorio del Virreinato del Río de la Plata, ya que recién 65 años después comenzó a funcionar la imprenta de Córdoba, cuando ni en Buenos Aires, ni en Asunción, ni en Santiago de Chile existían aparatos de este tipo.
Las investigaciones indican que hacia 1784 el Virrey del Río de la Plata, Marques de Loreto mandó a buscar a la “Imprenta Guaranítica Misionera” para hacerla instalar en Buenos Aires, donde fue preservada hasta ahora (en el Cabildo).
Cinco años más tarde apareció una segunda obra. "De la diferencia entre lo temporal y lo eterno", del padre Juan Eusebio Nieremberg. Con ilustraciones realizadas por un artista aborigen, el maestro Juan Yaparí, sus 67 viñetas xilografiadas casi en su totalidad, y las 43 láminas, son demostrativas de una labor artesanal y hasta primorosa de jesuitas y guaraníes.

De la diferencia de lo temporal y lo eterno. Por Juan Yaparí
El padre Montoya
Nacido en la Lima de los incas y los virreyes en 1582, Antonio Ruiz de Montoya encauzó su vocación religiosa ingresando a la Orden de Jesús y brindándose de lleno a la evangelización. 

Ya como cura de la reducción de Loreto, en 1621 fue testigo de la crueldad de los bandeirantes paulistas, que en busca de mano de obra esclava, mataban y secuestraban a los aborígenes impunemente.

Devenido en una suerte de Moisés sudamericano, el padre Montoya condujo en 1631 el gran éxodo de más de 12 mil indígenas hacia las márgenes del arroyo Yabebirí para escapar de los mamelucos. Como superior general de las Reducciones del Paraná y Uruguay, su apostolado lo llevó ante el mismísimo rey de España, a quién relató las crueldades de los bandeirantes y de quien obtuvo la autorización para armar a las reducciones en su defensa. Escritor, a su "Conquista Espiritual", se suman varios "Memoriales" y el "Vocabulario de la lengua guaraní", éstos dos últimos impresos en la misión de Santa María la Mayor.

Según el historiador jesuita Guillermo Furlong, “en 1651 hallándose en Lima a su regreso de España, terminó Ruiz de Montoya se heroica vida, pero los indios que tanto lo apreciaban y admiraban, fueron hasta la capital peruana, exigieron la entrega de sus mortales despojos y los condujeron hasta Loreto, donde los sepultaron”.


Antonio Ruíz de Montoya
Sólo el silencio impera hoy en los solitarios rincones de piedra que otrora fueran templos, talleres, colegios y hogares llenos de murmullos nativos y cristianas letanías.


Pero, acaso ese sobrecogedor silencio sea, junto con las piedras, el mayor homenaje - en el arranque de un nuevo siglo- a ese devoto varón que, desde su eterno descanso, santifica la roja tierra misionera.

Fuente: Diario el Territorio (Posadas) – 18 de Noviembre de 2.010