Texto: Daniel Cichero.
La K o la Q sirven para
designar al mismo pueblo indio, aunque en la realidad signifique mucho más que
una letra de diferencia. Entre una y otra, hubo una guerra de un siglo, una
derrota catastrófica y un destierro que los transplantó de las sierras tucumanas
a las orillas barrosas del Río de la Plata. Hoy, Quilmes resuena a fútbol o
cerveza, pero en el comienzo de su historia se anuda una tragedia.
Los manuales de Historia
dicen que las Guerras Calchaquíes fueron tres. Que se extendieron desde la
llegada del primer español a los valles salteños en 1562, hasta la caída del
bastión tucumano de Kilmes en 1665.
Durante esos 103 años, buena
parte de las primeras ciudades españolas fueron arrasadas y reconstruidas. Las
actuales provincias de Catamarca, La Rioja, Salta y Tucumán eran por entonces
una enorme frontera vacilante repleta de masacres y repartos de indios capturados
para servir en las nuevas haciendas.
También contra los Incas
En realidad, la lucha de la
Confederación Calchaquí por su independencia no comenzó contra España. Primero
llegaron los ejércitos de otro imperio -el Inca- y contra él también pelearon
los kilmes durante sesenta años. Y cuando los europeos acabaron conquistando el
Perú, la guerra se les vino encima otra vez, pero ahora contra caballos,
cañones, arcabuces y armaduras.
Cada uno a su turno,
conquistadores como Diego de Almagro, Pedro de Valdivia, Francisco de Aguirre,
Juan Núñez de Prado y Jerónimo de Cabrera presionaron la frontera hacia el sur,
estableciendo ciudades/fuerte entre los tolobones, amaichas, kilmes, pulares y
acalianos.
Fue una guerra terrible, con
un frente siempre indefinido. A cada fundación de una ciudad española se le
respondía con un incendio y despoblamiento. En la Primera Guerra (1560-1563),
tres de las cuatro fundaciones españolas -Londres en Catamarca, Córdoba de
Calchaquí en Salta y Cañete en Tucumán- fueron arrasadas. Sólo Santiago del
Estero logró sobrevivir a la furia del cacique Juan Calchaquí. Fue un desastre
para España y provocó la decisión del Rey de dirigir la guerra en el Tucumán,
ya no desde Chile, sino desde Perú.
Con la Segunda Guerra
(1630/1537), la rebelión -conducida ahora por el cacique Chelemín- se esparció
por toda la región. La Rioja fue sitiada y se destruyó la refundación de otras
dos ciudades españolas. Pero las victorias parciales de los americanos
convivieron con degollamientos masivos por parte de los españoles, en un toma y
daca sin cuartel. Todas las encomiendas se sublevaron y hasta los jesuitas,
impotentes por el alzamiento, debieron abandonar todos los valles en donde
habían fundado sus misiones. En 1637, Chelemín cayó prisionero de los españoles
y fue descuartizado en la refundada Londres de Catamarca. Pero la guerra quedó
indefinida.
El último reducto
La resistencia india se
transfiguró en una suerte de guerra de guerrillas. Se peleaba en las montañas
para evitar combates abiertos en los que los arcabuces y -en especial- los
cañones españoles hacían la diferencia. Y así se continuó durante los
siguientes veinte años, cuando la aparición de un personaje increíble lo cambió
todo.
Pedro de Bohórquez era
andaluz, aventurero y embaucador. Había guiado expediciones españolas en Perú,
pero también había vivido entre los indios. Había prometido mucho y estafado a
todos, hasta que terminó preso en Chile. (ver “Un cacique nacido en...”). Más
tarde escapó hacia La Rioja y, en poco tiempo, se convirtió en el jefe de un
ejército indio con el que lanzaría la Tercera Guerra Calchaquí contra su propio
país. En su extraño periplo entre dos mundos enfrentados a muerte, el hombre
-al cabo- terminó entregándose a sus compatriotas con la intención de ser
perdonado. Fracasó. En medio de la guerra, el “Falso Inca” -así se lo conocía-
fue llevado a Lima, y ahorcado.
Pero para la Confederación
Diaguita fue el principio del fin. La guerra continuó, pero ahora dirigida por
Iquín, el cacique de los kilmes. Durante otros seis años, kilmes y acalianos
afrontaron solos la lucha por su libertad. Atacaban y escapaban. Pero, de a
poco, se fueron replegando sobre su propios pasos, hasta su última ciudadela en
lo que hoy se conoce como Amaicha del Valle.
El nuevo gobernador español,
Mercado y Villacorta, tomó personalmente la ofensiva final y sitió a los kilmes
en su reducto durante todo un año. No pudo vencerlos por las armas. Sólo logró
rendirlos por hambre.
Las crónicas afirman que
muchas mujeres se suicidaron con sus hijos arrojándose al vacío para no ser
capturadas. Y que casi todos los hombres bajaron exhaustos al valle para
entregar sus armas. La rendición dispuso también que los nativos debieran
abandonar el valle y aceptar el destierro en el lugar que se les señalara. Y
ese sitio fue Quilmes -con Q-, un mundo distante, recostado sobre las orillas
barrosas del Río de la Plata, a unas cinco leguas al sur de Buenos Aires. Otra
paradoja cruel para un pueblo cuyo gentilicio significa “gente que vive entre
cerros”. Mil doscientos hombres y mujeres kilmes caminaron durante casi un año,
desde Tucumán hasta la nueva Reducción de la Exaltación de la Santa Cruz de los
Indios Quilmes, en Buenos Aires. Algunos quedaron reducidos en Córdoba, otros
en Santa Fe y unos doscientos prisioneros murieron en su enorme vía crucis a
pie, camino hacia el sur. Los sobrevivientes llegaron a fines de 1666.
Reducidos
Según las Leyes de Indias,
las “Reducciones” favorecían la “civilización” de los indígenas y la
implantación entre ellos de la fe cristiana. Por este motivo, apenas los kilmes
llegaron a Quilmes, se levantó la primera capilla. Probablemente, se trató de
una construcción pequeña, con paredes de barro y techo de paja, al igual que
las viviendas de los pobladores. Pero sÍ se sabe con certeza que estuvo ubicada
en el mismo lugar que ocupa la actual catedral de Quilmes.
Un dato sirve para
comprender la situación de los kilmes en su nuevo mundo, a orillas del río-mar.
El Libro de Oficiales Reales de 1668 -a dos años de fundada la Reducción-
menciona que el corregidor a cargo de los kilmes “depositó lo recibido de 186
tributarios, a razón de 5 pesos y 4 reales por cada uno”. En otras palabras, a
los pocos meses de su llegada a Buenos Aires, los kilmes ya pagaban tributo al
rey español.
Otro dato de la vida en el
destierro. En carta dirigida al Rey de 1686, el corregidor de la Reducción,
Juan de Zeballos, menciona que había recuperado y conducido al poblado a más de
25 muchachas y muchachos a los que su antecesor había enviado como servidumbre
doméstica a las casas de familiares y amigos suyos. En veinte años, la
Reducción ya se había convertido en una fuente de mano de obra esclava.
Hacia 1738, el Cabildo de
Buenos Aires expresaba que, “por la suma pobreza no se ha podido cobrar el
tributo”. Ya no había nada más que quitarles a los antiguos guerreros kilmes. A
partir de entonces, ni siquiera hubo quién quisiera ocupar el cargo de
corregidor de la Reducción quilmeña.
Aún resonaban los ecos de la
Revolución de Mayo, cuando el 30 de agosto de 1810, el cura propietario
Santiago Rivas elevó un petitorio a la Primera Junta. Solicitaba abolir la
Reducción acusando a los pobladores de “ociosos, viciosos y malos cristianos”.
Mientras en el “Pago de
Quilmes” iba creciendo el número de españoles -pese a que la ley lo prohibía
expresamente-, los kilmes se extinguían. La Reducción finalmente se disolvió en
1812, cuando sólo quedaban unas doce familias indias en el poblado.
El decreto que la ordenó fue
publicado en la Gazeta Ministerial y hoy parece una burla. Cuando ya casi no
había kilmes vivos en Buenos Aires, el gobierno los declaró como “Pueblo libre
de habitar o transitar por cualquier motivo”.
Kilmes y Quilmes son
vocablos que refieren a un mismo pueblo. Uno de ellos trae ecos de resistencia.
El otro, de destierro y extinción. Tras un muro de olvido, hoy apenas remite a
conurbano, fútbol y cerveza.
Desterrados pero con papeles
En 1716, después de
cincuenta años de despoblamiento, una Cédula Real devolvió parte de sus
territorios a la Comunidad de Amaicha y Quilmes. Este documento español es la
base jurídica que asiste a la actual Comunidad India de Quilmes para reclamar
sus derechos territoriales, ya que el estado argentino es continuador legal de
la Corona de España. En la actualidad, el sitio está concesionado a un
empresario privado que explota un hotel instalado en la vieja ciudadela de
Kilmes.
Fuente: Diario El Litoral
(Santa Fe-Argentina)
Ha habido eliminación de pueblos originarios en muerta Patagonia chilena. Y en el sur están luchando por recuperar sus derechos los mapuches.
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