Son casi 300.000, se
agrupan en comunidades y escaparon de la pobreza de sus tierras ancestrales;
los qom, collas y mocovíes que residen a pocos minutos del Obelisco
Rogelio Canciano es
electricista, plomero, gasista y cacique de la comunidad Nam Qom del barrio
Islas Malvinas, en las afueras de La Plata. Tiene 64 años y vela por la vida de
400 personas. Su comunidad sabe lo que pasa en el Chaco, no sólo por la tele:
ellos son del mismo pueblo Qom que Néstor Femenía, el niño de 7 años que murió
este mes de tuberculosis y desnutrición. Ellos, que migraron a la ciudad, lo
hicieron escapando de esas condiciones de vida.
También lo hicieron los
mocovíes. "Los que siguen en Santa Fe siempre dicen «Me gustaría vivir en
la provincia de Buenos Aires». Porque a ellos no les llega nada, viven de lo
que pueden sembrar o de criar animales. Es feo vivir allá, porque incluso las
casitas son de nylon, es repobre. Nosotros acá tenemos poca tierra, pero
tenemos trabajo", explica Patricia González, de la comunidad mocoví de
Berisso.
Son muchos los que
debieron dejar sus territorios. El Censo 2010 del Indec indica que en la
Argentina hay 955.032 aborígenes, de los cuales 299.311 viven en la provincia
de Buenos Aires. Pero ese número no es exacto. Gabriela Comuzio, secretaria
ejecutiva del Consejo Provincial de Asuntos Indígenas, perteneciente a la
Secretaría de Derechos Humanos bonaerense, asegura que ella misma conoce muchas
comunidades que no están inscriptas. El censo, entonces, es una aproximación.
Rogelio es parte del
Consejo de Participación Indígena (CPI) del Instituto Nacional de Asuntos
Indígenas (INAI), donde trabaja como interlocutor entre la comunidad y el Estado.
En diciembre logró, junto con su comunidad, que el gobierno bonaerense les
diera los títulos de propiedad del lugar en el que viven: una manzana y media
donde ellos mismos levantaron sus casas de material.
Los padres de Rogelio
Canciano trabajaban la tierra en el Chaco. Las cosas cambiaron: al hijo de
Rogelio le falta un año y medio para recibirse de abogado; ningún qom en el
barrio vive ya de la caza o la recolección ni se viste como lo hacían sus
ancestros. El cacique está convencido: "Las costumbres mueren un 99% en la
ciudad; para sobrevivir hay que aceptar el sistema". Según este cacique,
lo importante es que los jóvenes no pierdan la cultura del trabajo.
María Ochoa es cacique
de la comunidad colla Malkawasi de La Plata e integrante del Consejo del
Comunidades Indígenas de la capital provincial. Ella, que en realidad se llama
Illa Ñan, maneja el Centro Integral Indígena Wawawasi, ubicado en una casa del
barrio Hipódromo. Ahí, los niños de 45 días a 14 años reconocen su cultura
ancestral, tienen talleres de pintura, dibujo y aprenden su lengua, su origen e
identidad. "Nosotros le enseñamos quién es él, por qué tiene ese color de
piel tan hermoso, cobrizo", explica, sonriente, la cacique.
La mayoría de las
mujeres collas son empleadas domésticas y los hombres trabajan como albañiles,
pintores o cartoneros. Ninguno de ellos se viste como lo hacían sus ancestros o
como aún lo hacen en Cuzco.
"Somos seres
humanos, con la diferencia de que venimos de descendencia de pueblos
originarios. Nada más, pero después tenemos todo: lloramos, reímos, vamos al
baño...", dice Patricia González, vocera de la única comunidad mocoví
registrada en la provincia. Ella es promotora de salud y directora técnica del
equipo de fútbol mocoví de Berisso.
Hay veces que la gente
de la comunidad va a dar charlas a los jardines, y ahí los nenes también dudan:
"¿Dónde están los indios?", les preguntan. Es que esperan personas
vestidas como en los dibujitos de los libros y no las encuentran.
Patricia se enteró en
2003 de que era originaria. Su mamá se lo dijo. Tenía sus razones para haberle
escondido su identidad: miedo, vergüenza, discriminación. Su padre -abuelo de
Patricia- le había generado esos sentimientos. Él era mataco, pero fue criado
por criollos, por eso se apellidaba González. Su mujer hablaba la mocoilec
(lengua mocoví), no castellano, y les enseñaba a sus hijas. Entonces, cuando
venían los patrones, el padre no las dejaba salir de la casa.
"No salgan, indias
de mierda, que no quiero que hablen", les decía. Cuando tuvo su familia,
la mamá de Patricia decidió no decirles a sus hijos que eran originarios, no
quería que pasaran por lo mismo que ella. Hoy, el papá y la mamá de Patricia
son pastores de la iglesia evangélica que queda frente a su casa. El cacique,
Rubén Troncoso, es su tío. La comunidad se compone de 40 familias que viven en
una hectárea y media. Su barrio se llama como ellos: Mocoví. El título de
propiedad lo consiguieron cinco años después de luchar, con ayuda de abogados
que trabajaron gratis en su caso, en 2008. "Somos la única comunidad
mocoví con título de propiedad en la provincia de Buenos Aires", dice
Patricia, contenta.
El tema es, para todos
los pueblos originarios de la provincia, siempre el mismo: la tierra para vivir
en comunidad. Gabriela Comuzio, del Consejo Provincial de Asuntos Indígenas, lo
dice claramente: "La principal problemática de ellos siempre es la
tierra". Y explica que los pueblos más presentes son: guaraní, colla, qom
y mapuche.
"La mayoría de los
hermanos viven muy humildemente, hacinados. A mí me duele ver que todavía a
esta altura de la historia adolezcan de estas cosas, después del genocidio que
vivieron. El Estado está en deuda con ellos", dice.
Los mapuches tienen una
característica especial: su objetivo es llegar a la universidad. Están
concentrados principalmente en Trenque Lauquen, Carmen de Patagones, Olavarría
y Azul. "Viven en buenas casas después de tantos años de trabajo. No hay
lujos, pero están bien", explica Comuzio, y sigue el recorrido: "Hay
dos comunidades guaraníes en Almirante Brown que tienen su parcela de tierra
reconocida por el INAI".
Clemente López es un
referente del pueblo qom y vive en Derqui, partido de Pilar. Dirige 42 familias
que viven juntas, pero se preocupa por las que aún no logran vivir en
comunidad. "Ahí se pierde fuerza, el espíritu comunitario", explica.
Se reúnen cada 15 días para buscarles terrenos a esos hermanos, dispersos en
Quilmes y Adrogué. Ellos mismos hicieron un relevamiento para ubicarlos.
Darío Ortiz, cacique
del mismo pueblo en Pacheco, partido de Tigre, dice: "Estamos peleando con
el municipio para que nos den tierras para estar todos juntos". Son 54
familias que aún viven en distintos lugares de ese partido. Eulalio Báez tiene
67 años y es cacique de la comunidad guaraní de José C. Paz. Sus problemas son
muchos: el agua, la vivienda, la falta de trabajo. Tiene a cargo 90 familias,
que subsisten como artesanos, albañiles, haciendo ladrillos y tejas. A ellos,
dice su cacique, no les llegan los planes. Y con una voz entre tranquila y
afligida agrega: "Estamos marginados y discriminados por ser
indígenas".
Su comunidad considera
hermanos a todos los pueblos originarios. "Queremos unirnos en un solo
objetivo que es el derecho a la vida", cuenta Eulalio. Sus hermanos más
cercanos en distancia son los qom y los chulupís, que están entre Derqui y
Moreno. "Pero no nos divide que estén lejos, el objetivo es el mismo:
luchar por nuestros derechos, por las tierras para nuestros hijos".
Escrito: Rosario Marina
(Diario La Nación, 28 de Enero de 2.015)
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